LAURA
Salí de su departamento a escondidas, como una delincuente, secándome una vez más, las lágrimas de la culpa con el dorso de la mano. Pero estas serían las últimas. Hoy me juré a mí misma, después del tercer y más intenso orgasmo, que ya no volvería a verlo jamás.
Esta vez va en serio. Estoy dispuesta a recuperar mi matrimonio.
Desde el nacimiento de Luca, hacía ya casi tres años, las cosas habían cambiado para nosotros. El sexo conyugal había ido transformándose en un ejercicio monótono y esporádico, cada vez más esporádico. Nunca antes en mi vida habría siquiera imaginado la posibilidad de ser una mujer infiel. Yo no era de esas. Esa no era yo. Pero lo cierto es que lo fui, lo soy. Desde hace un año atrás nos vemos cada viernes y él me hace gozar como hacía tiempo no gozaba. No siento por él más que deseo sexual en la forma más animal de la palabra. En él no encuentro más que una descarga física, eléctrica. Ni siquiera es mi amante porque nada relativo al amor tiene que ver con él. Él es su polla, sus dedos, su lengua…
RAÚL
No era la primera vez que lo hacía en el baño público del ministerio y la verdad es que no era por morbo sino por imperiosa y humana necesidad.
Estuve frente al ordenador casi sin poder concentrarme en todo el día. Estaba caliente como una mula. Todas las mujeres que pasaban frente a mis ojos me parecían una ostentación de lujuria insoportable. Antes de marcharme del ministerio, pasé por los servicios y me hice una paja en el lugar de siempre, el privado más alejado de la puerta.
Luego de la descarga venía inmediatamente el alivio y la frustración como sensaciones simultáneas y complementarias.
Una vez más volvía a casa pensando que toda la maravillosa magia que había traído nuestro hijo, nos había planteado una paradoja conyugal que no podíamos o no sabíamos resolver. No recordaba la última vez que habíamos follado, pero sin dudas no había sido en el último mes. Tuvimos algunos intentos frustrados, algunas veces por sus jaquecas y otras por mi falta de… como decirlo… de motivación. Sin eufemismos: no había conseguido que se me levante.
Muchas veces pienso en la posibilidad de conseguirme una amante, al menos hasta que esta situación mejore, pero siempre termino en lo mismo. Laura no lo soportaría. Ella no sería capaz de hacerme una cosa semejante y tampoco lo toleraría en mí.
LAURA
Retiré a Luca de la guardería tratando de evitar a los otros padres que se acercaban amablemente a saludar. Sentía que cualquiera que se acercara lo suficiente podría advertir el hedor a sexo que llevaba encima.
Me duché apenas llegué a casa. Raúl llegaría del ministerio en media hora. Estaba dispuesta a tomar cartas en el asunto de la recuperación matrimonial y tenías un plan para esa misma noche de viernes. La verdad era que todavía estaba encendida y no quería dejar apagar la última lumbre que ardía dentro de mí.
Mi amiga Jimena tenía dos niños pequeños y todos los sábados por la noche los dejaba a cargo de una niñera que les daba de comer y los dormía, mientras ella salía con su pareja a cenar y a follar como dos adolescentes.
Con Raúl siempre habíamos tenido reparos de dejar a Luquita con extraños, pero esta era una emergencia. Cogí el teléfono y le dije a mi amiga que estaba dispuesta a intentarlo. Le pregunté si su nany estaría libre para mí aquella misma noche. Jimena se entusiasmó con la idea y la llamó al móvil en ese mismo momento para consultarle. Todo estaba ok. Ana llegaría a casa a las ocho en punto y se quedaría con Luca hasta la mañana siguiente.
ANA
Estoy encerrada en mi cuarto, tirada en la cama. Es un viernes de mierda. Mi padre me ha puesto un castigo por haber llegado media hora tarde del instituto y no podré encontrarme con Esteban como habíamos planeado. Él quería llevarme a su casa y yo estaba dispuesta a hacer lo que él me pidiera. Siento que ya estoy en edad de estar con un chico. Mi cuerpo me lo exige. Últimamente me cuesta conciliar el sueño sin antes calmar tanto deseo. Lo hago desde hace unos años, pero ahora se ha vuelto una necesidad. Siento que todo el tiempo voy al límite de mis bragas. He empezado a usar apósitos femeninos diarios porque mi conejita se humedece con facilidad y temo ensuciarme en clase, en el metro o en la calle. Mis amigas no quieren confesarse sobre esos temas y se ríen de mí, pero estoy segura que ellas también lo hacen. Chechu, mi mejor amiga, en una ocasión me confió que utilizaba sus dedos cuando pensaba en Juan, su secreto enamorado, pero no estaba segura de haber tenido nunca un orgasmo.
Suena el teléfono. Debe ser Esteban. Tengo que contestar antes que lo haga mi padre.
—¿Diga?
—¿Hola Ana?, Habla Jimena.
—¡Ah! Hola Jimena… ¿Qué…?
— Mira, te llamo porque una amiga, Laura, quiere saber si estarías disponible esta noche para cuidar a su niño. Es un niño divino de tres años.
—Bueno, pues… Venga… No hay problemas. ¿A las 8 está bien?
—Vale. Genial. En un rato te paso un mensaje con la dirección de Laura. Te las apañarás sin problemas, ya verás.
