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Tiempo de lectura: 27 minutos

Estoy viviendo en el departamento comprado por nuestros padres después que mi hermano, diez años mayor que yo, se casara. De esa manera lo destinado a alquiler podía ahorrarlo para, en el futuro, adquirir algo. Rubén de 28 e Irene de 22 contrajeron matrimonio dos años atrás y en ese lapso a ella la vi pocas veces, incluido el noviazgo. En esas escasas oportunidades mi esfuerzo estuvo dedicado a deleitarme con su presencia y tratar de que su esposo no se apercibiera. Desde luego la certera intuición femenina percibió en seguida que me tenía atado de pies y manos.

Ciertamente estar cerca de ella constituía una deliciosa tortura, pues me encontraba simultáneamente ante una atracción insalvable junto al sentimiento de deslealtad filial. Su cuerpo podía llevar a las alturas a la imaginación más rudimentaria. La gestualidad corporal unida a sus facciones y sencillez en el vestir hacían pensar en una inocencia no contaminada, aunque su mirada en algunos momentos parecía contradecir esa apariencia.

Mi estadía transcurría teniendo dos ocupaciones principales, estudiar y ayudar en las tareas hogareñas. Era un mínimo agradecimiento al matrimonio que cubría con agrado todas mis necesidades. Con el correr del tiempo fuimos logrando la empatía que nos hizo más cercanos, en particular con mi cuñada. Y así, lentamente, de manera imperceptible, el pudor inicial fue perdiendo fuerza, dando comienzo a mi sufriente placer.

Las vestimentas de a poco cubrían menos y los cuidados para tapar se fueron relajando. Así fue que el salto de cama empezó abriéndose en el escote, luego pasó a estar desatado y terminó colgado en la percha. Los pijamas de saco y pantalón, derivaron en camisón y concluyeron en camisoncito a medio muslo. La progresión fue tan pausada que casi ni me di cuenta de la diferencia entre el comienzo y un año y medio después. Naturalmente las pajas con ella en mi imaginación fueron incontables, y mis sentimientos eran encontrados, por un lado agradecía su exhibicionismo y por otro odiaba su actitud despreocupada, pues era consciente de la tortura a la que me sometía.

En ese ambiente vivía mediando mi segundo año de universidad estudiando filosofía. En un almuerzo mi cuñada comentó la preocupación de sus padres por el estudio de su hermana Alicia. Si bien lo llevaba aceptablemente, una materia del año anterior la tenía a maltraer, le quedaba una oportunidad dentro de quince días y otra a fin de año. De no aprobar recién podría recibirse al año siguiente. Cuando pregunté cuál era dicha materia me contestaron que Lógica.

– “Pensar que esa herramienta de la filosofía me resultó deliciosa”.

Ese comentario mío dio pie a Irene para sugerir que quizá podría ayudar a la estudiante en esa cuestión que le resultaba tan dificultosa. Habiéndole respondido que lo haría encantado quedó en consultar a sus padres.

Al día siguiente me llamó la suegra de mi hermano pidiéndome que fuera a verla pues quería hablar sobre el estudio de su hija menor. Como vivimos en el mismo edificio tuve que subir solo cinco niveles. Después de charlar sobre los hábitos de estudio de la interesada y de un cierto rechazo por la materia, producto de los fracasos anteriores, le di mi parecer. Lo más conveniente era preparar concienzudamente los contenidos y presentarse al examen de fin de año. Aprobada la propuesta acordamos el método de trabajo que comenzaría en dos días.

Alicia es una criatura de dieciocho años que compite en belleza con su hermana mayor a pesar de ser bastante delgada. Quizá lo que más resalta es su dulce y femenina manera de conducirse en todo momento. Con ella coordiné los horarios, la duración de cada reunión y un tema, para mí, muy importante.

– “Hay algo que ambos debemos hacer y ayudarnos mutuamente, de lo contrario el fracaso es casi seguro”.

– “Espero poder hacerlo”.

– “El asunto es así, dos años de edad nos separan, pero la maduración es prácticamente la misma. Es decir, yo tengo intereses muy similares a los tuyos, la misma tendencia a la vagancia, iguales ganas de diversión y muchas otras cosas que vos podrás imaginar. Todo eso tenemos que vencer en los momentos de estudio. Y eso incluye la vestimenta. Luego por separado podremos darle rienda suelta. Si queremos farra juntos, sólo después del examen. Me vas a ayudar?”

– “Te prometo esforzarme”.

Tuve la suerte de despertar su entusiasmo y ella puso el empeño de reunir tiempo de estudio y concentración. Eso permitió que lapsos relativamente cortos fueran muy fructíferos. Debido a mi pedido de atención sólo al estudio dejó de llamarme Joaquín reemplazándolo por “El Amargo”, a lo que le correspondí bautizándola “Almíbar”, apelativos que reemplazaron a nuestros nombres en el trato diario.

La ayuda a Alicia fue mi tercera ocupación. El día del examen la acompañé hasta el colegio, quedándome en un bar de las cercanías a esperar su salida. Cuando la vi aparecer fui a su encuentro con el corazón oprimido, pues su cara mostraba el ceño fruncido, haciendo pensar un resultado adverso. Al llegar a mi lado saltó, abrazándome la cintura con las piernas mientras sus brazos ceñían mi cuello y me cubría la cara de besos.

– “Gracias Amargo, conseguimos un nueve”.

– “Mocosa de mierda, casi se me detiene el corazón”.

Los gestos de afecto, habitualmente parcos entre los dos quedaron en el pasado, pues ya no había razón para mantener una cierta distancia. Y así el cariño que sentía por ella, nacido de una relación respetuosa, cercana y amable se lo demostré con un abrazo prolongado junto a un beso en la mejilla.

A la alegría de Alicia se agregó la felicidad de los padres. Yo mantuve mi inicial negativa a cobrar esa contribución lo cual redundó en un beneficio muchísimo mayor. El padre hizo que su yerno le diera los datos para abrir a mi nombre una caja de ahorro bancaria que acreditaba una cantidad similar a mis gastos anuales. Y por otro lado la madre me invitó a pasar los dos meses de vacaciones en su quinta de verano.

En un abrir y cerrar de ojos llegamos a mitad de diciembre y comienzo de las vacaciones. Mi hermano, que recién estaba libre en la segunda quincena de enero, iría los fines de semana. El viaje lo hicimos las dos hermanas, el matrimonio mayor y yo en el auto de la familia. Era la primera vez que podía observar de cerca de las tres mujeres en ropa liviana acorde a la estación. Sin duda, en las jóvenes, habían prevalecido los genes de la madre, pues contextura y belleza eran compartidas por las tres.

Lógicamente nuestra vestimenta más usada fue la ropa de baño, y la pileta el lugar donde estábamos buena parte del día. Los cuerpos de ambas hermanas llamaban la atención por su belleza y armónicas redondeces. Según qué prenda usara, la delgadez de Alicia hacía que la biquini le resultara holgada y, en algunas posiciones, se entrevieran los claros vellos del pubis. Precioso espectáculo para alegrar la vista.

