-No quiero saber nada de ti. Aléjate de mí. No quiero volver a verte.
Amelia, una compañera de colegio, me dijo esto en el recreo cuando yo tenía 10 años.
A partir de ese momento, mi éxito con las mujeres dejó de existir. Bueno, en realidad, es que nunca llegó a existir.
Cuando unos años después, empecé el instituto, me obsesioné con dos chicas de mi clase. Parecía que me había olvidado por completo de mi mala experiencia con Amelia.
Yo intentaba tontear con las dos, pero ellas pasaban de mí. Recuerdo que, un día en clase, el profesor tuvo que llamarme la atención, porque esta distraído mirando a una de ellas. Lourdes se llamaba.
Era morena, de pelo largo y ojos marrones. Estaba embelesado mirándola, cuando el profesor, Don Roberto, se levantó y me dio una colleja.
-Martinez, espabile. Me dijo.
Yo le miré asustado y no volví a levantar la vista del cuaderno en todo lo que quedó de clase.
A la semana siguiente, volví al ataque con Natalia, otra de mis compañeras, pero nada. Así que decidí olvidarme de las mujeres, hasta que en el último año apareció Lorena.
Lorena se había cambiado de instituto, en el último año, al nuestro y nada más verla, me dejó atontado. Rubia, con ojos azules y unas curvas que ya se adivinaban bajo su uniforme de instituto.
Recuerdo que en clase de gimnasia era un negado. No se me daba bien para nada y siempre que teníamos clase, estaba deseando que se acabase.
Los chicos y las chicas teníamos horas diferentes para las clases de gimnasia. Una semana primero hacíamos nosotros gimnasia y luego ellas, y a la semana siguiente al revés.
Faltaba un mes para terminar las clases, y por lo tanto el instituto, cuando cometí la estupidez más grande de mi vida.
Las chicas estaban terminando su clase de gimnasia, cuando yo, obsesionado por Lorena, decidí meterme en el vestuario femenino, ¿en que estaría pensando yo? Me encerré en su armarito-taquilla (ponía Lorena en la puerta) y esperé a que entrara a cambiarse.
Lorena se dirigió a su taquilla, parecía que estaba sola. No entendía porqué, porque todas las chicas habían tenido clase de gimnasia, pero solo ella entró al vestuario y se puso frente a mí.
La taquilla tenía unas rendijas y por ahí podía verla. Miraba su cara tan bonita y estaba como tonto, cuando ella se quitó la camiseta y se quedó en sujetador delante de mí sin saber que yo estaba justo enfrente de ella.
Se quitó el sujetador y lo dejó caer. La visión de sus tetas adolescentes hizo que mi polla se pusiera dura al instante, y no se me ocurrió otra cosa que sacarla de mis calzoncillos y empezar a meneármela.
Ella hizo un gesto que me hizo suponer que acaba de quitarse las bragas para irse a la ducha. Y como un pervertido, aceleré el ritmo de mi paja y gemí como un loco. No podía ver su chocho, pero imaginé sus pelos rubios y embelesado como estaba, no me di cuenta de que en ese momento ella me oyó y abrió la taquilla.
Se quedó mirando mi polla y encima en ese instante me corrí. Mi semen saltó a su tripa desnuda.
Lorena me miro a mí y a su tripa alternativamente y salió corriendo. Yo me quedé como un tonto con la polla fuera, goteando algo de semen, y terminé sentado de culo en el suelo.
Ahora vendría el profesor, pensé. Luego me llevarían al despacho del director y me expulsarían, con lo que no podría terminar el instituto ese año. Y quien sabe si podría terminarlo o no.
La había cagado a base de bien.
Pasaron como treinta minutos y nadie acudió al vestuario. Me levanté, me limpié el semen que quedaba y me recompuse la ropa y salí de allí.
El mes que quedaba de curso transcurrió tranquilo. Lorena no se chivó, aunque eso sí, ni me volvió a mirar. Aun así, aprobé todo en junio.
Entonces tomé una decisión, me olvidaría por completo de las mujeres. Amelia y Lorena habían sido la señal.
