back to top
InicioInfidelidadMi novia Luci, de santa a puta (III)

Mi novia Luci, de santa a puta (III)
M

el

|

visitas

y

comentarios

Apoya a los autores/as con likes y comentarios. No cuestan nada.
Tiempo de lectura: 23 minutos

Nota: Gracias a los que leyeron mis dos relatos anteriores, en especial a los que se tomaron la molestia de comentar, eso me motivó mucho para seguir escribiendo. Aquí está la tercera parte de la historia. Creo que es una buena conclusión para la historia de Luci. Quedó un poco larga, pero no quise dejar muchos cabos sueltos. Saludos cordiales.

Entré al motel y busqué la habitación que mi esposa me había indicado. Me estacioné al lado de un Mustang rojo, subí por unas escaleras y toqué un timbre. La puerta se abrió y Luciana salió a recibirme con una sonrisa en los labios. Yo esperaba encontrarla empapada en sudor y leche, pero estaba vestida, maquilla y peinada, como si acabara de arreglarse, como si acabase de salir de la casa. Se me aceleró el corazón. Una cosa era verla en fotos y otra muy diferente, verla en vivo, vestida así, tan puta, tan sensual, con sus pantalones de cuero y sus tacones que hacían resaltar sus nalgas. La tomé de la cintura y le besé la boca y el cuello.

—Amor, aun no es tarde —le dije—. Vámonos a la casa y hagamos de cuenta que esto nunca pasó. Te prometo que nunca hablaré al respecto.

—No, Ismael, esto tiene que pasar —me agarró la verga—. Va a pasar. No hay vuelta atrás. Mira cómo te pones de duro. Estás bien puto enfermo.

Me tomó de la mano y me llevó al interior de la habitación. Había una tenue luz rojiza, olía a perfume y sonaba una música sensual. Ernesto estaba sentado en un amplio sofá, fumándose un cigarro y bebiéndose una copa de whisky. Me examinó de pies a cabeza con indiferencia y me sentí tan avergonzado, que evité cruzar miradas con él. Estaba casi desnudo, solo llevaba un bóxer negro en el que se marcaba su enorme bulto. Su musculatura era impresionante: tenía pecho de toro, abdomen marcado, brazos enormes y piernas como troncos.

Luciana me sirvió una copa, me encendió un cigarro y me hizo sentarme en el borde de la cama, frente al sofá en el que yacía Ernesto. Me dio un beso en los labios y me susurró al oído: «Disfruta el espectáculo». Entonces se dio la vuelta, se alejó contoneando las nalgas y comenzó a bailar al compás de la música. Se acariciaba el cuerpo y me sonreía. No había ternura en su mirada, solo lujuria. Primero se quitó las zapatillas y luego, lentamente, moviéndose como una golfa de putero, se despojó de la blusa. Desabrochó su pantalón y dejó que callera al suelo para después patearlo hacia mí. Me dejó contemplarla en lencería unos segundos, pero pronto me dio la espalda, caminó hacia Ernesto, se sentó anchada sobre él y lo besó. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, pero a su vez, un morbo inmenso.

Mi esposa y Ernesto se besaban con pasión y deseo, como un par de animales, mientras él acariciaba sus nalgas, su cintura, su vientre y sus pechos. En ese momento me saqué la verga y comencé a masturbarme.

Luciana se arrodilló, le quitó el bóxer a Ernesto y comenzó a mamarle su enorme pito, que exhibía unas venas monstruosas y apenas si le cabía en la boca. Mientras ella chupaba, él le quitó el brasier y se estiró para acariciarle las nalgas y meterle los dedos. Me dieron ganas de acercarme a mi esposa, quitarle la tanga y penetrarla en esa posición, pero no quise interrumpirlos.

Ernesto tomó un condón de una mesita cercana y se lo puso. Luciana se levantó, se empinó y se quitó la tanga y los ligeros. Tenía cuerpo como de guitarra: unas caderas enormes y una cintura pequeña. Empujó a Ernesto para que se recostara, se montó sobre él y se ensartó su enorme verga, que entró sin problemas. Luciana soltó un gemido de placer. Ernesto la tomó de la cintura. Yo me masturbaba como loco, como un adolescente viendo su primera película porno.

Mientras mi esposa lo cabalgaba, Ernesto le daba nalgadas, le chupaba los pechos y la llamaba puta. Me dio un poco de envidia, ya que conmigo jamás había hecho tal posición, quizá porque mi verga no era tan descomunal. No sé qué me excitó más, si los gemidos de placer de mi esposa, o el ver cómo tremendo pito le entraba y salía, pero sentía que iba a explotar, ya estaba a punto de venirme.

Luciana y Ernesto cambiaron múltiples veces de posición, pero no parecían exhaustos. Al final, Luciana se arrodilló frente a mí y Ernesto le derramó su corrida en la boca, la cara y el pecho, mientras ella me veía y me sonreía. Me levanté y caminé hacia Luci con intención de que me la mamara, pero Ernesto me prohibió acercarme. No le di importancia. Derramé mi corrida en la alfombra. Las piernas me fallaron y caí hincado.

Ernesto le dijo a mi esposa algo al oído, tras lo cual, ella se levantó, se acercó a mí y me besó en los labios. Al sentir ese asqueroso sabor a leche ajena, intenté separarme, pero ella me sujetó la cabeza con una fuerza inusitada. Fue una sensación por demás extraña. Me dejé llevar durante algunos segundos, pero no quería que Luciana tuviera una percepción errónea de mis deseos, de modo que pronto la aparté con firmeza. Ernesto parecía furioso, enardecido, pero mi esposa soltó una risotada, se acercó a él y se le llevó de la mano al baño.

Los seguí, pero Ernesto, furioso, me cerró la puerta en la cara. No entendía qué pasaba; sin embargo, al poco rato salió Luciana para explicarme que sí me permitirían entrar, pero solo para grabarlos con el celular de Ernesto, que quería tener evidencia para mostrársela a sus amigos. No sé por qué, pero la idea de que mi esposa fuese exhibida como una puta, tal como Mar se exhibía para mí, me encendió de nuevo.