Jimena era amiga de mi madre y yo cuidaba a sus hijos desde hacía unos meses.
Entre quedarme en casa haciendo nada y hacer unos billetes extra, no había nada que pensar. Mis padres no tendrían problemas si Jimena estaba detrás de todo el asunto. Por otra parte, la idea en sí misma me resultaba atractiva. Disfrutaba de la compañía de los niños más que de cualquier otra. Y, además, porque siempre me resultaba excitante la idea de quedarme sola en una casa extraña.
RAÚL
Llegué a casa con ánimo de tomarme una cerveza y dormir hasta mañana. Pero mi mujer me aguardaba con una extraña propuesta. Quería que salgamos a cenar y luego al cine, como en los viejos tiempos. Traté de hacer memoria por si estaba omitiendo algún aniversario o fecha importante, pero no. Me dijo que había contratado a una nodriza para que cuide del niño en nuestra ausencia, lo cual me resultó más extraño aun, ya que ella siempre fue contraria a la idea. Me imagino que debe estar con unas ganas incontenibles de que se la monten un poco y, de alguna manera, me siento responsable.
Cuando llegó la muchacha, Ana era su nombre, Laura empezó a darle indicaciones acerca de los hábitos del niño. Me quedé mirando disimuladamente a la adolescente vestida con ropa deportiva, y no pude más que sentir envidia por el pequeño que iba a pasar la noche con ella. La tela de sus finos pantalones de algodón se obstinaba en introducirse incómodamente entre sus nalgas mientras el elástico de su tanga apenas se asomaba sobre su cintura. No tenía unos pechos muy grandes, pero el hecho de no llevar sujetador provocaba que el contorno de sus pezones se distinguiera claramente. Me quedé un rato merodeando mientras le oteaba el culo, pero cuando mi verga comenzó a tomar vida propia salí de la sala por miedo a ser descubierto.
Durante la cena con mi mujer no pude sacarme de la cabeza aquella manzana tierna de la niñera. No podía pensar en otra cosa, la imagen volvía una y otra vez. Estaba tan turbado que temía que Laura adivinara mis oscuros pensamientos. Pensé en ir al baño a descargar, pero otra paja sepultaría definitivamente una noche de posible reencuentro amoroso. No quería volver a pasar por otra frustración (disfunción) sexual con Laura, así que lo dejé estar y traté de concentrarme en otros temas. Entonces se me ocurrió comenzar a hablar de la película que veríamos a continuación.
LAURA
Raúl se sorprendió con la propuesta y, aún más, cuando le dije que vendría una nany a quedarse con nuestro hijo. Sé que voy por el buen camino. Él necesita salir de la rutina. Los dos lo necesitamos.
Cuando la vi a Ana en la puerta de casa, me arrepentí inmediatamente del plan. Me parecía demasiado jovencita para quedarse a cargo de mi Luqui. Luego hablé con ella y me hizo saber que conocía el trabajo. Parecía ser una chica responsable. Eso me tranquilizó. Le pregunté si era mayor de edad y me dijo que hacía unos días había cumplido los dieciocho. Pensé en pedirle sus documentos para cerciorarme pero… Qué más daba. ¿Qué, si me estaba mintiendo? ¿Le pediría que se largue? No era posible. Sabía que debía enfrentar mis temores si pretendía resucitar mi vida conyugal.
Me gustó que Raúl se quedara conmigo en la sala para escuchar las indicaciones que le deba a Ana. Yo sé que él tampoco se siente seguro al dejar a Luqui en manos de un extraño. Se hacía el distraído pero estaba pendiente de nuestra charla. Se lo veía nervioso.
Más tarde, en el restaurante, lo noté un poco distante y silencioso. Propuse distintos temas de conversación durante la cena pero él no parecía conectarse del todo. No quería desilusionarme tan pronto, por lo que intenté calmar mi nivel de ansiedad para con él. El vino iba a ayudar a relajarme. Yo estaba encendida por dentro. Excitada. Tenía ganas de hacer el amor con mi marido. Hubiera pasado por alto el cine para ir directo al hotel alojamiento, pero Raúl sacó el tema de la película y por primera vez en la noche parecía entusiasmado con algo. De manera que opte por ir paso a paso y me serví otra copa.
ANA
Luca es un niño muy tranquilo. Ojalá los hijos de Jimena fuesen dóciles como él. Cenamos sin problemas. Luego lo ayudé con el cepillo de dientes y tras leerle un cuento en el que unas gallinas se enamoraban de su verdugo, el lobo, se quedó profundamente dormido. La madre me había mareado con sus indicaciones: que el puré no la caliente demasiado, que no le permita ver la TV, que no olvide cerrar el gas de la cocina, que si sonaba la alarma de la casa me encerrase bajo llave en el cuarto de Luqui antes de llamarla al móvil, ¡hasta me preguntó si sabría usar un matafuego en caso de ocurrir un accidente!
Lo cierto es que eran apenas las diez de la noche y ya todo estada resuelto. Eran los cincuenta pavos más fáciles de toda mi vida.
