Desde hace un par de semanas que tengo el auto en el taller, y me veo obligada a desplazarme en taxis, o en transporte público. En este poco tiempo me sucedieron unas cuantas cosas que me gustaría compartir.
Ya en mi relato anterior, el cual publiqué hace bastante tiempo (perdón por la demora a quienes prometí seguir compartiendo mis anécdotas), había explicado lo mucho que me atrae el riesgo y las situaciones límites. Esta actitud mía, de coquetear con el peligro, provocaron, hace varios años, que el portero del edificio donde vivía me viole.
Esa era una de las fantasías más oscuras que tenía. Que alguien me tomé por la fuerza, y aquella vez logré concretarla. Luego, al pasar el tiempo, repetí varias veces esa perversa situación, volviendo locos a los hombres con mis idas y vueltas, hasta que se decidían a poseerme contra mi voluntad. Pero esta vez me voy a referir a lo que sucedió desde principio del mes pasado, hasta el día en que escribo estas líneas.
Trasladarme hasta el centro para llegar al estudio jurídico donde trabajo siempre fue un caos. Y si cuando lo hago a bordo de la comodidad de mi vehículo con aire acondicionado, ya de por sí es tedioso, ni les cuento ahora que tengo que tomarme el bondi y el subte para ir de acá para allá. Para colmo, ahora que la feria judicial terminó, hay mucho trabajo, y como el cadete no da abasto, muchas de las diligencias debo hacerlas yo, ya que, a pesar de ser la secretaria del estudio, hace pocos meses que empecé, y parece que todavía no terminé de pagar el derecho de piso.
El lunes de la semana pasada debí quedarme hasta tarde, haciendo llamadas y dando turno a los clientes. Ya eran las siete de la tarde cuando quedé libre. Estaba sola en la oficina, así que decidí asearme en el baño, tomándome mi tiempo. Me gusta salir bonita a donde quiera que voy, así que me maquillé, y me peiné prolijamente.
Llevaba una pollera negra, elegante, no muy corta, pero sí bastante ceñida a mi cuerpo. Marcaba mi cola como a mí me gusta, y dejaba a la vista mis piernas, las cuales con los tacos altos parecían kilométricas. Decidí quitarme las medias, ya que hacía mucho calor.
Una vez lista, salí a la calle en dirección a la parada de colectivos.
A pesar de que la mayoría de las personas andan muy ajetreadas a esas horas, varios hombres se daban vuelta a mirarme, a medida que yo avanzaba por la vereda atestada de personas, y más de un conductor me tocó bocina, y me gritó cosas a las que no les di importancia.
El colectivo que me llevaba hasta la estación de trenes iba bastante cargado. Hace rato que no viajaba en uno, y me incomodó un poco sentir los olores a perfume, traspiración y gracitud, condensados en un espacio tan pequeño.
Un caballero me cedió el asiento, lo cual me alagó. Era un hombre que no pasaría de los treinta, con una frondosa barba negra, pelo largo, prolijamente despeinado, y tatuajes en los brazos. Parecía un rock star. Estaba buenísimo. Cuando se dio cuenta que lo miraba me sonrío.
— Qué calor. — dijo. No fue muy original para comenzar una conversación, pero aun así le seguí la corriente.
— Sí, está terrible. — comenté. — ¿sos músico? — le pregunté.
— Sí ¿se nota mucho? — preguntó riendo. —¿Vos venís de laburar?
— Sí, me gustaría ser una bohemia como vos, pero soy una esclava del capitalismo.
El tipo rio, mostrando una perfecta dentadura blanca, que resaltaba con hermosura en medio de la oscura barba.
— No te creas. — Dijo. — de la música no se vive. También tengo que trabajar. Soy barman.
Ya me estaba haciendo una idea de la personalidad del tipo. Era fachero, y en su trabajo de barman y de músico conseguiría minitas a dos manos, por eso se había animado a hablarme con tanta naturalidad, cosa que la mayoría de los hombres no hacen porque les resulto intimidante. Pero la seguridad a veces va acompañada de una personalidad arrogante, y desdeñosa. Seguramente ese era el caso del rockerito que tenía frente a mí. Pero igual me gustaba, era simpático y estaba muy fuerte.
— El viernes tocamos en un bar de Palermo. ¿Por qué no vas? Va a estar bueno, van a tocar varias bandas.
— Creo que voy a estar ocupada… —dije.