Los grabé desnudos en el jacuzzi, con sus cuerpos llenos espuma, mientras se besaban, acariciaban y cogían como animales, sin el más mínimo pudor. Para ese punto, Luciana me ignoraba por completo. Al final, Ernesto se corrió en su boca y le ordenó que me besara, pero me negué con firmeza, cosa que a él no le hizo ninguna gracia.

Poco después del amanecer, nos vestimos, recobramos la compostura y bajamos al estacionamiento para despedirnos. Ellos iban tomados de la mano y yo los seguía. Al lado del Mustang rojo de Ernesto, comenzaron a besarse como dos adolescentes. Mi esposa le acariciaba el bulto y él le acariciaba las nalgas.

De pronto se separaron y entonces comenzó el conflicto. Ernesto se me quedó viendo con despiadada frialdad. Por primera vez en toda la noche, me dirigió la palabra directamente.

—A partir de hoy, tu esposa será mi amante de planta —me dijo con desprecio—. Me la voy a coger dos o tres veces por semana. A veces te permitiremos ver, pero no siempre, que no somos tus juguetes. Se te avisa para que no tengamos problemas.

Hasta ese momento, yo estaba extasiado por la lujuria de aquella noche intensa, por la excitación, pero semejante comentario me devolvió a la realidad.

—Estás bien pendejo —le espeté de inmediato—. ¿Y se puede saber con el permiso de quién pretendes hacer eso? Una cosa es que nos hayas servido para cumplir una fantasía y otra muy diferente, que vayas a traer de puta a mi mujer.

—No te molestes en querer recuperar algo de dignidad, cornudo —Ernesto tomó a mi esposa de la cintura y la acercó a él—. Luciana necesita un hombre de verdad, no a un pendejo que ocupa que otro se la coja para que esté satisfecha.

—Es suficiente, wey. No va por ahí. Ya estuvo, ya nos vamos —me acerqué para llevarme a Luci, pero Ernesto se adelantó y se puso entre nosotros—. Ábrete, wey.

—Puede que tú seas su marido, pero a partir de hoy, yo soy su hombre.

El primer golpe se lo asesté en la garganta y el segundo en la quijada. Aturdido, confundido, Ernesto alzó la guardia y contraatacó, pero sus golpes eran lentos, torpes y ebrios, de manera que los esquivé uno a uno. No sé si fue porque él estaba tomado, o porque yo estaba cegado por la ira, pero pronto rompí su guardia con una lluvia de ataques frenéticos. Ernesto recibió tantos golpes en la cabeza, que cayó al suelo de espaldas. Estaba a punto de empezar a patearlo cuando Luciana, desesperada y con lágrimas en los ojos, se me acercó para detenerme.

—Ya estuvo, Ismael. ¡Eres un idiota! ¡Tampoco tenías por qué pegarle! ¿Ya estás contento? ¿Ya te sientes muy hombre?

—Pues la neta sí, sí me siento muy hombre, ¿cómo la ves?

Pateé a Ernesto hasta que sus costillas crujieron. Le saqué el celular del pantalón y lo arrojé contra la pared. Obligué a mi esposa a subirse a la moto. Conduje a ciento cincuenta kilómetros por hora hasta que Luciana me amenazó con lanzarse si no me detenía. Me estacioné al lado de un riachuelo. Luciana salió corriendo hacia el agua, pero rápidamente la alcancé y la detuve abrazándola por la espalda.

—¿Estás loca o qué te pasa? ¿Te ibas a aventar al agua? No me chingues, Luciana, ni siquiera sabes nadar bien. ¿Te ibas a matar por ese pendejo? ¡Responde, puta madre!

—¡Suéltame, culero! ¡Suéltame! —Luciana se retorcía entre mis brazos con fuerza y furia, pero poco a poco se fue relajando—. Suéltame, Ismael, en buena onda. —de pronto, Luci estalló en llanto y se dejó caer sobre sus rodillas. Yo me hinqué a su lado y la abracé—. ¿Oh, dios mío, qué hemos hecho?

Dejé que Luciana sollozara en mi pecho mientras le acariciaba la espalda. Tardó algunos minutos en tranquilizarse, pero por fortuna volví a ver esa mirada tierna de la que estaba tan enamorado, aunque estaba llena de lágrimas.

—¿Amor, podrás perdonarme por lo que pasó? —Me preguntó Luciana, con la cara roja por la vergüenza—. No era mi intención faltarte al respeto, solo quería que disfrutaras, pero Ernesto lo malinterpretó todo… Oh, mi dios, he sido tan, tan tonta…

—No hay nada que perdonar, hermosa. Solo fue un desliz. Y no me molestó… lo que hiciste con él… Pero ese culero me quería humillar y eso es algo que no voy a permitir. Estate tranquila, que todo está bien entre nosotros. Más adelante, tal vez, podríamos intentarlo con otra persona…

—No —me interrumpió Luciana con firmeza—. Todo esto ha sido un tremendo error y nunca se repetirá.

Luci pasó algunos días algo apenada conmigo, ni siquiera se atrevía a mirarme a los ojos, pero cuando le regalé un ostentoso celular nuevo, las cosas volvieron, más o menos, a la normalidad. Veíamos películas, jugábamos nintendo, andábamos en moto y cogíamos en cualquier rincón de la casa, pero cada vez que yo mencionaba la posibilidad de repetir la experiencia con otra persona, mi esposa se enfurecía tanto, que me aplicaba la ley del hielo durante varias horas. Aquel tema se había vuelto tabú entre nosotros.

Nuestros encuentros sexuales se vieron mejorados desde la noche del baile. En sí, nada había cambiado, pero tan solo con recordar a mi esposa siendo cogida por Ernesto como una zorra desgraciada, yo me podía tan caliente, que me la cogía por tanto tiempo y con tanta fuerza, que Luci quedaba completamente satisfecha.