El segundo día a la tarde, buscando alguna distracción, le propuse jugar al trampolín dentro del agua. Consistía en que ella se parara sobre mis hombros y yo, tomándola de los tobillos, la ayudara a lanzarse de cabeza lo más lejos posible. La subida implicaba cierta destreza. Si me agachaba un poco, ella poniendo un pie en mi muslo podía llegar con el otro al hombro, luego equilibrarse y por último el lanzamiento.

Una de las veces, cuando traté de ayudarla en el impulso para subir del muslo al hombro mi mano resbaló, y la empujé con la palma abierta abarcando su entrepierna. Ambos nos sorprendimos del contacto. Mis ojos en los suyos buscando desaprobación y los de ella en los míos para descubrir una previa intencionalidad. Como ninguno vio anormalidad seguimos tranquilamente. Continuamos con lo mismo para adquirir práctica y alguna vez más sucedió el contacto, pero por mayor lapso y ambos disimulando, hasta que se hizo evidente que yo deseaba acariciar y que ella buscaba la caricia.

– “El tiempo de estudio ya pasó”.

– “Es verdad y vos hiciste un buen esfuerzo cuyo premio fue la hermosa nota”.

Mis palabras las acompañé acariciándole la mejilla en una muestra de sincero afecto, pero cuando mi dedo pulgar llegó a los labios, ella los abrió para introducirlo y chuparlo con los ojos cerrados.

El intento de lograr destreza en la subida a los hombros quedó en el olvido. Apoyé mi espalda en la pared, con el agua hasta los hombros, para que ella quedara pegada a mi costado mirándome como si estuviéramos hablando. Mis primeras caricias fueron un simple roce sobre la biquini mientras ella, tomada del borde, simulaba patalear.

Ojos cerrados y boca abierta fueron las señales de placer que me llevaron a buscar el contacto directo con el vello pubiano y el canal que esos pelitos velaban, pero controlando la calentura, pues no debía precipitarme y ahuyentar esa maravilla de mujercita. Para favorecer la lubricación interior, con índice y pulgar presionado los labios, inicié el movimiento de subir y bajar para que la mucosa frotara el clítoris.

Sus manos apretando fuertemente mi brazo, que hacía movimiento de vaivén, junto a un quejido me indicaron que podía ingresar en la grieta sin provocar escozor. Fue la tarea que asumió el dedo mayor comenzando con círculos alrededor del botoncito, bajando hasta el ingreso a la vagina, donde repetía el recorrido circular sin penetrar, para regresar al inicio.

El paso siguiente fue impensado. En la caricia alrededor del agujerito, un súbito movimiento de su pelvis provocó el ingreso íntegro del dedo, ajustado pero sin obstáculo. La corrida la sentí con apretones vaginales, un gemido rugiente, las uñas surcando mi antebrazo y sus dientes marcándome el hombro. Ya calmada trató de borrar, con besos, las marcas de su placer.

– “Perdón, perdón, lo hice sin querer”.

– “Tu placer vale la pena, pero por favor, no lo hagas muy seguido”.

– “Vamos a la otra orilla, que ahí nos tapa el ligustro. Ahora ni siquiera puedo darte un beso sin ser observados”.

Mientras caminábamos escuchamos la voz de su padre diciendo que iban hasta el centro a realizar algunas compras. Ya a cubierto, bocas y manos asumieron el protagonismo. Chupar la lengua de esa criatura era una delicia y, a tenor de sus apagados gemidos, para ella resultaba muy placentero. Y ese placer lo evidenciaban su voz y la fuerza y movimiento conque sus manos batían mi pija. Para no correrme la tuve que parar, pues no pensaba desperdiciar semen en el agua. Sentándome en la orilla llevé suavemente su cabeza hasta tocar sus labios con el glande mientras nos mirábamos mutuamente.

– “Nunca lo hice”.

– “Si aplicás la misma dulzura que al besar seguro te va a salir maravilloso y en menos que canta un gallo vas a tener mi leche en tu boca si no la saco a tiempo”.

– “Pruebo, si no me gusta lo escupo”.

– “Así Almíbar, que bien combinás caricia y succión. Sí chiquita chupá, chupá que ahí va, tragalo preciosa”.

Fueron cuatro disparos que gustosamente hizo pasar por la garganta.

En ese momento levanté la vista y me encontré con Irene que, desde una ventana del primer piso, había sido espectadora privilegiada de tan maravillosa mamada. Al parecer el espectáculo no había sido de su agrado, a juzgar por la seriedad de su cara. De esa distracción me sacó la voz de Alicia.

– “Quiero que me llenés la panza de leche, vení, vamos al vestuario”.

Caminando juntos los pocos metros que había hasta la puerta, de reojo, vi que mi cuñada seguía inmóvil en la ventana, presencia no percibida por mi compañera de placer. La dejé entrar primero y, como quien cerraba la puerta miré hacia la observadora que permanecía inmóvil y la saludé con la mano. No me respondió.

Al darme vuelta tuve una visión maravillosa, Alicia estaba totalmente desnuda, acostada de espaldas en el largo banco, con las rodillas en los hombros y sus manos abriendo su preciosa y delicada conchita; esa pequeña grieta de placer mostraba, arriba el botoncito fuera del capuchón, abajo la abertura que invitaba a entrar y entre ambas partes el canal rosado, brillante de flujo.

– “Aquí Amargo, aquí te quiero”.

Como un autómata, obnubilado por la visión, enfrenté ese tesoro, al que traté de cubrir abriendo al máximo la boca aunque no llegué a abarcarlo, por lo que me puse a lamer, chupar y tragar flujo, todo ello al son de quejidos gozosos. Al aproximarse al orgasmo, mientras rugía apretaba mi cabeza como queriéndola introducir, hasta que sobrevino un instante de tensión corporal generalizada junto al grito “Ya!!!” finalizando en una laxitud que parecía desvanecimiento.

Ante eso me incorporé quedando sentado a caballo del banco, saboreando el jugo femenino que aún bañaba mis labios y contemplando la hermosa figura delgada que, con las piernas separadas mostraba líquido manando de la conchita entreabierta, mientras ojos cerrados y facciones distendidas indicaban un estado de sopor profundo después de la tensión vivida.

Cuando vi que empezaba a salir de ese letargo me arrodillé en el piso, sentándome sobre los talones a la altura de sus hombros, para que tuviera un despertar afectuoso y así recorrí párpados, mejilla boca, cuello y pechos con manos y labios.

Al parecer mis caricias surtieron efecto pues al abrir los ojos y verme sonrió, el camino estaba libre, me erguí y puse el glande entre sus labios recibiendo un delicado beso.

– “Lubricalo bien mi cielo, así te entra hasta la empuñadura”.

– “Sí querido, con gusto lo voy a preparar porque soy estrecha”.

Con la pija cubierta de saliva me acosté de espaldas a lo largo del banco.

– “Vení Almíbar, sentate a caballo pero de espaldas y te tomás de mis tobillos, así vos controlás la entrada y yo podré sostenerte de las nalgas”.