— Te dejo mi número, y si te arrepentís, me llamás.
— Bueno, dale, decímelo.
El tipo me dictó su número.
— Javier. — agregó, para que lo agende.
— Ana. — me presenté.
— Ojalá que puedas ir. — me dijo, con una mirada que no reflejaba su interés porque conozca su música, sino que develaba sus verdaderas intenciones.
De repente me di cuanta de que ya tenía que bajar del colectivo. Me puse de pie, lo saludé y bajé por la puerta trasera, sintiendo cómo me clavaba la mirada.
No tenía pensado ir a ese bar a escucharlo tocar, pero no estaba de más tener el número de un bomboncito, para cuando lo necesite.
Fui hasta la estación de trenes. No había hecho ni la mitad del recorrido diario, pero ya estaba agotada. Y pensar que luego debería tomarme otro colectivo más porque mi casa está a quince cuadras de la estación.
Me subí a un furgón repleto de gente. Se sentía un leve olor a porro, que se alzaba y se mezclaba con los olores a desodorante barato, a cebolla, y a humanidad.
En la siguiente estación subió más gente y quedé arrinconada entre varios cuerpos, sintiendo un roce constante en todo mi cuerpo.
No veía la hora de que arreglen mi auto. A bordo de él solo tenía que tolerar el caos del tránsito.
El contacto de mis caderas y mis nalgas con las de otras personas me parecía de lo más normal. Pero de repente creí sentir que una mano se posaba delicadamente sobre mi nalga.
Supuse era una persona que, estando en una posición extremadamente incomoda no tenía más remedio que tocarme. Seguramente ni siquiera podría sacar su mano de ahí con libertad. Así que no le di importancia.
Pero aquella mano que estaba en contacto con mi cola comenzó a moverse sobre mi pollera, dibujando la curva de mi trasero. Me acariciaba suavemente, con la yema de los dedos, recorriendo una pequeña parte de mi glúteo, probablemente creyendo que yo aún ignoraba lo que estaba haciendo.
No me molestó del todo. De hecho, había quedado calentita con el músico que acababa de conocer, y fantaseaba con que era él el que me manoseaba en medio de una multitud de desconocidos.
La persona que estaba a mi espalda se sintió con mayor libertad al ver que yo no reaccionaba a sus manoseos, y comenzó a tantearme con menos disimulo. Cuando la puerta del tren se abrió al llegar a la siguiente estación, bajaron dos o tres personas, cosa que hizo que el furgón se descomprimiera levemente. Yo aproveché el pequeño espacio que ahora sobraba para pararme más cómodamente. Me apoyé del pasamanos, y flexioné una pierna, para descansarla, logrando en el acto que mi culo sobresalga.
Esto fue tomado como una invitación por aquél tipo desubicado, y acto seguido, me pellizcó el culo con fruición, dejando de lado cualquier tipo de disimulo.
Aun así, todavía estábamos todos apretujados y el resto de la gente no parecía notar lo que me estaba haciendo el sujeto.
Me contraje, y me moví a la derecha, encontrándome atrapada, sin poder desplazarme más que unos centímetros. Pero en realidad no quería escapar, sólo quería que el tipo crea que no tenía mi consentimiento. Me intrigaba saber hasta dónde llegaba su descaro.
Por suerte no se amedrentó. Se arrimó más, y apoyó su sexo sobre mí, haciéndome sentir la terrible erección que tenía. Parecía que adentro del pantalón tenía un fierro caliente.
Continuó con sus caricias impetuosas, mientras me hacía sentir su falo duro. A esas alturas yo misma estaba ya mojada. Me daban ganas de agarrarle la pija para sentirla entre mis manos. Pero no quería arruinar la fantasía. Ni siquiera me di vuelta a mirarle la cara, porque temía decepcionarme. Prefería seguir imaginando que se trataba de Javier, el rockerito que me había invitado al bar. La mano se deslizaba ya con descaro, y sentí el aliento a tabaco del tipo que jadeaba en mi nuca. En un momento levantó unos centímetros mi pollera, y sentí la mano sudada meterse por debajo y acariciar la piel desnuda de mis muslos. Y luego sentí otra cosa que me sorprendió: Mientras una mano me pellizcaba las nalgas y la otra se deslizaba por debajo de mi pollera, una tercera vino a la zaga y también intentaba meterse por debajo.
Estaba calentita, pero la situación se estaba desbordando. Me removí en mi reducido espacio y me acomodé la pollera, deshaciéndome de las manos intrusas con energía.