Y sin embargo, no podía sacarme de la cabeza la idea de repetir la experiencia, en un ambiente más controlado esta vez. En cierta ocasión, mientras cogíamos en el sofá de nuestra sala, aun a sabiendas de que podía generar un conflicto, le planteé la posibilidad. Esta vez, en lugar de enojarse, mi esposa se limitó a responder tranquilamente.

—Quieres que yo coja con otro wey para tú poder cogerte a otra vieja, ¿verdad?

—No, para nada. No va por ahí. Tú eres mi fantasía. Sentiré placer mirando tu placer.

—Ay, aja, si bien que te ganan los celos. Además, al rato que te llegues a enojar conmigo, me lo estarás echando en cara. No quiero problemas. Pero si tú te cogieras a otra vieja, estaríamos a mano…

—Esto no se trata de estar a mano, enserio. Solo… vuelve a hacer realidad mi fantasía… Te prometo que no te lo voy a reclamar y que no te lo voy a cobrar. Lo único que te pido es que sea con alguien cabal, no con un wey que vaya a salir igual de pendejo que el Ernesto.

—Estás bien puto enfermo, pero lo voy a pensar, aunque no te prometo nada.

A partir de ese día, para no hostigar a Luciana y darle tiempo para pensarlo, no hablé más al respecto. Estaba convencido de que, una vez que meditara las cosas, mi esposa accedería a mi propuesta. Ahora el único problema era encontrar al candidato perfecto. No podía ser alguien del pueblo, ya que no quería que anduviésemos metidos en chismes. Y, al mismo tiempo, tampoco podía ser un completo desconocido, ya que no me podía arriesgar a que resultara igual de idiota que Ernesto. ¿Entonces quién?

La respuesta llegó en el momento menos esperado.

Mis padres celebraron su vigésimo quinto aniversario de matrimonio con una enorme fiesta en el patio de su casa. Yo invité a Leonardo para que me acompañara y mi esposa invitó a Melisa, cuyo marido, pensábamos, seguía embarcado. De vez en cuando, la muy maldita se me quedaba viendo y esbozaba una sonrisa burlona. Sin duda, por los mensajes que Luciana le había enviado la noche del baile, Melisa ahora me consideraba un cornudo patético, pero mientras no me lo dijera a la cara, por mí no había ningún problema. Obviamente, ella no sabía que yo estaba al tanto de todo.

Melisa iba ataviada con un pantalón de cuero y una blusa bien entallada, que dejaba en evidencia su figura curvilínea. Era más alta, nalgona, chichona y rellenita que mi Luciana, pero sin llegar a ser gorda. Sin duda su plan era aprovechar la ausencia de su marido para, por fin, cumplir su fantasía de cogerse a Leonardo. Conversaban, bebían y reían como viejos amigos. De vez en cuando se toqueteaban las manos, los brazos y las piernas. La blusa de Melisa dejaba descubierta la espalda y Leonardo no perdía la oportunidad de acariciársela. Mi esposa y yo veíamos sus coqueteos y reíamos.

—Me voy a coger a Melisa, wey —me dijo Leonardo en cierto punto de la fiesta, mientras ella y Luciana andaban por el baño—. Préstame una habitación de tu casa.

—A huevo que sí. No hay ningún problema.

Apenas regresaron las mujeres, Leonardo se llevó a Melisa a bailar, pero Luciana y yo nos separamos y fuimos a comprobar que todo estuviera bien entre los invitados, labor que nos correspondía como hijo y nuera de los festejados.

Mientras iba de mesa en mesa verificando que todo estuviera bien, a veces desviaba la mirada hacia la pista, donde Leonardo y Melisa, aprovechando la oscuridad y el gentío, bailaban casi besándose.

Me detuve en la mesa de mis padrinos para saludarlos. Una cosa llevó a la otra y terminé tomándome una botella con ellos. Mi padrino se enorgullecía de mí por estar estudiando la maestría y mi madrina lamentaba que no estuviera libre para su hija. Estuve sentado allí durante casi una hora, hasta que Luci, asustada y pálida, apareció ante mí.

—¿Qué pasa, amor? —Le pregunté—. Parece que hubieras visto un fantasma.

—Ven conmigo.

La seguí hasta un rincón apartado.

—No me preguntes cómo, porque no voy a poder responderte —me dijo—pero Ramón, el marido de Melisa, acaba de llegar a la fiesta buscándola. Está bien emputado y trae un machete. Me da miedo que la agarre a planazos si la encuentra. Lo hice sentarse en la entrada, le destapé una cerveza y le dije que iría a buscarla.

—Hay que distraerlo mientras Leonardo se la lleva para la casa.

—¿Estás imbécil o qué te pasa? Si Ramón no encuentra a Melisa aquí, nuestra casa será el primer lugar en el que la va a buscar. No quiero que ni tú, ni tu amigo, se vayan a meter en problemas por defenderla. Tampoco la podemos llevar a su casa porque el marido la va a madrear ahí. Necesito que te la lleves a casa de sus papas.

—¿Yo? No mames. Que se la lleve el Leo.

—A ver, Ismael, piensa. ¿Tú qué crees que va a pasar si Ramón encuentra a Melisa con un wey al que ni siquiera conoce? En cambio, si la llega a encontrar contigo, pues fácilmente le puedes inventar que te la llevaste porque uno de sus papás se puso mal.

—La neta Melisa ni siquiera me cae tan bien. Además, sus pinches papás viven en otro pueblo. Yo digo que no nos metamos y que arregle sus problemas como pueda.

—Melisa será lo que tú quieras, pero conmigo siempre se ha portado bien. Además, no seas tonto, no lo hagas por ella, hazlo por ti. Así me darás tiempo de cumplirte tu fantasía. Aprovecha que ya estoy peda y caliente.

—¿Mi fantasía? —Abrí los ojos de par en par—. ¿Hablas enserio? ¿Lo vas a hacer? ¿Aquí y ahora? ¿Pero con quién?

—No sería justo que Leonardo se quedara caliente por culpa del marido de Melisa.

