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Yago (IV): Una tarde muy entretenida
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Tiempo de lectura: 6 minutos

El Marqués se levantó, y Sancho dio dos pasos al frente

– ¡Excelencia!, sin ánimo de importunaros, quisiera conocer los hechos que han llevado a la detención de mi sobrino Yago y los criados que le acompañaban, si su excelencia lo tiene a bien.

-¡Por supuesto!, Maese Sancho. Pero lo que yo pueda contaros, os va a resultar de poco provecho. ¡Contadle vos, capitán!

Y el capitán Salazar, que estaba muy cerca del Marqués, se adelantó y tomó la palabra.

– Habéis de saber, mi Sr., que en la tarde de ayer, un aldeano nos alertó sobre una charla que su sobrino y un conocido conspirador tenían en la taberna de Santa Coloma.

Al parecer, según este aldeano, que estaba en la mesa contigua, estaban preparando un plan para atentar contra dos enviados del Rey, que llegan hoy a nuestra fortaleza.

¡Por cierto!… que, creo que están al llegar, ¡excelencia!…

Y en ese momento, un soldado se acercó al Chambelán para decirle algo.

Inmediatamente, el Chambelán anunció la llegada al castillo de de D. Pedro José y el Conde de Blancaflort.

Ante este anuncio, el Marqués intentó tranquilizar a Sancho, haciéndole saber que su sobrino sería juzgado con la garantía que le daba su protección. Y, le animó, a que dejase que el proceso llegara a término; despidiéndole de una manera tranquilizadora.

– Debéis saber, que es necesario investigar el hecho, Maese Sancho. A pesar de lo desagradable que os resulte.

– ¡Por supuesto, su excelencia!, pero ya sabéis que el asunto parece muy raro. En mi casa todos somos fieles súbditos de Su Majestad. No en vano, no hace muchos años, era maestro de armas de la Casa Real.

– ¡Lo tengo muy presente!, mi buen Maese Sancho.

Sin más, y con gran reverencia, Sancho se retiró, y el Marqués, salió al patio de armas a recibir a los enviados reales.

D. Pedro y el Conde, comentaban algunas cuestiones que habían llamado su atención, durante el viaje; y esperaban el encuentro con el Marqués, mientras los criados descargaban el equipaje del carruaje y la escolta era recibida por el oficial de guardia.

– ¡Ah!, ¡D. Pedro!…

… ¡Sr. Conde!…

El marqués, les saludó con gran reverencia…

– ¡Sr. Marqués!

– ¡Sr. Marqués!

Y naturalmente siguieron a su anfitrión, que los invitó a pasar; acompañados por el capitán Salazar y el Chambelán.

En su habitación, el Duque de Choisely hablaba con Etienne, su secretario, dándole instrucciones para el viaje que harían a Versailles, al día siguiente.

– ¡Saldremos de madrugada!, no quiero perder demasiado tiempo en la despedida.

Y, mientras, buscaba en su arcón, un traje apropiado para la comida con los invitados del Marqués.

Su secretario, no quiso pasar por alto, el hecho de que se estaba llevando a cabo un minucioso registro en todas las dependencias del palacio. Y le alertó de ello.

Recibida la información, el Duque, llamó a sus criados, para que le ayudaran a vestirse; y tras sentarse en una silla para recibir los últimos retoques, salió de la habitación para encontrarse con el Marqués en el salón en el que se ofrecería la recepción.

La comida resultó abundante, aunque ruidosa; a pesar de los esfuerzos que hacía el Marqués, para que resultara tranquila y agradable.

Las mujeres se mostraban dicharacheras y divertidas, con las ocurrencias de D Pedro; y algunas damiselas, se atrevían a coquetear abiertamente con el Conde, que soltaba grandes risotadas con demasiada frecuencia.

Sin embargo, Choisely, se sentía abrumado por la belleza de algunos de los sirvientes que habían llegado con el Conde; y sobretodo, muy excitado, por la charla que mantenía con el machote que habían sentado a su derecha; un oficial de alto rango, al servicio del Conde, con el que, poco a poco, el francés, empezó a tomar confianza.

Hubo un momento, en que su atrevimiento le llevó a ponerle una mano sobre la pierna, mientras mantenía una agradable conversación con la dama de enfrente.

