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Sobre ruedas (capítulo once)
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Tiempo de lectura: 22 minutos

Estaba claro que no quería tener nada más por el momento ni mucho menos meterme en alguna relación o compromiso, la última me había dejado algo vacío o decepcionado de todo. Por supuesto que Nelson trató de comunicarse conmigo, llamando por teléfono o mandando recados con los amigos o conocidos. Yo simplemente no respondía a ninguno de sus recados y si me ponía al teléfono al escuchar su voz, decía con voz monótona que se había equivocado de número. Mi reencuentro con Tito, el camionero, fue casual porque muy a pesar de tener su dirección, era de la opinión que no debía tener ningún tipo de relación con nadie de aquel ambiente de mi ex pareja. Estaba yo en La Lisa esperando la guagua como siempre que no pasaba, cuando alguien se me acercó, era Tito que me había visto cuando pasaba con su camión y que lo aparcó en una calle cerca y había venido a saludarme.

-¡Coño, qué casualidad! Menos mal que te vi.

Nos dimos las manos como si de dos amigos se tratara. Me explicó que me vio de casualidad y me invitó a ir con él hasta el camión porque allí no podía dejarlo por mucho tiempo. Me dijo que llevaba una carga a Pinar del Río que si quería ir con él para acompañarlo, para que los “amarillos” no le metieran a nadie en la cabina y para hablar de nosotros. Al principio no supe que decirle, él me calmó que ya sabía lo de mi ex y yo, reafirmó que era lo mejor que podía haber pasado.

-¿Sabes? No eres el primero ni el último a quien Nelson le jode la vida y engaña…, no eres el primero que me singo cuando llevo a Nelson a su tierra. Aunque sé que no deba decirlo, él me paga el viaje dejándome a su gente, pero tú eres diferente…, se te ve por encima que no eres la mierda que le rodea.

-¡Mira, Tito! Dejemos de hablar de ese, ya bastante me hizo…

-¡Okey, mi nene, no se habla más de él!

Subimos al camión porque de todas maneras Tito no me había hecho nada malo y me caía bien, amén de que con él el sexo era diferente. Como el camión iba cargado y en la cabina sólo había espacio para dos, los “amarillos” no pudieron meter a nadie en la cabina aunque cuando fuimos a Las Villas íbamos dos, pero la cabina era para dos. La tarde caía cuando tomamos la autopista rumbo a Pinar del Río, por suerte en la radio ponían buena música y nosotros conversábamos de mil cosas a la vez sin hacer caso al deseo que a ambos nos minaba por dentro. Yo le conté lo que había pasado en Las Villas con Nelson, el primo y que el amigo me había ayudado a huir porque realmente fue una huida. Tito dio dos piñazos en el timón.

-¡Cojones, maricón de mierda! Yo tenía que haberte llevado conmigo…

Yo le dije que no se pusiera así, que todo había quedado atrás y que le agradecía la manera en que se había portado conmigo, los consejos y sobre todo que debía haberlos seguido para evitar aquel mal momento.

-¡Mira, yo mantengo lo que te dije en cuanto a que seas mi gente! Ahora tú mismo decides lo que quieres hacer…, sé que no te esperas una propuesta así pero te lo digo de corazón. Te pido que seas mío, primero porque veo que eres un tipo leal y buena gente, segundo porque nosotros dos disfrutamos rico aquel día.

No me esperaba una declaración así, en plena carretera con aquel tipo machote, aunque delgado, en él todo era virilidad. Lo miré y sonreí, me gustaba su bigote, sus ojos oscuros, su nariz, su manera abierta y clara de decir lo que pensaba, me gustaba su sexo. Alargué la mano hacía su entre pierna para agarrar su pinga.

-Si tú lo deseas, lo será… – Suspiró con fuerza, apretó mi mano con la suya.

Sabes que me gustas, que me volví loco desde aquel día en que singamos… No soy de enamorarme así como así, pero de verdad de los que he singado, tú me has llegado hondo. Te lo juro, después de ti no he singado con gusto… y lo mejor, sabía que nos encontraríamos porque supe que te habías alejado de Nelson. Él vino a mi casa a saber si tú estabas conmigo o no. Se lo dejé bien claro que si te encontraba, iba a hacer todo lo posible para que seas mi gente.

Quería darle un beso, pero le tomé la mano y se la besé. Vi en su sonrisa que le había gustado mi gesto. Después sabría más de ese gesto que para mí era normal y que él lo había interpretado como sumisión total hacia él. En la primera oportunidad que tuvo aparcó el camión girando por un camino, ocultándolo de la carretera, ya casi oscurecía. Me atrajo hacia sí para darme un beso en la boca, un beso pasional, dulce y sabroso. Después yo mismo me encargué de desabrochar la portañuela y sacar su pinga larga que empezaba a ponerse dura.

-¡Trágatela toda para que cuando se me pare la tengas toda adentro! -Así hice, metí en mi boca su pinga tratando de que al pararse fuera adaptándose dentro de mi garganta. – ¡No sabes las pajas que me he hecho pensando en este momento y lo ricos que mamas!

Yo empecé a mover mi lengua masajeando su pinga, la sacaba y saboreaba su glande y volvía a tragar todo de nuevo. Le acariciaba los huevos, cuando sentía que mis labios tocaban el tronco de la pinga, apretaba un poco los dientes para darle una suave mordida. Estuve chupando su pinga hasta que se vino, empezó a gemir, a decir que se venía y yo intensifiqué mis caricias y mamadas. Se vino en mi garganta, y cuando saque su pinga que seguía dura y chorreando semen, la lamí como si se tratara de un helado. Nos besamos.

