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Yago (III): El cabo Gabriel
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Salazar, enaltecido por lo que decía el Marqués, volvió a chupársela mientras le pegaba fuertes meneos. Y el Marqués volvió a la carga, para empezar a turnarse con él; transformando, el tan deseado placer, en una vigorosa competición que duró hasta el amanecer.

Luego, decidieron llevárselo a la cama; con la intención de dormir hasta el mediodía. El ayuda de cámara tenía instrucciones al respecto.

Pero, cuando le tumbaron, boca abajo, sobre la pureza del blanco de esas sábanas con olor a espliego… el Marqués, no pudo evitar meter la cabeza entre sus piernas, y separándoselas, empezar a jugar con su lengua alrededor del ojete.

Sin embargo, el capitán no podía olvidarse del Tribunal Militar de Justicia; que abría sesión a las cuatro y media. No podía olvidarse de eso.

Por eso, declinó seguir dando rienda suelta al placer de seguir disfrutando del muchacho, y animó al Sr. Marqués a terminar con lo que estaban haciendo.

– Dejémoslo ya, Sr. Marqués. Necesitamos dormir, un poco, ¿no le parece?

El Marques aceptó su consejo; y permitió que Yago durmiera en su cama…

Pero, pasados unos minutos; en los que se quedaron dormidos profundamente, el capitán se despertó con gran sobresalto…

Como hombre responsable de la guarnición, tuvo que hacer un gran esfuerzo, para vestirse y salir de la habitación del Marqués.

Bajó hasta a su habitación, y una vez allí, quiso que Pedro le ayudara con su aseo personal.

Yago, dormía en la cama, completamente desnudo, boca abajo; y muy pegado al Marqués, que le había echado la pierna encima, para sentir sus glúteos.

Pero, el cabo Gabriel, harto de los ronquidos del Sr. Duque; y después de una noche, en la que tuvo que hacer de todo para satisfacer sus morbosos juegos, decidió irse a dormir a la habitación del Marqués; al que imaginaba solo y aburrido… o mejor, durmiendo plácidamente en su gran cama.

Sin embargo, al entrar en sus aposentos, encontró una escena que le paralizó. Ese macho presentaba signos evidentes de haber sido utilizado sexualmente.

– Se lo han estado follando, pensó Gabriel… que, enseguida sintió simpatía por él.

Se acercó a la cama con mucho sigilo, y como vio que el Marqués dormía profundamente, la rodeó… y se sentó junto a la víctima.

Con sumo cuidado, y mucha habilidad, consiguió que el Marqués, entre sueños, se diera la vuelta… y entonces, acercó su cabeza a Yago, olió y acaricio su espalda, y después de mirar ese culo durante un ratito, observó su respiración y le obligó a girar la cabeza, de modo que pudiera verle la cara cuando se despertara…

Iba a empezar a soplarle en las narices…

Ese aire, con olor a hierbabuena, empezaba a surtir efecto; y queriéndoselo quitar de encima, como si de una mosca se tratase, Yago empezó a dar manotazos, de un lado a otro, de su cara…

y cuando creía que ya la tenía, abrió los ojos; y se encontró con el rostro de un chico joven, mirándole con gesto divertido.

– ¡Shhhh!

Gabriel, le miraba con el índice puesto en sus labios; y abriendo la palma de la mano, le estaba indicando que no hiciera ruido.

Luego, con señales, le pidió que se levantara de la cama con mucho cuidado; para no despertar al Marqués.

Abajo, el carcelero abrió la puerta para despertar a Pedro.

Y con cierta precaución, se acercó al muchacho y le zarandeó…

– ¡Despierta, chico!, que ya es de día…

… ¡y el capitán, quiere verte!

Pedro, se despertó; y le miró extrañado.

– ¡Vamos gandul!

Lo sacó de la celda; y subieron las escaleras hasta llegar al cuerpo de guardia…

Allí, se le asignó un acompañante que lo llevaría al acuartelamiento; a ver al capitán.

– ¡Con su permiso, mi capitán!, dijo el soldado que lo acompañaba…

Salazar, ya se había quitado la casaca, y se había sacado la camisa; cuando oyó los golpecitos en la puerta…

– ¡Que pase el chico!…

… y ¡trae un par de cubos de agua caliente!…

… Àh!, y también dile al sargento que venga a verme.

Mientras tanto, Gabriel había sacado a Yago de la habitación del Marqués, aprovechando que en el patio no había nadie; debido a la temprana hora… y, ocultándose tras las múltiples columnas de la arcada, lo llevó por un pasillo hasta un pequeño cuarto que tenía asignado para él. Le pidió que le esperase oculto bajo de la cama… y le advirtió que podría no aparecer en todo el día.

– ¡Por favor!, no hagas ruido ¿vale?… te ayudaré a escapar.

Estaba muy cansado; y no necesitaba demasiadas explicaciones. Para él, el chico era un amigo que estaba dispuesto a ayudarle.

– ¡Oye!, ¡oye!, pero, ¡dime!… ¿quién eres?

– Me llamo Gabriel; y vivo aquí, en el castillo.

Soy cabo de alabarderos… aunque, apenas tengo contacto con la tropa…

… y ¡te prometo, que esta noche intentaré sacarte de aquí!.

Entonces le miró a la cara…

– ¿Estás dispuesto?

– ¡Claro!

– ¡Pues… ahora, tengo que irme!

