-Vamos, cariño, dame el aperitivo antes de la cena -le digo mientras le rodeo el cuello por detrás y sintiéndome hambrienta.
-Ya sabes que no estoy cómo con mis padres en casa, nos pueden oír.
-No hacemos ruido, además… Tengo un regalito para ti.
-Otro día, ¿vale?
Me siento resignada en su cama mientras Iván no aparta la vista de la pantalla del ordenador y se mantiene impasible en la silla de su escritorio. Ni se interesa por el regalo que le tenía preparado.
-Otro día… Seguro que tus padres follan más que nosotros -digo en voz baja. Está tan absorto en el juego que ni me escucha.
Llevamos casi más de tres meses sin tener relaciones. ¿Por falta de ocasiones? Para nada, tenemos tanto su casa como la mía solas constantemente. Él es hijo único así que no tiene problemas de interrupciones cuando sus padres trabajan o salen, lo cual hacen muchísimo, y mi hermano mayor se independizó, así que tampoco aparece por sorpresa por casa. Tenemos el coche, sitios como probadores, parques de noche… Pero no, él no quiere. Tras dos años y medio de relación tengo la impresión de que definitivamente se ha cansado de mí, que ya no me ve atractiva o que ya no le interesa el sexo, y yo estoy que me subo por las paredes.
Me levanto y me miro en su espejo. A mis veintitrés años estoy en una de las mejores etapas de mi vida, con unas tetas considerables, redondas y muy poco afectadas por la fuerza de la gravedad gracias a que me salieron tarde, una figura estupenda de gimnasio con piernas fuertes, glúteos abultados de las cientos y cientos de sentadillas que hago, vientre plano, tatuajes allí y allá que adornan mi cuerpo, algunos que hasta me excita mirármelos, como dos pequeños pájaros, uno a cada lado de mi cadera, que tienen la dirección de vuelo hacia mi entrepierna o el que tengo en el entrepecho. Mi melena rubia, nariz ligeramente ancha adornada con un septum y que compagina a la perfección con lo redondita que es mi cara, ojos grises, boca que siempre me la han definido como provocativa…
No entiendo cómo no tiene ganas de ponerme ahí mismo contra el espejo o que me diga que se la coma mientras él juega. Ya hemos hecho todo eso antes y muchas cosas más y es de lo más excitante y placentero. Él es bastante atractivo, digno hijo de sus padres que son espectáculos andantes y nos encoñamos el uno del otro en secundaria, pasando meses de idas y venidas hasta que nos oficializamos como pareja. Los primeros meses fueron de escándalo, con la adrenalina y el morbo por las nubes aunque él solo quería hacerlo o en la cama o en el coche, pero me daba igual pues éramos muy buenos, teníamos química, pero poco a poco parece que se fue perdiendo. Lo que antes era un incendio imparable ahora son cenizas que se lleva el viento con poco ánimo de volver a prenderse. Llevo tiempo pensando en acabar, ya no solo por el sexo, sino porque parece que me descuida, que me da por sentada, que estoy ahí y ya está… cada vez menos risas, cada vez menos planes, cada vez menos polvos…
Mis amigas me han dicho todas que lo deje. Miro hacia él y para colmo se ha puesto los cascos. La adrenalina sube por mi cuerpo. Esta noche sus padres, Selene y Alberto, me invitaron a cenar con ellos y con Iván, su hijo y mi probablemente ex dentro de poco, por el cumpleaños de su madre. La rabia me invade por segundos. Mi mente alterna entre el ultimatum definitivo o el dejarle directamente, disculparme con sus padres que son un encanto, darle el detalle que he traído a su madre e irme a mi casa. Resoplo. No lo aguanto más. Son las siete, llevo más de una hora en su casa y prácticamente no hemos intercambiado palabra porque no me hace ni caso. Se acabó, no puedo más. Me giro y me dispongo a tocarle el hombro cuando, de pronto y haciendo que me dé un vuelco el corazón, la puerta del cuarto se abre al ritmo de varios golpes en la misma y la voz de su madre llenando el vacío que nosotros habíamos dejado.
-Hola, ¿estáis ocupados?
Me giro hacia ella al instante.
-Bueno, Iván está jugando, yo pues entre mi teléfono y verle a él.
-Este chico… ¿Quieres ayudarme a hacer el postre? Tenía pensado hacer una tarta y Alberto ha salido a comprar la decoración, así que podemos empezarlo y así cuando llegue estará casi hecho.
-Vale, vamos -digo tras un suave resoplido, que habría sido mucho mayor si no estuviera ella, pues en él liberé solo un poco de la rabia que me da toda esta situación. Definitivamente no voy a seguir así.
Bajamos al piso de abajo. Su casa tiene tres, con la habitación de Iván, la de invitados, un baño y algún despacho en la segunda, el salón, cocina, otro baño y sala de estar que mezcla cosas de hacer ejercicio con entretenimiento como un futbolín. En el último piso, lo que normalmente sería el desván, está la habitación de matrimonio. Nunca me he atrevido a subir, pero tiene que ser enorme, me da curiosidad. Selene y Alberto se conocieron en la carrera universitaria, trabajan en la misma empresa de comercio internacional donde tienen puestos bastante altos y ganan mucho dinero. Ojalá algún día tenga una casa como la suya, pero parece cada vez menos claro que sea con su hijo. Llegamos a la cocina donde tiene ya varios ingredientes sobre la isla central.
-Vamos a hacer una de dos chocolates, blanco y negro, esa te gustaba, ¿no?
-Sí, me encanta.
Me sonríe dulcemente. Su piel ligeramente morena está cubierta en un vestido rosa que resalta su impresionante figura. Hoy mismo cumple 44 años, uno menos que su marido, y parece que esté en sus treinta, es una locura. Su piel lisa y ligeramente morena, ojos verdes, pelo marrón oscuro liso y largo hasta casi su cintura, labios gruesos, un cuello de cisne, precioso, una figura espléndida, con más pecho que yo, pero le gano en el culo. Siempre sonriente, siempre agradable, siempre desprendiendo sensualidad con cada paso. Definitivamente follan más que nosotros, si yo fuera Alberto la tendría cada día en la cama, o donde fuera, pero navegando entre sus piernas. Empezamos a cocinar, hablando de su cumpleaños, de su vida, de su trabajo, de mis estudios y de cómo estoy estudiando márketing después de un grado superior… hasta que de repente me asalta con una pregunta que nunca habría imaginado de ella.
-La vida sexual no te va tan bien, ¿no? Te lo percibo en la cara, yo estuve igual hace mucho.
-Eh… -el corazón se me paró y me hice pequeña a pesar de que somos de la misma altura.
