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Una sumisa en el camino de Santiago
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Hace unas semanas mi amo me pidió que me reservara una semana de mis vacaciones para estar juntos. En un principio dudé. Nuestras relaciones de amo y esclava se limitaban a pasar unos buenos ratitos en habitaciones alquiladas, después cada uno a su casa.

Poco a poco fui haciendome a la idea de dejar una semanita a mi familia y pasarla con mi amo. En cuanto se lo comenté vi en su rostro señales de alegría. Aquel día le hice muy feliz y no me echó cera caliente en los pezones cuando llevaba las pinzas.

La excusa para pasar fuera diez días fue un curso de inglés que subvencionaba mi empresa. No podemos decir no al inglés y mucho menos a la disciplina inglesa (chiste fácil, lo siento)

En nuestra siguiente cita mi amo me comunicó dónde iríamos de vacaciones, yo pensaba que sería un lugar de la costa o como mucho las Baleares, pero no, mi sorpresa fue mayúscula cuando me comunicó que haríamos un tramo del Camino de Santiago

-Mira sumisa, no abras la boca si no es para chuparme la polla- empezó mi amo, con un tono de voz que no admitía réplica alguna- haremos el camino, no te quejarás, cargarás con tu equipaje y este esfuerzo fortalecerá tu disciplina, para mi será más placentero y tu llegarás a unos niveles más altos de sumisión.

Con la mirada supliqué permiso para hablar. Unos ligeros cachetes me indicaron que primero tenía que chupar.

Empecé a pasar la lengua por sus huevos, le encanta y se muestra más clemente, luego le chupé la polla de arriba a abajo, de abajo arriba, demostrando mi habilidad parar tragarme su polla entera. Me sacudió violentamente la cabeza, y se corrió en mi boca. Le limpié con la lengua, como tenía por costumbre y entendí que tenía su permiso para hablar.

– Amo empecé- aun de rodillas y con las manos atadas- se me hará muy difícil hacer el camino con usted, caminar todo el día y cumplir como a usted le gusta.

– Por qué putita?- replico mi amo- te gusta pasarlo mal, te gusta que use tu magnifico culo, el caminar será un ejercicio estupendo.

– Después de caminar no podré servirle amo- contesté a la desesperada.

– Sí que lo harás putita- contesté- porque si no ya sabes lo que te espera. Pasaremos por bosques de abedules y avellanos y siempre podrás elegir la vara con la que deseas ser azotada por la noche. Te recuerdo que eres mi esclava y estás siendo insolente.

Sabía que había sido insolente, sabía lo que me merecía y esperé lo que vendría a continuación.

Empezó a golpearme las nalgas con la mano, de momento no había usado el temido cinturón, yo no me movía y procuraba no lanzar gemido alguno. Empezó a tirarme de los pezones y a comprobar si estaba caliente.

Muy a pesar mío estaba húmeda. Nunca entenderé porque me ponen los azotes y que me tiren de los pezones pero no lo puedo evitar. Después empezó a golpear suavemente mi coño completamente abierto.

No puede aguantar más y empecé a suplicar que me dejara chuparle otra vez o que por favor me follara con lo que fuera un nabo, un pepino, una zanahoria…

Me soltó y empecé a lamerle con una zanahoria metida en el culo. Empecé por los pies, seguí rápidamente al interior de los muslos hasta sus huevos, le encanta que me ponga un huevo en la boca, y después el otro, continué por su culo para finalmente acabar con un homenaje a su gran polla.

Acabamos la sesión.

Iba a ir al camino con mi amo

Pero a efectos prácticos debíamos cambiar alguna de las normas que regían nuestros encuentros.

En primer lugar y sintiéndolo mucho, la norma de ir sin bragas siempre que mi amo estuviera presente no la podía cumplir. Andar unos veinte kilómetros diarios sin bragas produce un gran escozor, llagas y otras lesiones que imposibilitan cualquier cosa que se quiera hacer después.

La segunda norma consistía en que las ataduras siempre las llevaba yo. En este viaje no podría usar ni esposas ni correajes con candados para atarme puesto que añadirían mucho peso. Decidí que con unos cuantos metros de cinta de seda ya nos arreglaríamos.

La tercera norma es el uso del collar. Cada vez que me encuentro con mi amo me pongo un collar de perro. Soy un poco presumida y tengo de varios colores para que combine con la vestimenta, en todos ellos pone o puta, o sumisa, o cualquier nombre con el que mi amo se digne a nombrarme. Para ir por la calle me tapo el collar con un foulard. En el camino no podía ser, hace mucho calor y no se pueden llevar pañuelos.

Finalmente me decidí por un sencillo collar negro con las letras de puta chapadas en oro. Me lo podía poner al revés y mi amo accedió a que podía llevar escondida la correa del collar debajo de mi camiseta.

Otra de las normas es que mi amo tiene todo el derecho a exhibirme si a él le complace. Esta cláusula en una gran ciudad no es demasiado humillante porque siempre estás rodeada de desconocidos.

Lo bueno que tiene el camino es que se hacen muchas amistades pero que caminas con las mismas personas, los mismos días y más o menos el mismo número de kilómetros.

A mi amo le encanta que le dé el tanga húmedo en el metro o que enseñe las tetas al camarero que nos sirve en el restaurante, normalmente son personas anónimas, pero claro rodeada de conocidos es distinto. Finalmente decidimos que me exhibiría sólo ante una persona por día.

Finalmente la norma de la vestimenta también la suavizamos. Para andar durante el día siempre que llevara el collar, podía vestir lo que me pareciera más adecuado. Por la tarde, una vez limpia y perfectamente depilada debía ponerme el vestido negro de tirantes sin nada más.

El tema del calzado fue más duro de negociar. Mi amo quiere que vaya con zapatos de talón siempre que esté con él. Entiendo que es mi amo y tiene toda la razón pero no se puede andar con talones de diez centímetros por caminos de pueblo.

– Muy bien putita- contestó- no quieres llevar zapatos de puta, pero sabes que eres una puta.

-Sí amo soy una puta pero no puedo romperme los tobillos y seguir caminando- replique.

Entiendo pero para no llevar talones debes pagar una prenda, y ahora mismo sabes que mereces diez azotes por replicar. Rápidamente me cogió la pierna para escribir en la suela de mi zapato diez azotes.

Decidí no ser más insolente, fui rápidamente al lavabo del bar. Me desnudé y me pinté en las tetas diez azotes. Me hice una foto y se la mandé. A continuación con el cepillo que siempre llevo en el bolso me pegué diez veces por la parte de las púas (de esta manera el culo queda más rojo) y le envié otra foto de mi culo enrojecido.

Cuando llegué a la mesa que compartíamos estaba más calmado. Me recordó que no debía borrarme el castigo escrito en las tetas hasta el día siguiente. Ya lo sabía y me limité a bajar la mirada.

Al final llegamos a un acuerdo y me permitió usar unas sencillas chanclas de goma por la tarde siempre y cuando mi manicura estuviera impecable.

– De todos modos putita- me dijo mi amo- a la próxima insolencia vas a chupar la polla de quien yo te diga, cuando te diga y donde te diga.

– Si amo – repliqué con un ligero temblor de excitación.

Le besé los zapatos y nos despedimos.

Empezaríamos el viaje el próximo jueves.

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