-¡Nene, sé que no te gustaba tragarte la leche! Pero quiero que sepas que a cualquier macho eso le encanta. A mí me vuelve loco…, lo que has hecho es lo mejor.

-¡Papo, lo sé, lo sé y me gusta hacerlo cuando a mi macho le gusta!

Mi respuesta le gustó, nos besamos y me pidió que me desnudara y me acostara boca bajo en la cabina. Lo obedecí y quedé así esperando a que me poseyera. Antes me lamió mi ojete, mientras murmuraba “¡cojones, cómo me gusta!”, “le voy a dar mantenimiento todos los días” y muchas cosas más. Yo no pude más y le pedí que me penetrara.

-¡Cojones, eso me vuelve loco, que me pidan pinga!

No me hizo esperar y despacio después de lubricarme con saliva, me penetro. Se abrazó a mi besándome y acariciándome, tuvimos un sexo largo porque ya se había venido por lo que venirse una segunda vez, le llevó su tiempo. Todo el tiempo en la misma posición, él encima de mí entre mis piernas bombeando con su pinga larga y haciéndome jadear de placer. Cuando se vino, estuvo un rato dentro de mí y me pidió que no me masturbara, qué él se encargaría de que me viniera. Hizo algo que pocos hacen, empezó a mamarme mi pinga mientras que con sus dedos jugueteaba en mi culo recién singado. Me vine rápido en su boca, él se incorporó sin decirme nada para besarme, pensé que me devolvería mi semen pero no fue así porque se lo había tragado.

Al rato continuamos nuestro camino ya de noche, hablábamos de nuestros planes, él quería que me fuera a vivir a su casa porque le hacía falta alguien que se ocupara de los quehaceres y de él. Que podría ponerme como ayudante e iría a todos los viajes con él haciéndole compañía en todo. Hablaba y hablaba, hacia planes en los que yo entraba. Eso me gustaba porque contaba conmigo.

-¿Qué es lo que te gusta de mí? – me pregunto de sopetón, yo pensé un poco.

-Me gustas completo…, me gusta que eres viril, macho, bien macho. Tú bigote me encanta y tus labios, tus ojos. Me gusta cómo eres, como hablas y como singas. No te lo voy a negar, me gusta tu pinga, tus cojones, el sabor de tu leche y tu saliva… – él sonreía.- Me gustó mucho cuando te vi fumar un puro, ¿te acuerdas?…

-¡Sí, me acuerdo bien que mientras ese te cogía el culo, tú me mirabas! En ese momento decidí que fueras mío. – me besó.- ¿Te gustó verme fumar?

-Mucho.

-Entonces te daré ese gusto…, te dejaré mamar mientras yo fumo, ¿te gustará?

Le dije que nunca había hecho eso pero que me atraía, aunque recuerdo a aquel negro de Güira que fumaba puros, pero bueno, era mejor decirle que no.

-Pues, tú me gustas porque no tienes pluma, no eres afeminado sino más bien machote… eso me pone a mil, ver que me singo a un macho y no a una loca. Me gusta como mamas, eres un loco dando lengua y chupando, y tu culito, uf… ¿sabes? Lo que tienes por culo es mucho, estrecho, tragón, caliente, rico… y lo mejor es que te gusta que te den pinga, la gozas, la disfrutas a tope…

Después de aquella confesión me dejó a que durmiera un rato, me desperté cuando se detuvo el camión en una cafetería. Bajamos a tomar café, a mear y a estirar un poco las piernas. Fue entonces cuando encendió un puro, mientras daba los chupetones para encender el fuego, me miraba, con esos ojos picantes. Comprendí su intención, le sonreí y él se sintió contento de que hubiera esa química entre los dos. Nos fuimos al camión que estaba apartado, además que no había casi nadie en el parqueo. Él se acomodó en su asiento con sus piernas bien abiertas y yo me encargué de sacar su pinga que antes de empezar a mamar, acaricié mientras lo miraba.

-¡Vamos, nene, haz lo que sabes hacer!- me animó.

Costaba trabajo en la cabina hacer una buena mamada. Él lo comprendió bien y me invitó a salir afuera, en la oscuridad, del otro lado de donde estaba la cafetería, se recostó al camión ofreciéndome su miembro largo y duro. Yo me arrodillé y empecé a tragarme todo aquel trozo de pinga. Él tomando mi cara me dijo:

-¡Nene, quiero que me mires mientras me mamas!

Fue algo emocionante, ver como a cada chupada que él daba al puro, se iluminaba su cara, me acariciaba la cabeza, me decía cosas agradables. Yo me sentía bien, sobre todo aquella situación me gustaba, me daba ánimos.

-¡A ver, mi nene, súbete en la cabina y bájate los pantalones! Quiero comerte ese ojete rico y fumar…

Así hice, me bajé los pantalones y me doblé sobre el asiento quedando fuera mis nalgas y piernas. Sentí como me acariciaba, sentí el humo que me echaba y su lengua que lamía mi culo.

-¡Qué rico lo tienes, bien mojadito de mi leche!