Aprobé la selectividad con nota alta y me decidí por estudiar ingeniería robótica. Siempre me habían fascinado las películas de ciencia ficción y quería aprender esta ciencia.
El primer día en la universidad conocí a mi compañero de cuarto, José Luis, un tío muy majo, que me cayó bien enseguida. Me enseñó nuestro cuarto y después de colocar mis cosas, nos fuimos a la cafetería de la universidad a tomar algo.
La cafetería estaba llena de gente. Chicos y chicas en su primer día fuera del nido, como decía yo. Se acabaron los días de estar con papá y mamá y nos tocaba volar fuera del nido. Ahora éramos adultos.
Estábamos los dos en una mesa sentados y pude ver como un grupo de chicas que estaban juntas en la barra, no le quitaban los ojos de encima a José Luis.
Hace años me hubiera dado envidia de él, pero ahora mismo pasaba de las mujeres. Para mi eran como los extraterrestres, si es que estos existían.
Una semana después, volvía de clase, cuando entrando en nuestro cuarto, pillé a José Luis follando con una de las chicas que habían estado mirándole el primer día en la cafetería.
La chica estaba sobre él y sus tetas botaban arriba y abajo. José Luis la cogía de las caderas y al principio no se dieron cuenta de que acababa de entrar.
La chica empezó a correrse porque se puso a gemir con una loca y ese momento José Luis giró la cabeza y me vio.
Me hizo el gesto de que me callara y siguió follándosela. Ella seguía como en éxtasis con la cabeza echada hacia atrás y no se dio cuenta de que estaba allí.
Cuando José Luis se corrió también, me largué del cuarto.
Pese a que pasaba de las mujeres, me seguían gustando y el hecho de ver aquella chica desnuda me puso cachondo. No podía volver a mi cuarto hasta dentro de un rato, por lo que me metí en uno de los baños comunes del campus y allí me la meneé.
Mientras estaba con ello, me vino a la cabeza la paja de aquella vez, en el vestuario de las chicas con Lorena.
Esta vez mi semen saltó al váter y no a su tripa (no había nadie allí, evidentemente, solo en mi cabeza), por lo que me corrí a gusto y me olvidé de ella.
Más tarde volví al cuarto, pero no le conté nada a José Luis de lo que había visto.
Transcurrieron cinco años y terminé la carrera. Encontré un buen trabajo y ganaba mucho dinero. Las mujeres dejaron de tener importancia para mí.
Pero como hombre que soy, tenía mis necesidades sexuales. Me masturbaba con frecuencia, pero nunca tuve novia y tampoco me fui de putas.
Una noche sonó el teléfono.
-Sí, ¿diga?
-¿El Sr. Martinez?
-Sí, soy yo.
-Le llamo de Robotical Industries. Hemos estado siguiendo su trabajo y nos parece fascinante. Nos gustaría contratarle por una buena suma.
-¿Una buena suma?
-Queremos que trabaje para nosotros. Disponibilidad total. Y tendrá su propia casa.
-¿De cuánto estamos hablando?
-De ocho ceros. Un contrato por dos años y al tercer año tendrá nueve ceros.
Me quedé sin habla. Es verdad que ganaba mucho dinero, pero ocho ceros era demasiado.
-¿Podría venir mañana? ¿Sigue ahí?
-Ah, sí, contesté con un hilo de voz. Mañana estaré ahí.
Quedamos a las 9 de la mañana y me dio la dirección. Cuando colgué seguía sin voz.
Al día siguiente fui a la dirección que me había dado. Ni siquiera me despedí en mi otro trabajo.
Firmé el contrato. El hombre con el que había hablado, me indicó que cuando estuviera disponible, les avisara y me llevarían a mi nueva casa.
En un par de horas había recogido todas mis cosas y devuelto la llave de mi apartamento a mi casera.
Estaba en la calle despidiéndome de ella, cuando una limusina apareció por la esquina y aparcó junto a nosotros.
Mi ex-casera se quedó con la boca abierta.