Nunca imaginé ser partícipe de un espectáculo tan excitante, mientras una mano sostenía vertical mi miembro la otra orientaba la aproximación de esos dos globos separados por la hendidura que mostraba, arriba el orificio estriado y abajo una conchita con los labios separados y enmarcando la boca que parecía llamar al glande que la enfrentaba y se aproximaba lentamente. Estaba terminando de ingresar la cabeza cuando paré por pedido de ella.

– “¡Ahí nomás! Estoy sintiendo cómo se me abre, ahora iré bajando a medida que vaya dilatando”.

– “Cuando esté por acabar te levanto”.

– “¡No!, mañana me viene la regla, ahora que la tengo entera dame fuerte, quiero otra corrida. Qué me estás haciendo?”

– “Acariciando este culito precioso, te resulta incómodo?”

– “No, simplemente es algo nuevo y por eso me resultó extraño, pero me gusta”.

Había que aprovechar esa complacencia que podría aumentar su placer acelerando el orgasmo, cosa que me convenía pues me encontraba en desventaja y no quería que ella se quedara con las ganas. Entonces con una palma apoyada en una nalga y el pulgar recorriendo y presionando el anillo, ocupé la otra adelante, los dedos frente al clítoris para que el movimiento de ella para ensartarse también causara la frotación. Así fue que por primera vez presencié extasiado cómo mi verga, al salir arrastraba hacia afuera la mucosa vaginal, y al entrar la volvía a su lugar, hasta que contracciones musculares de ese estrecho conducto me ordeñaron de tal manera que unos pocos disparos me dejaron extenuado.

Cuando salimos, agotados después del encuentro amoroso, mientras íbamos hacia la pileta vi que mi cuñada se dirigía al mismo lugar. En tanto Alicia decidió ir a su pieza para lavarse bien, me tiré sobre la reposera vacía a unos metros de Irene y tomé el libro que tenía a medio leer; pasados unos minutos me habló.

– “Te pasa algo conmigo?”

– “Nada en general, pero como hace un rato no me devolviste el saludo y ahora veo cara de pocos amigos, mejor estar callado y lejos”.

– “No te respondí porque era como estar de acuerdo con lo que le hacés a mi hermana”.

– “Y no se te ocurrió que quizá se preste gustosa a hacerlo?”

– “No lo creo”.

– “Qué maravilla, me acabo de enterar que tengo poder suficiente para inducir a una persona a obrar en contra de su voluntad. Tendría que probar con vos a ver si da resultado”.

– “¡Si serás degenerado!”

– “Degenerado por desear a una mujer hermosa, que además me viene calentando desde hace más de un año?”

– “Mentiroso, vos te calentás solo”.

– “Es verdad, pero la que muestra a cada rato tetas y entrepierna sos vos”.

– “Yo no muestro nada, será que sin querer se me vé”.

– “Sobre tus intenciones no puedo hablar, pero nadie te impone andar sin corpiño y menos ponerte en cuclillas separando bien las rodillas cuando usás un camisón corto. Si ante eso un adolescente no sufre una soberana calentura es que se encuentra al borde de la muerte”.

– “Mejor terminemos con esto que ahí viene mi hermana”.

– “Como vos quieras, de paso podés aprovechar y preguntarle si la estoy forzando a algo que no quiere”.

– “Estás loco si pensás que voy a hacer eso”.

Yo seguí mi lectura mientras ellas hablaban. Esa noche fue maratónica. Elegimos mi pieza pues a la de ella sus padres podían irrumpir sin aviso, en cambio a la mía no. Estábamos descansando del primer orgasmo cuando sonó el teléfono mostrando un mensaje entrante de su hermana, lo abrió y luego de leerlo me lo mostró sonriendo “Me parece bien que gocés como una burra pero no es necesario que se enteren los vecinos”

A las tres de la mañana, con cara de agotada, partió para su dormitorio pues en a eso de las nueve la buscaban ya que tenía programados siete días en casa de una amiga. Al levantarme y después de desayunar fui a la pileta, encontrándome con Irene tomando sol.

– “Alicia ya se fue?”

– “Con inmensa suerte, de lo contrario tendría que aguantar las instrucciones, gritos y quejidos cuatro días más hasta que llegue tu hermano para calmar mis ganas”.

– “Si no sonara como un atrevimiento me ofrecería como un remedio provisorio”.

– “Degenerado, ella gritaba como si la estuvieran matando y ahora pretendés lo mismo conmigo, qué le harías a la pobre”.

– “Es que tiene una alta sensibilidad, al punto que soltó un quejido fuerte cuando apenas le mordí el pezón, aunque el primer grito correspondió a la acción de mi lengua que, partiendo del culito pasó, por el perineo, siguió por la hendidura de la conchita para terminar prendida al clítoris que ella misma había dejado descubierto corriendo el capuchón”.

Mientras hablaba pude ver que Irene se removía en el asiento apretando los muslos.

– “No necesitás ser tan explícito”.

– “Es la manera que se entienda si los sonidos bucales se originaban en una sensación placentera o dolorosa”.

– “Me parece que tu intención no es otra que aumentar la calentura que traigo de anoche y así torturarme”.

– “Cosa que me encantaría, pero si sucede es al margen de lo que pretendo”.

– “Y entonces qué hace tu mano sobre mi muslo subiendo hacia donde nadie la llamó”.

– “Fue algo inconsciente pues la piel tersa y suave invita a la caricia”.

– “Esa excusa ni vos la creés, además sos un sucio recorriendo con la lengua la entrada posterior de mi hermana”.

– “Si mi hermano no te lo hace tendré que hablar seriamente con él, no sea que otro te haga descubrir ese placer y saque partido de ello”.

– “Ni se te ocurra, a ver si le da por eso y se olvida que lo principal ahora es preñarme de una vez”.

Un nuevo movimiento para acomodarse la hizo separar los muslos permitiéndome ver una pequeña mancha de humedad en la tela de la entrepierna, que ocultó poniendo la toalla pero sin sacar mi mano.

– “Entonces se lo diré después de producido el embarazo, aunque esta práctica favorecería tu preñez pues lo excitaría de tal manera que sus testículos producirían a destajo espermatozoides más fuertes y veloces”.

– “Mentiroso esa fisiología es digna del suplemento deportivo de un diario de cuarta”.

– “Vos sabés que yo no miento, dejame que te acaricie levemente, si te provoca rechazo o simplemente no te gusta, te prometo parar y no molestarte con este tema nunca más”.

– “Espero no arrepentirme de aceptar pero jurame que vas a frenar si te lo pido”.

– “Te juro que voy a hacer todo lo que me pidas”.

– “¡Qué estás haciendo!”

– “Lubricando mi dedo más largo para acariciarte sin provocar molestias”.

– “No puedo creer que tan mansamente me deje tocar ahí, sos un asqueroso, no, no empujés, ¡desgraciado!”

– “No estoy empujando, sólo hago leves presiones con la yema del dedo, te incomoda la caricia?”

– “Sos un perverso superlativo”.