Volvía a comer mi culo, a besar mis nalgas, a echar bocanadas de humos en mi ojete. Era una locura aquello, yo me sentía en el quinto cielo y supongo que él también. Al rato me dijo que me iba a singar, que no podía más seguir así. Nos acomodamos en la cabina e hicimos el amor con mucha pasión, me hizo acostarme de un lado para que pudiera verlo con el puro en la boca mientras me daba caña. Parecía que nunca íbamos a terminar, para mí ya había pasado mucho tiempo, pero se vino y después me hizo venir a mí. Se quedó un rato abrazado a mí, me besó, dejándome ese olor a tabaco en los labios.

-¿Te ha gustado? Nene.

-¡Mucho, mucho!

-Lo hemos tenido que hacer apurado, pero te prometo que cuando tengamos tiempo, la vas a pasar bien…me gusta singar hasta que se terminé el puro.

-Eso puede ser mucho tiempo ¿no?

-¡Sí, mi amor, sí…pero no te preocupes, que te va a gustar!

No sé si alguien nos habrá visto o no, después nos fuimos del lugar. Habíamos hecho aquello casi a la vista de cualquiera que pudiera haber pasado por allí. Yo dormí como una piedra y eso que debía haberle hecho compañía, pero a Tito no le molestó. Me dijo que se sentía feliz de que su gente se durmiera cansada de un buen sexo. Era cierto, estaba medio muerto de aquellas dos ocasiones. Muy a pesar del poco tiempo que medio entre los dos sexos y lo agotador, me sentí bien, muy bien.

Habíamos empezado muy bien nuestra relación, porque Tito era muy pasional y cariñoso. El sexo entre los dos funcionaba de lo mejor. Aquel viaje pues fue así, de locura total, de regreso igual tuvimos nuestras locuras apurándonos para llegar a su casa y como me decía él, poder casarnos de verdad, es decir tener un sexo en la cama, de ley y no apurados en el camión o un matorral. Por el camino además de dos botellas de ron, pues compró papas, gallinas, plátanos, para la casa. Llegando me dejó y fue a dejar el camión en el garaje porque como estaban los robos era probable que amaneciera sin ruedas o gasolina. Yo me quedé en la casa, una casa chula, pequeña pero cómoda. Me metí en la ducha mientras llegaba Tito que al rato ya estaba en la puerta del baño desnudándose para meterse bajo el agua.

-¡Nene, déjame bañarte bien!

Me dijo besando mi nuca mientras se agachaba y abría mis nalgas, me besó antes de comenzar a lamer mi culo. Era un experto en ellos, sabía cómo dar placer con sólo rozar su bigote por la piel. Estuvo bastante rato lamiendo, comiéndose mi ojete antes de incorporarse preguntándome si deseaba que me la metiera. Mi respuesta fue buscar a tientas su pinga dura y ponerla en mi culo dándole a entender que lo deseaba.

-¡Así, me gusta, me gusta que seas un loco a la pinga!

Hicimos el sexo con pasión bajo el agua de la ducha, después nos secamos y continuamos en la cama como si fuera la última vez que lo haríamos. Mucha pasión, mucho morbo. La cama crujía bajo nuestro peso y movimientos. Aquella pasión adquiría la dimensión de algo incontrolable, Tito dueño de la situación metía y sacaba su pinga, con la misma me abría las nalgas y lamía, besaba, mordía mi culo que volvía a penetrar despacio unas veces, otras brusca. Yo gemía de goce, me gustaba cómo lo hacía, cómo gozaba él de mí. Su cara me seguía gustando, aquel bigote pequeño, se mordía los labios inferiores de su boca en acto de placer, su mirada fija en la mía. Se vino mirándome fijamente, me besó después mientras me masturbaba para que yo me viniera. Cuando lo hice recogió mi semen con su mano y sacando su pinga de mi culo, empezó a meter mi leche.

-¡Quiero que te quedes preñado de mí! Nuestras leches juntas en tu culo…

Volvió a meter su pinga ya no tan dura y nos acomodamos abrazados en la cama. Así nos quedamos dormidos, yo ni me di cuenta cuando su pinga salió de mi culo. Eso significaba que había dormido satisfecho.

Empezamos a vivir la vida de compromiso, yo en su casa cuando podía, después de mis clases iba a su casa a esperarlo, tenía la llave. Vivíamos una vida de sexo pleno, era incansable como yo, ambos nos deseábamos mutuamente. Generalmente lo acompañaba en sus viajes a las provincias si podía, viajes marcado por esas travesuras sexuales que hacíamos. Porque, aparte de todo, hacíamos muchas locuras en la carretera o en las paradas que hacía. En uno de esos viajes cuando íbamos a Las Villas me propuso que visitáramos a Polo, yo le había contado aquella historia. Polo no estaba en la casa, fuimos a la Casa de Cultura y allí lo encontramos, se quedó sorprendido. Me abrazó preguntándome cómo estaba, después le presenté a mí gente que miraba la escena con interés. Nos dijo que lo esperáramos para después ir a su casa.

-¡Yo no sé qué hacer! Él quizá se cree que he venido por él… – comenté yo a Tito.

-¡Mi amor, tú y yo somos pareja! Eso está claro, no es un problema, además él se comportó bien contigo y eso hay que tenerlo en cuenta.- yo me quedé algo confuso y él agregó.- Sé lo que estás pensando, mira, si se da un trío, pues no pasa nada y no va a cambiar nada en nuestra relación.

