Sexo subvencionado por el ayuntamiento: Ciudadana Laura

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-Buenas tardes, ¿es este el servicio de sexo del ayuntamiento? -preguntó Laura apoyando el antebrazo en la encimera de madera.

La mujer que se encontraba en recepción observó a la recién llegada. Chica de unos treinta y seis, cabello negro y liso, ojos del mismo color. Cara de chica buena en la que destacaban unas gafas de marco fino y redondo. Complexión delgada, uno sesenta de estatura, poco pecho y no mucho culo. La ropa era sencilla pero elegante, pantalones color beige, amplios, de tela fina y atados con lazada en la cintura. Camisa azul marino cerrada en el cuello. Los tres botones situados en la parte de atrás. Zapatos de medio tacón.

-Sí, este es el sitio. -dijo la recepcionista instantes después sonriendo formalmente.

-Me llamo Laura Gracia García y vengo a mantener relaciones sexuales con un varón.

Tras decir esto dio sus datos de identificación.

-Gracias, siéntate un momento en la sala de espera y te aviso en cuanto esté disponible el servicio.

Laura se sentó. En la sala aguardaban dos mujeres y tres hombres. En general todos parecían algo nerviosos lo cual, dada la situación, era normal. El consistorio había creado el servicio hace un par de meses con el fin de que todo el que lo desease pudiera satisfacer su derecho al sexo. Solo se requería un chequeo médico e indicar si se quería copular con un hombre o una mujer. Además, se establecía un límite máximo de tres encuentros sexuales al año, aunque la idea era ampliarlo.

-¿Laura Gracia?

-Sí. -respondió la mujer.

Eran las seis de la tarde.

Carlos, 38 años, era uno de los empleados del ayuntamiento. En su ficha especificaba su condición de heterosexual y el rango de edades de sus clientas, 18 a 57. Aunque parecía un trabajo sencillo y soñado, la realidad no era tan idílica. Problemas, desencuentros, incidentes de todo tipo hacían que el profesional necesitase estar siempre atento y centrado. La psicología y el auto control eran fundamentales. Aquel día Carlos había dado servicio a dos mujeres.

Alba, cuarenta años, pelo corto y pandero voluminoso y temblón. Y Cristina, 23 primaveras, alta, corpulenta, pechos generosos y trasero firme. El máximo número de servicios era de tres al día. Afortunadamente para los hombres y mujeres que se ganaban la vida de aquella manera no todo era sexo, el encuentro incluía charla e incluso tomarse algo antes de ir a la habitación y consumar el acto.

Lo más difícil para Carlos, al principio, era recargar la “pistola”. La alimentación e hidratación eran importantes. Cuando el proyecto nació, se desaconsejaba el poder repetir con la misma persona con el fin de evitar este componente afectivo, sin embargo, la medida no se había aplicado en la práctica y el asunto estaba siendo debatido.

El móvil del empleado sonó y vibró a un tiempo.

Laura conoció a Carlos en la zona común y pudo aspirar el perfume masculino cuando intercambiaron besos en ambas mejillas a modo de saludo. El chico no estaba mal.

Carlos sonrió y se presentó formalmente aprovechando la ocasión para lanzar un cumplido. Laura sabía que todo aquello estaba ensayado pero aun así agradeció sus palabras. Si iba a tener sexo con aquel tipo era mejor empezar con buen pie. Por fortuna, siendo lectora empedernida, no le faltaban temas ni vocabulario a la hora de comunicarse. Carlos agradeció genuinamente la conversación y sin perder de vista el reloj, se dejó llevar un poco. Era agradable hablar pero el estaba allí de servicio y poco a poco llevó la charla hacia temas más sensuales. Había leído la ficha de la ciudadana, por lo que le fue fácil tocar los puntos clave. También los gestos y el tocarse era algo importante.

-Bueno, la conversación es muy agradable, pero tenemos que ir pensando en subir a la habitación. -anunció Carlos.

Laura tragó saliva y asintió.

