Hola, me llamo Fernanda y les voy a platicar como fue mi brutal primera vez.
Todo comenzó cuando entre a la universidad, siempre estuve en colegios católicos, donde solo tenía compañeras y las monjas impartían las clases. Aunque me gustaba ver los videos porno, que mis amigas compartían por el teléfono. Jamás he tenido contacto sexual con un chico, así que ahora soy la única mayor de edad virgen en mi clase y tal vez, en la Universidad.
Mis amigas platican de lo más normal como van de un chico a otro y algunas incluso buscan a los profesores. Me tengo que inventar historias para no parecer una tonta. Me inventé un novio que no existe, a una amiga con quien tengo sexo y hasta a un señor que me da dinero por sexo. Pero mis estupideces no pararon, así que inventé que me gustaba el bukkake y claro, atraje la atención de todos mis compañeros. Conocí el término “bukkake” la semana pasada y me pareció fascinante y asqueroso a la vez, ver a un montón de tipos eyaculando en la cara de una chica. Pase horas mirando videos y masturbándome. Así que, ¿qué podía pasar si inventaba una mentira más?
La semana pasada Antonio que es el mayor en mi clase y el que se encarga de bullear a todos se acercó a mí y me dijo. —Yo no te creo nada, con esas faldotas y esas trenzas, seguro eres virgen —Por supuesto lo negué y le aseguré que me encantaba mamar verga y disfrutaba del semen. Pero siendo sincera, tenía razón. Mi ropa anticuada me delataba. Con un poco de llanto logré que papá me comprara ropa nueva y con mis ahorros me compre otro poco. Sobre todo tangas, también era la única que seguía usando calzones de algodón. Así que comencé la semana con unos jeans ajustados y una camiseta que me llegaba al ombligo. Frente al espejo mire la nueva versión de mí, me solté el cabello. Mi melena castaña me llega hasta la cintura. Mis ojos verdes lucen más así. Me veía tan diferente, mis nalgas se ajustaban y se me veía un culo redondo, y mis tetas lucen bien, aunque salí de casa con una chamarra para evitarle un infarto a papá. Todo el trayecto sentía mis pezones duros de excitación. Además, sentía la mirada de los hombres sobre mí. Me veían con morbo y me gustaba tanto que la chamarra se fue a mi mochila a los dos segundos. Y no entendía como tuve que esperar dieciocho años para sentirme deseada. Incluso en los pasillos de la Universidad los chicos y los profesores me comían con la mirada.
En el salón de clases, Antonio se acercó nuevamente recorriéndome con la mirada. —¿Te quitaste las trenzas? —Su sonrisa nerviosa, delataba la excitación que le provocaba estar cerca de mí, pero trataba de controlarse.
—El viernes tenemos una fiesta en mi casa, ¿vienes? —Me puso en la mano una hoja con la dirección y se acercó a mi oído— No les digas a las demás, no todos están invitados.
Pase la semana modelando mi ropa nueva, señores que acostumbraban viajar en el transporte a la misma hora, ahora me cedían el asiento y sentía sus vergas en mi hombro. Y sus miradas clavadas en mi pecho. Para el viernes deje mi ropa más bonita. Un vestido corto y una chamarra de mezclilla con parches muy lindos. Así que tome un taxi hasta la dirección que me dieron. Que estaba a unas diez cuadras de mi casa. Cuando toque el timbre y nadie salía me pareció extraño, seguro me jugaron una broma. Pero Justo cuando di la vuelta para irme, la puerta se abrió.
—Hola, viniste —Antonio me saludo y me invitó a pasar, pero no había nadie. Pensé que seguro, como la rara que soy, llegué muy temprano.
—¿Y quién más viene? —le pregunte y él sonrió de manera irónica.