Por fin llegué a mi estación. Me fui hasta la puerta, no sin antes sentir otra vez, cómo varias manos me sobaban el culo, esta vez con mayor desesperación.
Me mezclé con una marea humana, y a lo lejos escuché que alguien me gritaba.
— ¡Eh rubia! ¿Cómo te llamás? — lo repitió varias veces. Yo fingí no escuchar. — Estás re buena rubia. — me gritó otra vos. Nunca supe quiénes eran.
Había quedado más que excitada con los hechos que me habían ocurrido, y me dieron muchas ganas de tener sexo. Normalmente tengo cuidado, y cuando tengo relaciones con desconocidos trato de que sean personas que no me vuelvo a cruzar porque en esta sociedad de mierda, las mujeres que amamos el sexo somos consideradas putas. Pero cuando me pongo tan alzada soy incontrolable. Esa noche necesitaba una pija sí o sí.
Pensé en llamar a Javier, o algún otro de los tantos tipos que tengo agendado, y que sé que me tienen ganas. En lugar de tomarme otro colectivo fui a la agencia de remis y pedí uno hasta mi casa. Quería llegar lo antes posible. Me masturbaría, y si todavía estaba calentita llamaría a uno de mis chongos. Por suerte había un auto disponible en ese mismo momento.
— El Ford negro que está ahí afuera. — me indicó la recepcionista, y yo me dirigí a él.
— Hola. — lo saludé al remisero.
— Hola. — saludó él. Parecía haber quedado desconcertado por un momento. Seguramente le gustaba mucho lo que veía. — ¿querés sentarte adelante? — Me propuso.
Se trataba de un cuarentón con algunas canas que le quedaban bastante bien. Los pequeños ojos eran verdes, y parecían sonreír. De físico era bastante imponente: una mole cuadrada que emanaba rudeza.
En el trayecto no paraba de mirarme las piernas, y las tetas. Me sacó conversación, y yo le contestaba con cortesía. El hombre no tenía ni idea, pero si no decía alguna estupidez enorme, sería su noche de suerte.
— Está insoportable hoy el día. — dijo.
Le perdoné su falta de originalidad, porque casi todos eran iguales al principio de una conversación.
— Sí. — le dije. — debe ser difícil para vos trabajar todo el día en la calle.
— Uno se acostumbra. Tiene su lado bueno. ¿Venís de trabajar?
— Sí, se me rompió el auto, tengo que tomarme como tres transportes diferentes para llegar. No doy más.
— ¿Y para cuándo tenés con el auto?
—Mínimo una semana me dijo el mecánico. — contesté.
— Pobrecita. — dijo. — ahora te voy a dar mi número para que me llames directamente a mi cuando necesites un auto.
Qué rápido entregan sus números telefónicos los hombres, pensé yo.
— ¿Me vas a hacer descuento? — dije, riendo. Descrucé mis piernas y el perdió su mirada en ellas, hasta que las volví a cruzar.
— Puede ser. Si me llamás todos los días quizá te haga una promoción.
— ¿y esa promoción se la hacés a todos tus clientes o sólo a las que les mirás las piernas?
— Se las hago a las de lindas piernas, y bellas sonrisas, como vos. — dijo el remisero galantemente.
— Entonces yo quiero doble descuento. Por mis piernas y mi sonrisa. — dije riendo.
— Si fuese por mí, a una diosa como vos la llevaría a todos lados gratis. Pero tengo que darle un porcentaje a la agencia viste.
— y además me imagino que le tenés que llevar la plata a tu señora esposa. — dije, señalado con la mirada a su anillo matrimonial, con cierta malicia.
Él se puso levemente colorado.
— Que esté casado no quiere decir que me haya convertido en cura.
Estábamos llegando a mi casa. Me preguntaba si se iba a animar a hacerme algo. Si lo hacía, no me iba a quedar otra que cogérmelo. Estaba ardiendo.
— Bueno. Esa es mi casa. — dije.
— Mañana me aseguro de quedar libre a la misma hora para traerte.
— Mañana no creo que salga a la misma hora. Además, ¿qué te pensás, que me vas a levantar en un par de viajes?
— La esperanza es lo último que se pierde. — dijo. — Tomá mi número.
— Creo que mañana voy a viajar en bondi. Hoy tomé remis porque estoy muerta de cansancio nomás.