– “Es posible, pero casi seguro que lo vas a disfrutar”.

Y se movió como dándome la razón sin decir una palabra, pues un pequeño empuje hizo que dos falanges ingresaran aunque ajustadamente. Cuando vi que cerró los ojos sin fruncir el ceño, en franca señal de complacencia, me alegré pues el camino lo daba por allanado, cuando se produjo un cambio inesperado. Si expresar disgusto, pero con cara seria, me tomó con ambas manos de las mejillas para mirarme fijamente estando su cara a pocos centímetros de la mía.

– “Joaquín te quiero mucho pero lo que estamos haciendo no está bien, en este momento me siento una puta que goza haciéndose meter mano por su cuñado. Ambos estamos aportando para que esto suceda y yo no tengo fuerzas suficientes para la atracción que vos me provocás, me ayudarías a superar ese deseo?”

– “Voy a ayudarte en la medida de mis fuerzas, te mentiría si diera por seguro lograrlo”.

Con su mano hizo salir el dedo intruso y se levantó dándome un suave beso en los labios.

– “Gracias chiquito, te amo”.

Naturalmente el dolor de bolas lo tuve que calmar con un trabajo de artesanía manual, y fui fiel a mi palabra haciendo un esfuerzo inmenso en tratar de sepultar esa atracción que me tenía a maltraer.

La primera semana en la quinta me permitió conocer más de cerca a los suegros de mi hermano. Eugenia y Facundo se me mostraron como dos personas de trato agradable, educados y cultos. Él había superado los sesenta, y ella era veinte años menor; ambos joviales acordes a la edad.

Lo usual era que amistades, tanto del matrimonio mayor cuanto de las hijas, llegaran de visita sobre todo los fines de semana, siendo buen remedio para evitar la aburrida rutina. El cambio de ritmo se produjo un domingo pues Alicia pasaba unos días en casa de una amiga, mi hermano y su esposa haciendo cuatro días de playa y Facundo viajando a la ciudad después de almuerzo; al día siguiente, temprano, tenía control médico después de su operación de próstata.

Luego de una corta siesta bajé a la pileta donde Eugenia tomaba sol sobre la reposera con el respaldo levemente inclinado.

– “Llegás justo, hace tiempo que quiero hacerte una pregunta y no encontraba la oportunidad. Aprovecho ahora que estamos solos y sin posibilidad de interrupción. ¿Es verdad que cuando iban a comenzar el estudio con Alicia le pediste que no te tentara?”

Para charlar cómodo me senté en el piso con las piernas cruzadas, al lado de ella pero dándole frente.

– “Es verdad, aunque quizá lo hice con otras palabras, ese era el sentido”.

– “Me podés contar el por qué?”

– “Es simple. Ella es una joven muy linda y tremendamente deseable. Por otro lado yo, joven como ella, y con bajas defensas ante una mujer atrayente, si era tentado, no me iba a poder concentrar en el estudio y el fracaso era seguro”.

– “Y ella lo cumplió?”

– “Totalmente, por eso aprendió la materia y obtuvo una nota excelente”.

– “Es en serio que sos fácil de tentar?”

– “Podría ser más explícito pero temo molestarte pareciendo grosero”.

– “Contame, no me vas a molestar”.

– “Por ejemplo, si un día hubiera llegado con minifalda, en lugar de explicarle la definición de “imposible” iba a estar pendiente de verle la bombacha. Logrado el objetivo, en vez de imaginar un “silogismo” para ejemplificar, mi mente estaría divagando sobre lo que la prenda tapaba, si la excitación haría que los labios se separen, si cuan delicioso pueda ser el flujo de su corrida, si su conducto vaginal me oprimirá como un guante, etc. Y esto es una pequeña parte”.

– “O sea que si tenés a la vista la entrepierna de mi malla te tentarías”.

Mientras hablaba flexionó la rodilla y abrió los muslos. El color amarillo que cubría esa atrayente parte mostraba levemente los labios separados por una suave línea. El efecto fue como un trance hipnótico quedando con la vista clavada en la unión de ambas piernas, mientras mi virilidad empezaba a tomar cuerpo. Su voz me saco de la ensoñación.

– “No me contestaste, hubo tentación?”

– “Seguro, pero si tenés dudas mirá la pernera de mi bermuda”.

– “Parece que se me fue la mano”.

Y empezó a deshacer el movimiento. De inmediato puse la palma de mi mano sobre su rodilla ejerciendo una pequeña presión.

– “Por favor, no me prives de esta deliciosa vista”.

– “Soy casada, Facundo es un muy buen hombre y ambos nos amamos sinceramente”.

– “Estoy convencido que es así, pero tengo la sensación que en el plano estrictamente carnal hay un ligero desencuentro”.

El movimiento de estirar y juntar las piernas tuvo una súbita aceleración mientras sus facciones adquirían seriedad.

– “No existe tal desencuentro”.

– “Perdón, mi comentario estuvo fuera de lugar. Voy adentro a tomar agua fresca, te traigo algo?”

– “Por favor, traé dos latas de cerveza y tomá una conmigo”.

Su expresión facial se había suavizado, lo que me dio una cierta tranquilidad. Al regresar con los dos envases vi que se había movido. Abrí una lata, se la acerqué y cuando me iba a sentar al borde de la pileta me llamó para que lo hiciera en el espacio libre, al lado y de frente a ella. Mientras hablaba su mirada estaba enfocada en un punto indefinido al frente.

– “Te ruego que lo que vas a escuchar no salga de vos. Me da muchísima vergüenza reconocer que la ausencia de sexo me tiene mal. Hace ocho meses, desde que a Facundo lo operaron de un cáncer de próstata, que no tenemos intimidad, y él sufre porque intuye mis necesidades y no las puede cubrir. Por otro lado desde ningún punto de vista merece ser engañado aunque yo me suba por las paredes de ganas. Este es mi drama”.

– “Lamento tu encrucijada. Y lo lamento en particular porque existe el peligro de generarse una situación muy injusta. Lo peor de todo es que a ese estado se llega de manera casi imperceptible y a contrapelo de los sentimientos conscientes. Trataré de explicarme. Tu marido, a quien amás profundamente, no es culpable de que vos no tengas el placer que merecés. A pesar de eso es posible, que con el correr del tiempo y sin darte cuenta, lo asocies a él con tu frustración y, sin pensarlo ni quererlo, tu trato diario se transforme en agresivo y despectivo. De esa manera sufrirá por la enfermedad y por tu desprecio”.

– “No lo había pensado”.

Mientras hablábamos ella nuevamente había vuelto a la posición anterior, pero al estar ambos tan cerca, su rodilla quedó apoyada en mi muslo. Por supuesto que aproveché la oportunidad para recorrer esa piel tersa con la palma de la mano, haciendo aproximaciones sucesivas hacia su sexo.