Había quedado todo claro después de nuestra conversación, Tito como siempre se comportaba bien. Polo se nos unió y fuimos a su casa. Sacó cervezas y nos llevó al estudio para mostrarnos los cuadros que había hecho cuando yo posé, aunque posamos los dos en realidad. No eran dos cuadros, había un sinfín de dibujos en papel, bosquejos, y cuadros pues había cinco. Tito le pidió a Polo que nos pintara y éste aceptó, se sabía de antemano que diría que sí. Nos desnudamos y Tito se sentó desnudo después de encender un puro y me dijo que empezara a mamar. Polo acepto fumarse un puro igual y al rato me vi con los dos fumando mientras yo les chupaba la pinga a ambos por turno.

– ¡Ya basta de mamar, pon ese culito rico que te vamos a dar pinga y leche! – me dijo Tito.

Me vi allí singado por turno por los dos, uno daba al otro el sitio y así hasta que Tito empezó a decir que se venía, cuando lo hizo le dio paso a Polo que apretó en sus embestidas para venirse también. Cuando terminó y sacó su pinga, la leche empezó a salírseme y Polo con su pinga la recogía para meterla en mi culo dilatado.

-¡Coño, quédate con toda esa leche dentro! – me dijo Tito.

Yo lo obedecí, me levanté y me puse el calzoncillo, les sonreí sabiendo del orgullo de los dos. Todo macho sentía orgullo de que su gente se quedara con la leche dentro, lo sabía y al menos les di ese gusto, aunque al ser dos los que habían dejado su semen en mí, este empezaba a bajar y querer salir. Aquella noche dormí bien entre los dos, aunque parezca molesto dormir así, cuando uno te abraza, el otro te roza o cruza un pie por encima, dormimos bien más por el cansancio que otra cosa. Al amanecer, Tito se levantó temprano y me dijo:

-Mira, vamos a hacer una cosa, yo tengo que ir a echar gasolina y llevar la carga a Trinidad, salgo ahora mismo y tú te quedas con Polo… – viendo la sorpresa que provocaba entre nosotros dos, Polo al igual que yo había quedado sorprendido, sonrió. – Mira, este negro es de ley, es buena persona y le gustas, no soy ciego, mejor te quedas con él y yo te recojo a la vuelta.

-Pero…

-Nada de peros que valgan, te quedas con él y ya… ¿verdad?

-¡Mira, chico, si tu marido dice que te quedes, pues hazle caso! – intercedió Polo con jocosidad.

No se discutió mucho, al parecer la partida ya había sido decidida con antelación. Prometió regresar al segundo día dándonos ese tiempo para nuestro idilio o pasión. Todavía no había arrancado el motor del camión cuando ya tenía encima a Polo embistiendo sobre mis nalgas mientras mordía mi nuca. Escuché que arrancó y se iba mientras Polo se ocupaba de mi ojete, singamos como siempre, con deseos o ganas locas porque no iba a negar que no me gustaba aquel tronco de negro. Me gustaba mucho y él lo sabía bien. Por la tarde nos fuimos a dar una vuelta, nos encontramos con el primo de Nelson que se nos acercó con su descaro acostumbrado.

-¡Vaya, vaya, pero mira quién está por aquí! – dijo mientras le daba la mano a Polo. – ¿Qué me cuentas?

-¡Na´todo bien! ¡Ya ves!

-Ya veo, ya veo… ¿así que te has quedado con la putica de La Habana?

– ¡Vamos!, deja eso ya…

-¡No por mí, nada…te lo puedes comer to!- le dijo mientras me miraba con cierto odio.- Pero recuerda que esta perla le gusta que lo singuen bien… ¿o se te olvidó cómo lo conociste?

-No, no se me ha olvidado y yo me lo singo bien, como a nosotros nos gusta. -le dijo mientras me abrazaba.

Se fue y seguro que rabiando, porque ni una palabra le dije a todas su provocaciones. Polo me comentó que había hecho bien, que ese tipo era tan mierda como el primo, los dos eran un asco de gente. De todas maneras aquel encuentro nos aguó el paseo, al rato a Polo se le ocurrió que iríamos a visitar a un amigo de él, claro si yo quería. Acepté porque al menos era tratar de olvidar algo a aquel estúpido. El amigo vivía en las afueras, en una finca pequeña, y según Polo era muy buena gente.

-¡Lucas, para servirte!

Fue lo que me dijo cuando me dio la mano, a Polo le dio un beso. Lucas resultó ser un tipo interesante, mayor, tendría más de cincuenta, porque se le veían las arrugas y desde el inicio supe que había sido la pareja de Polo durante mucho tiempo y que ahora les unía una buena relación. Hablamos de mil cosas, Lucas era alfarero, nos mostró mil cosillas de cerámica que había hecho y que estaba haciendo. Al rato comimos una merienda, bebimos cerveza y nos fuimos. Ya en la casa le dije a Polo que me había gustado mucho su ex pareja, que parecía una gente preciosa. Polo lo confirmó, y me contó que vivieron juntos durante mucho tiempo pero que Lucas nunca pudo decidirse vivir con él porque temía lo que dijera la familia, antes vivía con la madre, ahora con una hermana, por lo que siempre habían ocultado su relación y eso fue lo que acabó convirtiéndolos en amigos ya que no podían ser amantes.