Me dejé caer en el sillón de la sala frente a la tevé y me entregué al zapping. Al cabo de media hora seguía yendo y viniendo por los canales de música, pero mi miente estaba en otra parte. Había vuelto la bronca con mi padre por haberme cortado el plan con Esteban. Había vuelto Esteban y con él mi cosquilleo en el vientre y entre mis piernas.
Salté del sillón y me fui directo a la planta superior de la casa. Justo enfrente del cuarto del niño estaba la alcoba de sus padres. Era justo lo que necesitaba para distraerme un rato. Entré sigilosamente y cerré la puerta detrás de mí antes de encender la luz. Una sensación de vértigo, mezcla de miedo y excitación, se me clavó en la boca del estómago. Estaba violando la intimidad de una pareja de extraños. Allí se encerraban ellos cada noche para tener sexo. Estaba entrando en su lecho de amor.
RAÚL
A las once treinta comenzaba la película. Llegamos sobre la hora porque Laura había bebido media botella de vino en la cena y me rogó que esperásemos un momento en el coche hasta que se le quite el mareo. Cuando fuimos a retirar los tickets sólo quedaban ubicaciones para la última fila ¡Un coñazo! No sé porqué, pero siempre mi mujer se las apañaba para ponerme de mal humor. Para colmo de males yo tenía la vejiga a punto de estallar y no podía entrar a la sala sin antes pasar por el servicio.
— Vete a mear. Yo voy entrando. ¡Ah! Haz un llamado a casa para ver cómo va todo, ¿quieres?
¿Importaba acaso si quería o no? ¿Qué hubiese pasado si le respondía que no, que no quería hacerlo?
Entré volando al servicio de caballeros que estaba completamente vacío. Me ubique frente a un mingitorio y, mientras me bajaba la bragueta y extraía la manguera con una sola mano intentando no mearme en los pantalones, con la otra llamaba a casa como buen marido obediente que soy.
—¿Diga?
—Hola. Habla RAÚL, el papá de Luca.
—Hola Sr. Raúl… ¿Hay… hay algún problema?
Su voz sonaba como la de una niña dulce e inocente. Una niña buena que no lleva sujetador, y con aquellos pantalones deportivos tan bien metidos dentro del…
—Sr. RAÚL… ¿Me escucha?
La meada caliente salió eyectada de mi verga contra la loza blanca del mingitorio provocándome un leve mareo de placer.
—Si… Si, querida… Lo siento, es que… Sólo quería saber cómo iba todo por allí…
—¡Oh! Claro… Luca comió muy bien, le lavé los dientes, le leí el cuento que él quería y ya está en su cama durmiendo perfectamente.
¡Sigue hablando! ¡No te detengas! Sentía su voz juvenil en mi oído y la verga, que ya apenas goteaba, comenzaba a endurecerse con el calor de mi mano.
—¡Oh! Ya veo… Excelente… ¿Y… Y tu…?
—¿Yo?
—Quiero decir… ¿Has comido?
Aquí tengo algo para que comas. ¿Crees que podrás metértelo todo a la boca?
—¡Si! Cené junto con su hijo. Gracias por preocuparse.
—No… Faltaba más… Si quieres puedes dormir en el sofá… ¿Tienes…? Digo ¿Haz traído pijama?
Sin darme cuenta ya había terminado de mear y me estaba haciendo una paja de pie mientras escuchaba la tierna voz de la niñera.
—¿Pijamas? No, señor. No creo que… No es necesario. Puedo dormir con mi ropa. Tengo una sudadera y unos pantalones deportivos que…
(…Se te meten bien por el culo…)
—…no son incómodos para dormir.
—Muy bien. Como quieras… Creo que no hemos dejado agua en el refrigerador, pero estoy seguro que hay una botella de leche, si te apetece algo fresco…
Cerraba los ojos e intentaba imaginármela con los labios blancos, manchados de…
—Es usted muy amable, Sr… Pero no es necesario, de verdad.
—¡Oh! Ya veo… no tomas leche…
—¿Eh? No. No es eso. Es que no me agrada helada… Prefiero la leche cuando está más bien tibia, pero…
¡Niña condenada! ¡Me vas a hacer venir aquí mismo!
—…no se preocupe tanto por mí, de verdad, no es necesario.
Mi cerebro había entrado en cortocircuito y como un disco rayado repetía la frase: "Prefiero la leche cuando está más bien tibia…" con el timbre de voz de Ana.
Me estaba por venir cuando la puerta del servicio se abrió de golpe y alguien entró.
—¡Ops!
—¿Hola? ¿Se siente bien?
Guardé todo a la velocidad del rayo y salí al hall del cine con la cabeza gacha.
—Eh… Si… Sí, todo está bien. Vale. Nos vemos por la mañana. Adiós.
Me sumergí lo más rápido que pude dentro de la oscuridad de la sala para evitar la vergüenza y disimular la carpa que formaba mi pantalón. La película ya había comenzado.
LAURA
Cando ingresé en la sala las luces ya estaban apagadas y en la pantalla proyectaban los avances de los próximos estrenos. Le enseñé los tickets al acomodador y me indicó el camino: Última fila, las dos primeras butacas a la izquierda del corredor central. Dejé la primera libre para facilitarle el ingreso a Raúl y me acomodé en la segunda. Luego coloqué la cartera sobre la butaca de mi esposo.