– “El otro camino es satisfacer tus ganas fuera de la pareja. En este caso no debiera atormentarte tanto la culpabilidad. Vos no pretendés engañar, ser infiel, o traicionar sino calmar un deseo legítimo y natural que, por cosas de la vida, no podés darle curso en el ámbito de tu matrimonio. Como si fuera un efecto secundario no deseado ni buscado. Naturalmente con la máxima reserva, pues aunque Facundo lo aceptara igual será doloroso para ambos y, muy probablemente, ese pesar ensombrezca el placer”.

Ya mis dedos rozaban la costura de la malla, y al ver que ella cerraba los ojos apoyando la nuca en el respaldo, en actitud de entrega, seguí mi razonamiento sin detener el avance de la mano.

– “Pareciera que estás comprimida a elegir analizando cuál de las dos opciones es la más soportable, porque ninguna es totalmente buena”.

Su respuesta fue un gemido atenuado, evidente efecto de la caricia que mi mano prodigaba a su conchita por encima de la malla. Esa contestación me llevó a ingresar por debajo de la tela, dándome con una profusión de flujo mojando el vello púbico, por lo que mi dedo mayor se deslizó ágilmente entre los labios. Los recorridos por el canal, haciendo círculos en el ingreso a la vagina y alrededor del clítoris, fueron acompañados por un incremento en el volumen de sus ayes placenteros.

Me di cuenta de la inminencia de su corrida cuando con sus manos tomó mi muñeca y precipitó el ingreso de dos dedos hasta la profundidad de su cueva, se encorvó hacia adelante pegando la barbilla al pecho, cerró los ojos y, mientras mantenía inmóvil mi brazo, con rápidos movimientos de cadera producía el movimiento de entrada y salida. El momento del orgasmo fue anunciado con un sí larguísimo, la crispación de sus facciones, y la fuerza ejercida en mi brazo para ahondar al máximo la penetración digital.

Cuando se repuso de la tensión, en silencio y sin mirarme, se levantó de la reposera caminando con rapidez hacia la casa. Naturalmente no esperaba esa actitud, lo que me desconcertó y preocupó. Algunos minutos pasé elaborando hipótesis explicativas sin encontrar una satisfactoria, por lo que, decidido a salir del brete, fui a buscarla.

Estaba en su dormitorio sobre la cama, de costado dando la espalda a la puerta, y la cara sepultada en la almohada.

– “Puedo hablar un minuto con vos?”

Su voz fue casi un susurro.

– “Sí, pasá”.

Me acerqué sentándome sobre los talones en el piso a su lado.

– “Por favor perdoname si en algo te ofendí o molesté. Quizá me equivoqué, pero creí hacer algo conforme a tu deseo”.

– “Y tenés razón. Escapé de tu lado por vergüenza, por haberme exhibido, entregado y gozado como una yegua”.

– “No debieras torturarte con eso. Es perfectamente comprensible que un deseo natural, largo tiempo reprimido haga explosión, anulando razón y voluntad”.

– “Y además fui egoísta pues, satisfechas mis ansias, me fui dejándote a medio camino”.

– “Me dejás arreglar ese pequeño desencuentro”.

– “Sí, por favor, hacelo”.

– “Esta situación hay que solucionarla. Date vuelta y mírame, quiero que lo hablemos tranquilos, sin vueltas, simplemente tratando de asumir la realidad que nos toca vivir, dejando de lado cualquier tipo de evasión. Es verdad que te deseo y mucho, pero más que calmar mis impulsos prefiero aportar algo que te ayude. Por eso te ruego que ante la más mínima incomodidad me lo hagas saber. Pude ser claro?”

– “Te entendí bien, pero igual me da mucha vergüenza”.

– “Quizá repita algo de lo que te dije en la pileta, pero lo hago para seguir la ilación. No debés sentirte culpable porque tu organismo responda con normalidad, tampoco sos responsable de la enfermedad de tu marido, y que él no pueda satisfacer tus necesidades instintivas es al margen de su voluntad. Las circunstancias actuales son fruto del azar, incluida mi presencia. Entiendo que este no es el remedio más deseable pero es lo que hay, y sería una pena que el sentimiento de culpa transforme esto en una mera descarga fisiológica. Poné la mente en blanco y déjame darte placer”.

– “Es que no puedo creer que el deseo anule totalmente mi voluntad”.

– “Vos sos una buena mujer, y eso se nota en tus roles de madre y esposa, pero ahora estás en el papel de una hembra ardiendo, jugá este otro papel con la misma pasión. Ahora date vuelta, así, sobre las rodillas levantando las nalgas, te voy a correr la malla para que te abras la conchita con las manos y así poner la punta de la pija en la entrada, luego soltá los labios para que abracen la cabecita”.

– “Por favor, entrá despacio”.

– “Primero me voy a deleitar con estos cortos empujes, sintiendo la caricia de esa boca que se abre y se cierra. Ay preciosa, voy a parar porque tengo la leche a punto de salir, quédate quietita. Ahora sí hermosura, retrocedé graduando el ingreso, y perdoname si duro poco, pues estoy al borde de la explosión”.

Luego de unos cuantos movimientos de vaivén, al girar un poco la cabeza me fijo en su pie; la planta encorvada con los dedos estirados como queriendo tocar el empeine tensionados al máximo, era señal inequívoca del placer cercano al orgasmo. Era el momento de precipitar mi eyaculación, engarfié mis dedos a los costados de sus nalgas y en tres golpes secos de pelvis empecé la corrida manteniéndola firmemente penetrada hasta el mango.

– “¡Santo cielo! Estás palpitando dentro mío, me estás llenado de leche, sí chiquito, haceme acabar como una burra, ¡ay qué gusssto!”

Y se dejó ir hacia adelante, yo cubriéndola; cuando me levanté ella se tapó con el cubrecama quedando hecha un ovillo, por lo que ante ese mudo pedido de soledad volví a la pileta donde nadé un rato tratando de calmarme y poder asimilar lo sucedido.

En el momento de la cena nos juntamos nuevamente y, al terminar cuando le dije que yo me encargaría de la vajilla usada, se despidió partiendo rumbo a su dormitorio. Esperando el sueño me quedé viendo un partido de fútbol, y concentrado estaba cuando de reojo la vi acercarse, en camisón, con la cabeza baja, seria y en silencio; mi estupor fue mayúsculo cuando se arrodilló abrazando mis piernas y poniendo su mejilla sobre mis muslos hablaba con los ojos cerrados.

– “Por favor, dejá que me dé en el gusto, pero no me mirés, me da vergüenza ser tan puta, no me reconozco pidiendo de esta manera sexo, te ruego no pienses mal pero necesito más de lo que hiciste esta tarde”.

Y volcando mi cabeza hacia atrás me abandoné a sus deseos sintiendo que desabrochando el pantalón saco fuera mi pija para pasarla por sus mejillas y engullirla ansiosamente, pero en seguida me di cuenta que era la oportunidad de corresponderle de la misma manera así que la tendí en la alfombra para que ambos nos saboreáramos. Mi comida de conchita la llevó al primer orgasmo pero no interrumpí la labor, simplemente disminuí la intensidad dedicándome a beber sus jugos hasta que la sentí repuesta, ahí cerré los labios sobre el botón descapuchado como si fuera un pezón para aproximarla a la segunda corrida que la tuvo cuando yo sentado y ella, horcajada en mis muslos, tenía la vagina totalmente ocupada por el miembro que antes chupaba.

