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En el probador del Zara del Factory
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Yo creo que tengo alguna ropa que es eterna. Os lo digo en serio. En mi armario hay algún chándal o alguna sudadera que no sé ni cuando compré. Quizás en la facultad? Se me va la memoria, pero recuerdo que siempre que he abierto el armario han estado ahí.

Sin embargo los y las que tenéis niños sabréis que eso, en sus casos, es más que un sueño. Tengo un niño sobre los tres años y es desesperante ver como la ropa se le queda pequeña en cuestión de meses. Yo diría de semanas en algunos casos. Que sí, que vale. Que es bueno que crezcan y tal… pero joder. Tengo ropa con las etiquetas puestas, ropa sin estrenar, que ya no le tapa ni el ombligo.

Pues nada. En esa estamos y por esa razón mi mujer mi dijo que, de cara al calor de Sevilla, que estaba ya a la vuelta de la esquina, deberíamos comprar bastante ropa para el pequeño. No vamos a dejarlo desnudo… así que a comprar ropa se dijo. Visita a las típicas tiendas tipo Kiabi y ropa para el armario. Compramos alguna y dejamos otra para otras visitas a tiendas.

Era una mañana de martes. Había dado la casualidad que ni ella ni yo trabajábamos ese día. Y me propuso ir a por ropa al Factory. El Factory es un espacio de tiendas que hay cerca del aeropuerto de Sevilla. Venden outlets, ropa de saldo y tal. Lo vi bien, ya que allí podíamos rellenar algo más el armario del niño y un martes por la mañana no estaría, como era costumbre en ese sitio, saturado de gente.

Aparcamos cerca de la puerta. Todo un éxito conociendo el lugar.

A la entrada hay una gran fuente y unos macetones enormes. Entramos y ante el primer escaparate ya mi mujer se paró. Debo admitiros que suelo ir a comprar con mi mujer. Pero me desespera su forma de comprar. Creo, o es leyenda urbana, que es habitual en la mujer eso de mirar y mirar antes de comprar algo. Mi mujer, por lo menos, lo certifica. Yo suelo ser mucho más directo al comprar. Es más, creo que si en el súper pusieran la zona de cervezas a la entrada del mismo ahorraría mucha suela de zapato. Pero bueno… sobrellevo la forma de comprar de mi mujer. Pero tras cuarenta minutos de entrar en tiendas y tal y llevar las manos vacías, mi cara debía ser un poema.

Eran ya las 13 y poco, y nada de compra. Mi mujer, que no es tonta, debió darse cuenta y me dijo que porqué no la esperaba tomando una cerveza en el 100 Montaitos, un local de comida que hay allí. Y que si tardaba que nos veríamos en el Zara, sabréis lo que es, que ella quería mirar para ella unos pantalones.

Vi el cielo abierto. Cambiar los paseos y paradas en los escaparates por una jarra de cerveza era lo mejor que me podía pasar en aquel momento.

Me pedí la jarra y me senté en unas mesitas bajas que tienen allí de madera. Había pocas personas en esos momentos en el bar. Vamos, había poca gente en general en el propio Factory, pero esa una bendición. A pequeños sorbos me bebí la jarra de cerveza mirando alrededor y observando algunos maravillosos cuerpos que pasaban por allí. Uffff. La verdad es que las vistas allí no eran malas.

Pero como todo lo bueno se acaba, la cerveza llegó a su fin. Se me pasó por la cabeza pedirme otra pero… sería pasarse. Nada

Me levanté. No había pasado demasiado tiempo así que mi mujer estaría todavía a lo suyo. Caminé un poco hacia atrás y entré en la tienda Puma. Estuve viendo alguna ropa de deporte, algunas zapatillas, el culo de una dependienta, alguna sudadera… lo normal.

Al rato me acerqué al Zara a ver si, por suerte, mi mujer andaba allí. No había mucha gente. Pero mi mujer tampoco. De todas formas me asomé a la parte de los probadores por si se daba la casualidad, improbable, de que andara por allí.

No hubo tampoco suerte y decidí que, visto lo visto, al final si me pediría otra cerveza. Quizás no jarra, sino tamaño normal. Pero iría por ella.

Cuando salía de la zona de los probadores escuché un siseo que me llamaba. Supuse que quizás sería mi mujer. Estaban todas las puertas blancas abiertas, menos la penúltima de la derecha, que estaba sólo levemente abierta. Me acerqué y unos ojos oscuros me esperaban allí. No eran los de mi mujer. Es más, eran unos ojos muy jóvenes. Quizás demasiado.

-Disculpa, podría pedirte un favor? – me dijo con una voz que sonó aniñada.

-Claro, dime -dije con voz titubeante

-Entra mira.