No creo que nadie te moleste… pero, no hagas ruido ¡eh! Se supone que no estoy en mi cuarto.

Y metido en un barreño bastante grande, de pie, el capitán Salazar disfrutaba de las manos de Pedro; que enjabonaban su cuerpo, y simultáneamente, le daba un masaje muy estimulante.

El joven, que ya estaba acostumbrado a todo tipo de peticiones, estaba haciendo algo que era habitual, para él.

Evitó que el capitán tuviera que ser demasiado explícito; y metiéndole las manos, llenas de jabón, entre las nalgas, le lavó el culo a fondo… y le amasó los huevos… y luego, también le enjabonó la polla… y la disfrutó, hasta que el capitán se corrió.

Todo para su propio deleite. El capitán le gustaba mucho.

Sin embargo, hoy lo notó un poco distante.

– ¿Todo bien, capitán?

El capitán, se sorprendió por la pregunta; Pedro no hablaba nunca.

– ¡Claro!…

… pero, hoy solo dormiremos, Pedro…

… solo quiero tenerte entre mis brazos.

Gabriel, abrió los ojos, cuando oyó al Ayuda de Cámara entrar en la habitación del Marqués, para dirigirse al ventanal y correr los cortinones. La luz lo inundó todo.

Y, justo, en ese momento, apareció el Duque de Choisely, que entró en la habitación hablando francés, atropelladamente, y en un tono bastante desagradable.

El Marqués, abrió los ojos; y al ver al Duque armando tanto alboroto…

– ¡Si’l vous plaît!, Monsieur. ¡Compórtese!

– ¡Excusez moi!, Monsieur le Marquis!, pego es que he estado buscando a Gabgiel por todo el castillo, dugante toda la mañana; y gesulta que al entgag en vuestga habitación, me lo encuentgo metido en vuestga cama…

El Marqués, miró a la derecha, y efectivamente, ahí estaba el cabo.

– ¡Ah! ¡jajaja!… se os ha escapado, ¡eh!, Sr. Duque.

Y en ese momento Gabriel simuló despertarse…

– ¡Ah!, Sr. Duque. ¡Discúlpeme!…

… pero, no podía pegar ojo, con vuestros ronquidos…

Los dos nobles, sorprendidos por sus palabras, se miraron y se echaron a reír; al fin y al cabo, el chico les hacía gracia… y no era fácil encontrar a un muchacho de esas características, para realizar servicios como los suyos.

El cabo, aunque no guapo, tenía sus encantos; y sobretodo, un cuerpo maravilloso.

Parecía estar “hecho para follar”, decían sus amigotes.

Pero, de repente, El Marqués se dio cuenta de algo que le produjo un tremendo sobresalto; y se levantó de la cama azoradamente.

– ¡Mis disculpas, Sr. Duque!… pero necesito unos minutos para vestirme, s’il vous plaît…

– ¡Ah!, ¡excusez moi, monsieur!

Y el Duque salió de la habitación del Marqués, con cierta displicencia.

– ¡Gabriel!, cuando llegaste… ¿no viste a nadie en mi cama?

– ¡No, Sr. Marqués!… ¿por qué lo pregunta?

– ¡Por nada!, ¡por nada! Baja y dile al capitán Salazar que venga a verme inmediatamente.

– ¡Como mande, vuestra excelencia!

Salió de la habitación y bajó al patio de armas.

Miró a su alrededor… y pensó en cómo hacerlo.

Luego, se dirigió al acuartelamiento, y entró con decisión en las dependencias del capitán, y al verlos abrazados y profundamente dormidos, lo tuvo claro.

Con mucho sigilo abrió el armario y…

Una casaca, una camisa, un calzón, unas medias, los zapatos y el bicornio.

Yago y el capitán, estaban a la par, en cuanto a talla, pensó Gabriel.

Lo metió todo en un petate, que casualmente había encima del armario; y salió del cuarto con rapidez.

Al llegar a la puerta, llamó a un soldado de la guardia.

– ¡Soldado!… ¡decidle al capitán, que el Marqués reclama su presencia!…

Y cuando el capitán oyó los golpes en la puerta; y oyó la voz del soldado.

– ¡Pase de una vez, soldado!…

– El Marqués le reclama con urgencia, ¡mi capitán!

Se levantó y despertó a Pedro…

– ¡Regresad al calabozo!

Se vistió rápidamente, mientras pensaba en lo que podría querer su excelencia; y salió casi a la carrera…

– ¡El prisionero, ha desaparecido, capitán!…

…¡ha desaparecido!…

Salazar, miró por todos lados, e incluso entró en la salita roja.

– ¿Cómo ha sido, Sr. Marqués?

El Marqués, estaba rojo de ira y todo lo que dijo fue:

Que lo busquen en todo el castillo… pero, ¡ya sabéis!… que nadie se dé cuenta.

La noticia entre los miembros del Tribunal Militar de Justicia, cayó como un jarro de agua fría.

Y, por supuesto, hubo que suspender el juicio… pero, todavía había asuntos que atender.

Al mediodía, se recibió una solicitud de audiencia con el Marqués; que fue aceptada.

Y el Marqués tuvo que bajar a la sala de recepciones.

Un hombretón de aspecto refinado, pero también un curtido guerrero, entró en el salón.

– ¡Es, Maese Sancho!, ¡excelencia! Del Caserío de Valle Chico…

– ¿Y, bien?…

Reclama a su sobrino Yago, y a sus dos criados, dijo el Chambelán.

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