El cine me traía algunos gratos recuerdos de nuestra época de novios. Los besos tiernos y los cachondeos en la penumbra. Nuestras manos explorándonos mutuamente. La humedad de nuestras bocas, de nuestras lenguas, de nuestra intimidad. Humedad que ahora volvía a mí como una reminiscencia de mi propio cuerpo, como si mi sexo también pudiese recordar. Solamente una vez, una tarde de verano en el cine, había permitido que Raúl hurgara por debajo de mis bragas. ¡Es que lo deseaba tanto! Permití que me penetrara suavemente con uno de sus dedos, que luego retiró y se llevó a la boca. Me dijo que era el sabor más dulce que había probado jamás.
Este recuerdo me devolvió el ánimo que había perdido durante la cena y pensé que esta vez también sería indulgente si intentaba propasarse conmigo.
La película había comenzado hacía no más de un minuto cuando Raúl se sentó torpemente a mi lado. Parecía agitado. Busqué su mano con la mía y advertí que había puesto mi cartera sobre su regazo. Intenté retirarla para que se sintiera más cómodo pero la retuvo con firmeza. Finalmente me tendió la mano y me aferró con fuerza. Lo miré a los ojos para saber si le pasaba algo, pero él tenía la vista clavada en la pantalla. Luego me tomó por la muñeca y dirigió mi mano hacia la cartera. Interpreté que querría pedirme algo de allí, por lo que empecé a tantear a ciegas. El tacto de mis dedos exploradores con la piel tibia e hinchada de su pene desnudo me sobresaltó. No había metido mi mano dentro de la cartera, sino más bien por debajo. El contacto directo y sin previo aviso con su miembro me resulto violento. Mi primera reacción fue de rechazo. Pero sin darme tiempo a nada él envolvió literalmente mi mano alrededor de su pene tieso y comenzó a masturbarse con ella. Una vez más intenté relajarme y dejarme llevar. ¡Al fin y al cabo la acción había comenzado! No era una película romántica como la que proyectaba mi mente en la pantalla de los recuerdos, pero bueno… algo era algo.
Cuando Raúl noto que mi mano ya actuaba por cuenta propia, me dejó hacer. Nuevamente intenté mirarlo a los ojos para contagiarme un poco de su pasión, de su deseo… Pero aun yacía con la mirada perdida en la pantalla.
Continué masturbándolo unos segundos más intentando no llamar la atención del anciano que se ubicaba a mi lado. Estaba nerviosa y me costaba involucrarme con lo que estaba haciendo. La escena, tal como la había montado Raúl, no me resultaba para nada estimulante. Pero no quería cortar su excitación. Entonces acerqué provocativamente mis labios a su oído y, justo cuando iba a susurrarle si no quería que nos largásemos de allí, siento que me toma con fuerza por la nuca y me baja violentamente hacia su entrepierna.
No podría precisar con exactitud cuantos meses habrían pasado desde la última vez que me llevé su pene a la boca. No era algo que me agradara particularmente, ni algo que él solicitara con frecuencia. Pero ahora me veía obligada, casi ultrajada. Sus manos me sostenían por los costados de la cabeza para poder subirme y bajarme a su antojo. Me penetraba con fuerza, me asfixiaba. Cerré los ojos rogando que aquello terminara pronto y así fue. La felación duró menos de cinco segundos y terminó de la peor manera. Eyaculó bestialmente dentro de mi boca obligándome a permanecer allí recibiendo su descarga. Mis ojos estallaban en lágrimas, más por ahogo que por angustia, mientras una marea de esperma bajaba sin permiso por mi garganta. No tuve más alternativa que ingerir todo lo que él me ofrecía para no provocar un verdadero caos en aquel lugar público. Cuando pensé que iba a perder el sentido, finalmente me liberó. Me levanté muy lentamente y colmada de odio. Escuché que Raúl decía en un susurro "ahí tienes tu leche tibia…". Tuve que contener dos fuertes arcadas cuando sentí una gota espesa de semen bajándome desde la nariz.
Busqué unos clínex en la cartera y me limpié como pude. Era un desastre. El delineador de ojos se había derramado por todo mi rostro. Intentaba no llorar para no volver a ensuciarme.
Finalmente recuperé parte de mi dignidad y cuando me di vuelta para pedirle a Raúl una explicación de lo que había sucedido, advertí que se había quedado profundamente dormido. Entonces fijé la vista en la pantalla y me quedé en silencio sin saber qué hacer.
A los pocos minutos me había dejado enredar por la trillada historia de amor que estaban proyectando. Y allí me perdí de mi misma y del mundo.
ANA
Encendí la luz y fue como entrar en un mundo perfecto. Un cuarto enorme con baño privado. Un placar gigante y un espejo que ocupaba la pared completa, de piso a techo. Nunca había visto una cama como aquella. Yo creo que podrían dormir allí cuatro personas sin molestarse en absoluto. Sin pensarlo me arrojé de espaldas sobre ella y comencé a rebotar sobre el silencioso colchón de resortes. ¡Me sentía libre! Libre se hacer a mi antojo en un lugar totalmente extraño. Todo era nuevo y todo era mío por un rato. Quería empezar explorar mi nuevo mundo.