La verga se me puso como piedra.

—Tienes razón. No sería justo. Mientras yo voy a botar a Melisa con sus padres, ayúdalo en lo que puedas, como buena amiga.

¿Cómo no lo había visto? ¡Leonardo era el candidato perfecto! No era del pueblo, de modo que no nos iba a meter en chismes. Tampoco era un completo desconocido, así que no se portaría como un imbécil con mi Luciana. Era alto, barbado y fornido, tal como Ernesto, así que sin duda era del agrado de mi esposa. Además, Melisa ya lo había calentado, por lo tanto, Luci tenía las de ganar si intentaba seducirlo.

—Ismael, voy a hacer esto, pero no quiero que tengas problemas con tu amigo —me dijo Luciana, seria—, así que creo que lo mejor es que él no sepa que tú estás de acuerdo. Por lo tanto, si quieres que esto pase, necesito que te quedes haciéndote pendejo por ahí. Te prometo que te mantendré informado y que tomaré muchas fotos.

Tomé a Luciana de la cintura y la besé. Me emocionaba saber que otro hombre se la cogería esa noche. Me pregunté si en realidad era tan urgente que llevara a Melisa con sus padres, o si mi esposa se estaba aprovechando de la situación para poder coger a gusto. Muy en el fondo, deseaba que fuera la segunda, pues eso terminaba de confirmar que mi Luciana había pasado de ser una novia santa a una esposa puta.

Melisa y Leonardo estaban sentados en un sofá de la sala de mis padres, en completo silencio. Ambos lucían decepcionados. «Ni te imaginas lo que te espera, wey», pensé mientras observaba a mi amigo.

—¿No se suponía que tu esposo andaba embarcado? —Le espeté a Melisa con desprecio—. ¿Por qué vino el hijo de la verga a dar guerra a la fiesta de mis papás?

—No tengo ni puta idea —dijo Melisa con tristeza—. A mí me dijo que volvería hasta dentro de diez días. No sé si lo regresaron o si me tendió una trampa. Sea como sea, estoy acabada. Mi cuñada me acaba de mandar un mensaje diciéndome que ni se me ocurra volver a la casa, porque les llegó al chisme de que engañé a mi esposo durante la noche del baile.

—¿Y es verdad?

—¡Por supuesto que no es verdad, idiota! ¿Cómo te atreves a pensarlo? Pregúntale a Luciana. Ella estuvo conmigo toda la noche. ¿Verdad, Luci?

—Es correcto —dijo Luciana, que se acercó a Melisa y la abrazó mientras me miraba sonriendo—. Meli, al menos de momento, no tiene caso que intentes volver a la casa de la familia de tu esposo. Lo más prudente es que te vayas con tus papás. Allá estarás a salvo. Ni te molestes en rezongar. Ismael va a llevarte.

—P-pero… Luci, recuerda que…

—¡Pero nada! No queremos que ese loco te vaya a hacer algo. Agarra tus cosas, que mi marido te va a llevar en su moto. Mientras más lejos estés, mejor.

Melisa asintió, resignada y triste. Se despidió de Leonardo con un beso en la mejilla y de Luciana con un fuerte abrazo. Salimos de la casa por la parte trasera y nos dimos a la fuga en mi moto.

En un sendero flanqueado por cañaverales, Melisa balbuceaba algo sobre haber arruinado su matrimonio, pero no le presté atención. En mi mente solo había espacio para la fantasía. Me pregunté qué haría Luci para seducir a Leonardo. ¿Sería directa, o se iría por la tangente para que él hiciera el primer movimiento? ¿Y si, por lealtad a mí, Leo la rechazaba? No, era imposible. Así como no había dudado en cogerse a Mar a pesar de que Sagardi estaba enamorado de ella, tampoco dudaría en cogerse a mi mujer.

La situación era por demás obscena. Prácticamente había separado a mi amigo de su ligue para que pudiera cogerse a mi mujer. De pronto me sentí como en mis años universitarios, ansioso de recibir el mensaje de una mujerzuela en el que me mostrara cómo se la estaban cogiendo. Aunque también deseaba que Luci, además de eso, me mantuviera al tanto de todo el juego previo.

Una vez que llegamos al pueblo donde vivían sus papás, Melisa me pidió que me detuviera en una tienda para comprar cigarros. Había unos adolescentes tomando en la acera, que le silbaron y le hicieron comentarios soeces, pero ni siquiera por eso dejó ella de contonear las nalgas mientras caminaba. Tenía buenas piernas y buenas caderas. Llevaba descubierta la espalda y se le marcaba la tanga sobre el pantalón de cuero. Uno de los borrachos me dijo que qué buena estaba mi vieja.

—Te la cambio por una caguama. —le dije sonriendo.

—Por una vieja con ese culo, si quieres te pago un cartón. —respondió él con suma seriedad, como si no estuviera bromeando, de modo que pasé a ignorarlo. Aproveché el momento para revisar mi teléfono. Ya tenía tres mensajes de Luci.

Luciana: Amor, ya nos vamos para la casa. Leonardo me llevará y me acompañará hasta que regreses jejeje. Ahí tú sabrás a qué hora vayas a aparecer.

Luciana: Amor, vamos a abrir una botella de whisky para que Leo me cuente sus penas. Está muy triste porque Melisa se tuvo que ir. A ver si puedo consolarlo jejeje.

Luciana: Amor, márcame en cuanto puedas.