En ese momento tendría que haberme ido de allí. Tendría que haber caminado por ese pasillo y haberme ido en busca de la cerveza.

Pero entré.

Era un espacio muy reducido. Un gran espejo, típico en un probador, en uno de los laterales. Un pequeño banquito de madera en una esquina, cubierto de ropa. Y un perchero en la pared, con una bolsa y más ropa.

-Es que no sé de verdad como me queda esto. Me lo veo bien pero… quería tener otra visión? Cómo me lo ves tú?

Y se giró, subiéndose al mismo tiempo la camiseta que llevaba.

Tengo en la mente grabado a fuego como iba vestida. Cada detalle de lo que vi allí. Iba descalza, ya que en una esquina del probador descansaban unas zapatillas de deporte y unos mini calcetines. Eso mostraba que era bajita Llevaba una camiseta de color rojo, entallada, que era la que se levantaba. Dejaba eso a la vista parte de su espalda. Y con eso, sin obstáculo, lo que quería enseñarme. Eran unos pantalones vaqueros entallados. El tejido se le apretaba a la piel y le marcaba un magnífico culo y unas piernas de ensueño. En el trozo de piel de la espalda que se quedaba sin tapar se le veía un tatuaje, un tribal, que se perdía dentro de los tejanos.

Titubeando yo le dije que le quedaba genial. A través del espejo vi que sonreía.

Sería difícil de decir su edad. Aunque espero que tuviera más de 18 años, claro. Por ahí andaría. Era morena, ojos oscuros. Cara pequeña. Nariz algo respingona y dentadura de cine. En las orejas, como pendientes, dos perlas. El pelo lo llevaba hacia atrás, recogido en una gran cola. Una piel tirando hacia el moreno. Y otra cosa que no puedo olvidar. Su olor. El pequeño espacio estaba lleno de su olor. Un olor fresco, a frutas… a vida. Yo estaba a pocos centímetros de ella y me llenaba ese olor.

Sin borrarse la sonrisa de los labios se giró y me dijo que entonces estaba la elección hecha y que se llevaría esos. Me dio las gracias y si inclinó para mi para darme un beso en una mejilla.

Yo me quedé helado. No, no soy un tío atractivo. Soy un tío del montón. Sabéis lo que es la campaña de Gauss? Pues yo estoy sentadito en toda su cúspide. En la más absoluta normalidad. No soy horrible, pero tampoco un chico de revista. Soy… no sé… normal. Y nunca me había pasado algo así. La situación me gustaba pero también me ponía muy nervioso. Pero bueno… Con un “de nada” me despedí y me dispuse a salir.

-Esto… – escuché su voz – me sabe mal abusar de ti… pero podría pedirte otra cosa.

-Di… dime.

-Es que este pantalón tan apretado es jodido para quitar y además tengo un golpe aquí – se señaló la espalda – y me cuesta, la verdad. Te importaría ayudarme?

Ayudarla a quitarse el pantalón? Yo no sé ni como reaccioné. No recuerdo que dije o cual fue mi reacción. Lo siguiente que tengo claro es que ella se agachaba, quitaba la ropa del banco, se desabrochaba el pantalón y se lo bajaba de espaldas a mi hasta las rodillas. Ante mi apareció un magnífico culito cubierto por unas braguitas verdes. Uno de los laterales de la braguita estaba recogido, plegado, dejando a la vista una porción de carne brillante, inmaculada, que cautivó cada uno de mis sentidos. La camiseta, ahora suelta tapaba el tatuaje, pero poco más.

Ella se volvió a girar quedando frente a mi y se sentó en el banco.

-Es que… estos pantalones hacen buena silueta pero no veas para sacarlos. Se quedan pillados en los tobillos y… -dijo levantando levemente hacia mi uno de los pies que sostenía el pantalón enredado.

Me vi agachándome y agarrando el pantalón para sacárselo por el pie. Las uñas del pie iban pintadas de un celeste algo metalizado. Al otro lado del pantalón se vislumbraba un muslo que me pareció enorme, redondo, que gritaba “bésame, muérdeme”. Y entre los dos muslos un triángulo verde que se perdía entre ellos. Ese lado del pantalón salió tras algunos movimientos.