— Qué lástima. ¿No te voy a ver más entonces?
— No creo, además, hoy pedí remis en tu agencia de pura casualidad. Siempre uso otra.
— ¿Cuál usás? Así voy a pedir trabajo ahí.
— Bueno, me tengo que ir. — dije, ignorando su último comentario, esperando que me abra la puerta.
— ¿Te puedo saludar con un beso?
Me pareció una pregunta tonta. No contesté ni que no ni que sí. Él acercó sus labios, y yo puse la mejilla. Pero me agarró la cara con sus dedos fuertes como tenaza y me hizo girar. Entonces besó mis labios y me dio un chupón. Su lengua se frotó con insistencia en mis labios, hasta que cedí y abrí levemente la boca. Entonces metió la lengua y comenzó a masajear la mía, al mismo tiempo que sus dedos se perdían por debajo de mi pollera.
— No. Pará. Si ni te conozco. — dije yo, cuando logré apartarme, con dificultad.
— Ahora no me dejes con la calentura mamita. — dijo. Ya no insistió con besarme, pero su mano avanzaba por mi pierna hasta llegar a mi sexo. — estás toda mojada, chanchita. — dijo, cuando notó mi ropa interior empapada.
— No, no quiero. — le dije, mirando la desolada calle. En mi cuadra no solía haber mucho movimiento después de las nueve, por suerte.
— Ah no. A mí las calienta braguetas no me gustan. — me apretó el rostro con los dedos, causándome dolor en las encías y los dientes.
— Soltame. — dije, como pude. — soltame, no quiero. — repetí, mientras él hacía a un lado mi bombacha e intentaba meter el dedo. Pero yo en el fondo no quería que por nada del mundo me suelte. Las situaciones violentas me ponen como gata en celo. Él pareció darse cuenta.
— Por algo me estuviste provocando, putita. — dijo, apretándome más fuerte. — esto querías ¿no? — dijo, apoyando su mano en mi nuca, para hacer presión hacia abajo. — esto querías ¿no? — repitió, mientras se bajaba el cierre del pantalón al tiempo que yo me inclinaba a causa de la fuerza que ejercía sobre mi nuca. — Acá tenés lo que querías. — sacó su falo semi flácido, viscoso, y grueso.
Me encontré con su miembro cara a cara. Despedía un olor fuerte que hizo que mi boca se hiciera agua. Estaba un poco torcido a la izquierda, y yo vi cómo crecía en cámara lenta. Lo agarré, envolviéndolo con mi mano, percibiendo cómo se endurecía. El remisero empujó más hacía abajo, y entonces me comí la verga.
Rogaba que ningún vecino notara lo que estaba pasando, aunque era improbable. De todas formas, ya era tarde. Yo estaba engolosinada con la pija del remisero. El sabor a verga me puede. Se la chupé, devorándole el glande, y lamiendo el tronco de punta a punta, a través de su piel gruesa, sintiendo cómo me acariciaba el culo y la cabeza mientras lo hacía. Acaricié sus bolas peludas y olorosas, y también le di unos besitos con lengua, sintiendo su textura con mi lengua.
— Que bien la chupás mi amor. — susurró, y me dio una nalgada.
Me tragué de nuevo su pija. Me la metí hasta que el glande rozó mi garganta, y de repente sentí un chorro a presión golpear contra mi garganta. Era la eyaculación del remisero. Me hizo atragantar. Me liberé de la pija y comencé a toser y a escupir semen y saliva sobre el piso del auto.
— Que cerdita linda sos. — dijo el tipo, riendo a carcajadas.
— No me digas cerda. — le dije, una vez que me recompuse. — decime puta si querés, pero cerda no me gusta.
Él explotó en otra carcajada y acarició mi cabeza como quien acaricia un cachorro.
— Que divina que sos. — Dijo. — tomá. — agregó, entregándome un pañuelo descartable. — límpiate la boca que te quedó un poco de leche. — parecía encontrar el hecho jocoso. Luego agarró una pequeña agenda, escribió algo en ella y arrancó la hoja. — Tomá mi número. Me encantó estar con vos. Veámonos otro día.
— ¿Qué, ya te vas? — le dije. Era un imbécil, pensaba dejarme caliente después de que yo se la chupé hasta hacerlo acabar.
— Tengo que volver a la agencia.
— Bueno, andá. Volvé. Pero ni sueñes que te voy a llamar.
— Estás media loca vos ¿no? — me dijo. Esta vez hablando seriamente.
