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Tiempo de lectura: 3 minutos

Me llamo Elena de La Fuente, teniente del Ejército, servir a la patria siempre fue mi deseo, cuando era adolescente me encantaba mirar a los militares corriendo sudados y semidesnudos cerca de donde vivía. Fui observando aquellos cuerpos varoniles que me fui descubriendo como mujer. Ingresé al Ejército porque quería respirar aquella virilidad, aquellas hormonas masculinas que exhalaban de aquellos cuerpos, quería sentir el olor a sexo de una tropa.

Hoy me levanté excitada, sintiendo el calor de la lujuria entre mis piernas, fui a trabajar. Llegué y los soldados estaban haciendo una formación ante nuestro comandante, un hombre maduro, bonito, alto, con rasgos deliciosamente varoniles. Cuando lo vi por primera vez, sentí el fuego que aquel hombre me causaba, mi corazón latía tan acelerado de deseo solo con imaginar aquellas manos fuertes tocándome.

Fue en esa formación que nuestras miradas se cruzaron, sentí en ese momento que el fuego que me quemaba también lo quemaba a él. Solo por la mirada de deseo que él me lanzó, ya sentí que podría disfrutar allí mismo de tan intenso que fue.

Estaba excitada desde que me desperté, y el pensamiento de tener sexo me acompañaba durante todo el día, fui a trabajar de esa manera, tenía mi rutina y ¡necesitaba concentrarme! Mi mente vagaba imaginado a aquellos soldados todos con sus falos erectos deseándome. Después de la finalización de la formación, un sargento me fue a llamar.

“El comandante quiere hablar con usted.”

No sabía con certeza cual era el asunto, pues él mantenía una postura muy cerrada, pero mi intuición de mujer sedienta ya comprendía el mensaje.

Cuando entré en su despacho, me cuadré e hice el saludo militar y él me dijo que descanse, quedé en postura de descanso: piernas entreabiertas y las manos para atrás a la altura de mis glúteos. Él me miraba con ojos de lujuria, que devoraban mi cuerpo. Nuestras miradas se conectaron y sentí que él me deseaba locamente. Trancó su puerta, y llegó por detrás de mí, quedó muy próximo a mi cuerpo, yo con las manos para atrás pude sentir su volumen tocando mis manos, ¡él también me deseaba! Mi corazón latía fuerte, alimentando el fuego de la lujuria dentro de mí. Mi vagina comenzó a sentir un hormigueo y a quedar cada vez más caliente. Él respiraba próximo a mi oído, oliendo mi cuello él pegó su cuerpo al mío, bajó sus manos por mi uniforme, acariciando mí cuerpo hasta llegar a la mitad de mis piernas, me apretó contra su cuerpo, y yo pude sentir su pene queriendo salir de sus pantalones. Quedó así, acariciando mi coño por encima de mi uniforme, oliendo mi cuello, y diciendo a mi oído:

“Te quiero follar”

Fui cediendo al fuego que me quemaba, y comencé a acariciar su palo, me di la vuelta hacia él y ojos en los ojos fue nuestro diálogo, fue una señal de lo que nosotros dos queríamos hace mucho tiempo… sentir uno al otro.

Él abrió mi chaqueta, sacó mi camiseta y muy despacio bajaba sus manos por mis senos duros, llenos de lascivia, él chupaba mi pezón con tanta fuerza, que en la medida que él chupaba, mi vagina quedaba cada vez más mojada, yo sentía que mi clítoris se endurecía y sentía un hormigueo. Descendió sus manos bajando mis pantalones y sintiendo el fluido que escurría por entre mis piernas. Me tiró boca abajo encima de su escritorio de comandante y con su boca y su lengua chupaba mi vagina que estaba pronta para ser penetrada. Sentí la delicia de aquel falo grueso y duro entrando en mí. Sin piedad él metía en mi concha húmeda como si quisiera meter todo su cuerpo, la excitación que tomaba cuenta de mi cuerpo era insoportablemente deliciosa, a cada inserción yo gemía de placer. Él metía por atrás en mi coño y lamía mi cuello como un vampiro queriendo devorarme y agarraba mis senos con fuerza. El olor de su aliento de hombre viril me excitaba cada vez más. Fue tan intensa su cogida que mi cuerpo se se puso rígido de placer y ¡tuve un orgasmo! Tan deliciosamente, con todo mi cuerpo en un escalofrío de excitación y placer.

Él me dio la vuelta y quedamos frente a frente. En sus ojos pude ver la lujuria que yo causaba en él, miré a aquel falo palpitante de deseo y lo coloqué todo en mi boca suave, mojada y caliente, bajaba mi lengua hasta sus bolas, chupaba y lamía su pene duro de tanta tensión. Él gemía bajito de placer. Yo lo succionaba lentamente, saboreando su gusto, mi boca lo devoraba más y más y él gemía de tanto placer. Y fue con su palo entero en mi boca que él estalló de placer en mi garganta, gimiendo con su voz grave y excitante, su gozo escurría caliente, dulce y ácido y yo continuaba chupándolo, quería sorber hasta su última gota.

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