Al leer el último mensaje de Luci, me emocioné demasiado. Me imaginé que ya estaba cogiendo con Leonardo y que quería mostrarme. Sin embargo, descarté la idea de inmediato. Luciana no quería que él supiera que yo estaba al tanto de todo. Me dispuse a llamarla para averiguar qué quería, pero justo en ese momento, Melisa caminaba de vuelta. Pude haberme alejado para hablar en privado, pero uno de los borrachos se levantó de la acera, se acercó a ella y le dio una nalgada tremenda. Melisa respondió abofeteándolo. El tipo la tomó de la cintura e intentó besarla a la fuerza, pero yo me acerqué, lo aparté empujándolo, lo tomé del cuello y lo arrinconé contra una pared. Sentí que yo mismo había provocado esa situación con mi broma estúpida, de modo que le apreté la garganta hasta que casi se ahoga, entonces lo solté, cayó sobre sus rodillas e inhaló una bocanada de aire. Sus amigos me rodearon, insultándome y reclamándome. Pensé que se armaría una trifulca, pero el dueño de la tienda salió y nos amenazó con llamar a la policía si no nos largábamos. Melisa me tomó de la mano, me llevó hasta la moto y nos fuimos tan rápido como nos lo permitió el motor.

Melisa me indicó qué calles tomar para llegar a la casa de sus papás. La fachada me impresionó. Se notaba que los dueños eran gente de bastante de dinero. Hasta ese momento yo había pensado que Melisa venía de una familia humilde y que debido a eso, se había escapado con el primer pendejo que le había hablado bonito.

Ella traía llave, de manera que entramos y nos acomodamos en la sala: un lugar amplio con enormes y elegantes sillones. Melisa encendió dos cigarros, sirvió dos copas y se sentó frente a mí.

—Gracias por traerme y por defenderme de esos borrachos.

—Te traje porque mi esposa me lo pidió y te defendí porque yo tuve la culpa de lo que pasó. Uno de esos pendejos me dijo que estabas bien buena y yo respondí que te cambiaría por una caguama. Sospecho que eso envalentonó a su amigo para hacer lo que hizo. Si las cosas se hubieran dado de otro modo, te habría dejado a tu suerte.

—¿Por qué eres tan imbécil conmigo? ¿Qué te he hecho para que me trates así?

No supe qué responder, de modo que simplemente cambié la conversación.

—Llama a tus papás para explicarles la situación y largarme.

—Mi papá tiene covid y mi mamá está con él en el hospital. En esta casa no hay nadie. Ya se lo había platicado a Luci, pero creo que por los nervios, se le olvidó.

Luci no era dada a olvidar esa clase de cosas, pero no le presté atención al detalle.

—Sea como sea, ya estás bien lejos del pendejo de tu marido. Lo que aun no entiendo es qué madre pasó. Dices que tu cuñada te comentó que les llegó el rumor de que engañaste a tu esposo en el baile, ¿no?

—Pero eso es mentira.

—Aquí el punto es que es demasiada coincidencia que justo hoy que les llegó ese rumor, haya aparecido tu marido de la nada para hacértela de pedos. Porque como bien dices, o nunca subió a plataformas, o te tendió una trampa.

—¿Y eso qué importa ya? Como hayan sido las cosas, ya me chingaron.

—Pues yo ya te acompañé y me aseguré de que estuvieras bien. Ya no tengo vela en este entierro. Tengo que regresar con mi esposa.

—¿Estás celoso de que la Luci se haya quedado a solas con tu amigo? —Melisa esbozó una sonrisa maligna—. No te culpo. Está bien guapo el wey.

—Y luego preguntas por qué te trato como te trato.

—No te enojes conmigo, si solo fue un chascarrillo inocente. Todos sabemos que tu mujer es una santa. Santa Luciana. Uno puede hasta prenderle una vela y rezarle.

Qué mujer tan maldita. No podía sacarse de la cabeza lo que había pasado en el baile y usaba el sarcasmo para burlarse de mí. Pero lejos de molestarme, aquello me emocionó, pues me excitaba el hecho de que Melisa supiera las puterias de Luci.

—Hagamos una cosa —continuó Melisa—. Espérame un par de minutos en lo que paso al baño y me pongo cómoda. Luego vete si quieres.

Melisa se bebió su whisky de un trago, se levantó y se fue. No pude evitar mirarla contonear las nalgas como puta. Siento que ya ni siquiera lo hacía apropósito. Tenía la puteria tan arraigada, que le salía de forma natural. Aproveché el momento para sacar mi teléfono y llamar a Luciana. Ella tardó algunos segundos en responder.

—Amor, qué bueno que me marcas, ya estaba muy preocupada —Mi esposa susurraba, de modo que inferí que se había alejado de Leo para hablar conmigo—. ¿Ya llegaron con los papás de Melisa?

—Llegamos a su casa, pero sus padres no están. Melisa dice que su papá se enfermó de covid y que su mamá está cuidándolo en el hospital.

—Es cierto, algo me había comentado ella al respecto. No sé cómo pude olvidarlo. Lo bueno es que ya está bien lejos de su marido. El wey se fue bien emputado de la fiesta de tus papás. Hasta se puso a rayar el machete en la calzada.

—No hablemos más de ese pendejo. Mejor platícame qué estás haciendo. ¿Para qué querías que te marcara con tanta urgencia?

—¿Pensaste que ya estaba echando el primer palo con el Leo, verdad? —Luciana soltó una risotada—. Lo siento, pero no. Lamento decepcionarte. Tu amigo como que tiene pena conmigo. Creo que no quiere traicionarte. Pero ya cederá. Me puse algo más ligero que el vestido que me llevé a la fiesta. El wey no deja de mirarme las piernas y el escote. Yo creo que con un par de tragos más, se animará a intentar algo. Te pedí que me llamaras para decirte que busques algún lugarcito y te pongas cómodo, porque en un rato te voy a mandar unas fotos interesantes y querrás darte cariño. Te iba a decir que te fueras al motel del pueblo de Melisa, pero en vista de que no están sus papás, quédate un rato allí, con ella, así sirve que le haces compañía. Yo te aviso cuando te vaya a mandar las fotos para que le pidas prestado el baño.

—Vale, me parece bien, pero no te tardes mucho. No sabes cómo me tienes.

—Te dejo, no vaya a sospechar algo el Leo, bye.

Colgamos la llamada y me quedé pensando. ¿Qué estaba pasando por la mente retorcida de Luci? ¿Qué clase de fotos obscenas iba a mandarme? ¿Pretendía que me la chaqueteara en el baño de su amiga?