-No pasa nada, puedes hablar de sexo perfectamente conmigo, mi mente no puede ser más abierta, te lo aseguro.
-Bueno, estamos en una época difícil, sí, pero… -iba a decirle que no sabía si debía hablar de esto con la madre de mi novio, pero no me deja.
-Sí. La verdad es que Iván es muy guapo, pero la verdad me ha sorprendido que lleve tanto tiempo contigo, siempre ha sido muy así. Le gustan cuatro cosas contadas y es eso lo que hace, y nunca ha manifestado demasiado interés por la vida amorosa, entonces…
-Bueno… Yo ya no sé qué puedo hacer para llamar su atención -¿le he dicho eso a mi suegra?
-Mira, te voy a contar algo que tal vez no debiera, pero la vida es una entonces… -dejó lo que estaba haciendo y se acercó a mí-. Yo una vez tuve un novio parecido, que era un poco… soso. ¿Sabes lo que hice? -negué con la cabeza esperando la continuación de la historia-, intenté llamar su atención de todas las formas posibles, como seguro que has hecho tú, hasta le propuse un trío con una amiga mía, pero el tío pasaba todo el rato, así que me fui tirando a sus compañeros de clase hasta que finalmente le dejé -mis ojos se abrieron como platos-. ¿Y sabes lo mejor? No me arrepiento. Intenté por todos los medios que me hiciera caso. La primera vez que le engañé sí me sentí horriblemente mal, pero cuando fui a contárselo, a pesar de decirle que era algo importante, se mostró impasible, despreocupado, como si le diera igual. Así que acabé arrasando con otros tres chicos y otras dos chicas de su clase que al menos no eran de su grupo de amigos, pero me hicieron darme cuenta de que la vida es una, no hay que ir suplicando, sino que lo que quieres vas y lo tomas. Eso me dio fuerzas para dejarle. Me sumergí en una vorágine de follar hasta que en la universidad conocí a Alberto y, por suerte, esa vorágine no solo no paró, sino que fue a más. Sé que con esto parece que te estoy diciendo que engañes a mi hijo, tú haz lo que creas mejor, pero no dejes de vivir ni de experimentar por nadie.
Acabó su historia con su clásica sonrisa y acariciándome cariñosamente la mejilla.
-Muchas gracias, de verdad.
Retomamos la cocina pero una duda me invadió y no era capaz de retenerla.
-Y, ¿Alberto sabe esa historia?
-Claro, fue de las primeras cosas que le conté y lo comprendió perfectamente. Él sí quiso hacer ese trío y fue maravilloso, y los demás que hicimos también. Lo importante de la química sexual es encontrarla y luego mantenerla, y él y yo la mantenemos igual que el primer día.
Verla hablar con tanta pasión de su pareja y de él me hizo temblar algo por dentro. Alberto era un hombre alto, recio, fibrado, la mandíbula marcada en su justa medida con una corta barba que mezcla de forma perfecta el negro con el blanco que le empieza a aparecer, su pelo oscurísimo un poco largo que se peina hacia arriba, nariz ancha, ojos marrones claros y una sonrisa que te cautiva y parece que te quita el aliento. Tiene presencia. Tiene que ser un espectáculo verles en acción. Iván ha sacado una simbiosis casi perfecta de los rasgos físicos de sus padres, pero para nada su carácter.
Seguimos manejando los ingredientes y mezclas, intercambiando ahora pocas palabras cuando, de golpe, estando de espaldas nos giramos a la vez, nos chocamos y el bote de harina cae entre las dos, manchando nuestra ropa y la piel que no cubre. Nuestra reacción es separarnos al instante, pero con el blanco ya sobre nosotras.
-Joder… Perdona, Paula, nos he puesto perdidas.
-No te preocupes, estas cosas pasan.
-Pero te he puesto perdida, ven.
Me toma suavemente de la muñeca y me lleva con ella a las escaleras, subiendo al segundo y tercer piso, a su cuarto. Iván ni nos escuchará con los casos. Más aún con el volumen tan alto al que se los pone, no sé cómo no está sordo ya la verdad. El corazón se me acelera ligeramente. Tengo ganas de ver su cuarto. Nada más subir las escaleras hay un pequeño descansillo y una puerta. Se abre y veo una habitación enorme, tres veces la de Iván, con las paredes en un azul claro que recuerda a la playa, varios muebles blancos, entre ellos un armario inmenso, la cama es gigante y veo hasta un sillón tantra negro que me hace esbozar una sonrisa; nunca he probado uno. Me guía a una puerta que da paso a un baño.
-Ahí tienes para darte un agua en el cuerpo. Me das la camiseta y el pantalón y te los lavo y otro día que vengas los traes. Te dejo algo mío.
-Me va a sobrar, no tengo tus tetas -al instante aprieto los labios. Joder. Mi suegra ahora sabe que me fijo en su pecho, bueno, y en todo. Esboza una sonrisa.
-Ni yo tu culo, así que espero encontrar algo suelto de cintura para abajo.
Desaparece tras la puerta. Me desvisto completamente. El baño es igual de grande que el otro que tienen, pero también muy bien decorado, muy relajante. Entro en la ducha, me hago un moño y enciendo el grifo. Solo tengo que quitarme la harina del escote, el cuello y los brazos, pero así no me mojo la ropa interior. Apago el grifo rápido. Tomo de una percha la única toalla que hay y me seco, enrollo mi cuerpo con la toalla y salgo por la puerta. Veo ya algunos trapitos puestos en uno de los muebles.
-Mira, creo que alguno de estos te puede quedar bien, échales un vistazo mientras yo me aclaro también el cuerpo.
Entra y escucho cómo el grifo de la ducha se abre y cierra en cuestión de segundos mientras yo veo los vestidos que me ofrece. Son bastante bonitos. Joder, no he cogido la ropa interior. Pocos segundos después la puerta del baño se abre. Me giro instintivamente por el sonido para ver a mi suegra Selene desfilar completamente desnuda. Me quedo pillada. No soy capaz de apartar la mirada. ¿Qué me pasa? Joder, es más atractiva de lo que pensaba, y el listón estaba alto. Las curvas de su cintura son para perderse en ellas, su piel es lisa y casi brillante, sus tetas redondas, ligeramente caídas e hipnóticas ¿Por qué no dejo de mirarla? Me sonríe mientras se acerca a mí, y yo con la boca abierta, literalmente.
-¿Te gusta lo que ves?
-Sí, a ver… Ya intuía que estabas muy bien pero… Guau.
-Tenías tú la toalla, entonces tenía que salir así.
