Relato inspirado en la fantasía de una lectora. Espero que le guste.
Paula estaba de los nervios. Cargada con su mochila en el aeropuerto de Barcelona no paraba de llamar a su novio Fran para obtener cada vez el mismo resultado: apagado o fuera de cobertura. En media hora se cerraba el embarque del avión a Mallorca y él sin dar señales de vida. Finalmente decidió facturar la maleta y pasar el control de seguridad. Quizás se había quedado sin batería y la estaba esperando en la puerta de embarque. Vaya comienzo para su regalo de cumpleaños. El fin de semana romántico en Mallorca empezaba con incertidumbres. Le había sorprendido el regalo que le hacía su novio, un fin de semana en casa de sus amigos mallorquines (alojamiento gratis, no estaba la economía para permitirse grandes lujos) pero le hacía mucha ilusión. Podrían pasear por la isla, salir de marcha con los amigos y follar tranquilamente. En Barcelona también lo hacían, follar, pero siempre era en casa de sus padres o de los de él, polvos semiclandestinos, consentidos por unos padres liberales aunque existía una regla tácita de camuflarlos como recatadas visitas para ver juntos una serie u oír música en la habitación. A sus 19 años, Paula consideraba que ya era lo suficientemente adulta como para poder follar cuando le viniera en gana y sin disimular y eso realmente es lo que más ilusión le hacía ese fin de semana.
Ya facturada la maleta y pasado el control de seguridad, de camino a la puerta de embarque, le sonó el móvil. El novio finalmente daba señales de vida: malas noticias, le acababan de hacer un test y había dado positivo en covid, no podía viajar y tenía que aislarse. El novio le dijo que fuera igualmente a Mallorca, que sus amigos mallorquines la esperaban y cuidarían de ella. De todas formas con él no podrían verse hasta pasada una semana. Paula estaba a punto de ponerse a llorar, su finde romántico acababa de irse al traste. Ya llegaba a la puerta de embarque y se estaba planteando anular el viaje cuando se sorprendió al ver en la cola a Félix. Félix era el socio de su padre desde que Paula era una niña. Para ella era como un tío, el tío Félix le llamaba de niña, aunque desde la adolescencia decidió tutearle. El cambio se debió a que había dejado de verlo como a un segundo padre, menos severo y más divertido que el oficial. Lo encontraba tremendamente atractivo. Era de aquellos hombres que con la edad mejoraban. A sus casi 50 años se conservaba en excelente estado físico y sus canas incluso le añadían atractivo. Entre las fantasías eróticas de Paula, Félix había ocupado un lugar destacado desde que las hormonas habían empezado a transformar su cuerpo y su mente.
– ¡Félix! ¡Qué casualidad, tú por aquí!
– ¡Paula! Pues sí que es una sorpresa. ¿También vas a Mallorca? – respondió Félix mientras se besaban las mejillas
– Pues sí, era el regalo de cumple de Fran, pero me acaba de llamar y no puede venir, ha dado positivo en covid. No sé qué hacer, iba a preguntar si puedo anular el viaje.
– Vaya día, a mí me ocurre algo parecido. El lunes tengo una reunión de trabajo en Palma y había quedado con Montse que pasaríamos juntos el finde en aquel hotel de la costa norte donde estuvimos las dos familias hace un montón de años, no sé si te acuerdas…
– Siiii! Recuerdo la piscina y lo bien que nos lo pasamos.
– Bueno, ahora ya no es un hotel familiar, lo han arreglado y es un hotel de cinco estrellas solo para adultos, una pequeña joya… .pero al final Montse tampoco ha podido venir, ha tenido que irse a cuidar a su madre que se rompió la cadera. Oye, por qué no te vienes y pasamos el día juntos…
– Emmm, bueno, vale. El plan con Fran era pasar el día de paseo por la isla y quedar con sus amigos por la tarde, o sea que tengo el día libre. Me encantará ver de nuevo el hotel.