—La verdad, quería estar contigo. Y no encontraba la manera de invitarte a salir —Se acercó a mí y me beso, mi primer beso. Metía su lengua en mi boca y yo me deje llevar, con los ojos cerrados disfrutaba de sus labios y sentía como sus manos comenzaban a recorrer mis piernas hasta llegar a mis nalgas. La sensación era como de pequeños choques eléctricos. Sentía un nerviosismo extremo en mi estómago. Pero me gustaba. Cuando por fin volví a tener conciencia de mis actos, ya estábamos recostados en un sillón y mi vestido estaba hasta la cintura.
—¿Me vas a mamar la verga? —Me dijo, mientras jalaba mi cabeza en dirección a su pantalón y se sacaba el pene. El olor, entre orina y sudor me pareció repulsivo. Pero en cuando sentí su calor en mis labios, sin pensarlo lo metí en mi boca ahí estaba empinada en un sillón mamando verga por primera vez. Antonio me tomó de la cabeza y me llevaba poco a poco, para que mis movimientos no fueran tan torpes y pudieron entrar la mayor cantidad de verga posible. No tengo idea de qué tamaño debe tener un verga, pero está la sentía enorme, mi boca se llenaba por completo. De repente sentí una, dos manos, cinco. Abrí los ojos y vi varias siluetas alrededor mío. Apretando mis tetas, sobando mi culo y bajándome la tanga. Me retorcía para zafarme, pero Antonio ya tenía mis manos aprisionadas contra mi espalda y no podía moverme, ni siquiera podía sacar su verga de mi boca. Solo podía sentir sus manos por todo mi cuerpo, dedos entrando y saliendo de mi panochita y cola. Mis lágrimas no los conmovieron ni un poquito. Luego Antonio les dijo algo, no sé qué. Pero todos pararon. Se acercó a mi oído y me dijo. —Un bukkake, solo eso.
Aún con las manos atrás me arrodillo y por fin pude ver a Erick un chico tímido, Mario, el mejor amigo de Antonio y a Víctor el gordo nerd de la clase. Todos con la verga en la mano.
—Abre la boca —me ordenó Antonio y la verga de Erick flaca en comparación a la que probé primero entro en mi boca. Aunque larga, podía sentir como llegaba a mi garganta. Luego fue su amigo Mario me metió a la fuerza su verga, para mi sorpresa, sabía a limpio, como a frutas. Pero mi boca se encargó de eliminar ese sabor y el gordo lo quito para meterme su pequeñito muy pequeñito pito. Se turnaban para que mi boca les chupara y hacía un rato que mis lágrimas desaparecieron. Y con convicción me dedicaba a chuparcada una de esas vergas. Hasta que di un respingo. Sentí que alguien se acomodó detrás de mí y metió su verga, di un grito tan espantos que todos pararon.
—¡NO MAMES QUE ERES VIRGEN! —grito con su voz chillona Víctor.
—¿QUÉ? —Todos estaban desconcertados, y Antonio le ordenó dejarme, y lo levantó jalándole las greñas.
—¡Solo termínenle en la cara y ya!
Mientras seguía mamando, podía escuchar sus comentarios. “Pinche escuincla chismosa”, “que pendeja”. Sus risas me hacían sentirme humillada. Luego sentí que uno, no se quien se retorcía y un chorro caía sobre mi cara. Antonio me jalaba la cabeza hacia atrás. Y mientras, sus amigos me salpicaban de semen. Se sentía caliente y el olor era el mismo del principio. Ya no podía abrir los ojos, sentía mi cara batida y seguía llegando semen. Y aunque alguno quiso meterme la verga, escuchaba la voz de Antonio y los golpes para que se alejaran de mi sexo.
Escuche el flash de una cámara y de inmediato Antonio grito. —¡SIN FOTOS PENDEJO! —escuche otro golpe y como los lentes, de Víctor caían al piso.
Podía escuchar cómo se acomodaban el pantalón y subí al el cierre, y Antonio los despedía entre insulta uno a uno.
