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Mi primer trío MHM
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Creo que una de las fantasías recurrentes de nosotros, los hombres, es el ansiado trío MHM. Y la realización del sueño no suele ser tan fácil como pareciera. Al menos no lo fue para mí y por eso quiero compartir la experiencia.

En aquellos días éramos una pareja madura, quienes, ya entrados en los cuarenta empezamos a despertar nuestra curiosidad por explorar a fondo nuestra sexualidad y compartir aventuras que nos ayudarán a conocernos mejor y a superar perjuicios a la hora de vernos involucrados en potenciales y excitantes situaciones sexuales con otras personas.

En esa búsqueda, mi esposa había tenido la oportunidad de experimentar con otros hombres, pero especialmente con uno que incluso al día de hoy aún le excita su recuerdo y es su patrón erótico. Cuando él aparecía, ella se dejaba llevar de la imaginación y abría las piernas enseguida.

La realización de mis fantasías, por el contrario, siempre habían quedado aplazadas, pues no encontrábamos una mujer de confianza que nos permitiera llegar a realizar el tan ansiado trío MHM, como si lo tuvo mi esposa (HMH), sin llegarlo a concretar, porque siempre quería tener a su moreno, sólo para ella.

No obstante, fue la relación con ese muchacho la que nos llevó a encontrar la cómplice de nuestras fechorías, pues aquel pidió permiso a mi esposa para mostrarle a una de sus parejas sexuales las fotografías que yo les había tomado a ellos en desarrollo de sus encuentros y piruetas amorosas. Aquella mujer, admirada, al verlas, quiso conocerle en persona. Tomó contacto con mi esposa y establecieron un vínculo de amistad que a la larga me favoreció en mis propósitos.

Mi esposa quería insistentemente que yo conociese a Maritza, pues ese es su nombre; pero yo, la verdad, no mostré mucho entusiasmo. Entendía que era una persona nueva en su círculo de amistades, no me había comentado mucho acerca de ella, así que no tenía motivos para conocerle. Me parecía que era atender un compromiso más, sin mucha expectativa y, por lo tanto, siempre me mostré indiferente al respecto.

Días después el tema de conversación volvió a ser la posibilidad de verse con su amante de planta, Andrés. Fue en ese momento en que me relató las circunstancias en que se había conocido con Maritza, quien había visto las fotografías que yo les había tomado a mi esposa y Andrés mientras hacían el amor. Me proporcionó más detalles sobre la manera como se conocieron, algo novelesco por el interés de ambas por el mismo hombre, lo cual ameritaría otro relato bastante extenso.

El caso es que ella sugirió que saliéramos con Maritza y Andrés el fin de semana. Supuse que ella estaba buscando la oportunidad para verse con su corneador regular, aunque la invitación sugería que Andrés sería la pareja de Maritza. También llegué a pensar que mi esposa había fantaseado compartir con Maritza a su moreno dotado. En principio, sin embargo, la idea era asistir al evento programado en un bar swinger con motivo del día de la madre. Maritza no titubeó en aceptar, pero Andrés manifestó que no podía acompañarnos en esta ocasión en razón a un compromiso familiar adquirido previamente. Al saberlo, Maritza se mostró un tanto frustrada, pero dijo que nos acompañaría de todos modos porque quería conocer el lugar.

El día del evento, un sábado, Maritza llegó muy puntual a nuestro apartamento. Dejó su automóvil parqueado frente a nuestra unidad residencial, porque los tres íbamos a acudir en nuestro vehículo a la cita. Yo era el conductor elegido. Ellas tenían plena libertad para pasarse de copas, si así lo quisieran. Nos presentamos y nos saludamos cordialmente. Era la primera vez que la veía, pero muy pronto entramos en confianza y hablamos como si nos conociéramos de tiempo atrás. Pensé que las cosas iban a ir bien y estuve bastante relajado.

