Tenía 38 años de edad, casado desde hacía 16 años con Martha, una mujer de mi misma edad, rubia, ojos claros, muy guapa, con muy buen cuerpo y que con el paso de los años, ha madurado como mujer a tal grado que cada día que pasa la deseo más, y los acostones con ella son cada vez más placenteros, pues hemos ido encontrando otras formas de disfrutar el sexo.
Todo era felicidad, pero debo aceptar que desde hacía mucho tiempo, tenía fantasías que me excitaban a más no poder, hasta llegar a masturbarme imaginándola en situaciones muy cachondas.
Ejemplo de lo anterior es imaginar a mi preciosa mujer siendo cogida por otro hombre en mi presencia, verla entregarse a otra mujer en fin, una serie de situaciones, que si bien es cierto, las deseo vehementemente, no me atrevo a cumplir.
Ella se había enterado de estas fantasías y aunque muchas veces me ha dicho que está dispuesta a complacerlas cuando yo quiera, sé que por su formación y principios morales, llegado el momento, no serías capaz de hacerlo.
Quizá la más antigua de mis fantasías es sin duda el hacerle el amor a mi cuñada Sonia, hermana de mi esposa, y que desde que éramos novios, he deseado al grado, de platicarle a mi mujer lo que le haría cuando hacemos el amor, situación que nos hace llegar a ambos a alcanzar orgasmos increíbles.
Mi cuñada Sonia, es una mujer 3 años mayor que mi esposa, más guapa que Marta, con una figura delgada sumamente estilizada, con unos senos muy duros y muy bien formados, con preciosos pezones que ha dejado entrever más de una vez por debajo de la tela de blusas, en alguna fiesta familiar o al ir de visita a su casa, unas nalgas preciosas, muy duras y paradas, unas largas piernas excelentemente torneadas y unos pies, que si no son tan bonitos como los de mi esposa, son también fuente de mi admiración.
El fin de semana anterior, cumplimos un aniversario más de boda, por lo que obligadamente unos días antes, nos interrogamos mutuamente que queríamos recibir como regalo.
–Lo que tú quieras— me contestó ella. Y yo, después de haberlo pensado desde hace algunos meses atrás, me atreví a pedírselo: quiero que me regales una noche con tu hermana Sonia.
Quedó sorprendida de mi petición, pero después de un largo silencio, aceptó pensar cómo hacer coincidir a mi cuñada con nosotros esa noche, aunque me puso dos condiciones: la primera era que dependía de mí, si lograba yo llevarla a la cama o no y la segunda, que si yo lo conseguía, ella tendría que observarlo.
El plan estaba trazado. Y todo se facilitó, cuando al invitar a mi cuñada y su esposo a cenar, ella comentó a Martha, que tendría que ir sola, pues su esposo, que es músico, por ser fin de semana, tendría trabajo esa noche.
Aunque se sentía entre nosotros la tensión, la tarde pasó rápido. Mi esposa se veía exquisita esa noche, vestida con un top color negro y una falda larga con una gran abertura hasta su precioso muslo y zapatillas de tacón alto que resaltaban su preciosa figura.
Yo ya iba caliente por el panorama de mi mujer, pero ver salir a Sonia, mi cuñada, de su casa al pasar por ella, créanme que hizo que mi miembro empezara a aumentar de tamaño: blusa blanca abotonada por delante que dejaba ver claramente que no llevaba sujetador, minifalda estrecha negra que dejaba contemplar sus preciosas piernas, pero que dejaba ver también que marcado por debajo de la tela, una pequeña tanga que se metía entre sus dos preciosas nalgas, sin medias y unas zapatillas de pulsera que parecían guantes a sus bellos pies.
Llegar al lugar que habíamos escogido para celebrar y ver como los ojos de otros hombres que se encontraban en la discoteca se clavaban en ellas, hizo que me sintiera orgulloso de ir con dos verdaderos cromos pero también aumentó mi erección a tal grado que era ya notoria en mi pantalón.
Pasaron las horas y desde luego, consumíamos tragos libremente. Yo me alternaba los bailes con las dos hermanas, aunque no intenté nada en ese momento con mi cuñada.
Considerando que era el momento, me di cuenta que tenía al alcance de mis manos a ambas mujeres, al encontrarnos sentados los tres alrededor de una pequeña mesa circular.
Deslicé mi mano derecha por debajo del mantel de la mesa, y la coloque sobre la pierna de mi cuñada, apretando fuertemente su aterciopelado muslo, para evitar que la alejara como fue su primera reacción. Cruzó su mirada con la mía y sentí como aflojó la pierna en señal inconfundible de que la entregaba a la mano atrevida.
Deslizando mi mano ya sin impedimentos sobre toda su pierna, metí la otra también bajo la mesa y metiéndola por la abertura de la falda de mi esposa, la coloque también sobre su pierna, sobándola a mi antojo.