Me puse de pie frente al placar cerrado y jugué a adivinar cuál sería el lado que contenía la ropa femenina. ¡Exacto! Allí estaban los vestidos y las faldas colgando de sus perchas. ¡Qué hermoso paisaje! Más abajo estaba la cajonera. Allí se esconde el máximo tesoro de un guardarropa femenino: el ajuar, la ropa íntima.
Laura era una mujer bastante más joven que mi madre y se mantenía en buena forma ¿Cuál sería su estilo? ¿Más bien sobrio? ¿Más bien clásico? ¿Más bien sexy? ¿Le irían las transparencias? ¿O quizás sería una guarrilla de tangas de cuero o de leopardo? ¿Usaría aquellas bragas con agujero por delante para follar que se veían en internet? En ese cajón estaba la respuesta. El lugar más íntimo de la casa que se me ofrecía a entera disposición.
Comencé a revolver entre las prendas íntimas con total impunidad. Había de todo. Mucha variedad de colores, de marcas y de texturas. Lo que no había en aquel cajón eran prendas de saldo. Todo parecía lencería fina y cara. Y, por supuesto, tampoco había bragas con perforación en la vagina. En general el estilo era más bien sobrio. Abundaban los tonos pastel. Había algunas prendas estampadas con flores muy bonitas, pero nada de animé, corazones o motivos juveniles. También había un par de tangas de hilo muy pequeños y sendos sujetadores de encaje semi transparentes y bastante sexys. Pero no era, ni por asomo, el estilo principal del ajuar. Mi amiga Chechu les hubiese llamado "conjuntos para la ocasión" o "ropa de batalla".
Yo no solía usar sujetador. No porque no tuviera nada qué sujetar, sino porque mi madre me decía que aún no lo necesitaba. "La gravedad comienza a hacer efecto después de los veinte" me dijo una vez. Además, con Chchu, teníamos la teoría que los chicos se daban cuenta cuando no lo llevabas y eso les excitaba. De manera que mi atención se centró exclusivamente en las bragas y los tangas.
Me desnudé por completo y comencé a probarme algunas prendas. Me puse unas bragas blancas de hilo de algodón y lycra, súper ajustadas. Me paré frente al espejo y comencé a apreciarla desde distintos ángulos. De atrás calzaban súper, pero de adelante marcaban mucho los labios de mi chochi. Pensé que podrían resultar incómodas después de un tiempo de llevarlas puestas. También pensé cómo se pondría Esteban al verme así, sólo con estas bragas.
Pensar en Esteban podría traerme problemas con la prenda blanca. Me la quité y me puse uno de los tangas, uno azul marino bastante pequeño. ¡Guau! Era mucho más sexy de lo que aparentaba. Me senté al borde de la cama, frente al espejo, y abrí un poco las piernas. El triángulo de lienzo azul cubría mi escaso vello púbico, se angostaba sobre mis labios y luego se perdía de vista entre mis muslos, hacia abajo y hacia adentro. Era extraño verse en ese espejo gigante. Me daba la sensación de estar mirándome en una pantalla de cine. ¡Me divirtió la idea! Me puse de rodillas sobre el colchón y miré hacia atrás para poder observar mi espalda desnuda y mi culo a través del espejo. Luego apoyé mis manos en el acolchado quedando en cuatro patas. Abriendo un poco las piernas podía ver como la fina tela del tanga se deslizaba en mi intimidad y apenas cubría la rugosidad de mi ano. Era extraño y excitante tener esa perspectiva de uno mismo. Dejé las caderas erguidas y apoyé mi rostro sobre el lecho mullido. El espejo me devolvía una perspectiva absolutamente obscena de mi propia anatomía. Sentí un cosquilleo extraño y cerré los ojos por un momento. La misma imagen de mi cuerpo ofreciéndose impúdicamente permanecía allí, en mi mente, pero no eran mis ojos los que la percibían. Eran los de Esteban. Yo podía ver a través de ellos. Él se acercaba por detrás y me acariciaba los muslos con sus manos tiernas. Tenía su pepino empinado. Podía verlo desde arriba, como si fuese mi propio pene. Estaba muy grueso y sudoroso. Luego posaba sus dos manos por la curvada pendiente que formaba mi espalda y me aferraba con determinación por la cintura. Podía ver con mis propios ojos como el algodón azul marino del tanga comenzaba a absorber la tibia humedad que brotaba de mi interior.
¡Mierda! Abrí los ojos de golpe y me quité la prenda de un manotazo. ¡Ya era tarde! ¡Qué vergüenza! Escondí el tanga en el fondo del cajón y volví a acomodar todo como estaba.
¿Y ahora qué? Me encontraba en una casa extraña, en una alcoba ajena, completamente desnuda y súper cachonda. No iba a seguir dilatando la idea que ya venía rondando en mi cabeza. Sabía que iba a hacerme unos dedillos, aunque no todavía.