De repente el panorama del fin de semana volvía a dar un vuelco. Paula se había sobresaltado al ver a Félix, al recordar lo ocurrido el fin de semana anterior. Su madre se había empeñado en organizar una fiesta de cumpleaños familiar para Paula, en la que como era habitual en estos casos, Felix, su mujer Montse y su hija estaban invitados. La fiesta se había prolongado hasta la noche y los jóvenes se habían puesto a bailar. Paula, con unas cuantas copas de cava de más, se dio cuenta de que Félix, cómodamente sentado en un sillón, la contemplaba. Y notó que ya no la miraba como a la niña risueña y alegre que había sido en su infancia. Adivinó un cierto brillo de lujuria en la mirada del atractivo maduro. Y eso la incitó a provocarlo. Sus meneos pasaron a ser sensuales y provocativos, tal como le gustaba bailar ante su novio cuando “oían música” solos en su habitación. En esas ocasiones el baile acababa en striptease para gran alegría de su novio, exhibiendo su precioso cuerpo, delgado pero voluptuoso y aunque en la fiesta conservó su ropa, los gestos y meneos de Paula resultaron igual de sugestivos para Félix. Ahora se avergonzaba al recordar el descaro con el que le había provocado, aunque nadie más en la fiesta se percatara. Y sin embargo, desde ese día había vuelto a sus fantasías de la adolescencia, en las que se imaginaba follando con él. Intentó alejar de su cabeza esas imágenes indecentes que no encajaban en absoluto con la imagen que todos tenían de ella, una encantadora chica, buena estudiante, algo ingenua y que no había roto nunca un plato. Félix por su parte, estuvo encantado de que Paula aceptara pasar el día con él. Siempre sería más entretenido pasarlo con ella que solo y aburrido en el paraíso. También recordó el baile de Paula el día de su cumpleaños. Tenía sobrada experiencia para darse cuenta de cuando una mujer está en celo y se le insinúa. El conflicto moral era evidente. Cómo iba a tener una relación con la hija de su socio, treinta años más joven que él. Y sin embargo, se decía a sí mismo, ella ya es mayor de edad y libre de hacer lo que le venga en gana.
Ya en el aeropuerto de Palma, Félix recogió el coche que había alquilado y los dos fueron al hotelito de la costa norte. Después de enfilar en la sinuosa carretera que discurre por las montañas de la sierra de Tramuntana, llegaron al hotelito perdido entre los acantilados. Los recibieron con una copa de champagne en la terraza del hotel junto a la piscina, con vistas a la costa. Las vistas eran preciosas, un sin fin de calas y acantilados al borde del mar, sin apenas edificaciones, nada que ver con la idea preconcebida de la Mallorca turística saturada de hoteles. A pesar de que estaban a mediados de febrero, el sol lucía radiante y apenas soplaba una ligera brisa. El mar estaba sorprendentemente calmado y transparente. Brindaron de nuevo por el cumple de Paula y por el fin de semana. Ella estaba encantada con aquella situación, era como hacer real una de sus fantasías. Se sentía como la joven amante del apuesto maduro que la acompañaba. De hecho, el personal del hotel los trataba como a una pareja. No parecían extrañados por la diferencia de edad, ya que era habitual en el hotel este tipo de parejas. Hablando de sus ilusiones y sus proyectos se hizo la hora de comida, que Félix pidió que les sirvieran en la misma terraza. Le encantaba cómo la miraba Félix. Se sentía desnudada por su mirada intensa, se notaba deseada y eso hacía que su excitación fuera en aumento. Hacía rato que su vientre vibraba de deseo y que notaba mojada su vagina. La atracción que Paula ejercía sobre Félix era del mismo calibre. No podía dejar de admirar la belleza de aquella criatura, frágil y sensual, sus labios carnosos, su larga melena, sus perfectos pechos, todo le atraía en ella y su único deseo en aquel momento era poseerla. Acabada la comida, la atracción mutua era clamorosa, pero ninguno de los dos se atrevía a manifestarla. Fue Paula quien finalmente se decidió a hacer una inocente propuesta:
– Ufff, estoy agotada, hoy me he levantado muy temprano para coger el avión. Y después del champagne y el vino de la comida, me echaría un rato a tomar la siesta. – dijo Paula con la más inocente de las sonrisas.