El cuadro no podía ser más excitante para mí. Tocaba a mi antojo a las dos mujeres que más he deseado en mi vida, atreviéndome cada vez más con ambas manos. La respiración de ambas se agitó visiblemente, cuando coloque ambas manos, una de cada lado, sobre la vagina de cada una.
Sonia, mi cuñada, tenía apenas un pequeño pedazo de tela, que cubría muy forzadamente la abundante mata de vello púbico y Martha, mi mujer, no llevaba absolutamente nada por debajo de la larga falda.
Frotando ambas entrepiernas por largo rato y sintiendo como ambas rajadas iban humedeciéndose, les propuse irnos de ese lugar.
Por ser de transmisión automática, nuestro auto permitió que nos sentáramos los tres en el asiento delantero, quedando mi cuñada entre mi esposa y yo.
Empecé a avanzar rumbo a un motel cercano, metiendo la mano descaradamente entre las piernas de mi cuñada, incluso tocando ya su clítoris que se erguía poderoso por debajo del mini calzón, mientras mi esposa, en una reacción inesperada para mí, pero sin duda como consecuencia de la excitación y de los tragos consumidos por ambas, se frotaba acaloradamente su entrepierna, mientras ambas hermanas se besaban en la boca apasionadamente.
Al llegar al cuarto del motel, de inmediato tendí sobre la cama a mi excitadísima cuñada, besando ardientemente su boca, entrelazando mi lengua con la suya, mientras mis manos acariciaban frenéticamente todo su cuerpo, deshaciéndose de cuanta prenda de ropa se encontraban a su paso hasta dejar totalmente desnuda a la mujer más sexy y exquisita que he visto en mi vida.
Poniéndome de rodillas en la cama, saqué mi erecto pene de entre mis ropas las cuales también volaron, y acerque la inflamada cabeza peneal a la apetitosa boca de Sonia, la cual golosamente la acepto y empezó a mamar de una forma extraordinaria.
La posición adoptada, me permitió comprobar que mi esposa, sentada en el sillón frente a la cama, se había también zafado las ropas y alcanzaba su primer orgasmo auto proporcionado con su masturbación.
Con un ademán le pedí que se acercara mientras bombeaba la boca de mi cuñada, y decidí que podía aprovechar el momento para cumplir otra de mis fantasías, por lo que le pedí mamara la raja humedecida de su hermana.
Totalmente fuera de control, Martha se colocó entre las piernas de Sonia, y retirando de su rajada el dedo que frenéticamente entraba y salía, lengüeteó frenéticamente el clítoris de su hermana produciéndole casi al instante, un orgasmo tan intenso que hizo que apretara los labios alrededor de mi miembro a tal grado que empecé a chorrearme en su boca de una manera tan intensa que no pudo tragarse toda la leche que salía, la cual escurría por las comisuras labiales.
Como comprenderán, lo cachondo de la situación no iba a satisfacer a ninguno de los tres con un solo orgasmo, por lo las cambié de posición rápidamente.
Yo me coloqué entre las piernas de mi cuñada, perdiendo mi miembro erecto de nueva cuenta, en su tremendamente húmeda vagina, mientras que mi esposa se montó sobre su cara de tal manera que yo me cogía como loco a la hermana mayor, mientras que ella chupaba y daba lengua a la menor, y esta a su vez, lamía los durísimos y erectos pezones de la primera.
Fue un verdadero concierto de sexo. Sufrí de verdad para contener mi segundo orgasmo, cambiándonos de posición innumerables ocasiones, alcanzando ambas mujeres infinidad de orgasmos con cada cambio de posición.
Finalmente, yo a punto de estallar y ellas verdaderamente cansadas de tanto venirse, tras cogerme a ambas, tras lamerme mutuamente, tras haber yo lamido a ambas, entre las dos se prendieron a darme una mamada fenomenal. Turnaban su boca para alojar mi inflamado pene, que seguramente sabía a los líquidos vaginales de ambas, los tres lo sabíamos. Y mientras una succionaba el miembro, otra pasaba la lengua por mis huevos, los cuales me dolían ya por la excitación tan grande que sentía.
Me derramé espectacularmente, sobre la cara de ambas, que abriendo la boca, trataban con la lengua de capturar los chisguetazos de leche que con mucha presión y abundantemente salían.
Ya tranquilos, nos metimos al baño los tres para asearnos, y mientras esporádicamente nos besábamos entre los tres, quedamos de acuerdo de que en próxima sesión, incluiríamos el sexo anal.
Después de dejarla en su casa, y ya acostados mi esposa y yo, me preguntó si me había gustado mi regalo, lo que ocasiono una nueva excitación en ambos, lo que terminó en una nueva cogida, dándole a Martha literalmente hasta por el culo…
Ya estamos listos para la sesión de este fin de semana, pero yo ya estoy pensando en el próximo, pues por descanso, el marido de mi cuñada, podrá acompañarnos, por lo que podría cumplirse otra de mis fantasías.
FIN