Llegamos algo temprano al lugar elegido, de manera que tuvimos que esperar para poder entrar. Así que nos dirigimos a una whiskeria para tomarnos unos tragos, y charlar de todo un poco, de esto y de aquello, de todo y de nada, hasta que llegamos al tema de cómo cada una de ellas había dado con el moreno aquel, objeto de sus más bajas e intensas pasiones y, al parecer, tema obligado de conversación por aquellos días. Y fue precisamente esa charla, los detalles, las comparaciones y todo lo que emanaba de allí lo que nos fue calentando, poco a poco, de manera que cuando nos dirigimos al sitio escogido, creo que ya teníamos una idea clara sobre nuestras personales expectativas.

Ninguno había insinuado nada sobre lo que esperábamos de aquella noche, pero estaba dicho entre líneas lo que cada uno quería que pasara en esa velada. Y así fue… Para suerte mía, aquel lugar exigía que ellas se vistieran de “sexy piratas”, con unas pequeñas prendas que les suministraban, de modo que al entrar ya tenían que desnudarse… Entonces la incertidumbre y la excitación empezaron a aflorar, tanto en ellas como en mí…

Una vez adentro y al ritmo de la música, pronto saqué a bailar a Maritza. Mi esposa me miró algo sorprendida, pero no dijo nada y se quedó mirando cómo nos dirigíamos a la pista de baile. Maritza tomó la iniciativa para que juntáramos nuestros cuerpos, nos acariciáramos y nos besáramos, allí mismo, en la pista de baile, en medio de espejos y a la vista de todos, incluida mi esposa. Ella, al parecer, había decidido mantenerse al margen del juego para darme oportunidad de entrar en confianza con su amiga.

Pero, poco después, yo le dije que nos acompañara y bailáramos los tres. Y, no sé, progresivamente fuimos entrando en ambiente y en muy poco tiempo nos encontrábamos bailando los tres, tocándonos aquí y allá, como parte del juego. Maritza tiene un busto prominente, muy parecido al de mi esposa, algo que me llamaba tremendamente la atención y hacía que le clavara permanentemente la mirada. No sé si se pusieron de acuerdo, pero entre ambas se encargaron de entusiasmarme y excitarme. Se turnaban para menear sus pompis contra mi miembro erecto, al son acompasado de la música, situación que yo aprovechaba para acariciar sus caderas y pechos desde atrás. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que me estaban masturbando con sus traseros. Y eso me tenía disparado y ansioso por algo más…

Sin decirse nada, en medio del baile, ellas desnudaron sus pechos, juntaron sus cuerpos y bailaron, abrazándose y besándose apasionadamente en frente de mí. Y esa vista tan sensual, me excitó aún más. Mientras lo hacían, ambas frotaban mi miembro con sus manos y la diferencia de texturas de su piel y tacto me hacían ver estrellas. Era una experiencia curiosamente rara. El juego duró un largo rato y, al son del baile, nos fuimos desnudando. Ellas, coquetas, empezaron a turnarse para chupar mi sexo, una después de la otra.

No podía creer que eso estuviera pasando, porque mi esposa no gusta de exhibirse en público. Pero lo estábamos haciendo. No nos importó que hubiera otras parejas pendientes de nosotros alrededor. Desinhibición total. Era toda una experiencia.

El juego fue interrumpido por la realización de un show de medianoche, propio de esos lugares, pero la verdad es que el show lo estábamos haciendo nosotros y ya habíamos captado todas las miradas de los asistentes. Yo me sentía algo especial, pues creo que más de uno de los hombres que allí se encontraban envidiaban mi situación.

No más terminar aquel show, nosotros, que ya estábamos totalmente desnudos y expuestos, nos dirigimos a la sala de fantasías. Fuimos los primeros en dirigirnos allí. Maritza se tendió en una de las colchonetas y abrió sus piernas. Yo no supe qué hacer, porque mi esposa estaba conmigo, pero para sorpresa mía, y antes de que algo se me ocurriera, ella se abalanzó a lamer la cuca de su amiga, con un gusto y entusiasmo que para mí era desconocido. Eso me excitó y me cogió desprevenido, porque jamás pensé que ese fuera su comportamiento con otra hembra. Maritza empezó a moverse rítmicamente y a lanzar unos tímidos gemidos. Y yo, mientras tanto, me dediqué a chuparle esas tetas, blancas y grandes, que me tenían fascinado. Creo que era una delicia ver a aquella mujer atendida por una pareja…