– Vamos a mi habitación si quieres y descansas ahí. – respondió Félix tratando de disimular sus emociones
– Bueno, vale. – dijo cándidamente Paula
La habitación tenía un balcón con vistas al mar. Por la ventana entraba la hermosa luz de la tarde que iluminó a Paula cuando se tumbó sobre la cama y se hizo la dormida. Félix se tumbó castamente junto a ella para contemplarla. Entonces ella abrió los ojos y se encontró con la mirada de su admirador. Como atraídos por un imán invisible, sus bocas se juntaron y se unieron en un dulce beso que fue ganando en intensidad y pasión. A partir de ese momento, fue Félix quien tomó el mando de la situación. Como amante veterano y experto sabía cómo dirigir con delicadeza pero también con determinación la danza de los cuerpos que buscan darse y recibir placer. Paula se abandonó a las expertas caricias del hombre. Dejó que la desnudara, que sus labios recorrieran el trecho entre su boca y sus pechos. Que acariciara sus tetas endurecidas de deseo y que sorbiera de sus pezones tiesos. Se estremeció de placer cuando notó como esos mismos labios besaban su ombligo y la lengua lamía su vientre hasta alcanzar su pubis depilado. Arqueó la espalda gimiendo de placer cuando Félix separó sus labios vaginales con la punta de la lengua desde el perineo hasta su clítoris ya abombado. Aunque su novio ya le había comido el coño alguna vez, no tenía nada que ver con el placer que le estaba dando ahora Félix. No había ninguna sombra de duda o repugnancia al lamer y sorber de los jugos que el sexo de Paula destilaba en abundancia. Cuando a los estímulos que le prodigaban los labios y la lengua de Félix, éste añadió dos dedos que penetraron el ardiente y encharcado coñito de Paula, ella ya no pudo contenerse más y se corrió.
Félix se deslizó sobre el cuerpo aún vibrante de placer de Paula para besarla y compartir con ella el sabor de su orgasmo. Ella correspondió con pasión al beso, mientras notaba como la verga de Félix se deslizaba lenta y suavemente entre sus labios vaginales y llenaba su vagina aun palpitante de placer. Notó que aquella polla era mucho más gruesa que las que había tenido antes dentro de ella, pero la profusa lubricación de su coño tras el orgasmo ayudó a que la penetración fuera increíblemente placentera. Separó más las piernas para permitir que la polla la penetrara hasta lo más hondo. Al principio, Félix la follaba con suavidad pero con firmeza, haciendo que se estremeciera de placer cada vez que su verga se hundía dentro de ella, manteniéndola dentro por unos instantes en los que Paula perdía la respiración. Luego se retiraba lentamente para volver a penetrarla con ímpetu creciente. La follaba con una cadencia maravillosa, muy diferente al ritmo atropellado con el que lo hacían chicos con los que había estado hasta ahora y que generalmente se corrían mucho antes de que ella pudiera alcanzar el clímax. Si con ellos el acto sexual era un ejercicio compartido en busca del placer mutuo, con Félix se sentía muy diferente. Ella se entregaba a él, se sentía poseída y ese sentimiento hacía que todos los resortes de placer de su cuerpo quedaran a disposición de su amante para que los activara a su voluntad. Y él supo cuándo y cómo tocar, lamer y pellizcar para que ella se retorciera de placer. Sin prisa, sin pausa, estuvieron follando lo que a ella le pareció una maravillosa eternidad comparada con la brevedad de los polvos juveniles, hasta que ambos explotaron de placer al unísono.
Los dos se quedaron tendidos sobre la cama largo rato, desnudos y bañados por el suave sol invernal que entraba por la ventana del balcón. Félix contemplaba maravillado el grácil cuerpo de Paula, acariciaba sus preciosas curvas. Cuando el sol empezó a ocultarse en el horizonte del mar, tuvieron que volver a la realidad. Paula había quedado con los amigos mallorquines de su novio y resultaría sospechoso para todos que no acudiera. Félix la acompañó a la casa de la encantadora pareja que vivía en una casa de campo en un pueblo en el interior de la isla. Paula acabó el día en compañía de los amigos, de vuelta a su realidad cotidiana, jóvenes veinteañeros ilusionados y a la vez temerosos por un futuro incierto, pero sobre todo, con ganas de vivir y experimentar. Cenaron juntos en la casa y luego fueron de marcha a la zona de bares y discotecas de la capital. Y aunque la compañía de sus amigos era entretenida, Paula no podía dejar de rememorar la “siesta” que había compartido con el maduro socio de su padre. Decidió que quería volver a estar con él, aunque sólo fuera un día más. Un whatsapp a Félix bastó para acordar con él que por la mañana pasaría a recogerla. Poniendo su cara de niña buena les dijo a sus amigos que le sabía mal dejar a su tío Félix sólo el domingo y que habían quedado al día siguiente para hacer una excursión por la costa norte.