Pero, su atrevimiento creció hasta el punto de atreverse a dejar caer la mano entre las piernas del oficial; y acercándose a él, simular que prestaba atención especial a uno de sus comentarios…

Con la mano, tan bien situada, empezó a recorrer la pierna más cercana, desde la rodilla hasta la ingle durante buena parte de la charla. Y luego, más decidido, empezó a acariciarle los huevos, sin dejar de observar el semblante del oficial; que no daba la más mínima muestra de desagrado. Por el contrario, mantenía la compostura, sin que se notara, en absoluto, el trajín al que el Sr. Duque estaba sometiendo a sus partes más nobles.

Entonces, el Duque se lanzó en picado. Y con la tranquilidad y la confianza que el oficial le ofrecía, no pudo contenerse, ante la idea de meterle la mano en el calzón…

… hasta que, al finalizar la comida; y llegado el momento en que algunos comensales empezaban a pasar a otro salón, decidió terminar con su postre, y con gran sutileza le hizo saber al oficial que le esperaba en sus aposentos.

Se excusó ante su anfitrión; y pidiéndole permiso, se levantó de la mesa para retirarse.

El cabo Gabriel, lo había visto todo; y rápidamente, regresó a su cuarto, miró debajo de la cama para comprobar si Yago continuaba oculto debajo de ella y se desnudó para bañarse en el barreño de agua caliente que tenía preparado.

Pero, el Duque, pasó de largo; y muy decidido, entró en su recámara, para avisar a su secretario de la inminente llegada de un tremendo oficial, guapísimo, con el que iban a pasar la tarde muy entretenidos; y volvió para asegurarse de que la puerta quedara entornada.

Étienne, con la complicidad del Duque, se había escondido tras los cortinones de terciopelo del gran ventanal, y desde allí, esperó a que el Duque le hiciera una señal.

Choisely, por su parte, se sentó en el bureau, de espaldas a la puerta; y se dispuso a esperar al oficial.

Con mucha discreción y cierta habilidad, Sarasola se había quitado de en medio; escabulléndose entre los invitados y pegándose al servicio, que subía y bajaba indiscriminadamente por las escaleras que llevaban al primer piso.

Y, mientras el Marqués departía con D. Pedro y el Conde, acerca del asunto que les había llevado hacerle esa visita, buscó los aposentos del Sr. Duque…

Cuando, por fin, encontró su recámara; y descubrió que la puerta estaba entreabierta, se coló dentro…

Procuró que la puerta advirtiera de su presencia, cerrándola con cierta energía; y naturalmente cuando el Duque oyó que la puerta se cerraba, se volvió a para ver quién era.

Ahora, su oficial le parecía mucho más apetitoso.

Con un leve movimiento de la mano, le pidió que se acercara; y cuando lo tuvo a su alcance, no pudo evitar tocarle…

– No sabéis lo caliente que me he puesto con vos, ¡mi cogonel!

Y el coronel sonrió…

– Después de lo que me habéis estado haciendo, ¡Excelencia!… no sois el único.

Y acercándose al Duque, le cogió de la barbilla y se atrevió a besarle…

– ¡Mmmmm!, que bien oléis, dijo el Duque… seguid, ¡pog favog!

El coronel le forzó a levantarse; y pegándose a él, para que sintiera la dureza de su entrepierna, le quitó el pañuelo, de seda blanco, que llevaba en el cuello y volvió a besarle.

– ¡Ah!, cogonel… me volvéis loco.

El coronel, le pidió permiso para quitarle la peluca, intuyendo que era un chico más guapo de lo que parecía; y se atrevió a hacerlo según se lo estaba pidiendo…

– Así, estáis mucho más guapo, Sr. Duque…

Y efectivamente, el Duque, así, resultaba un hombre bastante apetecible; aunque en absoluto pudiera decirse que más viril…

– ¿Vos, creéis?

– ¡Sin ninguna duda!

Luego le obligó a arrodillarse y…

– ¡Ahí la tenéis, excelencia!

Y el Duque, excitadísimo, se lanzó a ella; con gran apetito…

-¡MMMMMmm!, es el mejog gegalo que me podeis haceg, monsieur!… vuestgo apagato gesulta exquisito.

Y el Duque, empezó a desabrocharle la casaca.