Regresamos a la casa para dedicarnos a hacer el amor, esta vez un sexo largo, despacio, Polo se preocupó mucho en que me sintiera bien cómodo. Estuvimos casi toda la noche entre caricias, besos y sexo, sobre todo sexo porque Polo no salía de mí, se mantenía pegado a mí sin salirse siquiera. Yo me sentía contento, feliz, teniendo un amante tan pasional. Claro que al día siguiente no apareció Tito, ni tampoco al cuarto. A mí me preocupaba aquella demora, Polo trataba de calmarme, diciéndome que seguro le dieron alguna carga para Oriente pero no creo que el mismo creyera aquella historia. Muy a pesar de que aquellos días no me falto su amor, sus caricias, su deseo y por qué no decirlo, su pinga dura y grande; al final decidí irme por mi cuenta. Polo algo entristecido me reprochó que era la segunda vez que le dejaba así.

-Vaya que suerte la mía, nos conocimos porque me dijeron, ve y singátelo, después entre nosotros hubo mucho más que buena química, pero te tuviste que ir…, mira, cosas de la vida, volviste ya con otra gente, volviste a mí y de nuevo tu gente te ha dejado plantado conmigo.

-¡Bueno, es que…no sé!

-¡Eso lo sabrás a su debido tiempo! Pero piensa, mi amor, yo te quiero y no te voy a dejar plantado por nadie. Hazte mi gente…

Guardé silencio, comprendía lo que me decía aunque no iba a decidir algo así a la ligera porque los cinco días que había pasado con él allí habían sido como una luna de miel, un sueño.

-¡Mira, papo, no te voy a mentir! Ya veo que el destino nos pone uno delante del otro…

-Por eso tenemos que probarlo… – me interrumpió.

-Mira, primero tengo que aclarar esto, saber qué ha pasado y además, me he ido de mi casa y no saben nada de mí…, tengo que ir a mi casa. Compréndeme.

-A ver, te comprendo si me prometes que vendrás dentro de unos días.

Me besó, me gustaba aquel negro tierno, rico, suave y viril. No tuve que recoger nada porque nada había llevado. Me acompañó por segunda vez a la estación de autobuses y me acompañó hasta que me fui, nos despedimos con un abrazo mientras me susurraba en el oído que regresara, que me iba a esperar.

De nuevo me vi huyendo de esa ciudad, no sé cuál sería el secreto pero por segunda vez me veía envuelto en ese tipo de situación, me sentía deprimido, porque por se repetía la historia y Polo de por medio se quedaba con las ganas de que me quedara junto a él. ¿Quizá sería él la persona ideal? No sé, dudaba tanto, mil ideas se me agolpaban en la cabeza. Dormí un rato, me desperté cuando el autobús hacía una parada en una cafetería para que la gente estirara las piernas o fumaran o fueran al baño. Bajé no con mucho ánimo, pero era mejor ir a mear que después fajarme con el chófer para que parara en algún sitio. Caminando al baño me pareció ver el camión de Tito, simplemente fue como una corazonada de que era ese su camión, como había tanta gente en la cola del baño, me llegué para comprobar que sí, aquel era el camión de Tito, estábamos ya en San José. Miré a mi alrededor para ver si lo veía por alguna parte, pero no lo vi, no estaba por allí. En la cafetería no estaba por lo que me adentré en el monte que había detrás del baño, caminé alejándome porque mucha gente meaba allí para no tener que hacer aquella cola. Al rato vi a Tito, allí estaba con otro dándole de mamar, me vio y se quedó mirándome sorprendido. Quiso decir algo, separar al mamón pero yo puse pie en polvorosa y me fui. Ya no me importaba mear y por suerte llegué a tiempo porque el autobús ya empezaba a moverse, entré y el chófer me dijo ·por poco te quedas”, ya sentado vi que del bosque aparecía corriendo Tito, nos miramos, él haciendo gestos con la mano y yo como si mirara algo pero sin verlo del todo.

Aquel fue el punto final de aquella relación, porque estaba claro que de La Villas donde me había dejado, había regresado a La Habana y allí andaba con alguien. Tal vez aquella dura verdad me calmó algo, tengo al menos esa táctica de poder cambiar y mirar lo pasado desde otro punto de vista. Quizá demasiado práctico pero que me servía mucho siempre. Cuando llegué a la capital mientras esperaba la guagua para mi casa, aproveché y llamé a Polo a casa de sus vecinos. Le conté lo que había pasado. Polo se encabronó mucho, me prometió que si se aparecía le iba a romper la cara, me pidió que regresara. Yo le dije que lo llamaría desde mi casa. Nada me impedía irme a Las Villas, de todas maneras no tenía nada en contra de Polo, por el contrario, me gustaba cada día más.

Ya en el pueblo al bajarme de la guagua me encontré con William que de costumbre estaba allí, como de guardia. Me saludó con alegría, pocas veces tenía mal carácter y siempre todo lo mezclaba con ese deseo impetuoso de hace el sexo que él padecía.

-¡Coño, mami, estaba pensando en ti! ¿Dónde cojones te metes, maricón?

Siempre tenía un lenguaje así, entre enfermizo y vulgar, pero repleto de deseo sexual. Le conté por encima lo que había pasado, me escuchó sin interrumpirme.

-¿Cuándo vas a aprender que tienes que estar preparado para todo? Ya sé que te gusta mucho la pinga y te enamoras de la primera pinga que te metan por la boca y por culo, pero en esto… mira, no hay parejas. No, aquí la gente está para singar. Métetelo en la cabeza.

