– ¡Boludo, qué frío hace hoy!
–Tremendo –respondió Diego bajándose el jogging–. Mirá cómo la tengo. Un maní.
Pato atinó a reírse, pero algo en su mirada había cambiado de repente. Del chiste a la seducción había medio milímetro.
–Te la amaso y de maní pasa a salchichita.
–A chorizo querrás decir –se defendió Diego.
–Ponele… a lo que no va a llegar es a tripa gorda como la mía –agregó Pato desde el sillón mientras se la sacaba por la entrepierna del bóxer.
–Qué hijo de puta –dijo Diego mientras se acercaba para tocarle la verga a su amigo–. Ya la tenés al palo.
–Y babosa.
–¿Vos decís? –contestó Diego al tiempo que se sentaba en el piso, entre las piernas de Pato, para comenzar a amasarle la chota con suma lentitud. Con el pulgar pasaba por el frenillo lubricado con las gotas de presemen que ya asomaban abundantes. Pato cerró los ojos, abrió aún más las piernas y echó la cabeza hacia atrás.
“No me ve”, pensó Diego. Era su oportunidad; muy lentamente acercó más la cara a la entrepierna de Pato y olió, aspirando suavemente para que el sonido no lo delatara. El pulso se le aceleró a mil y la pija se le puso de piedra. Con una mano seguía pajeando a Pato y con la otra se masturbaba, se acariciaba los huevos, se tocaba el hoyo. El aroma a hombre lo drogaba, lo sumía en una especie de mareo delicioso. Y más presemen aún, más baba de pija, más jugo de macho mojando su pulgar…
Pato comenzaba a gemir, su respiración se aceleraba y los huevos subían y bajaban rítmicamente; estaba cerca del orgasmo. Diego lo advirtió y, aprovechando el estado de su compañero, sin que este lo notara, se llevó el pulgar a la boca. El gusto salado acarició su lengua y como un gatillo disparó de su propia pija un lechazo espeso que le cubrió la mano entera. Como un eco, con un grito ahogado, Pato acabó como de costumbre su leche líquida y abundante, sin notar que uno de los latigazos fue recibido por la boca de Diego, que de inmediato tragó con deleite el resultado de tanto placer.
***
Esa noche Diego se la pasó llorando. Había traspasado un límite que no podía procesar: como una puta sumisa, sentado en el piso había dado placer a su macho y como si fuera poco, se había atrevido a tragar la leche de esa verga que tanto admiraba. Y entre lágrimas de culpa dos palabras se dibujaba en su mente con letras claras: “Me encantó”.
***
Al día siguiente, Diego amaneció con los ojos hinchados de tanto llorar. “Alguna alergia” fue lo primero que atinó a decir ante la observación de Pato.
Estaba enojado, se sentía humillado por su compañero, como si este lo hubiese obligado a darle placer y luego a tragar su leche caliente. Pero no había sido así; nadie lo forzó a hacerlo, fue él mismo quien sucumbió al deseo, a rebajarse a ser un esclavo, a…
Su cabeza era un hervidero de pensamientos desbordados, contradictorios, absurdos, persistentes. Se llamaba “puta”, así, en femenino, para vejarse aún más; para sentirse despreciable.
De pronto se le ocurrió la forma de equilibrar esa situación. Como si fuera una venganza, como si Pato lo hubiese violado y él necesitase devolverle con la misma moneda, se encerró en el baño con una taza y acabó dentro de ella.
***
–Te hice un café con leche.
–¿Ahora? –dijo Pato con un gesto de fastidio.
Diego se puso colorado. Odio profundo.
–Sí, yo también me preparé uno. ¿Querés o no?
Pato extendió la mano y tomó la taza. Diego esperaba. Pato acercó sus labios con lentitud. Diego sintió crecer su verga. Pato bebió un trago. Dos. Tres. Todo el contenido de la taza. Diego experimentó un cosquilleo en la verga, empapada de presemen.
Ahora estaban igual.
(continuará)