Un par de minutos después, cuando regresó Melisa, yo ya me había acabado el primer vaso de whisky y me había servido el segundo.

—Perdóname por ser tan impertinente —me dijo—. Sé que no te caigo muy bien, pero la neta me da miedo quedarme sola. En este pueblo todos nos conocemos y no vaya a ser que los borrachos de la tienda vengan a hacerme algo. ¿Me podrías acompañar durante un rato, hasta que me sienta segura?

La petición de Melisa me sorprendió, pero me caía como anillo al dedo, de manera que no me hice mucho del rogar. La única condición que le puse es que mantuviera mi vaso lleno de whisky. Además, le hice saber que no me gustaba beber solo.

Melisa hablaba sobre su esposo y sobre sus demás relaciones. Entre más bebía, más confianza agarraba conmigo. Yo al principio no le prestaba mucha atención. Estaba más bien concentrado en mi teléfono, esperando las fotos de Luci, pero poco a poco, la plática se fue tornando más y más interesante.

—Perdí la virginidad en esta misma casa, con dos primos —me confesó—. Ellos tenían quince y yo catorce. Nos encerramos en mi cuarto y nos pusimos a jugar cartas, pero en vez de apostar dinero, apostamos prendas. Los malditos se pusieron de acuerdo para que yo fuese la primera en quitarse todo. Cuando me dejaron encuera, comenzaron los castigos. Primero solo eran cosas simples, como besos de piquito o caricias en la espalda, pero esos calientes no tardaron mucho en ir más allá. De pronto me pusieron como castigo besarme de lengua con ambos, luego dejarme chupar los pechos por ambos. Una cosa llevó a la otra y cuando me di cuenta, ya les estaba haciendo una mamada a los dos. A esas alturas, ya nos había quedado claro que terminaríamos cogiendo.

—Te besaron al mismo tiempo, te chuparon las tetas al mismo tiempo y te recibieron una mamada al mismo tiempo. ¿También te la metieron al mismo tiempo?

—No, fue primero uno y después el otro —le dio un trago a su whisky—. A partir de ese día, todas las tardes después de la prepa, veníamos a mi casa a coger. A veces ellos invitaban a algún amigo y me agarraban entre los tres. Mi plan era seguir cogiendo a lo desgraciado en la universidad, pero cuando cumplí diecisiete años, se me ocurrió la estúpida idea de escaparme con el Ramón, que en aquella época trabajaba de albañil en la casa de mi madrina. Sí, ya ni me digas nada, que sé muy bien que estoy toda pendeja.

—Al menos tu infierno ya llegó a su fin.

—La neta yo ya sabía que pronto nos dejaríamos, ese wey es bastante celoso y abusivo, pero nunca me imaginé que fuera a pasar así, tan de repente —le dio un trago a su whisky—. Y lo que más me emputa no es que ese pendejo haya hecho su escandalo a la fiesta de tus papás, ni que su familia me vaya a traer en chismes, sino que no pude quitarme las ganas de cogerme a tu amigo Leo.

—¡Ya salió el peine! —dije con una risotada.

—Eso sí, lo dejé con la verga bien parada, porque me la arrimaba mientras bailábamos. A ver si el wey no se agarra a otra vieja en la fiesta.

—A lo mejor. Tal vez ya hasta están cogiendo.

—Pues brindemos por esa vieja, sea real o imaginaria —alzó su copa—. ¡Salud! ¡Ojala que ella disfrute de ese hombre! —Vació su vaso de un trago—. Qué puto coraje, la neta. Lo calenté yo para que otra se lo cogiera. Puto Ramón. Esta iba a ser mi noche.

—Como si no pudieran verse otro día.

—Pues sí, wey, pero ese no es el punto. Yo ya tenía planeado hasta el más mínimo detalle, desde la lencería que traigo puesta, hasta la canción que le bailaría para calentarlo, hasta cómo le restregaría las nalgas en su verga.

Melisa cerró los ojos, se sujetó los pechos y se lamió los labios. Yo sentí un escalofrío. Lo bueno de estar con ella era que, con sus historias y fantasías, estaba haciendo un magnífico trabajo para mantenerme caliente hasta recibir el mensaje de Luci.

Melisa se recostó, abrió los ojos y se me quedó viendo. Cruzamos miradas y sonreímos. Sus ojos verdes siempre me habían gustado, pero jamás me había detenido a contemplarlos con tanta atención. Con el índice de la mano diestra me indicó que me acercara. Me levanté y me senté a su lado. Chocamos las copas y brindamos por el amor.

—Si yo fuera Luciana —me dijo Melisa—, estaría muy celosa de que mi marido se hubiera ido con otra vieja.

—Si tú fueras Luciana, ya ni te acordarías de tu marido, sino que estarías en chinga cogiendo con el Leo.

Melisa me pidió que le platicara sobre mí y sobre mi maestría, de manera que empecé a hablar al respecto, pero mientras lo hacía, ella me acariciaba una pierna. Yo fingí que no me daba cuenta e intenté no darle importancia, pero su mano subía cada vez más. Discretamente la abracé y comencé a acariciarle la espalda desnuda. Mis dedos oscilaban entre su cuello y su cintura. Ella no dijo nada, solo siguió acariciando mi pierna mientras fingía ponerle atención a mi plática.

Se me hizo bastante curioso que mientras con nuestras palabras teníamos una conversación normal, con nuestras caricias hablábamos de algo completamente distinto. Nuestras bocas decían una cosa y nuestros cuerpos otra. La situación llegó a su clímax cuando ella finalmente se animó a ponerme la mano sobre el bulto. Yo metí la mano bajo su pantalón de cuero y le acaricié las nalgas.

Entonces ella me besó.

Mil ideas pasaron por mi cabeza. Aquello estaba bastante podrido. Melisa era amiga de mi esposa. Pero Luci estaba cogiendo con otro wey. Pero yo le había dicho que no quería que ella cogiera con otros para yo hacer lo mismo. Pero Melisa estaba bien buena, bien peda y bien caliente. Pero no quería traicionar a mi esposa.