-Lo siento, yo…
-No lo sientas, me ha permitido saber algo que sospechaba y que realmente quería que pasara -sigue caminando imparable hacia mí.
-¿El qué? -está muy cerca.
-Esto.
Sus manos se posan con ternura en mi mandíbula y une sus labios a los míos. El corazón se me dispara, la respiración se me agita y mi sangre empieza a correr como loca, especialmente a una dirección concreta. Separamos nuestras bocas después de un dulce beso.
-Selene, yo… Eres mi suegra.
-Ya te he dicho que no debes esperar nada, debes ir a por ello, y a tí llevo queriéndote mucho tiempo. Y por la forma en la que me miras, tú también me quieres.
Intenta volver a besarme, pero camino un poco hacia atrás. No sé si esto está bien. No voy a negar que he fantaseado con ella, y con mi suegro Alberto, bueno, y con los dos juntos en ese espacio de tiempo en el que me confesó que hacen tríos hasta que la harina hizo que ahora estuviéramos en esta situación.
-Es que no sé…
-¿No te gustan las mujeres?
-A ver, una vez me enrollé con una amiga y fue muy divertido, pero no sé si…
-Te aseguro que te puedo devorar como nadie lo ha hecho.
Mi cadera choca contra el mueble donde descansa la ropa que me iba a prestar. Sus manos se apoyan en el mismo rodeando mi cuerpo. Su boca lenta pero decididamente se hunde en mi cuello, con sus labios posándose sobre mi piel para al instante dejar que su lengua húmeda me haga sentir un escalofrío por todo el cuerpo.
-Además, te he escuchado decir que tenías hambre y una sorpresita. ¿Me la quieres enseñar a mí? Yo quiero verla, y también quiero darte de comer.
Su sensual voz pegada a mi oído me hace estremecerme. Las piernas me tiemblan. La presión me sube y mi respiración ya está agitada. Joder, es magnética. Otra vez su lengua pasa por mi cuello. Mis riendas están a punto de soltarse. Siento su mano rozando mi pecho y sujetando la toalla.
-¿Me dejas ver lo que escondes debajo de esta toalla? Quiero ver si realmente ese culo es más grande que el mío, y si estas tetas son tan apetitosas como me las he imaginado.
Riendas sueltas. Me pierdo. Me desboco. Tengo una fantasía sexual aquí delante, mi suegra, que está dispuesta a darme todo lo que quiero que me den. A la mierda todo. Yo misma subo las manos a mi toalla, tiro de la doblez que la mantenía sujeta a mí y cae al suelo.
-Buena chica -me susurra.
Mis manos asienten como una exhalación a su mandíbula y pego su boca a la mía. Empiezo a mover mis labios. Me sigue el ritmo. Mi lengua al segundo invade su boca y es recibida por la suya. Danzan entre ellas, chocando y batiéndose en duelo, quedando en empate pues ambas son muy diestras. El beso es intenso, con fuerza y pasión. Tras varios intercambios de golpes de lengua, nos separamos.
-Vaya, vaya -me dice sorprendida por mi cambio tan brusco de actitud.
-Necesito que me follen bien. Estoy que me subo por las paredes.
-Genial.
Sus manos aferran mi cadera, me giran en dirección a la cama, me hace retroceder y me da un pequeño empujón dejando que caiga de espaldas sobre el colchón.
-Procura no hacer mucho ruido, aunque voy a hacer todo lo posible por que grites de placer -dice a la par que coloca sus manos y rodillas a los lados de mi cuerpo. Estoy convencida de que podemos hacer que arda Troya que con los cascos Iván no se va a enterar de nada.
Nuestros labios se unen de nuevo, con mis manos yendo a su cuello. Deja caer su cuerpo sobre el mío y nuestras tetas entran en contacto. Mis pezones se rozan con la mullidez de sus senos, al igual que los suyos se hunden en los míos. Su lengua es ahora la que manda, llevando la iniciativa y dirigiendo con marchas rápidas. Se separa de mí. Nuestros ojos se miran fijamente, nadando cada una en el iris de la otra. Es guapísima. Nos une un pequeño hilo de saliva. Lo rompo de un lengüetazo, ella apresa mi labio inferior entre sus dientes y lo libera lentamente. Sus labios vuelven a descender hasta mi cuello. Mis manos aferran su culo, apretándolo con fuerza y ahogando un gemido. Empieza a bajar hasta que llega a mi entrepecho, donde da un lento lametón. Sus manos rodean mis tetas, las sujeta firmemente y hunde sus dedos en ellas. Me mira, yo la contemplo deseando que lo haga. saca la lengua y la desliza lentamente por mi pezón izquierdo. Gimo sin dejar de perder el contacto visual. Hace todo con una sensualidad que abruma.
Pasa a la otra y repite el movimiento sobre mi durísimo pezón. Sus manos masajean mis senos de abajo arriba y su lengua empieza a dibujar espirales de dentro a fuera, rodeando mi pezón para introducirlo en su boca y aplicarle fuertes lametazos alternados con suaves mordidas. Mi espalda se arquea mientras me aferro aún más fuerte a sus caderas. Repite el proceso varias veces en cada teta, recreándose, saboreándolas y llenándose la boca y las manos de ellas para mi deleite. Por puro impulso asciendo mis manos hasta su cabeza y la empujo contra mí, hundiendo su cara en la mullidez de mi pecho. Gimo aún más. Lo recibe de buen grado, pues aumenta el ritmo de su boca. Le paso a mi otra teta y me muerdo el labio hasta que un profundo y tenso gemido sale de mí. Quién me iba a decir cuando vine hoy aquí que acabaría con mi suegra comiéndome las tetas, y eso solo parecía ser el principio.
-No sé qué detalle dices que me habías traído por mi cumpleaños, pero es imposible que mejore tus tetas.
-Espérate a ver el otro regalo -le digo con una sonrisa provocativa.
Eleva su cuerpo y empieza a gatear sobre mi cuerpo hasta que sus tetas están a la altura de mi cara. Es imposible dejar de mirarlas, más aún cuando las tienes en frente de tu cara.
-¿No tenías hambre? -me pregunta.
-Se ven apetitosas.
Mis manos suben por su abdomen y se hunden en ellas. Son tan masivas que con mis dos manos en solo una de ellas aún me faltaría un poco para abarcarla entera. Es un placer tremendo madrear unas tetas, más aún cuando a la receptora parece gustarle tanto. Sus gemidos se coordinan con el movimiento de mis dedos, que hacen todo lo posible por no dejar ni un centímetro sin recorrer. Deja caer lentamente su cuerpo como si un tesoro se acercara lentamente a mí. Su pezón cae justo a la altura de mi boca y lo recibo con mi lengua en modo torbellino, moviéndose a toda velocidad de lado a lado. No corta sus gemidos. Sabe que su hijo no nos escucha.