El cuarto era sencillo y perfectamente preparado para el propósito. Dos sillas para dejar la ropa. Un pequeño cuarto de baño con retrete y bidé y, por supuesto, una cama grande. No había sábanas, ni edredón ni nada, solo un colchón vacío… perfecto para no ocultar nada a las cámaras que grababan ocultas, imágenes que solo verían la luz si había denuncia, imágenes con los días contados. Completaban el mobiliario una mesita sobre la que descansaban una ristra de preservativos, servilletas de papel y bolsitas de lubricante.

La luz era adecuada. La temperatura perfecta para no tener pereza cuando llegaba el momento de desnudarse. Laura observó todo y permaneció de pie, inmóvil. Carlos se acercó a ella y le acarició la mejilla.

-Te voy a besar en el cuello, ¿vale? -La chica asintió y el hombre comenzó a dar pequeños besitos y chupetones.

Estaba muy rígida y nerviosa.

-¿Todo bien? Si quieres me quito la camisa y me tocas ¿ok?

Sin esperar respuesta el varón se desnudó de cintura para arriba y se acercó a Laura. Ésta reaccionó pasando la mano por el pecho de Carlos que, a su vez, apoyó las suyas en las nalgas de la mujer y la pellizcó en la nalga. Laura suspiró notando como su pulso se aceleraba. El pellizco no fue improvisado, si no petición expresa vía formulario. Luego, sin que nadie se lo sugiriese, lentamente, se quitó la blusa y el sujetador, sus tetas pequeñas pero con forma y sus pezones oscuros y erectos estaban listos y Carlos no perdió la ocasión de degustarlos. Laura tembló y jadeo mientras los labios y la lengua del empleado humedecían llenando de saliva sus pechos de forma deliciosa.

-¿Puedo? -le interrogó la clienta apoyando la palma de la mano derecha sobre la parte delantera de los pantalones de su compañero.

-Adelante… Laura -susurró Carlos en el oído de la mujer metiendo la lengua.

El tintineo de la hebilla sonó cuando los pantalones del hombre se deslizaron. Laura metió mano bajo los gayumbos y notó el pene, duro y palpitante. Casi listo.

-Vamos a la cama.

Carlos se sentó sobre la cama y Laura se acercó.

-Te voy quitando los pantalones, ¿vale? -anunció el empleado procediendo a desatar el lazo. Pronto la prenda cayó hasta los tobillos. Las bragas siguieron el mismo camino. Una mata de vello negro cubría el sexo de la mujer.

-Siéntate.

Laura tomo asiento mientras Carlos cogía y abría un preservativo, poniéndoselo con la habilidad de alguien con práctica. Laura observó todo sin perder detalle mientras el ritmo de latidos de su corazón se aceleraba. Con delicadeza, apoyando sus manos en los hombros de la chica, la empujo hasta que acabó tumbada boca arriba.

-abre las piernas

Las instrucciones fluían con naturalidad y eran obedecidas al instante.

Carlos se subió a la cama poniéndose de rodillas frente a la mujer que se ofrecía abiertamente. Comprobó que la naturaleza y el deseo habían cumplido con creces la misión de lubricar las partes íntimas de la cliente e, inclinándose hacia adelante, colocó la punta del henchido pene en posición para penetrarla y apoyó los brazos a ambos lados del cuerpo desnudo que tenía ante sí.

-¿Lista? -susurró mirándola a los ojos.

Laura asintió y Carlos empujó deslizando con suavidad su miembro dentro de la ciudadana.

Antes de ese momento, en algún lugar oculto de su mente, Laura había albergado temor a que le doliese. Después de todo hacía años que no tenía sexo y la última vez no había sido lo esperado. Preventivamente, mordió su labio inferior en cuanto sintió el pene penetrándola, pero muy pronto abrió la boca para dejar escapar un gemido de placer al notar como una corriente eléctrica excitante la inundaba. En aquel momento, y a medida que Carlos se recreaba en el juego de mete y saca, Laura podría jurar que había encontrado el paraíso.

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