Tenía razón William, él era un jodedor de primera y no se estaba con enamoramientos con nadie. Me llevó a un derrumbe que había cerca, nos colamos y nos abrazamos besándonos como unos locos. Yo me arrodillé mientras él se desabrochaba el pantalón y se sacaba ya su pingón morcillón. Empecé a mamársela con ganas, siempre me gustaba, me había gustado siempre y los dos lo disfrutábamos a la perfección. William me decía esas cosas que se le ocurrían sólo a él, y al rato me preguntó que donde quería que me echara el lechazo. Yo no le respondí, me levanté, me bajé los pantalones y me encorvé apoyándome en mis rodillas. William sonrió bajito mientras que murmuraba que sabía lo que yo quería, me ensalivó bien el ojete preparándolo para la singada que me esperaba. Cuando me tuvo bien clavado, me hizo volver la cabeza para besarlo, después me dijo en voz baja.

-¡Te voy a singar con toda la tranquilidad del mundo! Y tú calladito, sin decir nada, tranquilito y disfrutando…

-Lo que tú quieras…

-¡Psh…, cállate, te dije que no abrieras el pico! No mires, hay uno que nos está mirando, vamos a ver qué hace.

William estuvo singando sin pronunciar ni una palabra, yo igual, se escuchaba el chasquear de sus embestidas y quizá de nuestras respiraciones algo alteradas. Al rato el tipo que nos estaba mirando salió de la oscuridad manoseándose la pinga por encima del pantalón. No lo conocía, era un tipo flaco y bigotudo.

-¡Dile que te de mamar! – me ordenó William sin detener sus movimientos.

Le hice señas de que se nos acercara, dudo algo al principio pero terminó acercándose a nosotros plantándose delante de mí ya blandiendo su pinga que olía y sabía a salobre. Yo no podía ver nada, primero que el sitio estaba a oscuras, segundo que delante tenía al tipo pero no me hacía mucha falta ver porque sentía todo bien. Me estaban dando pinga por delante y por detrás, como se dice: “pinga por todos los huecos”.

-¿Te gusta?- le preguntó William al tipo. – No sabes lo rico que tiene el culo…

-¡Oye, yo no estoy en esto! Yo no soy bujarrón… – me dio risa aquella respuesta tan típica, porque si no era bujarrón qué hacía dándome de mamar.

-Yo tampoco, pero éste es maricón y le gusta la pinga de los machos.- agregó Williams con ese tono tan conocido.

-Ya lo veo…, maricón tragón de pinga.- dijo mientras me daba unas cachetadas suaves en la cara.

-¿Si quieres te dejo que lo singues un rato? – le propuso William.

-Yo nunca me he singado a un maricón.

-Pero le has dado de mamar bien… como si antes lo hubieras hecho.

-Nunca, es la primera vez…

-¿Y te gusta como mama esta maricona? – William seguía hablando y signándome como si nada.

-¡Cojones, mama rico! ¡Mama mejor que mi mujer!- dijo mientras me empujaba por la nuca para que me tragara su pinga – Se la traga toda sin chistar, con las jevas que he estado, sólo la cabeza y este, hasta el tronco y lo goza.

-Ya te lo dije, es maricón y el mejor…

-Se ve, vi que ni chistó cuando se la clavaste…

-Es maricón de culo… y de boca…

-Bueno, cuando termines, me dejas darle por culo… – aceptó el tipo.

-¡Mira, chico, ven pa´cá!- le dijo William- ¡Ven y mira cómo lo tengo clavado y cómo hay que darle pinga! ¡Ven y nos turnamos!

William había logrado lo que quería y que tan bien se le daba, embaucar a la gente en sus líos. El tipo sacó su pinga y se acercó por detrás, sentí que tocaba con su mano mi culo y la pinga de William.

-¡Cojones, de verdad que tiene aguante este maricón porque tu pingón es de los grandes! – dijo asombrado.

William sacó si pinga y le dio paso al tipo que metió rápido su pinga sin siquiera saber que podía gozar más si lo hacía lento. Comprobé que era cierto, no sabía singar, porque tenía esa idea de que a los maricones hay que singarlos duro, que mientras más duro, mejor, más macho era él. Se vino en un minuto y sacó su pinga rápido en lugar de seguir, William ocupó su lugar enseguida y yo volví a sentirme cómodo sabiendo que William me daría placer. El tipo se apartó algo, se pasaba la mano por la pinga y la olía.

-¡De pinga, yo pensaba que me dejaría la pinga cagada y me la ha dejado limpia! – dijo sorprendido.

-¡Oye, te lo he dicho… aquí hay un culo limpio pa´singar y mejor que un chocho!

William empezó a singarme para venirse, con más ritmo que antes.

-¡Mira, métele la pinga en la boca que le voy a dar duro para venirme pa´que no grite el muy maricón!

Era quizá la contraseña de que debería empezar a quejarme o gemir, no pude dar ni dos gemidos porque ya tenía la pinga a medio parar en la boca. Gemía como podía, trataba de que me salieran los gemidos para seguirle la corriente a William que quería inmiscuir más al tipo. Cuando William se vino y sacó su pinga, me dijo.

-¡Quédate así, mami! Tú ven para que veas cómo le hemos dejado el culo. – cuando el tipo estuvo allí, William encendió la fosforera para alumbrar, yo intenté de dosificar la salida del semen haciendo contracciones. William apagó la fosforera y empezó a mamarme el culo.- ¡Ves lo rico que es, si es un chocho… y te lo puedes singar cuántas veces quieras!