Abrí el cajón de una de las mesillas de luz. ¿De él o de ella? Fácil. Un calzador, unas pastillas de eucalipto, un perfume masculino, dos puros, unos gemelos y una caja grande de condones. ¡Guau como deben follar estos tíos! Tomé la caja y saqué un preservativo del interior, le quité el envoltorio y me quedé con el látex en la mano. Lo estudié con detenimiento. Parecía un pequeño sombrero de ala. No es que nunca hubiese visto uno, pero nunca lo había hecho en soledad. Estaba viscoso por la lubricación artificial. Me lo llevé al morro y olfateé el suave olor neutro del caucho envaselinado. Luego lo degusté introduciendo la punta de mi lengua por la copa del sombrero. ¿Ese sabor llenaría mi boca cuando Esteban me pida que le…? No. Muy artificial. Ese no era el auténtico sabor a hombre, a macho. No lo conocía. Nunca lo había sentido, nunca había estado con un hombre, y lo deseaba, lo deseaba más que nada. Pero mi padre parece querer impedírmelo todo el tiempo. No me permite salir con nadie. Me controla amistades, compañías, lugares, horarios, todo. Hasta mis amigas lo notan. ¿Cómo coños voy a conocer el verdadero sabor de un hombre? Odio a mi padre por hacerme sentir tan torpe, tan sola. Pero allí no estaba él. Allí no había nadie más que yo.
Cuando volví a llevarme al condón a la boca comenzó a llamar el teléfono. Enseguida salté sobre él para que no despertara al niño. Era RAÚL, el padre de Luca.
RAÚL
Estaba en el servicio de hombres del ministerio. En el privado que utilizaba casi todos los días laborales para hacerme mis paja. Solo que ese día el privado no tenía puerta.
Algunas personas pasaban, se aseaban las manos, se peinaban. Yo las veía pasar y ellos me veían a mi sentado en el retrete mientras me la pelaba apasionadamente.
Todo iba bien hasta que aparece mi mujer, allí, de pie frente a mí, en el baño de caballeros. "¿Cómo puedes pajearte si no se te para, cariño?" Me preguntó en tono de preocupación. Acto seguido miré hacia abajo y me di cuenta que mi verga estaba completamente muerta. "Se de alguien que puede ayudarte". Dijo Laura antes de marcharse de mi vista.
A los pocos segundos aparece Ana, la niñera, y se para frente a mí. Yo no dejaba de cascármela, pero mi miembro seguía absolutamente flácido. "¿Puedes ayudarme con esto?" Le pregunto a la jovencita. Y ella me hace un gesto de negación con la cabeza. No podía hablar, pero me miraba fijamente sin despegar sus labios. Justo cuando iba a pedirle que se marchase de allí, veo que regresa mi esposa y se para a su lado. Detrás de ellas, muchas otras personas entre hombres y mujeres, se habían ido congregando para ver cómo me masturbaba sin lograr la más mínima perspectiva de una erección. Había compañeros de oficina, gente de otras dependencias, personal de mantenimiento, hasta se encontraba entre el público el mismísimo Sr. Ministro, entre otras muchas personas que jamás había visto en mi vida.
Laura me explica que Ana no podía hablar porque alguien se había corrido en su boca y la jovencita no sabía si debía escupir o tragar. "¡Dile que me importa una mierda, pero que se vaya de aquí! ¡Qué se largue ya!". Entonces Laura me toma del brazo y me sacude…
—Voy al baño a arreglarme un poco. Espérame en el auto.
—¿Q-Qué? ¿Cómo…?
La sala estaba a media luz y en la pantalla se veía pasar una lista interminable de nombres desconocidos. La gente pasaba a mi lado buscando la salida. ¡Uf! Me dormí toda la puta película. Laura debe estar furiosa. Espero que no venga con ningún reclamo. Al fin y al cabo ella sabe perfectamente que los viernes llego a casa aniquilado del trabajo de la semana.
Salí del cine y me fui directo al estacionamiento.
LAURA
El espejo del baño me devolvió la imagen de mi propia desilusión. Decenas de mujeres pasaban a mi alrededor sin advertirlo, sólo yo podía verla, podía sentirla. Me enjuagué el maquillaje que manchaba mi rostro y bebí del grifo para quitarme el sabor rancio que todavía invadía mi garganta y mis fosas nasales. Luego me encerré en uno de los privados libres, me senté sobre la tapa del excusado y busqué mi móvil en la cartera intentando no echarme a llorar.
Cinco minutos más tarde ya estaba en el auto junto a mi esposo.
—Oye, Raúl. Quiero hablar contigo.
—¡No empieces! ¡No he tenido una buena semana y estoy..!
—Sólo quiero decirte que me ha llamado mi madre, que mi padre no se encuentra bien.
—¿Tu Pa…? ¡Oh! Ya veo. ¿Qué le sucede?
—Está con temperatura y mi madre ha llamado al médico. Me pidió si no podría ir a echarle una mano.
—Bueno, pues…
—No estamos lejos. Déjame en lo de mis padres y vete a casa con Luqui. Luego voy por la mañana para preparar el desayuno.
—Como digas.
—Recuerda que tienes que darle los cincuenta pavos a Ana.
ANA
El señor Raúl me dio lata un buen rato. Parecía no cansarse nunca de hablar conmigo hasta que de pronto me cortó abruptamente. Me ofreció de todo. La verdad es que parecía buena gente, pero yo no podía evitar sentirme incómoda hablando con el dueño de casa mientras me encontraba completamente desnuda sobre su propia cama, con el chochito caliente y pensando cual sería mi estrategia para… en fin.