En esta oportunidad mi deleite superó ampliamente el producido por mi verga dentro de su conducto, pues ella, con la frente apoyada en mi hombro, acompañaba las subidas y bajadas con palabras que expresaban el deseo que sentía y lo que quería que yo haga para satisfacerlo. Por supuesto su voz nada tenía que ver con su habitual dulzura, ahora hablaba la hembra necesitada que con fiereza se clavaba una y otra vez.

– “¡Sí papito, cogete a esta yegua caliente, taladrala a esta puta si remedio, culeala a esta burra arrecha, más, más, ahora, yaaa!”

Presumo que su sueño habrá sido tan profundo como el mío ya que desayunamos después de la diez de la mañana mostrando ambos semblantes rejuvenecidos luego de tan satisfactorio esfuerzo.

Después de las trece almorzamos juntos los dos matrimonios y yo; terminada la sobremesa salí a fumar y se me acerca Irene.

– “Dado que nos tenemos confianza, aceptás una pregunta indiscreta?”

– “La acepto, pero no sé si la contestaré”.

– “Tenés sexo con mi madre?”

– “No, y si fuera así no te lo diría. Por qué la pregunta?”

– “Generalmente para los hombres no es fácilmente perceptible, pero para nosotras sí, y con frecuencia acertamos. El viernes cuando me fui estaba con su habitual cara de necesitada y el lunes al regresar la encontré con expresión de muy satisfecha. De ahí a concluir que vos sos el responsable es más fácil que la tabla del uno”.

– “Ya en tren de preguntas íntimas, y vos cómo estás?”

– “Bien, y si estuviera necesitada no te lo contaría”

– “Qué lástima no tener la sensibilidad suficiente para percibir tu estado, porque en caso afirmativo aprovecharía que estoy con el instinto estimulado y al galope”.

“Hijo de puta, perverso, degenerado, decirle eso a tu cuñada, tiraste a la basura tu promesa de ayudarme”.

El regreso de Alicia se produjo una semana después y naturalmente mi recepción fue con el afecto de siempre sin que nada hiciera presumir una relación más cercana. Un poco más tarde quedamos los dos solos en la pileta.

– “Amargo, tengo que decirte algo que quizá no te guste”.

– “Esa posibilidad hay que considerarla muy remota, contame”.

– “Me puse de novia”.

– “Estás feliz”.

– “Mucho”.

– “Eso es lo único que importa, además estoy contento de que alguien haya despertado tu amor, yo solo soy un amigo que en ningún momento quiere transformarse en obstáculo para esa felicidad”.

Y ratificando ese sentir le tomé la cabeza para darle un beso en la frente.

Finalizado el período de descanso en la quinta mis encuentros con Eugenia fueron esporádicos en función sus necesidades y de tener el departamento libre. La gran novedad se presentó un viernes minutos antes del almuerzo, cuando Irene llamó por teléfono a su madre en mi presencia preguntándole si yo podía esa noche cenar con ellos, pues tenía pensado salir de compras con unas amigas y luego comer por ahí. Por otro lado mi hermano, al salir del trabajo, se juntaba con sus amigos en la habitual reunión semanal. Todo eso hubiera resultado normal de no haber terminado como lo hizo, y mirándome a los ojos.

– “A las seis de la tarde salgo y no creo volver antes de medianoche”.

La manera de decirlo, precisando el tiempo que, fuera de mí, nadie estaría en el departamento, eran detalles muy elocuentes sobre el sentido que quería manifestar. Luego de cortar la llamada se dirigió a mí, con la cara seria y un tono de voz monocorde de simple cordialidad, conmoviéndome más que un sismo.

– “Espero que el menú de mi madre sea de tu agrado”.

Traté de que mi respuesta tuviera el mismo grado de seriedad que su deseo, pues no solo era verdad sino que una sonrisa hubiera degradado su cabal significado. Ella era una respetable mujer, pero mujer al fin, y yo me sentía deudor por ser aceptado.

– “Seguro, porque tu mamá sabe hacer delicias”.

El lapso hasta el momento de partida de mi cuñada tuvo visos de eternidad y, si bien no tenía certeza sobre la venida de su madre, mi deseo era el culpable de la ansiedad que me dominaba. Decidí quedarme en el dormitorio, haciéndome de estudiar y vistiendo solo remera y bóxer. Mi corazón tuvo una súbita aceleración cuando escuché abrirse la puerta de entrada, significando que había usado la llave que ellos tenían. Cuando escuché ruidos en la cocina fui encontrándola arrodillada mirando los estantes bajo la mesada. Al verme por el rabillo del ojo se dio vuelta denotando un cierto nerviosismo.

– “Vine a buscar una sartén que Irene se olvidó de devolverme”.

– “Yo te ayudo”.

Y me puse detrás, también arrodillado tomándola con delicadeza de las caderas; ese contacto hizo que frenara la búsqueda, se diera vuelta para mirarme, cerrara los ojos y regresara a la posición anterior, pero con los codos apoyados en el piso haciendo que su grupa quedara bien expuesta en mudo ofrecimiento. Tomando la falda se la recogí sobre la cintura dándome con la maravillosa sorpresa de encontrar su culito desnudo, lo que me llevó a mirar su espalda para darme que tampoco había rastro de las tiras del sostén.

Esas ausencias hicieron que mis manos entraran en acción y, mientras una recorría el canal de las nalgas en dirección a la hendidura vaginal, la otra entraba por debajo de la remera para aferrar una de las tetas que libremente colgaba.

– “¡Mi cielo, estás empapada!”

– “Sí chiquito, sí, mientras venía en busca de tu verga el flujo bajaba por mis muslos, por lo que más quieras, entrá con suavidad porque tu calibre es muy superior al mío, pero no me hagás esperar”.

Apuntar y entrar en esa boca rosada, brillante del líquido espeso que la impregnaba, fue delicioso, pues al deslizamiento lo hice muy lento, tirándome un poco hacia atrás para ver mejor el espectáculo y gozar cada segundo; cuando topé con el fondo me incliné hacia adelante para, con ambas manos, agarrar las tetas que libremente colgaban y comenzar el vaivén, salida lenta y entrada de golpe, haciendo sonar las nalgas con mi pelvis.

Evidentemente su deseo se había acumulado bastante desde la última vez, tres orgasmos la sacudieron antes de soltar mi corrida en el fondo de la vagina. Después tuve que disculparme pues, en ese momento de máxima tensión, la había atraído brutalmente tirando de sus pechos. El descanso lo hicimos abrazados en el sofá.

– “Francamente tengo un conflicto interno que sobrellevo dejándolo de lado, no tengo fuerzas ni argumentos para enfrentarlo. Me desespero por gozar con vos pero termino sintiéndome una basura al pensar en Facundo, y ahora se agregó otro, tengo miedo de perderte”.