William sabe cómo hacer las cosas y cómo poner a todos a jugar lo que él desea, no pasó un rato cuando el tipo le dijo que quería singarme de nuevo. William había logrado lo que deseaba, le dio paso, se subió el pantalón y nos dejó solos con el pretexto de que regresaría pero sabía que no iba a regresar. El tipo, porque a esas alturas ni sabía cómo rayos se llamaba, estuvo un rato singando a lo bestia, hasta que le dije que aguantara un poco, que más despacio que aquello era para gozar los dos. Para sorpresa se dejó guiar, yo le decía cómo hacer, qué hacer y los dos gozamos mucho, cuando se vino, le dije que se quedara dentro, que no la sacara. Empecé a mastúrbame hasta que me vine, él comprendió que tenía que moverse para darme placer. Había comprendido todo muy bien. Me vestí y lo miré a la cara.

-¡Pues para no ser bujarrón, coges culo muy bien!

No respondió, quizá sintió pena o vergüenza, estaba muy ocupado en vestirse y limpiarse. Yo me le acerqué y cogí su pinga, se la acaricié.

-Te la he dejado limpia, ¿pero si quieres te la limpio más?

Sin esperar la respuesta, me arrodillé delante de él y empecé a darle lametones. Para dejarle la pinga brillante. Vi que le gustó aquel gesto mío. Cuando me iba me dijo que quería hablar conmigo.

-¡Oye!…

-¿Dime…?

-¿Cuándo nos vemos?

-Cuando quieras… me gusta que me singuen y a ti singar…

-Es la primera vez que lo hago…, aunque me atraía, pero es la primera vez… -se me tiró encima y me abrazó.

-Pues, hombre, espero que te haya gustado…

-¡Sí, sí, papi, sí…, pero no sé qué hacer ahora…

-Pues nada, todo sigue igual.

-Estoy casado, tengo dos niñas…, no estoy en esto pero creo que si lo he probado, no voy a poder detenerme…me gustas…- aquello era una confesión, además de aquel hombre rudo había pasado a un tipo tembloroso y pasional- quiero tenerte, quiero tenerte.

-¡Bueno, podemos encontrarnos mañana o pasado!

-¡Sí!- su respuesta parecía la de un niño que va a recibir un juguete ansiado, me dio un beso, un beso apurado e ingenuo.

Yo me disponía a irme, cuando me retuvo.

-¡Ven acá, no me has dicho dónde nos vemos!

-Pues aquí o en el parque…

-A las nueve, en el parque… te voy a esperar… pero ven aquí, acércate.

Me acerqué, me abrazó y besó la nuca.

-Déjame, déjame… – me decía mientras con una mano me abrazaba y la otra me acariciaba las nalgas. Yo le toqué por encima del pantalón y noté que tenía la pinga más dura que al principio.

-¡Oye que acabamos de singar!

-¡Mira cómo estoy…, mira! – me dijo sacando de nuevo su sexo- ¡Déjame aunque sea ponértela entre las nalgas!

Me le acerqué, ensalivé su pinga, y me volví bajando mis pantalones y agarrando su pinga la puse en mi ojete que ya estaba dilatado por tanta pinga anterior.

-¡Bueno, la última por hoy y nos vamos!- le dije.

Él dejó deslizar suavemente su miembro dentro de mi culo, sentí placer, goce, lo sentía a él gozar, sufrir de goce. Estuvimos allí en silencio singando, con pasión, él me besaba mi nuca, mis orejas, me abrazaba.

-¡Quiero singarte todos los días!

-¿Todos, y tu mujer?

-¡Bah, a ella con una vez al mes se conforma! ¡En cambio tú necesitas todos los días, lo veo y yo también lo necesito. –se detuvo en su movimientos- quiero preguntarte algo…

-¿Dime?

-¿Quieres ser mi jeva?

-¿Cómo?

-¿Qué si quieres se mi jeva, mi mujer… vaya mi gente?- volvió a intensificar sus movimientos- ¡Mira, mira cómo vamos a gozar!

Estuvimos singando un rato hasta que se vino. Quise besarlo, pero no se dejó y le dije que si quería que fuera su jeva, tenía que dejar que lo besara. Se dejó, lo besé y luego nos abrazamos. Pasó sus manos por mis nalgas y por la entre pierna.

-¿Qué es esto? ¿Te he partido el culo?

.No, papo, no, eso es leche… ha sido demasiada leche hoy. – le dije con tono de broma. Nos besamos más.

Se llamaba Alfredo y habíamos quedado para el día siguiente. Cuando salí William esperaba para que le contara las cosas que habían pasado. Claro que como de costumbre bromeó.

-¿Cuántas veces te dio por culo?… – yo le conté lo que habíamos hecho, lo que habíamos hablado y que habíamos quedado para el día siguiente_ ¡Coño, ya estamos igual! – se río- A mí me gusta iniciar a maricones, y lo hago bien, y ahora tú inicias a bugarrones.

Me fui a mi casa a descansar, al otro día estaba yo allí, esperando a Alfredo. William pasó por allí pero siguió de largo, andaba detrás de un jovenzuelo al que le había echado el ojo. A la hora de estar allí apareció Alfredo, disculpándose por haber tardado tanto pero no podía irse así como así. Estaba en la bicicleta, al rato se levantó y se metió en el derrumbe donde nos habíamos conocido, yo dejé pasar un rato y entré buscándolo en la oscuridad. Allí estaba, nos abrazamos, me besó, me comió a besos mientras me abrazaba y buscaba mis nalgas por encima de la ropa.