Sigue bajando hasta que toda mi cara está hundida en su teta izquierda. No puedo respirar, pero me da igual. Lamo y manoseo, manoseo y lamo, no puedo frenar, como un mal vicio. La levanta en el momento justo cuando parecía que mis pulmones estaban por suplicar aire, aguarda un par de segundos y hunde mi cara en su otra teta que la recibo con el mismo tratamiento. Es un desfase absoluto esta sensación. De pronto, me arranca el pezón de mi boca y empieza a moverse de lado a lado, con sus tetas golpeando mi cara por ambas partes una y otra vez. Gimo del mero placer que me da eso, no sé por qué me lo da, pero lo hace. Es una escena más morbosa de lo que jamás habría imaginado.
-¿Sabes? -dice bajando su cara a la altura de la mía, que está desencajada por la lascivia que desborda mi cuerpo-, a mí también se me ha abierto el apetito.
Y empieza a bajar. Mis manos se van directamente a las sábanas y antes incluso de que haya llegado a su destino ya las agarro con fuerza.
-Estos tatuajes de pájaros me indican el camino, qué considerados…
Y le da un beso a cada uno. Sus manos se deslizan desde mi ingle por el interior de mis muslos hasta mis rodillas y vuelve quedándose a nada de acariciar los labios de mi entrepierna.
-Huele que alimenta. Y… así que este es el regalo…
Era de esperar que viera de refilón la joya rosa que resalta entre mis nalgas.
-¿Te gusta?
-Lo adoro. Le queda estupendo a tu culo, aunque le quedará aún mejor otro juguetito que yo tengo. Pero de momento…
No pasa ni un segundo desde su última palabra cuando su lengua recorre todo mi sexo de abajo arriba. El gemido se me atraganta en la garganta siendo incapaz de salir, pero mi cuerpo retumba con tal fuerza que casi lo despego entero de la cama. Siento al punta de su lengua paseándose por mis labios. La miro; está atenta a todas las reacciones de mi cuerpo.
Empieza a pasearse por todas partes con una maestría sin igual. Cada trazo que dibuja su lengua sobre mi coño se traduce en un gemido cada vez más alto. ¿Me escuchará Iván? No lo creo, pero me produce una extraña excitación el riesgo de que me oiga, de que descubra a su madre comiéndole el coño a su novia… Pero lo que no siento es culpabilidad, él se lo ha buscado. Su lengua amenaza con atacar mi clítoris cuando dos de sus dedos entran en mi vagina. Las sábanas escapan de mis manos y las llevo a mis tetas. Las estrujo con fuerza y pellizco mis pezones. Sus dedos con gran habilidad recorren mi punto G cuando su lengua alcanza la joya de la corona. Ya estamos todos. Sus lametones no se centran solo en él, pero le tienen como destinatario, yendo por los puntos que más placer me generan, como si en poco más de un minuto hubiera descubierto la forma más placentera de comerme la entrepierna. Es un don divino.
Al poco tiempo mi cuerpo empieza a temblar sin control. Gimo más y más alto. Su otra mano asciende a mi boca para bloquear los gemidos. Eso me pone aún más. Sus dedos y su lengua trabajan en equipo perfectamente dándole a mi cuerpo el mayor de los placeres. Esa inconfundible descarga recorre mi columna. Ahí está. Mis gritos de placer se vuelven más duros, más salvajes. Mis manos agarran mis tetas como si no hubiera un mañana, con mi espalda casi en su totalidad levantada del colchón y millones de terminaciones nerviosas haciéndome romperme de placer durante varios segundos. Acabo y vuelvo a tumbarme por completo, relajo las manos y Selene disminuye la velocidad hasta que acaba. La veo relamerse los labios.
-Tienes un manjar entre las piernas -me dice-. Siempre que necesites que te lo coman, ven a verme, que yo nunca lo rechazaré.
Vuelve a escalar por mi cuerpo, con sus tetas volviendo a caer sobre las mías, su boca a centímetros de la mía pudiendo sentir su respiración en mis labios, con mi corazón bombeando sangre sin parar.
-¿Quieres que acabemos? -me pregunta.
-¿Qué dices? Ya te he dicho que necesito que me follen bien, esto solo es el comienzo.
-Genial. Y, oye, ¿no te da morbo que luego le cuente todo esto a mi marido Alberto?
Lo reflexiono un poco y se lo confirmo. No lo había pensado, pero, ¿podrán hacer este tipo de cosas? ¿Qué pensará Alberto de que la novia de su hijo folle con su mujer? Pero viendo la relación que parecen tener debe ser excitante ser quien soy y formar parte de su historial.
-¿Te parece atractivo sexualmente?
Asiento al segundo, eso no tengo que reflexionarlo.
-Sois como esculturas griegas, cualquiera con ojos puede ver lo atractivos que sois los dos.
-Genial, mira.
Su cara se gira hacia la puerta. La imito y ahí veo a Alberto, de pie, apoyado en la pared, con su mirada penetrante, con su imponencia ahí presente. ¿Cuándo ha entrado? Joder…
-¿Qué te parece? -le pregunta Selene a Alberto.
-Sois un espectáculo. Si Paula quiere me voy y os dejo a solas, si prefiere que me quede y me una, yo encantado.
Miro a Selene, que me mira a mí con una sonrisa de oreja a oreja, como si supiera lo que voy a decir.
-¿Necesitabas que te follen bien no? Dos mejor que uno, eso te lo aseguro por experiencia.
Vuelvo a mirar a Alberto, a su porte, su presencia, su cara, lo que esconde entre las piernas…
-¿A qué esperas? Muéstrame lo que tienes ahí.
Su expresión facial es de plena satisfacción como no podía ser de otro modo y empieza a desabrocharse los botones de su camisa blanca. Selene suelta una pequeña risa que se me contagia. Una de sus manos agarra mi cuello, la otra desciende hasta uno de mis senos y lo estruja, sus labios se posan en los míos y al momento su lengua me invade. Ofrezco resistencia y ataco de vuelta llevando la guerra al interior de su boca. Hago fuerza, rodamos por la cama y ahora me coloco yo encima. Nos sonreímos. Su mano que estaba en mi pecho ahora recorre mi cuerpo hasta aferrar una de los nalgas, apretando y soltando repetidamente.
-Tu culo es una pasada -me susurra. Estoy de acuerdo con ella, que lo disfrute ella y su marido ya que otros no quieren.
