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Tocándome por ti, vecino (I)
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Tiempo de lectura: 2 minutos

Salgo de mi ducha a eso de las 5:50 pm. Los cálidos rayos otoñales entran sin oposición por el ventanal, acariciando mi cuerpo atrapado en la toalla. Descanso un momento en mi cama cuando a en mi mente se reflejan tus facciones, una maravillosa mandíbula cuadrada, ojos negros y fogosos como la roca más ardiente de un volcán, cabello corto; lacio y desordenado tan negro como la brea.

Abro los ojos sintiendo el corazón acelerado y una traviesa sensación en mi pelvis. Deseo verte… a mi caliente vecino de enfrente.

Me levanto, con disimulo me acerco al ventanal y allí estás tú, te rascas frenéticamente la cabeza; luces muy molesto. ¿Habrá sido un mal día? Tal parece que ya se te ocurrió una forma de desestresarte porque sin demora comienzas a desprenderte de tu ropa.

Lo primero que ven mis ojos es tu pecho, mientras dejas caer la tela blanca al suelo y jalas de forma tan sensual tu corbata, haces que me apegue más al cristal queriendo estar allí, contigo para poder acariciar esos pectorales que me vuelven loca.

Bajas tu cierre y con delicadeza te quitas esos molestos pantalones junto a tu bóxer que contenían tu ferviente excitación. Desde mi ventana puedo ver cómo te tocas, como paseas tu mano por tu longitud, como te sientas y tocas tu pecho.

Mi vagina ya empieza a humedecerse, muerdo mi labio y cierro los ojos. ¡Como quisiera estar allí contigo! Maldigo mi timidez, si tan sólo tuviera el valor de acercarme a ti y a hablarte, quizás nos hubiésemos coqueteado y me habrías llevado a tu departamento. Podría ser yo la que te ayude con ese palpitante miembro, podría amasarlo con mis senos y envolver la punta con mi saliva.

Pero eso sólo se podrá en mis sueños… al menos puedo acompañarte en estos momentos. Pensándote en mi cuarto, detrás de mí quizás. Mi aliento y latidos aumentan a la vez en la que te pienso besando mi espalda, construyendo un mojado rastro hasta mi sexo donde mis insulsos dedos fingen ser tu lengua. Como me gustaría que me saborearas, de arriba abajo y hasta lo profundo de mí.

Entreabro los ojos y aprecio que estás a punto de culminar, quiero hacer lo mismo; contigo. Apresuro mi mano, sintiéndome caliente y aventurera introduzco dos más provocándome un fuerte gemido – ¡Corazón, corazón! – es el apodo que te puse.

Gotas de excitación recorren mis piernas, empujo mi cuerpo contra el ventanal, sintiendo la fríes en mis sensibles pezones. Estoy a punto de correrme. Tu figura tan sensual me sirve de inspiración para penetrarme más profundo. Termino con las piernas debilitadas, mi vagina abierta y el líquido blanquecino humedeciendo mis muslos.

Jadeo de satisfacción y miro mi cuerpo desnudo. ¿En qué momento solté la toalla?

Alzo la vista y te veo mirándome fijamente con una sonrisa. ¡Ay Dios no! Acaso… ¿lo viste todo?

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