Aunque se fueron a dormir ya avanzada la madrugada, Paula ya estaba despierta y preparada cuando Félix pasó a recogerla a primera hora de la mañana. En el coche se besaron como si fueran amantes. De vuelta al hotel, Paula se hubiera lanzado a los brazos de su adorado maduro para que la follara de nuevo, pero él prefirió ir despacio y propuso pasear hasta una calita cercana al hotel. Ella recordaba haber estado ahí con su familia y la de Félix. Se trataba de una pequeña playa nudista, poco frecuentada. Recordaba perfectamente la vergüenza que pasó al contemplar a los adultos totalmente desnudos. Ella, una preadolescente en cuyo cuerpo apenas se perfilaban unos incipientes pechos y en su pubis una suave pelusilla, se negó a desnudarse. Fue aquel día que por primera vez sintió una extraña atracción al contemplar el cuerpo desnudo de Félix.
Aquel día de febrero la playita estaba totalmente desierta. El sol volvía a lucir con una intensidad más propia de un día de primavera. El agua totalmente calmada de la pequeña cala era casi transparente. Paula no pudo resistirse a la atracción del mar, se desnudó y se lanzó a las gélidas aguas. Félix, de pie apoyado en una roca, contemplaba admirado la radiante juventud de la chica, que agitaba sus brazos sumergida en el agua invitándole a unirse a ella. Le pareció una diosa cuando salió del agua, su piel mojada brillaba bajo los intensos rayos del sol, su larga cabellera empapada ocultaba parcialmente sus pechos redondos y firmes, los pezones tiesos por el frío abriéndose paso entre dos mechones. Ella se acercó a él consciente de su mirada lujuriosa. Le encantaba causar esa reacción en el atractivo maduro que la contemplaba. Y quería demostrarle que al igual que él le había dado placer oral el día anterior, ella también sabía cómo hacerlo. Aun mojada, la piel de sus pechos erizada por el frío, se abrazó a él y se besaron. Luego se arrodilló y le desabrochó el pantalón para sacar su pene que ya empezaba a crecer. Le miró a los ojos mientras pajeaba suavemente la polla que acabó de endurecerse del todo cuando la rodeó con sus labios. No era la primera vez que Paula mamaba una polla, ya lo había acabado haciendo ante la insistencia de sus novietes, pero esta vez era diferente. Lo hacía porque lo deseaba. Deseaba sentir aquella preciosa y gruesa verga palpitar dentro de su boca, notar como se endurecía con sus chupadas. Ni que decir tiene que consiguió su objetivo. Felix gruñía de placer y acariciaba la cabellera de Paula mientras ella deslizaba sus labios apretados sobre el falo erecto. Cuando él notó que iba a correrse, la apartó suavemente e hizo que se incorporara, se colocó detrás de ella e hizo que se inclinara, apoyada con las manos contra la roca. Felix sujetó su polla endurecida y frotó los labios vaginales con el glande. Comprobó que estaban empapados y no sólo de agua salada. Una vez encajado el glande en la entrada del ardiente coñito, la sujetó de las caderas y la penetró dando un golpe de caderas. Esta vez no la trató con la delicadeza con la que lo había hecho el día anterior. Sus embestidas eran enérgicas y posesivas y los gemidos de placer de Paula confirmaban su total entrega . Nunca la habían follado de una forma tan brutal, sentía que sus piernas flaqueaban de tanto placer que recibía. Cuando ya no pudo contener las oleadas de placer, empezó a correrse descontroladamente. Las embestidas de Félix prolongaron su orgasmo o quizás hizo que varios orgasmos se encadenaran uno tras otro hasta que ambos fundieron su placer y sus flujos que llenaron la palpitante vagina de Paula.
Paula y Félix pasaron el resto del día en el hotel. Por la tarde volvieron a follar apasionadamente en la habitación. Ambos sabían que aquello era una locura que nunca debía haber sucedido, pero era una locura deliciosa. Por la noche Félix la acompañó al aeropuerto para tomar el avión de vuelta a Barcelona. De vuelta con su familia, su novio y sus amigos, a las clases de la universidad. Nadie sospecharía de lo que ese fin de semana había sucedido. Todos dieron por hecho que la angelical Paula se había conformado con acompañar a su “tío” Felix en tediosas excursiones por la sierra de Tramuntana.