Medio río y la vuelvo a besar. Al separarnos, Alberto se une subiendo a la cama que parece una enorme ruedo listo para el espectáculo. Le veo un tatuaje que nunca antes había visto y que adorna su pectoral izquierdo hasta su hombro. Su cuerpo fibroso hace que involuntariamente me muerda el labio y suspire profundamente por la nariz. Aún mantiene su bóxer, pero deja ver la forma de su gran miembro erecto.
-Qué ocurre, cariño, ¿te has vuelto tímido de repente? -le dice Selene arrancándole a su marido una sonrisa medio tímida-. Nuestra invitada tiene hambre, no seas descortés y muéstrale la comida.
Los ojos de mi suegro y los míos se entrelazan. Se baja el bóxer pero logro seguir mirándole a su iris marrón claro, resistiendo la tentación de mirar hacia abajo solo durante unos segundos, hasta que al final cedo. Bajo la vista y ahí está su polla, imponente, firme como él, ligeramente gruesa, no sé de cuántos centímetros pero es ciertamente grande, para mí del tamaño ideal, con el glande medio cubierto y las venas haciéndole de tatuaje. La boca se me hace agua. Se ve extremadamente apetitosa.
-No, no -escucho decir a Selene que me llama la atención-. Sé lo que estás pensando y sé que nada más verla sientes el impulso de llevarla a tu boca, pero tienes ya un plato aquí que debes comer primero y que es igual o más delicioso.
-No sabía cuándo me ibas a decir que la comida estaba lista.
La doy un fugaz beso en los labios, cargo de saliva mi lengua y empiezo el descenso de su escultural cuerpo, pasando por su cuello, entreteniéndome algunos segundos en sus tetas con mis manos hundiéndose también como si fueran un reclamo permanente para ellas, bajando por su plano abdomen, mientras abre las piernas al máximo para darme total acceso. Voy hasta una de sus rodillas y desde ahí lamo hasta su ingle, repito el mismo proceso en la otra pierna escuchando sus suspiros y sus ganas.
-Ya verás lo delicioso que está su coño, yo lo he probado una vez y ya me he hecho adicta -le dice Selene a Alberto antes de que empiecen a besarse. Es una escena curiosa el ver a mis suegros comiéndose la boca y conmigo a punto de navegar entre las piernas de ella.
No aguanto más. Su olor penetra mis fosas nasales y me lleva inconscientemente a él. Huele tan bien como luce, brillante por los flujos, ligeramente abierto, con el clítoris hinchado adornando la cabeza. Me vuelvo a relamer, la beso una vez más, esta vez con sus labios inferiores, y mi lengua lo cata por primera vez. Mi pecho se hincha, mi respiración se acelera y siento mi propia entrepierna palpitar. Está aún más delicioso de lo que esperaba. Empiezo a devorarlo, no soy capaz de ir gradualmente, despierta mi instinto más primitivo. Mi mano derecha sube hasta sus tetas, de nuevo como un reclamo, y como buena zurda meto mis dedos izquierdos en su vagina tal y como ella había hecho hace poco. Mi lengua lo degusta sin parar, como un plato delicioso que nunca te sacia y nunca se acaba.
Podría estar comiéndolo hasta la más devastadora extenuación, hasta que hubiera que irse a cenar de verdad, hasta que tuviera que irme a casa, hasta que amaneciera al día siguiente o hasta que la mandíbula se me cayera a cachos, lo que ocurriera antes. Era el segundo coño que me comía pero, con perdón a mi amiga con la que disfruté mucho de aquella experiencia, este sabe diferente, este te atrapa. No sé si el morbo de que sea mi suegra tiene que ver, tal vez, pero eso solo hace que me encante más y más. Se lo como igual que me gustaría que me lo hicieran a mí, como ella lo había hecho antes, yendo de abajo arriba, rozando sus labios, acariciando de forma intermitente su clítoris causándole espasmos a su cuerpo, con mis dedos entrando y saliendo y paseándose por la zona G de su interior, con mi otra mano tratando de saciar la creciente necesidad de madrear sus tetas, lo cual es otro vicio al que me acabo de hacer adicta y al que no le veo el fin. ¿Qué hechizo me ha hecho para cautivarme de tal manera? Sus gemidos suenan ahogados.
Miro hacia arriba y veo que, apoyada en sus codos, sus labios se deslizan por el glande de Alberto, que alterna la mirada entre su mujer y yo. No sé cuántos tríos habrá hecho, pero desde luego tiene cara de un placer inigualable. Los gemidos que le causo a Selene acaban rebotando en la polla de su marido y cada vez son más y más fuertes. Es Alberto el que ahora los emite, graves, profundos, que combinados con lo que emite Selene me llenan los oídos como un constante orgasmo auditivo. Todos mis sentidos están siendo estimulados a la vez; mi cuerpo casi tiembla ante semejante cascada de sensaciones. Me focalizo en el clítoris, quiero llevarla al culmen. Con mi lengua abarcándolo constantemente, mis dos manos moviéndose frenéticas y ágiles, no tarda en aparecerle los temblores en las piernas, los golpes de cadera, los gemidos más feroces.
Veo que saca el miembro de su boca y me mira a mí. Me gime con nuestros ojos haciendo contacto, diciéndonos todo con la mirada, yo comiendo, ella disfrutando de ser la comida. Mi lengua y mis dedos la llevan al orgasmo, corriéndose en mi boca, pasa de gemidos a gritos, siendo la suya nuevamente invadida por el miembro de Alberto para que los amortigüe tras una primera exaltación de placer que debe haberse oído en toda la casa. Espero que Iván tenga el volumen alto, como siempre hace. Tras acabar, cae sobre el colchón. Yo freno lentamente y me reincorporo en mis rodillas con la barbilla empapada, observando mi obra: su cuerpo reclamando oxígeno mientras aún tiene leves temblores. Alberto se me acerca.
-¿Lo compartes conmigo?
Asiento. Su mano pasa a mi cuello, su lengua se desliza por mi barbilla y luego nuestros labios se unen. Nuestras lenguas comparten el orgásmico sabor de Selene, que nos observa desde su éxtasis.
-¿Me das mi segundo plato?