Nos besamos durante más de dos minutos, hasta que mi celular sonó y me aparté de Melisa para revisarlo. Me había llegado un mensaje de Luci.

Luciana: Amor, en un momento te mando las fotos. Ve poniéndote cómodo.

Aquello había sido un golpe de suerte. Una vez que me llegaran las fotos de Luci, me haría tremenda chaqueta en el baño de Melisa. Después de eso me quedaría sin ganas y pensaría con más claridad, de modo que no traicionaría a mi mujer con su amiga.

—Ahorita seguimos platicando —le dije a Melisa, como si nada hubiera pasado—. Pero necesito pasar al baño.

—Está al final del pasillo, a la izquierda. Pero no te tardes, que está buena la conversación.

Sentí pena por Melisa ya que, por segunda vez aquella noche, se quedaría con ganas de divertirse. «Ya encontrará la manera de superarlo», pensé.

Me encerré en el baño y le escribí a Luciana que ya me mandara las fotos. En menos de un minuto, me llegaron varias imágenes por Messenger. Sin embargo, había algo extraño: no eran fotos de mi esposa cogiendo con Leo, como yo había pensado, sino capturas de pantalla de una conversación de Whatsapp entre ella y Melisa, que se remontaba casi hasta la noche del baile.

Melisa: ¿Qué andas haciendo, pinche Luci? ¿No me quieres acompañar en la tarde a ponerme unas uñas al salón?

Mi esposa tardó varias horas en responder.

Luciana: Hola, Meli, discúlpame por tardar tanto responder, lo que pasa es que me estaban cogiendo jejeje. No te puedo acompañar porque casi no puedo ni caminar jejeje.

Melisa: Pinche Luci, ya andas de puta otra vez jejeje, no te bastó con cogerte al Ernesto. ¿Y ahora con quién te fuiste de zorra?

Luciana respondió con unas fotos en las que salía cogiendo con un wey, pero a él no se le veía la cara, solo el cuerpo y la verga.

Melisa: Pues no la tiene tan grande, eh, pero tiene bonito cuerpo, delgadito y marcadito. Me gustan un chingo los weyes así. Se parece a un primo que me cogía. Pero aún no me has dicho quién es.

Luciana: Es mi marido jejeje. Si quieres te lo presto, wey, jejeje.

A continuación, Luci mandó una foto cabalgando al wey. Esta vez sí se le veía la cara. En efecto, era yo.

Melisa: ¡Pinche Luci asquerosa! Cómo me mandas eso, no mames. Ya no hay pudor, de veras. Yo qué madre quiero andar viendo las miserias de tu esposo. Aunque sí está chido el wey jejeje. La neta tienes mucha suerte por ese lado, no como yo con el barrigón de mi marido.

Luciana: Dime la neta, Melisa. ¿Si te lo cogerías?

Melisa: Pues si no fuera tu marido, a huevo que sí jejeje.

Las siguientes capturas de pantalla eran de una conversación de esa misma noche. Me imagino que Melisa se había escrito con Luci cuando pasó a comprar cigarros y cuando pasó al baño, porque estando conmigo, no había tocado su celular.

Luciana: Oye, Meli, no te vayas a enojar, pero el Leo se quedó muy tristecito porque te fuiste, así que voy a ver si lo puedo consolar jejeje. ¿No hay problema, verdad?

Melisa: Pinche Luci, no te pases de pendeja. Ese hombre era mío. No quiero ser tu hermana de leche, no mames.

Luciana: Pues sí, wey, pero el que se fue a la villa, perdió su silla. Ni modo. Así es esto. Necesito que me hagas el paro con mi marido. Distráemelo un rato, por fa, ¿sí?

Melisa: No mames, wey, ¿cómo me haces esto? Se siente bien pinche culero. Prácticamente te estás aprovechando de mi desgracia. ¿Qué te parecería que yo aprovechara el momento para cogerme a tu marido?

Luciana: ¡Pues cógetelo! Jejeje. Por mí no hay ningún problema. No soy celosa.

Melisa: No me provoques, wey.

Luciana: Si quieres intentarlo, adelante, pero no te vayas a poner triste cuando fracases. Mi marido solo tiene ojos para mí jejeje.

Melisa: No seas ilusa, pinche Luci, parece que no conoces a los hombres.

Luciana: Haz lo que quieras, wey, pero hazme el paro, de amigas. La neta me voy a coger al Leo. Distrae a mi marido.

Melisa: Muy bien, pero después no quiero problemas entre tú y yo.

Luciana: No te enojes, pinche Melisa jejeje. Mira, ya que calentaste al Leo para mí, te voy a dar un consejo para estar a mano. Si quieres calentar a mi esposo, platícale tus puterias, eso le mama el wey jejeje. Solo cuéntale una o dos historias y ya verás.

Si hubiera estado pensando con claridad, me habría ofendido por la manera en la que Luciana había manipulado las cosas para que Melisa y yo termináramos encamados, pero estaba demasiado emocionado y demasiado caliente, de modo que no iba a desperdiciar la oportunidad que Luciana me había puesto en bandeja de plata.

Regresé a la sala y Melisa me sonrió. Me acerqué a ella, la tomé de la mano, la hice ponerse de pie y la besé en la boca. Primero la tenía sujeta de la cintura, pero no tardé mucho en poner mis manos en sus nalgas y apretárselas. Su lengua en mi garganta se sentía sublime, así como su mano en mi entrepierna. Me quité la camisa y le quité a ella la blusa. Nos acariciamos los torsos desnudos. Sus pechos apenas si cabían en mis manos.

—Vamos —me dijo ella con un susurro—, que te voy a enseñar el lugar donde me cogían mis primos y sus amigos.

Me llevó de la mano hasta su habitación. Entramos besándonos y desvistiéndonos. Nuestros pantalones y zapatos cayeron al suelo. Melisa me hizo sentarme en el borde de la cama y me dejó contemplar su lencería translucida. Sus pezones eran hermosos.