Continué con mi exploración. En el baño, junto a la tina, había un canasto por donde asomaba un calcetín deportivo visiblemente usado. En su interior había un cúmulo de prendas amontonadas. Comencé a revolver con ansiedad: una camisa, una sudadera, dos calcetines de hombre, una blusa de tiras y… allí estaba: un slip de algodón negro, arrugado entre la ropa sucia. Allí encontraría lo que tanto ansiaba conocer… el olor a hombre, el verdadero olor a hombre.
Volví a lanzarme sobre la cama con mi botín en la mano. Primero lo cogí del elástico y observé en detalle la forma abultada de la tela que servía para contener la… la polla. Luego no resistí más la tentación y miré en su interior. La parte de la prenda que entraba en contacto directo con la intimidad masculina era doblemente gruesa y llevaba una marca levemente amarillenta que justificaba su estadía en el cesto de la ropa para lavar. Pasé las yemas de mis dedos por allí y sentí un pinchazo de excitación clavándose entre mis piernas. Me sentía muy sucia y perversa por lo que estaba haciendo, y eso me ponía muy cachonda.
Me senté frente al espejo con las piernas abiertas y comencé a acariciarme con la punta de mi dedo mayor. Podía ver en primer plano como mi pequeña perla rosada se despertaba y se asomaba desde su capuchón. Con mi otra mano comencé a frotar la tela manchada del slip para luego llevármela al morro. Lamí mis tres dedos medianos buscando el sabor que tanto deseaba. Allí estaba… Sabía como a levadura, si… pero también a… a cloro… Algo muy extraño al paladar pero que estaba teniendo un efecto letal en mi coñito que sudaba acaloradamente. Froté mi sexo con furia hasta que el calor de la fricción hizo implosión en mi interior provocándome un orgasmo intenso y profundo. Tuve que utilizar la prenda masculina como exclusa apretándola con fuerza contra la entrada de mi vagina para detener los líquidos que bajaban incontenibles por allí, lo cual me provocó una segunda convulsión de placer casi consecutivamente.
RAÚL
Aparqué frente al condominio donde vivían los padres de Laura y mi esposa bajó del auto con cara de preocupación. Esperé a que ingresara por la puerta principal y luego me marché a casa.
A pesar de la mala noticia que le había dado su madre se encontraba mucho más serena de lo que hubiese imaginado. Al fin y al cabo la noche no había sido un total fracaso. Habíamos tenido un breve aproauch pasional en el cine, como en los viejos tiempos. Breve, es cierto, aunque intenso. Y con el plus de adrenalina de haberlo hecho en un lugar público.
Las luces de la casa estaban apagadas. El casi absoluto silencio de la sala solo se interrumpía por el sonido apagado y apenas audible de una respiración suave, larga y monótona, característica del sueño en su estado profundo. Por la tenue iluminación de la acera que ingresaba por la ventana, podía ver a la muchacha recostada de bruces sobre el sofá grande de la sala. De allí provenía el sonido. Me quité los zapatos y subí a la primera planta para ver cómo se encontraba mi hijo. Luca también dormía profundamente.
Nunca me había resultado tan placentero llegar a mi alcoba. Estaba solo. Podía desfrutar de todo el lecho para mí. Sólo quería dormirme. Me quité triunfalmente la ropa y los zapatos, y me calcé el pijama. Me cepillé los dientes y me dejé caer sobre el acolchado. Cerré los ojos y vi a Ana parada frente a mí con la boca cerrada. Yo seguía sentado en el retrete, en el privado sin puerta del servicio masculino del ministerio, tratando infructuosamente de tener una erección. "¡Si no vas a ayudarme con esto, lárgate de aquí!" Le lancé con furia. Entonces Ana se acercó unos pasos hacia mí, entrando al privado, y abrió cuidadosamente la boca mientras se ponía la mano en forma de cuenco debajo del mentón como evitando contener un posible derrame. Ella me quería mostrar lo que allí había. Su lengua estaba sumergida en un líquido blanquecino y espeso que pugnaba por desbordar por sus finas comisuras. "¡Traga. Trágalo todo!" Le ordené, y ella obedeció con una deglución limpia y sonora. Se secó los labios con la lengua y me dijo: "Gracias". Luego miró mi polla totalmente adormecida y la tomó entre sus dedos delgados y fríos. "Ahora ya puedo ayudarlo… Ya tengo mi boca libre…". El servicio estaba vacío. Ya no había más usuarios ni espectadores variopintos. La jovencita se arrodilló frente a mí y se llevó a la boca el miembro aletargado. Inesperadamente volvió a aparecer Laura parada frente a mí. No sabía qué decirle, pero ella habló primero. "Recuerda darle los 50 pavos después de correrte". En ese momento sentí que estaba a punto de eyacular y me desperté sobresaltado.
LAURA
Ingresé al hall desierto del edificio y escuché el motor de nuestro auto acelerar alejándose de allí. La puerta neumática del elevador estaba abierta. Me encerré en él y me largué a llorar como una niña.
¿Qué estaba haciendo allí, en casa de mis padres, en plena madrugada? ¿Por qué no había vuelto a mi casa con mi marido y con mi hijo? ¿Por qué había dejado a mi hijo con una extraña? ¿Por qué me había inventado aquella historia sobre mi padre? ¿Me quedaría a dormir allí con mis treinta y dos años? ¿Con qué pretexto? Eran muchas preguntas. Lloré un buen rato sin saber qué pensar. El elevador era mi pequeña guarida. No quería salir de allí. Estaba sola. Completamente sola.
