—Quiero que sigas por detrás.
Recuerdo que eso fue exactamente lo que Sandra dijo hablándome con voz tenue directamente sobre mi pabellón auditivo. Yo no tuve nada claro si se refería a “desde atrás”, es decir, volteándola para ponerla de espaldas a mí, o se refería al agujero trasero. Supongo que debería haber preguntado para clarificar ese punto, pero a esas alturas poco importaba ya, sentía que no iba a durar mucho más y decidí ignorarla para seguir embistiendo rítmicamente en la postura del misionero.
Efectivamente, unos 5 minutos después encarrilé el sprint final, incrementando el ritmo y la brusquedad de las penetraciones y menos de un minuto más tarde estaba eyaculando entre audibles gemidos. Mientras me quitaba el condón, lo soplaba para comprobar que seguía hermético y lo anudaba para desecharlo, vi de reojo que Sandra tenía una expresión mohína en la cara e imaginé que podría deberse al hecho de haber desoído su indicación, pero no dejó de sorprenderme que me preguntase con voz desencantada que por qué no le había entrado “por el otro lado”.
—Pensaba que te habría excitado la idea. Añadió, ahora con un tono próximo a la pena.
Yo respondí alguna estupidez para salir del paso porque no quería decir lo que realmente pensaba. De haberme expresado sin filtro creo que le habría dicho algo como:
—Joder, zorra, pues claro que me excitó la idea, pero si realmente querías que te follase por el culo me lo has planteado jodidamente mal. Eso no lo puedes soltar a medio polvo como si tal cosa, como si meterla ahí fuera lo más fácil del mundo en vez de algo que requiere su preparación y su paciencia. Aún menos cuando estoy tan cachondo que, muy probablemente, me vaya a correr nada más comenzar a intentarlo, si no antes, seguro al sentir el roce intenso obvio de meterla en un sitio tan prieto. Si realmente querías eso, deberías haber empezado por comerme la polla, vaciarme las pelotas en tu boca o cara y, entonces y sólo entonces, hincar las rodillas en el borde de la cama, con la cara abajo y el culo en pompa, bien ofrecidito. Y mientras estas en esa postura, pedirme que, por favor, te folle por el culo. Así con esas palabras, para que no quepa lugar a dudas ni ambigüedades ¿o es que te da vergüenza decir abiertamente que deseabas ser sodomizada como una putita? Si lo hubieras hecho así, mientras yo me recuperaba, hubiera podido empezar a masajearte el agujero del orto, untarle gel y penetrártelo con los dedos, abriéndome paso hasta dejarlo preparadito y boqueante justo para el momento en que volvería a ponérseme dura. Esa es la manera en que hubiera sido posible que yo te empalase de seguido y aguantando el máximo tiempo posible hasta correrme de nuevo. Así que bueno, menos pucheritos y aprende para la siguiente, zorra.
—Perdona, es que hacía tiempo que no nos veíamos y para la primera vez que nos lo montábamos quería hacerlo sin grandes alardes, sólo reconectar contigo. Algo parecido a eso fue lo que debí pronuncia en voz alta, en su lugar.
En seguida resultó obvio que mi respuesta no le había convencido, ya que se reincorporó bruscamente y, visiblemente incómoda, recogió sus bragas del suelo y empezó a ponérselas sin dejar de darme la espalda, sentada en el borde de la cama.
Su enfado me produjo ternura y, como después de correrme vuelvo a ser una persona normal e incluso un buen tipo, me acerqué a ella, sentándome justo detrás y rodeándola con mis brazos en un abrazo cariñoso mientras apoyaba la cara en su espalda, bese su omoplato y le susurré al oído:
—No te preocupes, San, pequeña. Esta vez no sucedió, pues no pasa nada, ya tendremos más ocasiones, ¿no? Lo importante es que me excita saber que tú lo deseas y te juro que a mí me encantaría recordarte toda la vida como la primera chica con quien probé el sexo anal, porque se me antoja algo más que un simple placer, lo veo como algo que requiere mucha confianza, de modo que me emociona que me sientas así, como un alma cómplice con quien deseas experimentar algo tan íntimo y delicado como es entregarme ese culito tan precioso que tienes.