Bajó ese pie y subió el contrario. Le agarré el pantalón y me dispuse a hacer los mismos movimientos para que saliera también. Pero ella se movió e hizo algo que no esperaba en aquella situación de excitación. Subió algo más el pie y lo llevó junto a mi boca. Con los dedos de ese pie recorrió mis labios. Yo la miraba a los ojos. Unos ojos oscuros que me miraban sonriendo. Pasó los dedos de derecha a izquierda por mi boca y luego al revés. Allí los detuvo. Un segundo después presionaba con el dedo gordo del pie y con el siguiente mis labios, como indicando que abriera la boca. Algo a lo que yo accedí. Sentí sus dedos haciendo ahora el mismo recorrido pero con mi boca abierta. Sentía su roce en mis labios, en mis dientes. De un lado a otro. Y vuelta atrás. Cuando paró ese movimiento hipnótico le besé suavemente el pie. Su sonrisa se acrecentó. Sentía el sabor de su pie en mi boca, su olor… era… dulzón? No lo puedo describir. Pero como su olor… era algo que recordaba a la propia vida.

Tras eso bajó el pie de nuevo, acercándolo a la posición que tenía al principio. Ansiaba levantarla y ponerla contra el espejo y meterle la polla. Follarla contra el espejo. O bajarle las braguitas verdes y comerme aquel coño. O probar aquella boca. Apretar sus tetas. Morder su culo…

Lo que hice fue ayudar a que el otro lado del pantalón saliera también. Lo más que obtuve fue algún roce con la piel de su pie o con su tobillo. Ya liberada del pantalón, se levantó con una sonrisa. Yo hice lo mismo, sin quitarle ojo de los muslos y de ese verde que tapaba su sexo.

Se volvió a inclinar hacia mí, esta vez rozándome también con sus tetas bajo la camiseta, y me volvió a besar levemente en la mejilla.

-Muchas gracias. Eres encantador.

Y tras eso, alargó un brazo y abrió algo la puerta del probador, invitándome a salir. Yo no sabía qué hacer. Pero lo que hice fue sonreírle y… salir

Crucé la tienda y salí.

Afortunadamente mi polla estaba tan anonadada como yo por lo que habíamos vivido y no estaba erecta, lo que me evitó una situación embarazosa, desde luego.

Pero no pude aguantarlo. Me dirigí al baño con una idea clara. Entré en el de hombres, me dirigí a uno de los cubículos, cerré la puerta, me dejé caer los pantalones a los tobillos y me empecé a masturbar. Soñaba con aquellos muslos que había visto hacía nada, con aquel culo, con bajar aquellas braguitas y hundir mi lengua en lo que quedara al descubierto, con seguir besando aquellos pies… Mi polla despertó enseguida. La erección fue rápida. Mis movimientos sobre la polla se aceleraron. Deseaba aquel cuerpo joven, aquel aroma, aquel sabor, aquel color… Apliqué saliva a la mano y empecé a sentir como mi leche llamaba a la puerta para salir. Quería correrme con aquella chica, ver sus ojos mientras lo hacía, escuchar sus gemidos… Apunté mi polla hasta el fondo del inodoro y me agaché un poco. El semen salió disparado y lo vi resbalar hacia el agua, luego le siguieron tres o cuatro expulsiones más de mi leche. Tuve que apoyarme con una mano en la pared del baño. Allí estaba yo, viendo mi leche caer por el inodoro abajo, con el corazón a mil, con un hilillo de semen colgando de la polla, con los pantalones en los tobillos… y soñando con aquel cuerpo.

Me limpié, me vestí y salí.

Sólo salir me encontré con mi mujer que venía cargada de bolsas.

-Dónde estabas?

-Tras la cerveza, di una vuelta y entré ahora al baño.

-Te he estado buscando. Y te he mandado un par de mensaje al móvil y nada.

-Lo siento. Lo tendré en silencio.

-Anda vamos, que al final ya lo tengo todo y encima es tarde.

Nos dirigimos a la salida charlando de temas tontos. En la salida junto a la fuente que vimos a la entrada, mirando hacia el escaparate de una tienda de deportes Mizuno, vi una cola de pelo que me resultó familiar. La chica estaba allí mirando ese escaparate y con una bolsa de Zara en la mano. Junto a ella, había una pareja de unos 50 años. Él, un tío canoso y alto, ella, algo más baja y delgada. Serían los padres de ella? Me sentí nervioso. Pasamos a sus espaldas, ellos ni se inmutaron, y seguimos adelante para llegar al parking y al coche. Tras haberlos sobrepasado no pude evitar el girar momentáneamente la mirada.

Me encontré con la mirada oscura de la chica. Con aquellos ojos que también me miraban. Me encontré con sus dientes blancos. Con su sonrisa. Con sus perlas, Con su pelo recogido. Con su nariz. Con su color de piel. Me encontré con el deseo, con el anhelo, con las ganas, con el morbo. Me encontré con que, con picardía y sin perder la sonrisa, me guiñaba un ojo.

Un poco más y me como el asfalto al tropezar al llegar al borde la acera sin haberme dado cuenta de ello.

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