– “Sobre lo primero ya hablamos y ojalá pudiera agregar algo que te ayude pero nada tengo; sobre el último no sé si vale la pena preocuparse por algo que no sabemos si va a ocurrir, cuándo será esa ocurrencia y qué querré yo en el momento que ocurra”.

– “Aclará un poco más”.

– “Es posible que yo me enamore cuando vos todavía querés tenerme a tu lado, pero también puede suceder que tus deseos se aplaquen de tal manera que mi alejamiento sea para vos un alivio. Como nadie sabe el derrotero del destino vení tesoro, dame tu boca y enfrentemos el mañana con el recuerdo de este delicioso sabor”.

Aprovechando un fin de semana largo mi hermano salió de pesca con sus amigos, cosa que no me atrae, y mi cuñada me avisó que esa noche teníamos una cena en la casa de sus padres; cuando le pregunté si era algún festejo me dijo que obedecía a un pedido de Alicia que cumplía tres meses de novia. Cualquier motivo es bueno para salir de la rutina, así que gustosamente me sumé.

A la mesa nos sentamos, Eugenia en la cabecera, a su lado los dos varones, Alicia flanqueada por su novio y yo junto a mi cuñada; las tres mujeres estaban preciosas en su vestimenta liviana; ignoro si fue a propósito pero cuando Irene, hablando con su hermana, fue a poner su servilleta sobre la falda, la tenía tan recogida hacia la cintura que en la unión de los muslos asomaba el triángulo de su bombachita amarilla. Al darse cuenta que yo miraba tapó lentamente el objeto de mi atención esbozando una sonrisa.

La comida fue agradable por los ricos platos, el blanco torrontés y la deliciosa compañía; la sobremesa no se alargó pues los novios salían con amigos y Eugenia quería llevarle los remedios a su esposo, por lo que nos levantamos para regresar al departamento, momento en que Irene declaró que iba a necesitar ayuda, pues la falta de costumbre y lo sabroso del vino se habían complotado contra su equilibrio.

Ahí comenzó una inefable tortura, pues agarrada con ambas manos de mi antebrazo apoyó su teta encima del codo; ya en el pasillo vi que ese sostén no era suficiente por lo que pase su brazo por encima de mis hombros y la tomé de la cintura; al entrar soltó un pedido urgente.

– “Por favor, llevame al baño que me orino”.

Apuramos un poco el andar, la hice sentar sobre el inodoro y me incorporé.

– “No, no me dejés así, bájame la bombacha que no puedo hacerlo yo”.

Dos cosas hice al mismo tiempo, bajar la prenda para directamente sacarla, y tirar a la mierda mis principios, mi moral, mis convicciones y mi parentesco, pues la desnudé mientras escuchaba el sonido del chorro. Ella sentada con los ojos cerrados pasó sus brazos alrededor de mi cuello y apoyando la mejilla en el hombro me alentó a seguir, arrodillado entre sus piernas y con una mano secando su vulva.

– “Sí papito, sí, soy totalmente tuya, llévame a la cumbre del placer, olvídate de quién soy, trátame como una yegua arrecha”.

Las manos, que inicialmente me abrazaban, se transformaron en garras a medida que mi dedo medio hacía el recorrido clítoris-ano, con una pequeña parada en la vagina para tomar lubricación destinada al anillo estriado, el cual lentamente empezó relajarse y aceptar si resistencia la presión de la yema que lo visitaba.

Al ver ese progreso ininterrumpido me animé a probar una presión simultánea, pulgar en vagina y medio en culito; cuando ambos hacían el movimiento circular enfrentando los respectivos conductos se produjo lo deseado, el seco golpe hacia abajo anunciado por un “Yaaa” en forma de grito produjo el súbito ingreso de ambos apéndices en toda su longitud.

Esa entrada profunda fue el disparador de un galope desenfrenado hacia la corrida escandalosa que yo, disfruté viéndola, y por otro lado sufrí cuando sus uñas marcaron surcos en mi espalda. Después de un largo beso en la misma posición de su reciente corrida susurró el pedido.

– “Ahora a la cama mi cielo, vamos a hacer algo que deseo desde hace tiempo”.

La tomé en brazos para llevarla y ya acostada a través, sola llevó sus nalgas al borde del colchón, ahí me pidió que le alcanzara el espejo de mano que estaba sobre la mesa de luz y luego puso sus rodillas al lado de los hombros sujetándolas de las corvas.

– “Ahora mi amor poné el glande en la entrada y no te muevas”.

– “¡Por favor, déjame entrar!”

– “Dame un segundo que pongo el espejo para ver esa entrada triunfal, ingresá despacito, quiero grabar esa imagen en mi cabeza”.

– “Te estás cuidando o me pongo condón”.

– “Hace seis meses que no me cuido, con tu hermano estamos buscando un hijo y ahora tampoco nos vamos a cuidar, quiero sentir tu corrida, todo lo que juntaste y está por explotar lo quiero adentro”.

– “No voy a durar nada”

– “No importa querido, ya te tengo bien en el fondo, que la descarga sea profunda y fuerte. Sí mi cielo, ya estoy sintiendo tus palpitaciones y cada una es un chorro con la fuerza de una escupida”.

En el resto de la noche hicimos dos repeticiones pero no acepté dormir con ella pues hubiera sido un sueño liviano preocupado por detectar cualquier ruido que significara sorpresa.

Dos o tres semanas después de aquella cena estaba tirado en el sofá, frente al televisor practicando mi deporte favorito, es decir la vagancia, cuando escucho un saludo inconfundible.

– “Hola Amargo, se te nota agotado por el esfuerzo”.

– “Hola preciosa Almíbar, qué sorpresa tenerte por aquí”.

– “Vengo a ayudarte en el arduo trabajo que tenés”.

Venía con un vestido celeste un poco más arriba de los tobillos y muy liviano; cuando se sentó bien pegada, tomándose de mi brazo, lo hizo con los muslos separados, la tela ahuecada entre ellos y marcando la suave redondez de la vulva. Para mis adentros pensé que era el comienzo de un suplicio y me preparé para afrontar el desafío; la cosa empeoró cuando sus manos tomaron la mía, cual sándwich, para ponerlas justo arriba de la acolchada entrepierna.

– “Amargo, sabés que te quiero?”

– “Lo sé y además lo siento, por lo que estoy orgulloso de que una mujercita preciosa como vos tenga para conmigo esos sentimientos; además yo también te quiero”.

Giré mi cabeza para darle un beso en la frente y ella giró mi mano dejándola en el mismo lugar pero con la palma abierta apretándola firmemente sobre su conchita.

– “Necesito tu ayuda”.

– “La que quieras”.

– “Voy a apagar el televisor para que nada te distraiga; vos recordás que en las vacaciones me puse novia y hace poco festejamos los tres meses de esa relación de la que no está ausente el sexo; pues bien, mi drama es que solo una vez gocé y apenas. Lo amo, es bueno, educado y cariñoso, me agradece el placer que le doy, pero, por no hacerlo sentir mal, simulo el mío; no me prepara bien y además dura poco; tiempo atrás en una charla con amigos opinó que el sexo oral le parece repugnante; te podés imaginar que esa gran ayuda para llevarme cerca del orgasmo no se la puedo pedir”.