Noté como su actitud cambiaba en el acto nada más escucharme decir eso y la tensión generada por el desencuentro durante el sexo comenzó a disiparse cuando, para enfatizar mi acercamiento a modo de algo similar a una disculpa, aprisioné el lóbulo de su oreja al tiempo que mi mano se deslizó para rozar su pezón del lado contrario mientras mi otro brazo aún la estrechaba fuerte por la cintura. Mi miembro estaba volviendo a despertar por momentos, latiendo y cabeceando pegado contra la tela de sus bragas rojas de seda hasta que ya no pude contenerme más y mis manos pararon de sopesar la base de sus pechos para bajar en picado de forma sincronizada con la traviesa intención de retirárselas nuevamente con cierta ansia. Enganché la tira del elástico del borde y empecé a arrastrarlas hacia fuera con la ayuda de Sandra, que aupó prestamente su trasero, primero de un lado y luego del otro, con un mágico movimiento de cadera instintivo; como si fuera su propio cuerpo deseante de ser liberado (en vez de su yo consciente) quien hubiera facilitando que acabasen a la altura de sus pantorrillas, enrolladas tras girar sobre sí mismas.
Descolgué mis piernas por el borde de la cama y le ayudé a sentarse encima de mí, de forma que mi polla endurecida quedó encajada a larga de la raja de su coño. La excitación, fruto de la presión, hacía que mi miembro tratase de levantarse, como si hubiese cobrado vida e intentase por todos los medios elevar a pulso el cuerpo de Sandra que, aunque era bien menudo y liviano, lógicamente el peso de la gravedad ofrecía tal oposición que lo único que consiguió fue que el tronco se humedeciese con los fluidos vaginales para ser gradualmente absorbido entre sus labios vaginales, que lo rodeaban igual que una lapa rodea la perla, acogiéndola en su interior.
Cuando comenzó a suspirar con la respiración entrecortada, fue como si pudiera leer su mente; simplemente supe lo que imaginaba justo en ese momento: Quería mi polla. Y la quería dentro de su culo. Podía incluso visualizar la forma en que deseaba exactamente que sucediese, escena por escena, fotograma a fotograma, como si fuese una película. ¿Qué puedo decir? Hubiera sido fácil complacerla, claro que sí. Pero ¿por qué hacerlo? A decir verdad, aún estaba un poco molesto por la burda forma que había tenido de pedirme que la enculase y especialmente por su “enfado” posterior al no haberlo hecho; de modo que, en lugar de regalársela sin más, decidí hacérsela desear con mayor fuerza, como cuando pones un caramelo en la boca de alguien y acto seguido se lo quitas antes que pueda saborearlo.
Al estar sentada sobre mis piernas, me hubiera bastado con un leve movimiento para desequilibrarla y conducirla con mis brazos hasta aterrizar en la cama boca abajo, pero en lugar de eso, quise hacerlo mediante un brusco empujón por sorpresa, tras el cual la arrastre por los tobillos para colocarla a mi disposición. Seguramente ella pensó que aquello era el preludio de lo que ansiaba, que por fin iba a suceder; pero yo me dediqué a mordisquear sus carnosos cachetes en diferentes puntos hasta que me entró el arrebato y me lancé a lamer la raja de su culo con la punta de mi lengua. Aún debía estar dudando y preguntándose si esto podrían ser los preliminares cuando le pedí que se tocara y, obediente, metió su mano con la palma hacia arriba arrastrándola con dificultar sobre el colchón. Comenzó a frotarse el clítoris como malamente podía debido a la incómoda postura mientras yo, ahora con la cabeza ladeada, me afanaba por rodear el contorno de su ano entre mis labios, succionándolo primero y penetrándolo posteriormente con mi lengua todo lo profundo que era capaz de llegar. No parecía haberse duchado desde el día anterior y eso me excitaba; su sabor era delicioso… tanto que, de cuando en cuando, no podía evitar meter la nariz en el lugar de mi lengua, sólo para aspirar ese aroma dulzón que, reforzado por la humedad de mi saliva, tanto me deleitaba.