Ella, de un momento a otro, se levantó y cambió de posición con mi esposa, que ahora le devolvía favores, lamiendo también con entusiasmo su sexo. Me coloqué, entonces, a un lado de la cabeza de mi mujer y ella, espontáneamente, tomó mi verga entre su boca y empezó a chupármela, creo que al ritmo de las sensaciones que Maritza le estaba proporcionando. Después de unos instantes, yo me tendí de costado, a un lado de ellas, y me quedé contemplándolas. Ahora, sin decirse nada, se acomodaron para chuparse mutuamente sus sexos. Esa imagen no se me va a olvidar. Y yo, simplemente, como otros tantos que nos miraban, me limité a contemplarlas mientras acariciaba la espalda de Maritza, que cabalgaba a mi mujer.

De repente se levantaron; Maritza me empujo de espaldas para que quedara boca arriba y se sentó sobre mi miembro, invitando a mi esposa a que hiciera lo mismo, pero sentándose sobre mi cara, ofreciéndome así su sexo para chupárselo, una y otra vez. Tenía ligeras imágenes de ellas a través de los espejos y alcancé a verlas abrazándose y besándose, pues estaban frente a frente; una contoneándose sobre mi pene y la otra gozando de mis chupadas en su cuca.

Éramos el centro de atención en esa sala y el punto a superar en aquella reunión. Había varias parejas a nuestro alrededor, que trataban de hacer lo suyo, cada uno a su manera, mientras nos miraban. Después mi esposa me contó que había sentido que le acariciaban las nalgas. Yo nunca me di cuenta de eso.

Después de un rato, Maritza cambió de posición con mi esposa. Ella ahora disfrutaba mis chupadas y mi esposa hacía de las suyas, clavándose mi pene en su vagina. Temí que todo fuera a acabar rápido, pues tenía mi verga a punto de estallar, así que me concentré en tratar mirar a los demás y pensar en otras cosas, tratando de desviar mi atención a lo que estaba sintiendo. Me dedique a chupar el sexo de Maritza y a masajear sus nalgas.

Maritza se retiró y mi esposa se puso ahora en posición de perrito y me ofreció su sexo para que la penetrara desde atrás, cosa que hice de inmediato, sin dudarlo un instante. Maritza, en tanto, se colocó debajo de ella y le ofreció su sexo para que lo chupase nuevamente. Así que, yo empujaba detrás del culo de mi mujer y ella chupaba el sexo de Maritza. En esa posición pude ver como todos posaban sus miradas sobre nosotros y creo que más de uno, hombres y mujeres, hubiese querido participar, pero nos dejaron hacer nuestra faena sin interrupciones.

Mi esposa empezó a menear sus caderas, a empujar adelante y atrás, de modo que ya no me pude contener y me vine dentro de ella. Yo me retire y Maritza, para nuestra sorpresa, quiso chupar de nuevo el sexo de mi mujer, quizá para probar algo del semen que yo había descargado dentro de su cálida y palpitante concha. Creo que fue un espectáculo para ambos. Y así duró un largo rato, lamiéndola por completo.

De pronto Maritza dejó a mi mujer tendida en el suelo y se abalanzó a besarme. Sentí un sabor especial en ese beso y creo que me devolvió algo del semen que yo había descargado en mi mujer. Me pareció una sensación extraña, pero de profunda excitación, porque Maritza lo hacía con mucha propiedad y sin reparos. Fue toda una experiencia. Nunca me lo esperé y creo que tampoco mi esposa. Las cosas fueron surgiendo de acuerdo a las circunstancias y a lo que pasaba por la cabeza de cada uno. Fue algo genial…

Después de aquello, lo de siempre, volvimos a nuestros lugares, comentamos lo bien que nos habíamos sentido, agradecimos a Maritza por habernos ayudado a hacer realidad esa fantasía, bromeamos un poco con respecto a su desinhibición y soltura para expresar su sexualidad, y brindamos porque la experiencia se volviera a repetir. Al menos eso es lo que yo siempre esperé. Andrés se fue a vivir a otro país y perdimos el contacto con Maritza. Jamás volvimos a propiciar una noche como aquella. Fue una noche inolvidable.

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