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Terapia contra la tristeza
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Aún era miércoles pero a Rubén este mes, se le estaban encadenando días duros y pesados, de una manera tan consecutiva que era incapaz de levantar cabeza. Como un montañero perdido en una dura tempestad pasaba los días, luchando contra cimas invisibles.

Trabajaba de psicólogo en un centro de menores, y los problemas diarios se le iban acumulando.

Colgó el teléfono, se puso la chaqueta y cogió su único pasatiempo estos días grises, aprovechaba cualquier minuto libre para sumergirse en las páginas de aquel libro que le hacía olvidar la pesadez de su día a día, navegaba por las calles de la Valladolid que tan magistralmente describía el maestro Delibes en El Hereje.

Según traspasó el umbral de la puerta el impasible viento frío le recordó que ya había comenzado el invierno, se levantó el cuello de cuero de su chaqueta apretándolo para que el calor corporal no se escapara, bajó la cabeza y de manera automática sus pasos se dirigieron a la taberna de Garabito, sacó las manos de sus bolsillos y agarró las frías asas de la gran puerta de madera y rápidamente entró, se colocó en su sitio habitual y antes de sentarse ya recibió un alegre y atento buenos días.

Sonia era la dueña del bar, siempre alegre y con una sonrisa en la boca, sin que Rubén diría nada, Sonia ya estaba preparando el café y partiendo la tortilla, tras cuatro años desayunando de manera consecutiva se había establecido una relación de amistad entre los dos. En esos escasos 20 minutos se cruzaban conversaciones y bromas y hacia que fuera unos de los momentos más agradables del día.

Esta mañana Rubén estaba más cabizbajo de lo normal, Sonia se percató de ello y al dejarle el humeante café le pregunto “¿Todo bien?”. Él se esforzó en dibujar una sonrisa que escondiese el castillo en ruinas en el que se estaba convirtiendo su semana, ella lo notó y optó por dejarle espacio.

Los días se fueron sucediendo, pero la apatía no minoraba, Rubén se volvió a sentar en su taburete de madera en el fondo de la barra, esta vez no hubo buenos días no hubo café, Sonia salió de la barra y sentó junto a él, sin mediar palabra le agarró de las manos y le dijo “tú de aquí no sales hasta que me cuentes que te pasa”.

Rubén estaba sorprendido, pero como una presa que no aguanta la presión del agua, abrió las compuertas de sus sentimientos y le contó de manera resumida todo, el fallecimiento de su madre, la dureza y crueldad de la vida de los niños con que está y trata de ayudar, la presión de su jefe que no aprueba la manera de involucrarse con ellos, todo fue saliendo de manera fluida, pero el tiempo era reducido, sin darle opción a réplica, Sonia le comentó que cuando saliera de la oficina regresase al bar.

Rubén aturdido le dijo que si, salió y volvió corriendo a la oficina.

A las cinco de la tarde se encaminó al bar, ella le sonrió y le dijo que la esperase, habló con unas camareras y salió de la barra, por sorpresa ella había llamado a un par de camareras que tenía contratadas y se había cogido la tarde libre.

Le cogió y salieron del local.

-¿Dónde me invitas a una copa para seguir hablando Rubén?

Él perplejo no sabía muy bien que contestar y sin mucho rumbo comenzaron a andar, había un irlandés unas calles más arriba y es donde acabaron.

Se sentaron en una mesa al fondo del local y como si un confesionario se tratase el lastre que el llevaba iba saliendo al ritmo que los vasos de cerveza se acumulaban en la mesa.

Ella había conseguido su objetivo y era que el soltara un poco el ancla que tan al fondo de la tristeza le estaba hundiendo.

Las horas pasaban Rubén estaba más animado, se levantó a pedir otra ronda y aprovechar a ir al baño, para su sorpresa notó al levantarse que no solo su ánimo es el que se había levantado, con disimulo se metió la mano en el bolsillo para que ella no notara nada.

Ya en el baño a oscuras se dio cuenta que la situación, las cervezas… le estaban alterando, ella era mayor que él, unos cincuenta, cara agradable, sus nervios y genio habituales y así como su afición al deporte hacían que fuera delgada, nunca se había fijado en ella de esa manera, pero ahora su cabeza no paraba de preguntarse a que venía esta reacción, se intentó relajar, se mojó la cara y espero un poco a que su erección disminuyera, al final consiguió salir relajado.

Al volverse a sentar junto a ella de nuevo volvió a ponerse duro, fue inevitable.

Ella sonrió, esto le hizo tener miedo, ya que no sabía distinguir si era una sonrisa habitual o que se había dado cuenta de su incipiente marca en el pantalón.