Cuando por fin noté que estaba a punto de correrse, mi lengua cambió de estrategia y empezó a frotarse fuerte en círculos, como si quisiera sacar brillo a la piel oscura del contorno de su orificio y, mientras, no paraba de amasar aquellos dos glúteos respingones con ambas manos sin ningún tipo de reparo ni remilgo ya. Finalmente, le hundí mis uñas en la carne, bien duro, justo en el momento que sus jadeos anunciaban que se venía. Ella paró de masturbarse con la mano aún aprisionada bajo su propio peso cuando yo me tumbé completamente encima de su cuerpo exhausto. Su espalda, su cuello y su cabeza estaban húmedos debido al sudor del esfuerzo y al calentón. Tomé entonces fuerte la muñeca de la mano que tenía estirada por encima de la cabeza, inmovilizándola, y me acerqué para susurrarle al oído con tono sugerente:
—¿Te ha gustado, pequeña?
—Dios, sííí…
—Pues la próxima vez que te coja por banda… mi polla va a estar… donde acaba de estar ahora mismo mi lengua… haciéndote mía… poseyéndote hasta el rincón más oscuro y profundo de tu ser. Dije de forma morbosa haciendo varias pausas dramáticas.
—Por Dios, si no me lo vas a hacer AHORA MISMO… calla, por favor, que me estás poniendo loca, joder. Prométeme que lo harás…
—Por supuesto que lo haré, porque… tú te vas a portar bien y vas a obedecer en todo lo que te diga ¿verdad? Dije con la intención de introducir mi plan original sobre cómo debía suceder cuando finalmente sucediera.
—Sí, mmmhhh lo que quieras. Pero ¿me lo harías sin usar condón, no? Preguntó como si fuera un ruego mal disimulado.
—¿Por qué le preguntas? ¿Tienes alguna idea de dónde te gustaría que termine? ¿Es por eso?
—Ya lo sabes.
—No. No lo sé. Quizás me lo imagino, pero igualmente quiero oírtelo decir.
—Dentro, Dios. Quiero… no… necesito… sentir tu leche llenándome el culo, bien caliente. Quiero que me rellenes como si fuera un buñuelo de crema. Es lo que más deseaba que hicieras hace un rato, cuando te lo pedí. Así quería recordar nuestro reencuentro.
—Osea, que deseas que te marque con mi lefa, que te deje un recordatorio imborrable de que estuve ahí dentro, dándote por el culo ¿Es eso?
—Sí.
—Sí… ¿qué? Dime claramente y en voz bien alta lo que quieres.
—Joder… ¡¡deseo que me folles duro tirándome del pelo y azotándome hasta que te vacíes las pelotas dentro de mi culo de zooorra!! ¿Así mejor? Gritó. Sin importarle o quizás sin tan siquiera reparar que sus compañeras de piso sin duda lo habrían escuchado en caso de estar en casa, lo cual desconocíamos ambos. Me excitó tanto oírle vocear aquellas palabras que involuntariamente me corrí en el acto sobre el final de su espalda. Ahí fui consciente de lo cachonda y auténticamente enloquecida de lujuria que debía estar porque, aunque Sandra no era ninguna mojigata, en condiciones normales jamás habría dicho algo tan soez y menos aún se hubiera arriesgado a que su compañera la escuchase hacerlo.
—Dios, Sandra. Ahora sí que me queda claro lo mucho que lo deseas y lo tendrás, zorrita mía, prometido: De este fin de semana no te libras.