Alberto sonríe y se levanta mientras que yo aguardo ansiosa de rodillas. La coloca justo a la altura de mi cara. Su intenso olor también hace que me sea imposible aguantar lo más mínimo. Me llama. Mi lengua se desliza desde sus huevos hasta su punta, con una amplia, lenta y fuerte pasada. Está caliente como un volcán. Alberto gime. Me encanta que exprese el placer. Repito el movimiento, pero esta vez más ladeado, una vez más por el otro, acabando por dibujar círculos en su glande. Mi mano izquierda va a masajear sus huevos al mismo tiempo que mis labios se pasean por su glande ya completamente descubierto. El sabor de su sexo también me cautiva, también me atrapa, y también me despierta algo insaciable. Empiezo a deslizarme por su miembro, apretando más mis labios cuando paso por su glande que está atrapado dentro de mi boca y mi lengua lo castiga con esporádicos latigazos que hacen que le tiemblen las rodillas. Mi otra mano se pega a mis labios para hacer la experiencia más "alargada". Sigo felando sin frenar, con movimientos rectos y girando levemente la cabeza para darle sensaciones diferentes, disfrutando cada segundo, satisfaciendo un hambre que me consumía desde hace mucho, el comerme una polla, y la suya es increíble en todos los aspectos.
-Como la chupe tan bien como come el coño debes estar viendo las estrellas.
Selene se había reincorporado sin que me diera cuenta; estaba demasiado centrada en mi tarea. Empiezan a besarse hasta que le baja la cabeza a sus tetas para que se las coma. Ella me mira a mí mientras disfruta de la boca y las manos de su marido en su pecho. Pocos instantes después se arrodilla a mi derecha para acompañarme.
-Veamos si eres capaz de mantener de pie -dice retándole.
Una de sus manos va a mis tetas, y de seguido la acompaña su lengua sobre mi pezón. Me da descargas de placer que hacen que aumente el ritmo de mi boca, como si pisara mi acelerador. Su mano desciende a mi húmeda entrepierna y empieza a escarbar entre los pliegues. Su boca asciende a la vez que yo la saco de mi boca, solo para dársela. Observo con mis pupilas dilatadas, disfrutando de la vista, cómo se la chupa y a la vez siento sus dedos recorriendo mi sexo, mientras que su otra mano agarra mi culo y, tan despacio que casi ni lo noto, se acerca a mi ano. La suelta y la devuelve a mi boca. Trato de aumentar mi velocidad, como si fuera una competición por ver quién de las dos le da más placer. Alberto mientras tanto permanece de pie, pero con sus piernas tambaleándose y no parando ni un segundo de gemir. Selene con dos dedos agarra el tope de mi plug y da un pequeño tirón. Le gimo a la polla de mi suegro, que gime más fuerte aún al sentir mis ondas sonoras.
-En un ratito quiero follarte el culo -me susurra al oído. Más gasolina, más velocidad en mis movimientos. Su mano sale de su entrepierna, me arrebata el miembro de Alberto y empieza a lamerlo mientras me mira con sus profundos ojos verdes.
-Te dejaré que me hagas lo que quieras.
Mi lengua la acompaña y, como su hubiéramos hecho esto mil veces, nos coordinamos a la perfección. Lamemos cada una un lado de la polla, saboreando cada milímetro, de abajo arriba, dándole especial cariño a la punta, con nuestras lenguas encontrándose cada dos por tres, besándonos sensualmente con su glande en medio, con Alberto apoyándose en sus piernas, con su glande cada vez más y más hinchado. Si fuera tío estaría a punto de correrme. Las dos bajamos a la vez a sus huevos, yo uno, ella otro, lamiéndolos y llevándolos a nuestras bocas para aplicarles succión. No sé cuál de las dos le da más placer, pero su cara es un divertidísimo poema. Selene abandona su posición y va más abajo, aplicando lengüetazos a su perineo, quedando yo con todo su escroto, con mi mano ahora aplicando un suave masaje a su salivado glande. Tras unos segundos, Alberto no resiste más. Nos toma a cada una de la cabeza y nos coloca una al lado de la otra mientras nosotras reímos. No se ha caído, pero no aguataba tantísimo placer.
-Sois como dos perras hambrientas -nos dice.
Me lo tomo como un gran complido, Selene parece que también. Nos junta las cabezas, una pegada a la otra, y nos hace sacar las lenguas. Comienza a aterrizar su miembro como un meteorito primero en la lengua de ella, luego en la mía, vuelve a ella, a mí… Así alternativamente durante no sé cuanto, he perdido la cuenta de las veces que ha castigado nuestras lenguas con su dureza.
-Anda, ven aquí -le ordena su mujer.
Alberto desciende y nos besamos entre los tres, con nuestros labios uniéndose, nuestras lenguas entrelazándose en un perfecto caos mientras no dejo de pensar que esto era más de lo que necesitaba y más seguro de lo que imaginaba, y no puedo estar más contenta y excitada. Mis suegros empiezan a bajar a mi cuello, por mi pecho hasta que cada uno se apodera de una de mis tetas y las madrean al mismo tiempo que las lamen. Echo la cabeza hacia atrás dejándome sentir, con mi piel erizada y la sensibilidad al máximo, notando todo multiplicado por cien, con la otra mano de Alberto yendo a mi entrepierna y la de Selene a mi culo. Vuelve a aferrar mi plug y, esta vez, no duda en sacarlo, despacio, haciendo que clame al techo mientras siento esa presión tan deliciosa salir de mí. Le enseña a Alberto el secreto que guardaba antes de dejar que se pierda entre las sábanas, que sonríe y vuelve a lamer mi seno, mostrándose también adicto a ellos. Una mano de Selene empuja mi cuerpo y hace que caiga bocarriba, toma un cojín y lo coloca debajo de mi cadera para que gane elevación. Siento los nervios al saber lo que viene.
Alberto eleva mis piernas apoyándolas en sus hombros, acerca su cuerpo al mío y desliza su polla sobre mi sexo. Gimo. Selene contempla expectante mientras tiene su cuerpo pegado al de su marido. Alberto la baja, la sitúa y empieza a empujar muy despacio. El calor en mi cuerpo se extiende hasta casi abrasarme con cada centímetro que mete en mí. Gimo cada segundo que tarda en chocar su pelvis con mi cuerpo. Está completamente dentro. Contraigo las paredes de mi vagina de forma involuntaria, apretándole a él, dándome también más placer a mí. Selene le besa y empieza a mover sus caderas, entrando y saliendo de mí, haciendo que nuestros cuerpos aplaudan, con su mano derecha acariciando mi clítoris. Selene gatea, se coloca sobre mí, con su cuerpo casi pegado al mío, y lleva sus tetas a mi boca. Las recibo ansiosa, casi más excitada que antes, con Alberto acometiéndome cada vez más y más fuerte, mi cuerpo entero temblando, el placer haciendo que se me tensen hasta los dedos de los pies, mi boca de nuevo llenándose de los senos de mi suegra, que impiden que mis gemidos salgan al exterior.
-Eres muy buena chica, una perra increíble -me dice con su dulce voz. Cada palabra me enciende más.