— ¡loca tu hermana! — le grité. — Además vos me obligaste ¡hijo de puta! Sos un abusador.
El remisero, desconcertado, no pudo controlar otra carcajada. De repente me agarró de la cintura y me atrajo hacia él.
— ¿Qué querés de mi, loca de mierda? — me preguntó con rabia.
— Que me cojas. — le dije sin vueltas. — ¿Qué te pensás, que las mujeres no necesitamos acabar?
Se quedó con la boca abierta. Miró la hora en su celular, y pareció sopesar la situación. Agarró el nextel y mandó un aviso.
— Sí, Mario. — contestó una voz distorsionada del otro lado.
— Tengo que llevar a la clienta que traje recién a otra parte.
— Okey. — dijo la voz.
— Vamos putita. — dijo. Salió del auto. Me abrió la puerta, y me agarró de la muñeca con violencia. — Vamos putita. — repitió. Me llevó casi a rastras hasta la puerta de mi casa. Pude ver algunas miradas curiosas observándonos. No me importaba mucho, y menos en ese momento de euforia, pero esperaba que ninguno de los que nos miraban conozca a la esposa del remisero.
Entramos a casa. Mario me agarró de la cintura y me levantó como si yo no fuera más que una muñeca. Envolví su cuerpo con mis piernas, e hice movimientos pélvicos frotándome con él.
— Pará que prendo las luces. — dije, y acto seguido oprimí las llaves y la casa se iluminó. — llévame a la mesa del comedor. Cogeme ahí. — le pedí.
Mario me llevó cargando hasta el comedor. Yo lo abracé y le di besos en el cuello, y un chupón en la oreja.
— Que caliente estás mi amor. — dijo. Me puso sobre la mesa. Mis nalgas quedaron apoyadas en la orilla. Mi torso recostado sobre la madera dura. Me quitó la bombacha, y la frotó sobre su mejilla, para luego olerla.
— Que rico olor a concha. — dijo, y luego tiró la bombacha a un costado.
Flexioné mis piernas y puse mis rodillas pegadas a mi pecho. Mi sexo era un volcán a punto de estallar. Había largado mucho flujo vaginal y estaba hinchado.
Mario me miró con deseo. Se desabrochó el cinturón sin apartar la mirada de mí, y me mostró su verga, que ya estaba erecta de nuevo. Apuntó su lanza a mi cueva húmeda.
— Ponete un forro. — le dije. — yo tengo en mi cartera.
Él hizo caso omiso a mis palabras, y me ensartó la verga desnuda. Me agarró del pelo, estirándomelo, causándome dolor y miedo.
— Despacio. — le pedí, pero a él no le importó.
Me cogió encima de la mesa con violencia. Como yo ya estaba caliente desde hace rato, no tardé en alcanzar mi primer orgasmo en unos minutos. Pero él seguía duro y no dejaba de penetrarme.
— No acabes adentro, por favor. — le pedí, y como respuesta me arrancó los pelos con más violencia.
— Te estoy dando lo que querías, puta. — dijo, jadeando, mientras con movimientos pélvicos me introducía su sexo una y otra vez. Luego me agarró de las tetas y las estrujó con fuerza, mientras me embestía.
Tenía una linda pija: gruesa y resistente. Me hizo acabar de nuevo antes de que él mismo eyaculara encima de mi pollera.
Me dejó tirada sobre la mesa, exhausta, con mi respiración entre cortada, y se fue en su auto a seguir trabajando.
Los días siguientes fueron igual de tediosos, aunque menos interesantes. No volví a cruzarme con Javier, el músico, y en el viaje en tren nadie se animó a meterme mano. Mi auto ya estaba listo, pero el mecánico pretendía cobrarme mucho más de lo que imaginé, por lo que tuve que esperar unos días a ver de dónde sacaba plata para pagarle.
No volví a tomar el remis en donde trabajaba Mario, pero siempre, cuando me dirigía a la parada de colectivos para ir hasta mi casa, pasaba por la agencia, y en varias ocasiones lo vi, sentado en un banco de madera en la vereda del local. Me veía con ansia, y parecía querer seguirme, pero sin animarse a hacerlo. Estaba con varios compañeros, que me miraban embobados, pero por su actitud supuse que Mario se había guardado el secreto de lo que sucedió esa noche, ya que, de habérselos dicho, los tipos seguramente actuarían con cierto desdén, y más descaradamente, ya que me considerarían una chica fácil.