La conversación continuó fluida, ella de vez en cuando se acercaba más y le rozaba sutilmente con su cuerpo, todo esto no ayudaba en nada a las tácticas que él estaba desplegando para que no se le notara nada.

Entre trago y trago ella le comentó, “bueno veo que al final he conseguido alegrarte y hacerte olvidar un poco tus problemas” y sin mediar palabra metió la mano debajo de la chaqueta que él había colocado estratégicamente sobre sus piernas y le agarró de una manera que le hizo sobresaltarse y con una sonrisa pícara dijo “y ella también se está alegrando”.

Rubén no sabía muy bien que hacer, ella le acariciaba por encima del pantalón, notaba como cada vez el bulto era mayor, las palpitaciones de su pene erecto al contacto de aquella mano hacia que ella sonriese.

Metía los dedos entre los huecos de los botones y así él podía notar como unos dedos recorría sus calzoncillos de tela, uno de sus botones se desabrochó, momento que ella magistralmente aprovechó para soltar otro botón más y así poder meter toda su mano dentro.

Rubén seguía petrificado, el bar estaba lleno, pero entre que la mesa estaba un poco escondida y que su cazadora tapaba todo, nadie en el bar veía más que una pareja normal bebiendo y hablando.

Ella seguía llevando la iniciativa los dedos jugaban y palpaban la abundante humedad que hacía que el calzoncillo estuviese mojado, poco a poco deslizó la mano dentro su ropa interior, él estaba sumamente sensible, cualquier pequeño roce le hacía estremecerse.

Sonia agarraba su pene y jugaba con el mientras con la otra mano daba un trago a su cerveza.

Los dedos bajaban desde su húmeda y palpitante punta y despacio bajaban jugando hasta llegar a la zona de los testículos, a los cuales empezó a masajear con maestría, él no paraba de humedecerse casi parecía que se había corrido pero no, solo era el espejo de lo que le estaban gustando las caricias de Sonia.

Después de un rato en el cual se entretuvo jugando por la zona baja ella volvió a subir a su mojado glande, con sus dedos jugaba con sus fluidos y hacia mover sus húmedos dedos como si una lengua se tratara, apretaba el glande, extendía cada gota que salía de él, jugaba con la cabeza de su mojado pene, literalmente su mano se habla convertido en una experta boca que succiona y besaba cada milímetro de su piel.

Ahora jugaba con la parte de atrás, con el frenillo, pasando la punta de sus dedos. De vez en cuando se acerca y le daba un dulce beso en la mejilla que hacía que pasara desapercibido la escena de fuego que le está haciendo sentir debajo de esa cazadora.

De repente la camarera que estaba limpiando las mesas, se acercó y comenzó a recoger los vasos y les preguntó si querían algo. Sonia aprovechó ese momento y comenzó a acariciarle un poco más rápido, poniéndole a él nervioso por el miedo a que la camarera les descubriera, a la vez que le masturbaba con maestría, con total naturalidad dijo que ella quería otra caña y se le quedó mirando con cara burlesca y le preguntó por lo que quería, él solo acertó a decir tímidamente “lo mismo que tú”.

La camarera se marchó, ella seguía mirándole fijamente con una cara de deseo difícil de describir, la respiración de Rubén era agitada, los movimientos de la mano cada vez eran más rápidos, todo lo que la situación la dejaba

Su mano subía y bajaba con sensualidad, aprovechaba cada vez que estaba arriba para humedecerse y apretar el glande y de ahí bajaba hasta los testículos jugando con ellos, presionándolos con su mano, la camarera estaba saliendo de la barra. Sonia notando como palpitaba y se ensanchaba el pene de Rubén subió la mano al empapado glande lo empezó a acariciar rápidamente, sus dedos empapados jugaban con su punta, la camarera estaba a punto de llegar, pero él no aguantaba más, notaba como se le contraían músculos de su ingle como sus testículos luchaban por aguantar y no soltar su semen caliente, pero no aguantaba, era inevitable y en el preciso instante en que la camarera posaba los vasos en la mesa, el líquido caliente de su interior comenzó a desbordarse sobre la mano de Sonia que no dejaba de acariciarle mientras le daba las gracias a la camarera.

Él luchaba por disimular los espasmos de su cuerpo y su respiración agitada. Cuando volvieron a estar solos ella le miró y sacando su mano mojada del pantalón, chupó sus dedos ante la perpleja mirada de Rubén.

Después le besó y se le escapó un leve suspiro final que ponía punto y aparte a una de las situaciones más excitantes de su vida.

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