.¡Me vas a volver loco, mami!- decía- He estado todo el día pensando en ti, en ese culazo rico…

.-Y yo en tu pinga, macho!

-¡Ah!, ¿cómo me has dicho?

-¡Macho, mi macho!

Sabía que le gustaría que lo llamara así, se volvió como loco, le dio un arrebato total. Yo me encargué de que se quedara quieto contra la pared para arrodillarme y sacarle la pinga dura para metérmela en la boca. Casi lloró, gemía, se veía que le gustaba y yo aumentaba mis juegos con la lengua en su glande. Me levanté, lo besé.

-¿Te gusta, papo?

-¡Mamas como el mejor! Eres el rey mamando…

-¿Quieres que te saque la leche de una mamada?

-¿Me lo harías?

Yo me arrodillé de nuevo y empecé a trabajarle la pinga como sabía yo que le gustaba a los bugarrones, como William me había enseñado. Alfredo parecía gritar, jadear, se sofocaba o parecía desfallecer. No duró mucho su tortura, se vino en mi boca queriendo sacar su pinga, pero no lo dejé. Me tragué su semen salobre y seguí chupando su pinga hasta dejarla bien brillosa.

¡Cojones, mami, te has tragado toda mi leche!

-Sí, papi, ¿te gustó?

-Mira que he singado jevas, pero ninguna se ha tragado mi leche, mi mujer ni me la mama…

-Ya ves… los maricones sabemos lo que hacemos…

-Nadie me ha dejado la pinga tan limpia como tú…, mami, me voy a enamorar de ti.

-Ya sabes que soy loco por la pinga…

-¡Mami, conmigo vas a tener pinga y leche por todos los lados y cada vez que podamos!

Como respuesta me bajé el pantalón y me volví agarrando su pinga que seguía dura, por eso me gustan los casados, no se les cae nunca; me la metí despacio y él se dejó guiar. Me abrazó fuerte, me besó y comenzamos a singar despacio, muy despacio. Había mucha pasión en la forma en que lo hacíamos. Al rato de estar singando vimos que alguien entraba, nos quedamos quietos ocultándonos en las sombras, pero al parecer nos había visto ya. Se quedó allí como meando pero supimos rápido que no meaba, se meneaba la pinga y miraba hacia donde estábamos nosotros. Me susurró al oído qué haríamos, le dije que nada, que siguiéramos singando.

El recién llegado se nos acercó blandiendo su morronga, era negro y fuerte. Me puso el glande delante y yo empecé a mamar aunque tenía que abrir demasiado la boca para poder tragar aquella morronga.

-¡Déjame darle un poco de pinga! – el Negrón le dijo con voz brusca.

-¡Esta es mi jeva!

Bueno, tu jeva pero me está mamando la pinga y le gusta…vamos, déjame darle un poco de caña.

Para mi sorpresa Alfredo cedió ante el desconocido, que ocupó su lugar y empezó a bombearme el culo, mis nalgas dejaban escapar chasquidos.

-¡Mami, si te duele, dímelo! –casi en un susurro a mi oído.

-¡Qué va a dolerle…, a este hay que darle pinga que pa eso es maricón!

Se vino rápido, se secó la pinga en mis nalgas y se fue silbando. Alfredo estaba allí sin decir palabra, hasta que le dije que siguiera él.

-¡Vamos, qué esperas!

-¡Te ha dejado el culo lleno de leche! –fue su protesta cuando me volvió a penetrar.

Singamos en silencio, cuando terminó, se guardó su pinga.

-Tu eres muy puta…

-Oyee, espera, pero si tú mismo no me defendiste…vino un tipo y lo dejaste que me singara… ¿qué tipo de macho eres? Te han singado a tu jeva en las narices y no dijiste nada…

Sabía el efecto de esas palabras, además ya me había vestido y me disponía a salir dejándolo en el lugar. Me atajó, me abrazó, me besó diciendo que no, que no me pusiera bravo con él, que lo decía porque me quería solo para él. En fin, trató por todos los medios de calmarme. De todas maneras aquello se jodió antes de que empezara porque si iba en ese plan de culparme, pues nada teníamos que hacer juntos. Claro que me atajó para que no me fuera, besándome, acariciándome y prometiendo que no iba a pasar nada parecido. Al instante entró William a modo de ángel de la salvación, se apoderó de la situación y exigió lo suyo, estuvo mirando un rato como William se daba gusto con mi culo. Yo lo miraba en silencio y él a mí, William hacía lo posible para arrancarme quejidos de placer. Alfredo al parecer no soportó más y se fue del lugar.

-¡Uf…, trabajo costó que se fuera!

Fue el comentario de William al ver que se iba, pero sin detenerse en sus movimientos. Al rato terminó y dándome unas nalgadas me instó a que me vistiera. Ya afuera me contó que ese tipo era un esquizofrénico y que lo mejor era terminar.

-¡Mami, tú sabes que yo no me meto en tus cosas! Al contrario, me agrada que tengas tus singantes por ahí, que tengas tus compromisos y lo que te dé la gana, yo mismo te he buscado algunos bugarrones pero con este, tengo que evitarlo…no es un tipo normal.

La sinceridad de William me había sorprendido, estuvimos en el parque sentados un rato, cuando me iba a ir, vimos que Alfredo estaba por una de las esquinas. William me acompañó hasta la casa, se despidió diciéndome que me fuera para la capital unas semanas para evitar a aquel loco.

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