Luego, ya no escuche ruido. Pero no quería y no podía moverme. El semen escurría por mi cuello y fue entonces cuando recordé que no me quite el vestido y seguro estaba tan embarrado como yo. La mano de Antonio me guio hasta el baño y pude enjuagarme la cara, el sabor a semen se metía por mis labios, aunque me gustaba, para ese momento me sentía humillada. Cuando por fin pude abrir los ojos, pude ver en el reflejo del espejo que Antonio estaba parado en la puerta cruzado de brazos, esperando que terminara de limpiar el semen de mi cara.
—¿Porque no me dijiste que eras virgen? —me dijo muy serio— Peor aún, ¿porque inventaste esas historias? —un silencio sepulcral se apoderó de ese momento. Yo no tenía respuestas. Luego, se acercó por detrás y me levantó el vestido. Sobaba mis nalgas mientras su pantalón caía hasta sus tobillos.
—¡Te desvirgo ese pinche pendejo! —A modo de reclamo se pegó a mí y sentí como su verga entraba en mí. A diferencia de Víctor, está verga se siente mucho más grande, cuando entraba poco a poco, me dolía y parecía que no terminaba de entrar.
—¡Ya entró toda! —dijo y yo di gracias a Dios, se balanceaba suavemente y un calor dentro de mí me hacía jadear, me recargue en el lavabo para recibir sus embestidas que se hacían más fuertes e intensas.
—Ya no te voy a compartir, eres mía —me excitaba sentirme usada, tenerlo dentro no quieres separarme, su verga me taladraba sin piedad y al fin sentí su líquido caliente en mi interior. Estaba extasiada, cuando lo saco, sentí su semen escurriendo por mis piernas y recordé que mi cara seguía sucia. Antonio desapareció un momento. Luego volvió con un vestido.
—Es de mamá, seguro te queda y ella no lo notará. Date un baño y te llevo a tu casa.
Mientras el agua caía sobre mí, note el hilo de sangre que mezclado con el semen de Antonio escurría por mis piernas. Me encanto sentir el semen en mi cara, pero me fascino tener una verga dentro de mí. De camino a casa, casi no hablamos. Al llegar, me detuvo antes de bajar y me dijo muy serio.
—Ni una palabra de esto a nadie —luego me volvió a jalar y me dio un beso.
Entre directo a mi habitación, en efecto mi vestido estaba embarrado de semen y no paraba de olerlo. Incluso pase mi lengua, para recordar ese sabor amargo. Al día siguiente, notaba que todas las miradas de la Universidad estaban sobre mí. Y Antonio no me dirigió la palabra en todo el día. Hasta que salimos y me alcanzó unas cuadras adelante.
—Mira, no se quien subió las fotos, te juro que yo no fui —No tenía idea de que fotos me hablaba, pero él se disculpaba y seguía diciendo cosas.
—¿Fotos en dónde? —Pregunte para que por fin cerrara la boca. Resulta que Víctor subió un par de fotos de mi cara llena de semen a un sitio en internet. Y aunque Antonio hizo que las borrara, ya daban vueltas por mensaje en la Universidad. Al día siguiente, el Rector me llevo hasta su oficina. Pensé que me echarían de la Universidad o peor aún, llamarían a mis padres. Pero, tenía en mente algo diferente.
—Señorita, lo que usted hizo es vergonzoso —su voz gruesa lo hacía ver más imponente. Saco su teléfono y me mostró las fotos que ya muchas veces me habían mandado por mensaje.
—Ya las vi.
—Entenderá que no podemos permitir este tipo de conductas. Es inaceptable—se levantó y se puso detrás mío. Cuando sentí sus manos en mis pechos pegué un brinco descomunal. —Esos jóvenes no valoran, usted debe buscar cosas más serias —Sus manos entraban bajo mi blusa y oprimían mis pezones— Si usted gusta probar… y claro también quiere seguir en esta Universidad… y más importante aún, que sus padres no pasen por la vergüenza de saber que su hija es la putita de la Universidad. Pues… —¿Qué tengo que hacer?—respondí de inmediato, y ahora el director fue quien se sobresaltó.
—Por ahora nada, pero tendrá noticias mías.