Cuando llegó el fin de semana me encontré sin ningún plan. Y como la cogida que me pegó Mario ya había pasado hace varios días, andaba necesitada.
Busqué en el celular a Javier, ese músico barbudo que tanto me había gustado. Lo salude, aclarándole que era la chica que había conocido en el bondi.
“no viniste ayer” me escribió. “no pude (carita triste)” le puse. “qué lástima. Pero el viernes que viene tocamos en Almagro (carita sonriente) acercate y después del show tomamos algo” ni loca esperaría una semana para verlo. “¿Por qué no te venís a mi casa y me haces un show privado?” Le puse. No me contestó por varios segundos que parecieron eternos. La pantalla del celular mostraba que estaba escribiendo, pero luego no indicaba nada. Así, una y otra vez, hasta que apareció el mensaje. “A la noche no puedo, pero si querés paso en un par de horas” mejor, pensé, mientras antes mejor. Necesitaba desahogarme, el estrés de la semana laboral me tenía de mal humor, y nada mejor que un buen polvo para remediarlo.
Me puse un corpiño y una diminuta tanga blanca. Y encima un vestido suelto de color azul. Simple pero elegante, y me calcé unas cómodas sandalias. Me miré al espejo. Mi rostro se veía bien. Mi pelo estaba recogido, pero decidí soltarlo.
El par de horas se convirtieron en tres horas, y no aparecía. Me saca de las casillas la gente impuntual. Pensé en cancelar la cita, y llamar a otro. Quizá a Mario. Pero justo sonó el timbre. Salí a abrirle, y me encontré con que no había venido solo. Junto a él estaba un chico delgado y alto, con el pelo rubio largo, suelto.
— Hola. — los saludé. Abrí el portón y les di un beso en la mejilla a cada uno.
— Él es Rama. — Me dijo Javier.
— Un gusto. — dije yo.
Ambos traían estuches con guitarras. Me preguntaba si Javier había comprendido que, si lo llamé, en realidad no fue para oírlo tocar. Más bien era yo la que le quería tocar la flauta (jeje).
Los invité a pasar y tomamos Fernet con coca.
— ¿De dónde son? — les pregunté.
— De Villa Devoto. — dijo el rubio, mirándome con hambre.
— ¿Tocan en la misma banda?
— Sí, pero también nos conocemos desde hace años, del barrio.
Continuamos con una charla amena, hasta que comenzaron a tocar y cantar. Javier se veía muy sexy, tocando su guitarra, y su rostro era muy expresivo cuando cantaba. Rama no estaba nada mal tampoco. La canción que cantaban era de su propia creación y no estaba muy buena que digamos, pero tenían lindas voces, y al fin de cuentas, estaban haciendo un pequeño show privado para mí, lo que hacía crecer mi ego.
— ¿Te gustó? — preguntó Javier cuando terminaron.
— Si, mucho. — les contesté.
— Tocamos otra. — dijo rama, tocando los primeros acordes de una canción.
— ¿No quieren hacer otra cosa mejor? — Les sugerí.
— Lo que quieras. — Dijo Javier.
— Primero te hago una pregunta Javier.
—Decime. —dijo, sonriendo. Se lo veía ansioso.
— ¿Por qué trajiste a tu amigo? —Dije, mirando a Rama. — ¿Pensaste que soy tan fácil que me voy a acostar con los dos?
Ellos se miraron desconcertados.
— Quedate tranquila. Sabemos cómo tratar a una mujer. — Dijo Javier.
Me gustó que no se anduviera con vueltas.
— ¿Y ya pensaron en cómo me iban a coger?
— No lo hablamos en detalle. Preferimos que sea más espontáneo. — Dijo Rama.
— Bueno, vengan a cogerme espontáneamente. — dije, poniéndome de pie.
Se acercaron los dos. Javier se puso detrás de mí y apoyó sus manos en mis caderas. Rama me abrazó y me dio un beso muy tierno en los labios. Me di vuelta y busqué los labios de Javier, sintiendo la textura áspera de su barba en mi rostro. Mientras Rama comenzaba a chuparme el cuello. Me da un poco de cosquillas cuando me besan ahí, pero me gusta mucho. Javier me acariciaba las caderas con las yemas de los dedos, y mientras lo hacía, levantaba de a poco el vestido. Una mano sudada se metió por debajo y acarició mi muslo. Era Rama, quien mientras lo hacía, iba dando besos cada vez más abajo, dejando una huella de humedad sobre mi piel. Javier levantó mi vestido hasta dejar a la vista la tanga, y me lo quitó. Se agachó y me dio un mordisco en el culo, para luego sacarme la tanga con los dientes.