Mi lengua es como una turbina ante la inmensidad de sus pechos. Siento que Alberto sale de mí y, de pronto, Selene empieza a gemir al mismo tiempo que su cuerpo empieza a rebotar. La está follando ahora a ella. Soy casi capaz incluso de sentir su placer en mí. Sus tetas se deslizan por mi cara ante cada golpe de cuerpo que recibe sobre su culo. Escucho los azotes que le propina, los gemidos de ella que van a más cuando durante un instante frenan y Alberto vuelve a penetrarme a mí del tirón, llenándome de repente, haciendo que casi se me rompan las cuerdas vocales. Me cuesta respirar con sus senos sobre mi cara, recibiendo de nuevo repetidas embestidas que me hacen sentir placer hasta en la punta de mi pelo, con mi cabeza en blanco, solo sintiendo, solo disfrutando, siendo bien follada como tanto anhelaba.
Vuelve a cambiar a Selene, de nuevo a mí, y una vez más a su mujer. No sé cuánto tiempo hemos pasado en este intercambio, pero se me ha hecho corto aunque tenga el cuerpo entero temblando. Este intercambio acaba con Selene poniéndose de pie y llevando su coño a la boca de su marido, quien ahora divide su atención. Sus golpes de cadera siguen produciéndose, viendo yo cómo se contrae su cuerpo entero, sus músculos tonificados esforzándose, con mis manos alternando el placer extra en mis tetas y en mi coño, viendo como él se come el de Selene que, a los pocos minutos, se gira y toma asiento en mi cara. Mi lengua está agotada, pero parece saberlo. Es ella quien se mueve, quien baila sobre mi rostro, deslizando su sexo por mi boca y mi lengua que permanecen quietas puestas para darle todo el placer que quiera, con Alberto yendo cada vez más fuerte como un toro desbocado, con mis gemidos saliendo directos a la entrepierna que me usa como asiento.
-Cámbiame el sitio que estoy a punto -me dice Selene.
Alberto sale de mí, ruedo hacia un lado y Selene rápido toma mi lugar en exactamente la misma posición. Al instante Alberto está embistiéndola tan duro como hacía conmigo. Los gemidos de mi suegra no se hacen esperar. Es increíble verles follar.
-¿A qué esperas? Dame ese manjar que tienes entre las piernas.
Me mueve como puedo y me siento sobre ella. Su lengua entra en acción como un resorte. Mis manos se apoyan en sus tetas mientras mito a Alberto, que también parece haber perdido el contacto con el mundo, como esa habitación y esa enorme cama fuera un mundo paralelo en el que solo estamos los tres. Su lengua se mueve más fuerte que antes. Me aproximo a Alberto y le beso, entrando los tres en contacto, como el triángulo más sensual del mundo. Las manos de mi suegro se reparten una de mis tetas y el clítoris de su mujer, que vuelve a explotar eyaculando sobre la pelvis de Alberto, gimiéndole a mi coño que solo me daba placer y más placer, con su cuerpo agitándose como loco llegando al clímax más absoluto. Cuando acaba los dos salimos de ella para dejarla respirar y remontar el aire, pero parece que su batería no se acaba nunca. Al minuto es capaz de bajarse de la cama.
-Cómele el coño, cariño, que sé que lo estás deseando.
Alberto se lanza sobre mí. Me tumba y baja directo a su objetivo, dándome un lametón que me hace golpear la cama con mis puños. Pasa de 0 a 100 en un instante. Desata una tormenta en mi entrepierna. Joder. JODER. Clamo al cielo en forma de gemidos. Es tan bueno como Selene, pero con técnica diferente. Ella es más precisa, él es más intenso. Mi cuerpo parece que vaya a salir disparado desde el colchón hasta el cielo cuando, de repente, veo a Selene girarse con un arnés con un dildo rosa y un bote de lubricante. Se acerca a mí y mientras Alberto sigue sumergido en mi coño sin bajar ni un ápice la velocidad de su lengua, Selene introduce su dildo en mi boca. Tiene una cara de intensidad y lujuria que me embelesa. Mueve la cadera follándome la boca con el dildo durante unos instantes, para sacarlo y golpear mi cara con él. Saco la lengua para recibir los golpes, pero los reparte por todo mi rostro una y otra vez. Gimo fuertemente, descontrolada. Mi respiración está desacompasada. Están satisfaciendo en este encuentro todas las necesidades que tenía y más. Nunca me había sentido tan dominada por mi lascivia.
-Se una buena perra y ponte en cuatro para mí.
Le quito a Alberto su comida, que me la ha dejado palpitando a mil por hora, y contempla la escena. Le doy la espalda a mi suegra, arqueo la espalda y saco culo, que recibe varios azotes. Su dildo no tarda en entrar por mi vagina. Alberto se tumba delante de mí y me ofrece su polla, la cual acepto con gusto. Al sabor que ya tenía ahora se le suman los fluidos del orgasmo de Selene, haciendo una combinación perfecta. Es el mejor sabor que he probado en mi vida. Mi lengua se mueve como loca por su glande mientras siento la cadera de Selene chocando con mi culo, mis nalgas botando, recibiendo azotes, mi vagina invadida una y otra vez. Bajo a los huevos y de ahí Alberto me lleva a su perineo. Siento cómo se masturba y sus huevos rebotan en mi cara. Escucho el bote que había traído Selene abrirse y al poco tiempo su dedo entra muy despacio por mi ano. Mis ojos se ponen en blanco. Esa dulce presión en mi culo que lo multiplica todo aún más. Nunca había sentido que absolutamente todo lo que me hicieran me diera un placer extremo, que encima fueran mis suegros, nunca me había sentido tan guarra, y nunca me habría imaginado lo muchísimo que lo disfruto…
Selene sale de mí y llama a la orden a Alberto.
-¿Quieres sentirnos a los dos a la vez?- me pregunta.
Se me ha olvidado hasta hablar, así que tengo que asentir. Alberto se coloca debajo mía, con mis brazos a los lados de su cara y sus manos aferrando mis tetas. Me empalo en su miembro, que se sentía como meter más fuego en una hoguera. Al poco tiempo, es el dildo de Selene el que animaba mi pequeño agujero. Empieza a entrar sin problemas, completamente lubricado, abriéndose paso sin la menor resistencia. Alberto me besa y le traspaso mis gemidos a su garganta. Qué buen trato me están dando mis suegros. La pelvis de Selene vuelve a entrar en contacto con mi culo, el cual agarra con ambas manos y empieza el viaje. Los dos se mueven al unísono, entrando y saliendo de mí.