– “Realmente una lástima, quizá algún amigo pueda hablar con él”.

– “Con ninguno tengo tanta confianza como para pedirle eso, además lo amo, no quiero perderlo y quizá más adelante podamos hablarlo y encontrar una solución, pero mientras tanto me subo por las paredes de las ganas que tengo”.

– “La verdad es que no sé cómo ayudarte”.

– “Yo sí lo sé, haceme gozar, después veremos”.

– “Vení tesoro, sentate a caballo de mis piernas apoyando tu espalda en mi pecho, de esa manera tengo las manos libres, con un simple ladear la cabeza puedo comer tu boca y ahora sí, a buscar el placer. Me saqué la ropa quedando en bóxer, arrollé el vestido en la cintura y la ubiqué de manera que sus nalgas acunaran mi miembro. Al bajar los breteles del vestido sus delicadas tetitas quedaron al aire y pasaron a ser objeto de mis caricias, algo bien recibido a juzgar por sus gemidos.

Y así, esas señales de placer me llevaron a sacarle la bombacha y recorrer con los dedos el camino que saliendo del clítoris llevaba al ano.

– “Te estás cuidando?”

– “No, pero en el culito no hay peligro”.

– “Entonces voy por el lubricante”.

– “No hace falta, como esto lo tenía pensado, hace un rato largo tomé vaselina líquida”.

– “Ya estoy anticipando en mi cabeza un deslizamiento delicioso”.

– “Sí mi cielo, méteme la verga de una vez. Ay Amargo querido, qué glotón es mi culito, se tragó toda tu pija”.

– “Así es mi deliciosa Almíbar, no meto más porque nada me queda por meter”

– “Ahora me voy a mover en círculos alrededor del eje que me llena, dame tu lengua y apretame las tetas”.

Le hice caso pero rogándole que no contrajera el esfínter pues tenía el semen asomándose por el ojo; así estuvo un ratito manteniendo la penetración hasta el mango mientras rotaba.

– “Ahora acariciame el botoncito que empiezo el subibaja”.

– “Voy a agregar algo, mientras el pulgar frota arriba voy a ocupar tu vagina con los dedos medio y anular, así tu movimiento generará tres estímulos”.

Dicho y hecho, el efecto se puso de manifiesto en gritos, rictus facial y movimientos convulsos, hasta culminar en una contracción generalizada mientras sostenía fieramente la penetración; cuando se repuso fue el momento de caricias afectuosas donde ambos, silenciosamente, expresábamos la satisfacción del momento vivido.

– “Estás bien?”

– “Sí, a pesar de cierto escrúpulo pues en ningún momento sentí arrepentimiento por lo que estaba haciendo”.

– “Fue nada más que un escape transitorio”.

– “Me vas a recibir cuando te necesite?”

– “Con el afecto de siempre”.

Unos meses después de las vacaciones la salud de don Facundo empezó a declinar, a levantarse de la cama cada vez menos y a requerir mayor atención. El cansancio de su esposa empezó a hacerse evidente aunque jamás manifestara una queja y eso que tenían contratadas unas personas para dicha tarea. El tema le generaba una dedicación casi permanente, pues la idoneidad de los contratados nunca podía suplantar lo que el conocimiento cercano o íntimo permite intuir del estado del enfermo.

En esa circunstancia me ofrecí para ayudar en los momentos que no debía concurrir a la universidad. Naturalmente me negué de forma terminante a recibir cualquier retribución pues lo que recibía de todos ellos superaba con creces mis necesidades. Una tarde, en que lo estaba higienizando, me sorprendió.

– “Te puedo hacer una pregunta algo íntima?

– “Desde luego don Facundo”.

– “Y si es una pregunta que te compromete?”

– “No lo creo capaz de hacerla”.

– “Es verdad, la incógnita es de puro chismoso. Cómo te llevás con las mujeres y el sexo?”

– “Pienso que bien, periódicamente tengo mis expansiones”.

– “Por eso pregunto, pues entre el estudio y mi atención, no es mucho el tiempo que te queda disponible. Pensar que hace un buen tiempo que no tengo intimidad con mi mujer culpa de esta enfermedad de mierda. Alguna vez la escuchaste decir algo?”

– “Nunca, pero si hubiera sucedido no se lo cuento?”

– “Pensé que me tenías confianza”.

– “Y no está equivocado, le tengo mucha confianza, a usted y a su señora, y a ambos respeto por igual y si por simple proximidad me enterara de alguna intimidad, de inmediato la hubiera olvidado. Los dos son conmigo afectuosos, amables y generosos. Responder de otra manera sería simple maldad”.

– “No esperaba otra cosa de vos, y cómo van esas relaciones sentimentales, espero que no estés por casarte”.

– “No señor, son un tanto esporádicas, porque ella es casada”.

– “Y no tenés miedo que el marido los pesque?”

– “El problema no es el miedo sino el sentimiento de culpa conque culmina cada encuentro”.

– “Explicate un poco”.

– “El esposo, por alguna razón totalmente involuntaria no puede satisfacerla, y entonces ella viene a mí cuando sus necesidades instintivas están al borde de la explosión; piensa que su debilidad está a salvo conmigo pues teme perder el control en un momento y lugar inconvenientes o con una persona inescrupulosa. Pero llenada la necesidad se va con el corazón oprimido, como si hubiera cometido un crimen. A veces pienso que esas reuniones son el momento de activación de la válvula de escape de una olla a presión”.

– “Y qué opinás del marido?”

– “Entiendo que es un buen hombre y que intuye lo que pasa. Estimo que se mantiene pasivo por temer un resultado indeseable con su intervención”.

En ese momento dejó de mirarme para enfocar el techo y cerrar los ojos, mientras una lágrima se deslizaba hacia la sien.

– “Convencela que disfrute sin culpa, creo que ambos lo merecen, sean felices”.

Estaba en presencia de un hombre íntegro y generoso que, aun con dolor, busca la felicidad del ser amado. Poco tiempo más vivió este caballero y, cuando se agravó, en un acuerdo tácito con Eugenia suspendimos toda intimidad pues ambos sabíamos que, en lugar de disfrutar, nos íbamos a sentir mal.

Hoy, a dos años y meses de haber dejado la casa paterna debo ser agradecido con lo que me tenía reservado el destino, estoy a día con mis estudios, vivo cómodamente en la casa de Eugenia por pedido de ella al fallecer su esposo, tengo el afecto sincero de tres mujeres y mi hermano y, con las damas, cada una en su particularidad, vivimos intensos momentos de placer.

Por otro lado Irene anunció su reciente embarazo, alegrando así a toda la familia y los que más demuestran ese júbilo son madre, padre y tío. La encinta tiene una leve duda sobre el rol propio de tío y padre respecto de la criatura en gestación, pero nada que sea motivo de preocupación para los involucrados. Todos siguen felices.

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