Durante los siguientes días, los profesores revisaron cada teléfono para evitar que siguieran circulando las fotos y eventualmente todo volvió a la normalidad. Y el viernes el rector me llamo a su oficina.
—Bueno, la retribución es necesaria. La espero al terminar las clases en la puerta de salida. Se sube a mi automóvil y ya. Ahora vaya a clases o tendrá malas calificaciones —Con los nervios de punta termine el día y al salir un auto lujoso estaba frente a la Universidad. Subí y el rector no pronunció ni una sola palabra. Cuando llegamos a un motel, el saludo al todo mundo de manera familiar. Y me tomó de la mano hasta llevarme a una habitación amplia, con una cama enorme y una mesa llena de condones.
—Ponte esto —Me dio una bolsa con un juego de lencería blanca. Ligueros, tanga, sujetador. En cuanto estuve lista y esperaba que ese hombre maduro de barba blanca me tomar me recosté. Pero entraron a la habitación otros cinco hombres. Más o menos de la misma edad y con trajes costosos. La mayoría de barba o pelo blanco.
—¿Quiénes son…? —Me hizo el gesto con el dedo de que guardara silencio y luego me tomó del pelo hasta ponerme frente a él— Señorita Fernanda, es un placer que sea nuestro plato fuerte —su mano se fue a mi sexo y sus labios me llenaron de besos el cuello. Cerré los ojos y sentí otras manos callosas en mis nalgas, otras apretaban mis tetas. Un montón de viejos estaban tocándome, besándome y a mí no me desagradaba. Me cargaron entre dos y pude sentir un par de vergas entrando en mí. Por supuesto que me dolía y gritaba. Pero no quería que pararan me hacían levantarme en el aire para caer una y otra vez sobre sus vergas. Mis gemidos solo hacían que se excitaran más y más. Luego me pusieron en cuatro y uno a uno se turnaron para usarme. Mientras me penetraban, yo tenía que mamar uno o dos vergas, luego volvieron a la doble penetración, no paraba de mamar, las vergas parecían interminables e insaciables. Hasta que me jalaron y me arrodillaron.
—Abre la boca Fernanda, y no te tragues nada —obedecí, pero no entendía de que hablaba. Luego vino la primera descarga de semen en mi boca.
—No lo tragues.
—¡no te los comas!
Todos repetían lo mismo, y el semen seguía llegando. Mi boca estaba llena. Y seguía recibiendo leche, podía sentir como las comisuras de mis labios escurrían. Cuando por fin terminaron todos aquellos viejos y los vi parados frente a mí el rector me dijo.
—¡Ahora si trágalo todo!
Un montón de espeso semen pasaba por mi garganta y sentía como bajaba, tenía ganas de vomitar. Pero no sé cómo me contuve y logré tragar todo.
—¡Abre la boca!
—haaaaaa! Haaaaa!
Sus penes ya flácidos brincaban mientras todos reían y cada uno fue poniendo un montón de billetes en mi boca, y en mis manos.
—Ve a darte un baño y vístete —me ordeno el rector. Cuando salí, él ya estaba vestido y contaba el dinero.
—Solo voy a pagar los gastos, la habitación, el servicio y otras cosas. Lo demás es tuyo. Te lo ganaste. Vámonos.
Salimos y el trayecto de regreso fue de nuevo sepulcral, aunque yo le preguntaba “¿quiénes eran esos señores?” No pronunció ni una palabra. Dos cuadras antes de llegar a mi casa, subió el seguro de la puerta y me dijo —Descansa y olvida todo. Nunca sucedió. Te veo el lunes Fernanda.
Con mi dinero fui a cómprame más ropa, esta vez busque lencería, para el lunes Antonio me busco, quería hablar conmigo. Mientras me pedía disculpas y me declaraba su amor, a sus espaldas el rector me hacía señas de que fuera a su oficina. Así que Antonio se quedó hablando solo. Y yo, a mis dieciocho años ya no soy ni la virgen, ni la puta de la Universidad.