El conductor se bajó y abriendo el maletero, me ayudó a guardar todas mis cosas.
Yo subí a la limusina y una mujer de unos 30 años trajeada, que estaba sentada atrás, me entregó una carpeta de tapa naranja.
-Soy Raquel, de Robotical Industries. Bienvenido a la familia.
-Gracias.
-Aquí tiene la descripción de su primer trabajo. Y la copia de su contrato y todas las indicaciones de su nuevo domicilio. Una casa domótica con todos los últimos adelantos.
Le eché un vistazo por encima a todo. La mujer me sonreía. Me fijé en que llevaba un buen escote. Tenía un buen par de tetas.
-El viaje será largo, me dijo. Espero poder ayudarle a relajarse. Pulsó un botón y subió el cristal que separaba al conductor de nosotros. Se abrió la chaqueta y me empujó la cabeza contra sus pechos. Yo no tenía ni idea de chuparle las tetas a una mujer, pero ella se dejó hacer y se las comí como pude.
Más tarde, ella me bajó el pantalón y sacó mi polla de los calzoncillos y empezó a chupármela.
Cuando estuve empalmado, sacó un preservativo del reposabrazos y me lo puso. Se quitó la falda y las bragas y se puso encima de mí y se la metió. Iba a ser mi primera vez con una mujer.
Se soltó el pelo que llevaba recogido y así empezó a cabalgarme.
Follamos bastante tiempo, bueno en realidad fue ella la que me folló a mí, parecía saber que nunca me hubiera acostado con una mujer.
Para ser mi primera vez, duré bastante. Raquel se salió de mi cuando me corrí. Parecía que ella no se había enterado de nada, porque no gimió ni nada. No sé si corrió o que.
Me quitó el condón y lo echó a una bolsa pequeña que llevaba también en el reposabrazos. Sacó un papel y limpió mi pene. Yo me quedé mirándola mientras lo hacía.
-Espero haberle ayudado a relajarse.
-No tenía que haber hecho nada de esto… No sabía que decirle.
-Es mi deber ayudar a los nuevos empleados.
Con eso supuse que se acostaba con todos los nuevos trabajadores.
Tardamos una media hora más en llegar. No le dije nada más en todo el tiempo que quedó de viaje.
Cuando llegamos a mi nuevo domicilio, estábamos en un bosque. Raquel se había vestido hacía rato y se había vuelto a recoger el pelo.
Bajamos y el chofer sacó todas mis cosas. Raquel me dio dos castos besos y se despidió de mí. Parecía mentira que después haberme follado se despidiera así.
El me llevó todas mis cosas a la entrada de la casa y me dio la mano y se despidió también.
En la carpeta que me diera Raquel estaba la llave de la casa.
Mientras abría el gran portón exterior, vi como la limusina desaparecía por el camino porque habíamos entrado.
Caminé por un camino de tierra hasta la casa, mientras el portón se cerraba automáticamente detrás de mí.
Llegué a la casa. Era muy grande. Demasiado para mí solo, pensé.
La puerta tenía un lector de iris como en las películas de James Bond. Puse mi ojo sobre él y la puerta se abrió. Metí mis cosas y me instalé.
Las siguientes dos semanas estuve trabajando en el proyecto que me habían encargado.
Una noche viendo la tv, tenía canales de todo tipo, pero decidí inclinarme por el porno, tuve una idea. Crearía a mi propia mujer. Una mujer-robot.
Tenía muchas ideas para mi mujer. Primero su imagen, como sería físicamente. Me gustaban con un buen par de tetas, tipo Jessica Chastain, con buenas piernas y buenas caderas, y por supuesto un buen culo. Que me complaciera en todo.
Por supuesto yo seguiría con mi trabajo actual y a la vez crearía a mi mujer perfecta.
Los días transcurrieron rápido y cuando terminaba mi parte del proyecto, me ponía a trabajar en mi mujer.
Tenía ya construida su cabeza y su torso y había decidido que fuera igual que Lorena, aquella chica del instituto que tan de cabeza me había traído hacía años.