La sensación de estar llena es algo que nunca había podido imaginar así. Te sientes repleta. Dos cuerpos follándome, mi clítoris rozando la cadera de Alberto, sus manos en mis tetas, las de Selene llenándose de mi culo, mi lengua y la de Alberto cruzándose una y otra vez… están estimulando todos mis puntos de placer. Aumentan levemente la velocidad de la doble penetración. Mi cuerpo parece que se va a romper, no aguanta tantísimo disfrute. Esa descarga eléctrica por mi columna, pero esta vez mucho más intensa, todos los pelos de mi piel de punta, mi corazón palpitando sangre a la velocidad de la luz, mi interior gritándome, yo explotando del placer más puro que me han dado en mi vida. Ni la boca de Alberto es capaz de contener semejante orgasmo, semejantes gemidos. Me corro como no lo había hecho nunca. Siento que se me olvida todo, hasta el hablar, solo sé gemir, solo gritar de forma salvaje, no siento nada más que placer, y caigo. Mi cuerpo cae sobre el de Alberto, que me rodea con sus brazos. Ambos salen de mí. Las manos de Selene me acarician la espalda y lo adorna con un tierno beso en mi nuca.
-Nunca había sentido algo así -soy finalmente capaz de decir.
Miro a Alberto y Selene sumamente satisfechos, sonrientes, besándose. Me tumbo bocarriba y contemplo el duro miembro de Alberto que parece que fuera a explotar.
-¿Me ayudas? -me pregunta Selene.
-¿Acaso hace falta pedirlo? Pero no sé si me podré mover.
-Tranquila.
Alberto se mueve y se coloca sobre mi cara, dejando a mi alcance sus huevos y su perineo. Mi interior ha explotado, pero el fuego sigue ardiendo, más que nunca. Deslizo mi lengua y me aseguro de darle lo mejor que tengo. Veo de reojo a Selene comiéndosela en cuatro, con la mayor de las pasiones. Hago lo mismo, a mi mayor velocidad, con mi lengua paseándose ampliamente por su zona baja. Noto cómo los músculos del perineo se le contraen. Gime profundamente al tener de nuevo dos lenguas para su placer. No tarda ni un minuto y se quita de encima mía, colocándose de lado. Selene se tumba junto a mí y abrimos las bocas y sacamos la lengua para recibir el premio a nuestro gran trabajo.
Se masturba durante unos segundos, rompiendo a gemir y a eyacular sobre nuestras bonitas caras durante segundos, como una cascada. Alberto cae rendido sobre la cama. Selene me lame la cara, yo la suya, y nos besamos compartiendo el premio como buenas chicas, como buena suegra y nuera. Pasamos varios minutos lamiéndonos y besándonos lentamente, con la mayor de las sensualidades hasta que en nuestras caras solo quedan pequeños restos del tremendo orgasmo de Alberto. Nos tumbamos juntos, conmigo en medio, sin acabar de creerme lo que ha pasado, sin extrañarme mucho que Iván no nos haya escuchado.
-Joder… Qué suegros mas buenos tengo -los tres reímos.
-En verdad esto está mal… De verdad que nunca un coño me ha sabido tan bien como el tuyo. Ahora cualquier otro no me va a ser lo mismo -me dice Selene. Sus ojos verdes son una pasada.
-Yo creo que nunca me lo había pasado tan bien en un trío, ha sido explosivo y muy morboso -añade Alberto.
-Podemos repetir cuando queráis, vuestro hijo no tiene por qué enterarse.
-No sabes lo que nos alegra oír eso -dice Alberto con una sonrisa.
-Queremos que seas nuestra perra, que cada vez que quieras follar nos avises, que cada vez que queramos follar te avisemos y repitamos encuentros como este.
-Encantada -y sellamos nuestro nuevo estado de relación con un beso entre los tres.
Pasamos un par de minutos ahí tirados, desnudos, hablando de todo, del encuentro que acabábamos de tener, del regalo que le había hecho a Selene que era una blusa, pero para nada comparable con esto. Decidimos ducharnos para quitarnos el olor a sexo, pero Selene dice que, como era la invitada, no podían dejarme ir con el mismo número de orgasmos que ella, así que, con el calor del vapor de agua, con el opacante sonido de la ducha de fondo, con mi cuerpo de pie apoyado en la pared, mis piernas abiertas, Alberto y Selene se arrodillaron ante mí y me comieron el coño durante minutos en equipo, perfectamente coordinados gracias a la práctica que seguro que han tenido, sin descanso hasta que tuve mi último orgasmo del día con mi cuerpo empapado en agua y flujos. Nos secamos, cogí uno de los vestidos que Selene me ofreció, acabamos la tarta y avisé a Iván que había que cenar.
-Oye, me ha parecido escuchar algo, ¿qué estabais haciendo?
-Nada, cocinar una tarta con música de fondo mientras tomábamos el aperitivo antes de cenar -ni si quiera se dio cuenta de que me cambié de ropa.
La cena se desempeña con una normalidad apabullante, solo con miradas furtivas y sonrisas cómplices con mis suegros al otro lado de la mesa. Cenamos, comemos la tarta, le soy a Selene la blusa y al poco me voy a casa. Esa noche la duermo como nunca. A los dos días Iván me dice que si quiero ir a estar la tarde con él. Voy nerviosa por si sabe algo, con el mismo vestido que me dejó su madre, excitada por lo que pueda pasar. Llego y me recibe él. Vamos directamente a su cuarto y, tras media hora de hablar, vuelve a ponerse a jugar. Me pongo con el móvil en su cama me pongo vídeos. Se pone los cascos para que no le moleste el sonido de mi móvil y pueda sumergirse en su juego. ¿Debería dejarle? Pero si le dejo tal vez termine con el pacto con Alberto y Selene… Recibo un mensaje de mi suegra. Es una foto. La abro y al instante mi corazón palpita. Están ambos frente a un espejo de su cuarto, desnudos, ella de rodillas con la polla de Alberto en su boca y un mensaje: 'te esperamos aquí ansiosos, tenemos ganas de volver a saborear tu coño'. 'Subo en seguida', les respondo. Y mientras mi entrepierna vuelve a palpitar me levanto y miro a Iván.
-Sube el sonido, que voy a hacer ruido.
Parece que me escucha porque veo la barra del volumen elevarse. Salgo por su puerta, subo las escaleras, abro la puerta y la cierro tras de mí. Alberto, tumbado en la cama, me recibe con una sonrisa. Selene, a cuatro patas dándome una vista perfecta de su parte inferior, se gira y me sonríe también con su mano aferrando la polla de Alberto. Me quito los tirantes y dejo caer el vestido al suelo, descubriendo que no llevo nada debajo. Los tres reímos de forma cómplice y me encamino a la cama.
Vamos a pasar otro buen rato, queridos suegros.