Pasaron más de veinte minutos hasta que mi cuerpo decidió prescindir de mi mente atormentada y tomar la iniciativa. Entonces mi mano tomó el móvil de la cartera e hizo lo que tenía planeado desde el comienzo: marcó el teléfono del taxi para que pasara a recogerme.
ANA
Sentí la piel transpirada y un calor sofocante e incómodo en el rostro, entonces desperté. El primer sol de la mañana entraba por la ventana y caía de lleno sobre mí, me estaba asando. Me levanté malhumorada del sofá y vi los cincuenta euros sobre la mesa baja junto a una nota. "Muchas gracias por todo, Ana. Aquí tienes el dinero. No hace falta que nos despiertes, la puerta está sin llave. Hasta la próxima." Tomé el dinero, lo guardé en mi cartera y salí de la casa.
El aire fresco de la mañana me recompuso del mal humor de haber dormido incómoda, con ropa de calle y al sol. Respiré profundo. Podía volver andando y eso haría. Era temprano y estaba muy agradable para caminar. Incluso me desviaría unos metros y cruzaría por el parque.
Pensé en lo bueno que resultaba estar fuera de casa y mi corazón se llenó de alegría. Levante los brazos para que el aire de la mañana ingresara limpio y en buena cantidad a mis pulmones cuando noté que la tela de mi sudadera estaba adherida a mi piel a la altura de los riñones. Toqué allí y advertí algo húmedo y viscoso en mi espalda. No tenía importancia. Seguramente me habría manchado con la comida del niño. Ahora me dirigía al parque dispuesta a disfrutar de mi soledad.
RAÚL
Salté de la cama acalorado y redacté una nota escueta. Luego tomé cincuenta pavos de mi billetera. Descendí hacia la planta baja tratando de no hacer ningún ruido y deposité el billete y la nota sobre la mesa de la sala, junto al sofá donde dormía la niñera.
Allí estaba ella iluminada por la tenue luz fría del alumbrado público que penetraba por la ventana. Estaba de bruces ocupando todo lo largo de las tres plazas del sofá, durmiendo profundamente. La tela gris de sus pantalones deportivos insistía obstinadamente en hundirse impúdicamente entre sus nalgas. Me acerqué interesado en tener una perspectiva más clara de aquella sugerente imagen. Entonces me pregunté qué pasaría si apoyaba mi mano sobre aquel culo tan firme y respingón. Nada. Nada en lo absoluto. Laura no estaba. Nadie se enteraría.
La acaricié con cuidado clínico desde la cintura hasta la parte baja de su muslo describiendo todas las curvas y contracurvas que allí se presentaban. La tela era fina y suave. Cuando mi mano se detuvo, me fue imposible despegarla de allí. Mi verga se había puesto como un mástil dentro del pijama. Deslicé mis dedos hacia la cara interna de su muslo y volví a ascender. Como un acto reflejo Ana separó levemente las piernas dejando ante mi vista cenital, el surco que formaba su pantalón al adherirse a su vulva. Cuando las yemas de mis dedos índice y mayor hicieron contacto con aquellos cálidos pliegues, sentí que un fuego interno me invadía por completo. Presioné lo más suavemente que pude y sentí, a través de la tela, cómo su carne hinchada cedía ante mi avance. Un mareo me invadió de golpe cuando Ana cerró las piernas apresando mi mano en se sexo. Me quedé inmóvil sin respirar durante diez eternos segundos. No se había despertado, pero su cuerpo había notado mi presencia. Mi mano estaba atorada entre sus muslos y mis dedos entre sus labios mayores. Noté que sus músculos se ponían rígidos, como en contracción, para luego distenderse. En ese momento decidí que era mi oportunidad de retirarme de allí, pero una nueva sensación me retuvo. Las yemas de mis dedos índice y mayor comenzaron a colmarse de humedad. Un nuevo mareo me invadió, pero está vez sentí la certeza que estaba a punto correrme. Quité mi mano abusiva de allí y la mire alelado. La tenue luz blanca de la calle hizo destellar las moléculas de humedad sobre mis uñas. Cuando metí mis dedos en la boca como un adicto a aquel elixir, mi otra mano extrajo la polla del pijama en el momento exacto en que empezaba a vomitar esperma. No era mucho. Pero todo había caído sobre la espalda de Ana. Sobre su sudadera deportiva.
Cuando me aseguré que la muchacha seguiría durmiendo como al principio, subí sigilosamente y me arrojé en el lecho. Me dormí al instante y en compañía única de aquel dulce sabor.
LAURA
Después de hacerme acabar por segunda vez me dijo que era una excepción el hecho de haberme recibido en mitad de la madrugada. Y que una excepción se debe pagar con otra excepción.
Al cabo de una media hora de preparativos sentí por primera vez en mi vida la rudeza del miembro viril penetrándome por detrás.
Después de alcanzar el tercer orgasmo, le comí la polla como nunca antes lo había hecho y le rogué que acabara en mi boca. Él estaba satisfecho y agradecido. Y a mi me daba igual.
Cuando bajé a la calle la brisa de la mañana enfrió mis lágrimas. Debía darme prisa. Mi familia esperaba el desayuno.