Esa noche había terminado de cenar y estaba viendo porno como casi siempre. En la pantalla la chica le estaba haciendo una felación a su compañero, cuando tuve una idea.
Encendí a Lorena, no sabía si tendría ese nombre finalmente, y me habló.
-Hola, soy el sistema cibernético Lorena, ¿en qué puedo ayudarte?
-Hola Lorena, me gustaría que…
Vaya hombre, pensé, no la he programado aun para esto.
Tecleé unas variables en su programa y en unos momentos estaba lista.
Iba a hacerme una mamada una mujer cibernética.
La había diseñado perfectamente en todo. Era una mujer completa, aunque solo de torso, claro. Más adelante la completaría.
-Una felación solicitada. Por supuesto.
Ella se agachó y empezó a chupar mi pene como en su momento lo hizo Raquel, la secretaria de Robotical Industries.
Su boca subía y bajaba sobre mi polla, que se iba haciendo más grande cada vez. Ensalivaba mi rabo como una experta y pese a lo poco que sabía de sexo, era consciente de que estaba chupándomela como si fuera una actriz porno.
Yo echaba la cabeza hacia atrás, mientras me moría de placer. Estaba a punto de correrme y como Lorena no era mujer real, no me importaba acabar en su boca.
-¿Te gusta así? Me dijo ella.
-Sí, sí, no te pares. Sigue, sigue.
Di un respingo y me corrí en su boca. Chorros de semen la inundaron y después de unos espasmos me tranquilicé.
Ahora tenía que terminar de completarla.
Al día siguiente me levanté temprano. Preparé el desayuno y miré mis correos. No tenía nada interesante.
Estaba recogiendo la mesa cuando sonó el teléfono. Contesté y era Raquel. Me dijo que vendría hoy porque su empresa la enviaba a revisar mi trabajo.
Qué raro, pensé. Si les envío todo mi trabajo por e-mail. Ellos ya se encargan de revisarlo todo.
No tardaría en darme cuenta de que porque venía a verme en realidad.
Abrí la puerta cuando sonó el timbre y allí estaba Raquel vestida con un traje de chaqueta de color violeta oscuro. Llevaba su pelo recogido como la vez en que nos conocimos. Era preciosa.
Cerró la puerta con el pie y me empujo hacía dentro.
Nos besamos apasionadamente y acabamos en mi habitación.
Me tumbó en la cama y me quitó la ropa violentamente. Ella se desnudó también y se soltó el pelo como aquella vez.
-¿Tienes lubricante? Me preguntó.
-Tengo gel hidratante en el baño.
-Servirá.
Volvió del baño con el gel y me lo echó por encima. Se tumbó encima de mí y acabamos los dos pringosos de gel.
Entonces se levantó y me hizo una mamada riquísima. Subía y bajaba su boca como aquella vez en la limusina.
Cuando mi pene estaba medio erecto, se puso encima de mí y colocó mi pene entre sus labios.
Comenzó a frotarse contra el sin metérsela. Era maravilloso sentir como me masturbaba con sus labios sin penetración.
Ella se mordía los labios porque estaba disfrutando como una loca. Después de un buen rato así, en el que creo que tuvo al menos un orgasmo, cogió mi pene y se lo metió dentro de su vagina sin preservativo.
-¿Vamos a hacerlo a pelo? No me dio tiempo a decirle ni eso, porque entonces empezó a cabalgarme como una loca.
Subía y bajaba presa de un éxtasis infinito y en pocos minutos me corrí dentro de ella sin condón ni nada.
Después de eso, aproveché que ya sabía algo más de sexo y cogiéndola, la puse a cuatro patas y me fui yo el que me la follé apoyada al cabecero de la cama.
La di varias embestidas fuertes y al poco rato volví a correrme dentro de ella.
Me quedé así, dentro de ella, mientras mi pene perdía su erección y terminaba de gotear el semen que me quedaba.
Se fue a la ducha y se vistió y se fue. No nos despedimos ni nada.
Esa noche programé a Lorena para que fuera tan viciosa como Raquel.
Continuará…