Luego, se quitó la suya y se echó sobre él; empujándole para que cayera sobre la cama…

Le quitó el calzón y los zapatos; y subiéndose en la cama empezó a devorarlo.

El secretario seguía la escena desde el ventanal; y cuando vio al coronel completamente desnudo, supo que esa tarde iba a ser muy especial.

Sarasola, que es un chicarrón de toma pan y moja; muy caliente y dispuesto a follarse lo que se le ponga por delante, con un cuerpo extraordinario; que el cuida, a propósito, para tan placentera actividad, moreno, de ojos negros y un rostro que invita a confiar en él, se dejó hacer y mostró un comportamiento dócil…

Lo que facilitaba que el Duque no dejara de comerle la polla; y que le estuviera mojando, bien mojada, toda la entrepierna…

Después de estar así, durante un buen rato…

Se incorporó para coger su pañuelo, que estaba colgando de la barandilla de la cama y vendarle los ojos al coronel.

Este detalle le gustó a Sarasola, que se colocó boca abajo, dispuesto a gozar de las caricias del Duque, sin oponer la más mínima resistencia…

Duque, excitadísimo, vio este gesto como una invitación para que gozara de él, sin reparo alguno; y se le echó encima para morderle en el cuello salvajemente, y también, para sentir sus fuertes músculos pegados a su cuerpo; y la raja de ese culo, para que su rabo pudiera estallar de gusto, en cualquier momento…

Poco a poco, fue deslizándose hacia abajo; sin poder evitar los mordisquitos, y sin poder evitar saborear su piel tostada; hasta encontrarse, cara a cara, con ese culo, cargado de pelos rubios, en el que estaba dispuesto a hundir su lengua cuanto pudiera, y recorrer la totalidad de la longitud de su raja, cálida y sabrosa; para abandonarse, por completo, a la lujuria más desenfrenada.

Pero, desde el ventanal, Etienne, miraba impaciente, esperando la convenida señal, que ya tardaba. Y empezó a abandonar su escondite, para empezar a acercarse con cautela.

Cuando el Duque le vio junto a la cama, le animó a ocupar su lugar; y seguir con lo que él tenía entre manos; creyendo que el coronel no se daría cuenta del cambio.

Pero, Sarasola, que era un verdadero experto en esas lides, lo notó enseguida.

Permitió que los dos hombres se lo repartieran, fingiendo ser uno solo; y simuló no darse cuenta del juego.

Etienne, le pasaba la lengua entre las piernas, y recorría cada palmo de su piel; saboreándola, mientras el Duque terminaba de desnudarse…

Y con determinación, le metió la mano entre las piernas, para agarrarle el rabo, y obligarle a subir el culo…

… y abriéndole las nalgas, se acercó para lamerle el ojete.

Sarasola, sintió la humedad de su legua, y el placer que le proporcionaba, y exclamó:

– ¿Que me hacéis, excelencia?

Pero el Duque no contestó…

Llamó la atención de su secretario; y volvió a ocupar su lugar…

Luego se tumbó otra vez sobre él… y acercándose al oído

– ¿Te gusta?, ¡mon cheri!

El coronel, solo se movió para suspirar; y siguió tendido boca abajo.

Pero el secretario, no podía contener sus impulsos.

Y mientras el Duque, le chupaba las orejas y le daba mordisquitos en el cuello, el coronel sintió unas manos en el culo, hurgándole en el ojete

– ¡Su excelencia!, ¿podéis creerme, si os digo, que he sentido unas manos acariciándome el culo?…

El duque, dejó lo que estaba haciendo; y permaneció en silencio…

Miró al secretario y Etienne, dejó de tocarle, en ese mismo instante…

– Os aseguro, que nada me gustaría más que poder disfrutar de un “ménage à trois”…

… ¿y a vos?

Al Duque se le iluminó la cara, y dijo:

– Me encantagía, ¡monsieur!…

… y segugo que a Etienne, mi secgetario, tampoco le impogtagía.

Con esas palabras, el coronel había dejado claro que aceptaba de buen grado pasar la tarde follando con los dos.

El coronel, se dio la vuelta, y el Duque bajó hasta las ingles para continuar con el juego.

Y, Etienne, que se había prendado de él, se tumbó a su lado para acariciarle el pecho y gozar de sus labios.

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