La visita había llegado de forma poco oportuna. Eso no importaba, porque estaban ansiosos por la espera de ese encuentro y ese día del calendario no sería obstáculo para expresar físicamente ese deseo contenido que ambos guardaban.
Al principio, ella no se sentía muy cómoda pues siempre se había reservado los actos de placer para los días del mes que estuvieran lejos de los colores como el sol en el ocaso.
Pero esta vez habría que hacer una excepción, pues ella tenía planeado un viaje familiar de vacaciones y habrían de transcurrir largos días hasta volver a encontrarse con él. No era entonces momento para vacilaciones, y respondiendo a aquella frase de Woody Allen “¿es sucio el sexo? sólo si se hace bien.”
Ella es joven y parece tener mucha escuela, pues exhibe habilidades de experta. Falsa la creencia que la mujer tiene menos deseo que el hombre ella es la prueba, una vida muy activa antes de que se conocieran indica que conoce muchos secretos para dar y recibir placer. Pocos son entonces los tabús, excepto el del sexo anal que recientemente habían explorado mutuamente, y ahora el siguiente desafío era el de romper las reglas, nunca mejor dicho.
Romance mitad clandestino, mitad secreto a voces, pues ya ni siquiera se molestaban en ocultarlo, se registraron en el hotel del que eran clientes habituales tanto por la comodidad y ubicación, así como también por los finos detalles de atención y el estupendo café del desayuno. Ella había dicho que no podrían pasar la noche juntos, una vida dividida por temas de uniones previas no resueltas, que hacían complicados los encuentros, pero estaba todo decidido, pasarían la noche juntos en la cama, no bien volvieron a encontrarse.
Ella, mujer perfecta para él, de cuerpo esbelto y blanca piel, guarda en sus labios carnosos el secreto de los besos que excitan cuando muerden. Voz suave con matices en el acento entre la tierra tropical donde nació, y la sierra donde ha vivido gran parte de su vida. Ojos profundos que cambian de color cuando encuentra el orgasmo, es compañera formidable de cama como él nunca había conocido.
La diferencia de edad entre los dos no era problema, aunque ella evidentemente ha sido bendecida con una genética privilegiada que la hace lucir todavía más joven de lo que es, como eterna universitaria, lo que haría impensable que ya ha sido madre de dos, hijo e hija, y en plena pre adolescencia. A ella no le importaba la diferencia. Por supuesto que a él tampoco habría de distraerlo, por el contrario, se sentía halagado de ser aún capaz de atraerla sexualmente.
¿Cuál es el afán para censurar el gozo, cuando están con los días de luna? La única prevención en este caso consistió en poner una toalla bajo las sábanas por si las dudas, y romper el mito pues no hay estaciones para el amor.
Era una pena que el único preámbulo que efectivamente estaba vedado era el sexo oral por razones que no es necesario aclarar. Ambos encontraron en esta forma de satisfacción una fuente maravillosa de regocijo, especialmente en el cunnilingus que los dos gozaban ardorosamente cada vez que se veían para compartir sus cuerpos. Besos que empezaban en los senos y bajaban lentamente hasta el interior de los muslos, recorriendo con la lengua el monte de venus hasta que el extraordinario olor del sexo y la humedad entre las piernas, invitaban a besar primero lento y luego rápidamente los labios, esos labios que sólo pueden ser vistos en la desnudez e intimidad de la pareja.
Así que esta vez sólo serían besos primero castos, en los labios superiores nada más. Luego cada vez más apasionados. Ya se habían liberado de las ropas y estaban completamente desnudos bajo las sábanas, abrazados, mirándose uno al otro con los destellos de ansiosa necesidad. A ella le gusta ser tomada con firmeza por las nalgas, esas gloriosas posaderas firmes como puños, que entre más duro sean apretadas tanto mejor.
Besos con mordiscos, besos profundos y en lucha por el control de lenguas que se cruzan como si quisieran formar un nudo entre ellas. Agitación creciente, curiosidad pero también un poco de temor por los resultados de ese primer encuentro. A él eso le tiene sin cuidado, no siente la más mínima aversión por unirse en el íntimo abrazo con ella sin importar lo que suceda como en una película erótica pero de Tarantino.
Los pezones duros, el movimiento ansioso de los dos y que es ella quien toma con sus manos el pene de su hombre, son la señal inequívoca que están ambos listos y dispuestos a culminar el acto con una penetración primero lenta y cautelosa, luego inquieta y rítmica. Entra pues el miembro en medio de los jugos del amor que son cálidos y poderosamente afrodisiacos, sin temores ni dudas, en la flor que ella guarda entre sus piernas. “Eres mi tulipán”, le dice mirando a la vagina. Ella no le ha puesto nombre al pene de su amante, al que lo llama por el primer nombre de su hombre, y en cambio al hablar de él lo hace por su segundo apellido, lo cual a él le encanta.
Se besan una y otra vez, el calor del lazo que los une se hace cada vez más intenso, ella gime, él transpira, se sienten los temblores internos previos al clímax, y cuando llega el orgasmo tantas veces anhelado por los días previos de tortuoso celibato, ambos sienten que estallan como luces de bengala en fin de año. No hay palabras que describan el instante, o si las hay sólo podrían ser sucias, desenfrenadas. De vez en cuando se puede tocar el viviente jardín del paraíso. Luego, una sensación de humedad intensa pero diferente a la que se siente en los encuentros considerados fuera de temporada. Ambos sienten la intriga de estar en una escena del crimen y no una sexual. Así que lentamente el pene se retira, se apartan con cuidado esperando que quizás sea conveniente incluir la cuenta de la lavandería para esas pobres sábanas. Ja. Nada de eso. Todo sucedió de la forma más discreta, con apenas unas pocas muestras y un olor ligeramente ácido, dulce y hasta agradable para él. En parte porque era la primera vez que lo hacían en tales condiciones. En parte porque era un placer que había sido reservado en exclusiva para este hombre que no podía creer que la entrega de ella ya no tenía límites en virtualmente cualquier momento del mes que se pudiera.
Esa noche ella durmió con la piyama de él, dejando impregnado su inconfundible olor de mujer, razón por la cual esa prenda no fue lavada. Fue así como ella, al irse de vacaciones familiares, le dejó como excitante recordatorio en esa ropa de noche parte de su esencia, que a su hombre le sirvió para conciliar el sueño con el recuerdo del aroma de su sexo palpitante.
Recuerdo que es aún más intenso porque en la mañana, en el segundo día de la visita, tuvieron un encuentro sexual más, ese sí, todavía más intenso y con más jugos que una simple toalla no pudieron evitar pintar las blancas sábanas, para preocupación de ella y risas de él, ambos cómplices de una travesura inolvidable.