Dije, besándola el cuello antes de quitarme de encima de ella y tumbarme a su lado. A lo que ella contestó simplemente con un mero gemido prolongado. Me fijé en el semen encharcado que había depositado en sus lumbares, bastante abundante y espeso para ser la segunda vez que me corría en tan poco tiempo. Pensé en si debía limpiárselo o dejárselo ahí, pero ella, salvo porque había sacado la mano de debajo de su coño, simplemente permaneció relajada en la misma postura en que había quedado, como si no tuviera fuerzas para hacer ni decir nada más, ajena a mi corrida en su rabadilla e incluso ajena a mi presencia. Cerré los ojos y creo que ambos nos quedamos dormidos.
Lo que es la vida.
Nada de todo aquello llegaría a suceder.
Esa misma noche, Sandra me presentó entre otras muchas a su amiga Alba saliendo de fiesta. Por lo visto le gusté.
Ese mismo fin de semana tuve una bronca tremenda con Sandra. Quedamos sin hablarnos.
La misma semana que comenzó después, Alba se metió, literalmente, en mi cama.
Hacerlo con ella fue tan increíble que consiguió que me olvidase de Sandra. Me enamoré, empezamos a salir.
Llevamos juntos desde entonces.
Curiosamente, ahora vuelvo a recordar ese culito (usado, pero aún prieto) que se me escapó. Que deje escapar estúpidamente y faltando a mi promesa, más bien. Nunca jamás ninguna chica de todas con las que había tenido sexo había mostrado la más mínima disposición de dejarse follar por detrás y, en cambio, Sandra me lo había pedido abiertamente. Joder, había llegado incluso a suplicármelo. Y yo desperdicié mi oportunidad por una tontería. Sólo porque no me gustó su forma de pedirlo. Sólo porque no era como yo hubiera deseado que lo hiciese.
¿Y si hay trenes que sólo pasa una vez en la vida? Me torturo pensando en la posibilidad de que la pérdida sea irreparable. Y, sin embargo, por mucho que pueda sonar ridículo vista la situación (y pese a lo mucho que me acuerdo del culo de Sandra en días como hoy) algo dentro de mí me impide arrepentirme de haber perdido esa oportunidad. ¿Por qué? Porque ahora el culo que anhelo tomar (y desvirgar) es el de Alba. El culo que deseo que sea el primero en catar mi polla es el de la persona que amo. Para ser más precisos, es el ÚNICO culo que desearía follarme en toda mi vida, aunque resulta que llevamos dos años sin hacerlo ni siquiera por el coño o la boca (leer mis otros relatos con su nombre si queréis saber más). Nuestra relación está en un punto de bloqueo sexual tan enquistado que ni siquiera nos tocamos de forma íntima desde hace demasiado tiempo. Así que está el patio como para fantasear con innovaciones a las ni siquiera sé si estaría dispuesta en el hipotético caso de que pudiésemos recuperar el punto en que todo fluía entre nosotros. Nunca llegué a sondear su opinión sobre el sexo anal, pensando que tendríamos toda la vida por delante para ir explorando nuestros gustos con naturalidad y experimentando cosas nuevas a medida que la rutina fuese apagando la chispa. Honestamente, sospecho que no querría probarlo; ya que Alba siempre ha carecido de ese puntillo desinhibido y sucio que la zorra de Sandra rezumaba por los poros. Pero la esperanza de que un día tu novia se desmelene y te sorprenda es algo que nunca se pierde.
La esperanza de que dentro de toda Alba haya una Sandra aguardando agazapada la ocasión y el momento preciso para liberarse es algo que todo hombre atesora en el fondo de su alma, por mucho que algunos puedan negarlo o tratar de reprimirlo. Todos, del primero al último, queremos pensar que algún día nuestro preciosa y delicada amada nos pida que nos corramos dentro de su culo porque desea que la hagamos sentir como una zorra. Pero por si acaso eso no sucede… cumplan sus promesas y no desperdicien la ocasión. Nunca se sabe con cuantas Sandras se puede tropezar uno en la vida.
Las buenas zorras calentorras son un bien escaso.
Coincido con lo expresado por Sandra.!!! Es divino sentir las contracciones de una verga derramándose en mi interior profundo.