—¿Te pusiste esa madre para el Leo? —La pregunté.

—Sí —reconoció ella—, pero me la quitaré para ti.

Melisa se me acercó, se arrodilló frente a mí y me bajó el bóxer. Primero observó mi verga, luego la jugueteó y finalmente se la metió a la boca. La mamaba de manera magnifica, mirándome desde abajo con cara de puta, abriendo la boca solo lo necesario y lubricando con su saliva para facilitar el trabajo. Su lengua se movía en una especie de remolino sobre mi cabeza pelada. Yo solo gemía y me dejaba consentir. Todo parecía irreal, como en un sueño. Nunca me la habían mamado así, ni Luciana, ni Mariana.

Melisa se levantó y se dio la vuelta. Me encantó cómo se le metía la tanga entre sus nalgotas. Me recosté y ella comenzó a regresarme las nalgas en la verga. Yo la sujetaba de la cintura, marcando el ritmo. Estaba súper erecto. Jamás había tenido la verga tan pelada. Sentía que iba a venirme en cualquier momento, pero yo quería que aquello durase toda la noche… No, quería que durase para siempre.

Me levanté y arrojé a Melisa sobre la cama. Le quité la tanga, le abrí las piernas y le hundí mi lengua en lo más profundo de su ser. Estuve así por algunos minutos, pero pronto pasé a meterle los dedos y lamerle el clítoris. Ella gemía como una desquiciada. Si sus papás hubiesen estado en la casa, sin duda nos habrían sorprendido. Con mi mano libre me chaqueteaba la verga. Ella se acariciaba los pechos y se los lamía.

Cuando sentí que estaba lo suficientemente mojada, procedí a penetrarla en la típica posición del misionero. Mi verga entró sin problema alguno. Ella soltó un gemido de placer. Mientras la embestía le mordisqueaba los labios, las orejas y el cuello. Ella susurraba que quería ser mi puta para siempre.

Nos separamos para cambiar de posición. Puse a Melisa en cuatro y la penetré con fuerza. Mientras la embestía tomándola de la cintura, llamándola puta y nalgueándola, ella grababa con su celular. Advertí que le mandó el video a Luciana por Whatsapp. No intenté detenerla. Quería ver la reacción de mi esposa.

Al poco rato Luci respondió con otro video. Estaba desnuda sobre la cama, abierta de piernas y con una verga enorme entrándole y saliéndole. Se mordía los labios y tenía las mejillas rojas. Al final, la verga enorme salió de su interior y derramó una corrida obscena sobre su vientre, pecho y cara.

—¿Ya viste lo que está haciendo Santa Luciana? —Me preguntó Melisa mostrándome el video—. ¿Ya viste para quién calenté al Leo?

Lejos de molestarme, comencé a embestir a Melisa con más fuerza. Al mismo tiempo que me la cogía, le estimulaba el clítoris y el culo. Cuando tuvo su primer orgasmo, soltó un alarido tan fuerte que seguro despertó a los vecinos. Le avisé que estaba a punto de venirme y ella me pidió que se los echara en la cara. Lo grabamos y le mandamos el video a mi esposa, que respondió con una foto de ella mamándole la verga al Leo.

Nos pasamos toda la noche cogiendo e intercambiando fotos y videos con mi esposa. Varias veces me corrí dentro de Melisa. Con el amanecer, nos fuimos a dormir y despertamos a media tarde. Pensé que Melisa estaría cohibida conmigo, pero en vez de eso, me llevó el desayuno a la cama, me trató como a su marido y me confesó que tenía la fantasía de mamarme la verga con Luci.

Cuando llegué a mi casa, ya era de noche de nuevo. Me había pasado toda la tarde caminando con Melisa en un parque. Leonardo ya se había marchado de mi casa y mi esposa me esperaba con la cena hecha. Sin embargo, apenas la vi, me le fui encima y le arranqué la ropa. Ella me masturbó a mí y yo a ella, mientras nos contábamos con lujo de detalles cómo habían estado nuestras respectivas noches.

—Tengo que confesarte algo —me dijo Luciana mientras le metía los dedos—. Yo fui quien le avisó al esposo de Melisa que ella estaría con otro macho en la fiesta. Hace como una semana le mandé un mensaje anónimo y le dije que fuera a ver con sus propios ojos cómo era de zorra su esposa. También fui yo la persona que le dijo a su cuñada que ella se había ido de puta la noche del baile. Todo con tal de que la corrieran de su casa y se fuera contigo.

—Eres una perra sin corazón —le espeté casi con desprecio, pero sin dejar de masturbarla—. Arruinaste el matrimonio de Melisa solo para que yo me la cogiera.

—El matrimonio de Melisa estaba arruinado desde hace años. Desde la primera vez que Ramón le puso una mano encima. Lo único que yo hice fue sacarla de su infierno. Debería agradecerme por ello. Ahora podrá unirse a nuestro juego del amor.

—¿Y cuando ella te pidió que la acompañaras al salón a ponerse uñas, para qué le mandaste las fotos donde estábamos cogiendo tú y yo?

—Porque necesitaba plantearle la idea de que a mí no me molestaría que se acostara contigo. Además, para que se diera la situación de anoche, necesitaba que comenzara a verte como hombre. Ahora estamos a mano. Un palo tú y un palo yo.

—Ahí te equivocas, mi amor. Porque si las cuentas no me fallan, han sido dos cogidas para ti y solo una para mí. Me tienes que recompensar.

—Es correcto —Luciana esbozó una sonrisa coqueta—. ¿Qué tal te vendría volver a cogerte a tu amiga Mar?

Compartir relato
Autor

Comparte y síguenos en redes

Populares

Novedades

Comentarios

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Los comentarios que contengan palabras que puedan ofender a otros, serán eliminados automáticamente.
También serán eliminados los comentarios con datos personales: enlaces a páginas o sitios web, correos electrónicos, números de teléfono, WhatsApp, direcciones, etc. Este tipo de datos puede ser utilizado para perjudicar a terceros.