Rama me quitó el corpiño en un movimiento rápido e imperceptible. Me había quedado en tetas sin que me diera cuenta, y él ya estaba presionando el pezón con sus labios, cosa que me causó un placer delicioso.
Escuché algo liviano caer en el piso. Era la remera de Javier, quien se la había sacado. Giré para mirarlo mientras el otro me seguía saboreando. A pesar de que no era muy corpulento, Javier tenía un lindo físico de músculos marcados. Rama lo imitó y dejó ver su torso desnudo. No tenía pelos en el pecho, y era bastante delgado, casi frágil. Sin embargo, el calor del momento no me permitió decepcionarme. Mientras volvía a comerme las tetas, yo lo ayudé a desabrocharse el cinturón, y le desabotoné el pantalón, y bajé el cierre. Mientras escuchaba cómo Javier se deshacía de sus prendas en un movimiento brusco. Le bajé los calzoncillos a Rama, y apareció la verga delgada y pálida hinchada, pero no del todo erecta. Giré y vi Javier desnudo. De una maraña de abundante vello púbico sobresalía la verga imponente. Era gruesa y de venas marcadas, y la cabeza estaba colorada.
Agarré ambas pijas con delicadeza y comencé a masajearlas. La de Javier parecía una roca, y la de Rama ya comenzaba a endurecerse más y más.
Ambos se acercaron y me rodearon con sus cuerpos mientras yo seguía pajeándolos. Sus manos iban de un lado a otro, recorriéndome con deleite. Sentí una lengua experta besando mi cuello, como vampiro sediento de sangre, mientras una mano se internaba en mi sexo y acariciaba mi clítoris al mismo tiempo que masajeaban mis nalgas con ternura. No sabía quién hacía qué, los tres estábamos enredados en una sucesión de besos y caricias, y nuestros cuerpos se confundían uno con otro.
Embargada por el éxtasis, no tenía noción exacta de dónde estaba, pero de alguna manera, nuestros cuerpos se acomodaron de una forma conveniente sobre el sofá de la sala de estar. Javier había quedado abajo. Me encontré dándole besos a su tórax, chupé su pezón y se lo mordí, a lo que él respondió mordiéndose los labios para no gritar, aunque igual le gustó, porque me pidió que le repita. Mientras recorría su cuerpo con mi lengua, él apuntó su verga y la enterró en mi sexo despacio. Entonces apoyé mis manos en su pecho e hice movimientos pélvicos en perfecta sintonía con los que hacía él mientras me la metía y sacaba.
Mientras tanto Rama me chupaba la espalda, mientras enterraba un dedo empapado con su propia saliva en mi culo. Ya me imaginaba lo que vendría: una vez que mi ano estuviese lo suficientemente dilatado, me enterraría su verga delgada. Mientras rama jugueteaba pacientemente con mi trasero, yo seguía disfrutando de la verga de Javier, quien se mojaba los labios con su lengua mientras me estrujaba las tetas y daba cortas embestidas contra mi sexo. Le di un beso apasionado y me abracé a él, tenía un rico olor a perfume y transpiración. Olor a macho. Luego me erguí, y me puse en una posición tal que la pija entera se introdujo en mí. Fue en ese momento cuando comencé a sentir al falo de Rama hacerse lugar en mi culo. Me puse en una pose más conveniente para que pudiese meter un pedazo de pija más grande. Lo metió milímetro a milímetro con paciencia y pericia. El sexo anal no es lo que más me gusta, pero aun así lo disfruté.
Nos quedamos un buen rato uno encima del otro. Los dos adentro mío. La sala de estar se llenó de olor a transpiración y sexo. Acabé con ambos falos adentro de mí, y luego de eso, ellos siguieron erectos un buen rato, metiendo y sacando sus pijas insaciables, hasta que acabaron, ensuciándome la cara y las nalgas con semen.
Nos quedamos un rato más jugando con nuestros cuerpos, hasta que tuvieron que irse a tocar a ese bar del que me habían hablado. Me insistieron para que vaya, pero no había manera de que me convenzan, ya me habían dado lo que quería, y prefería terminar el día viendo alguna película en soledad.