Volteé a mirarlo porque se me hacía muy extraño que estuviera tan callado. Él estaba manejando y la ventanilla abierta le volaba su cabello castaño. Viajábamos por una carretera desolada, en completa oscuridad y con puro árbol a nuestro alrededor. De pronto, me miró, sonrió y pasó su mano izquierda sobre el mi pierna desnuda. Veníamos de una fiesta y yo me había puesto un vestido corto.
—¿Sabes qué llevo queriendo desde hace un tiempo? — me preguntó y yo le respondí que no. Cómo sería follarte en la parte trasera del auto.
Le sonreí.
—No me lo habías propuesto.
De pronto, dio el volantazo y se metió entre los árboles y arbustos. Se dio la vuelta y tras quitarse el cinturón de seguridad comenzó a acariciarme con fuerza la cintura. Me volvía loca cada vez que se portaba agresivo, y es que a mí me encanta que me peguen, insulten y escupan mientras me la están metiendo hasta el fondo. Para mi suerte, hizo todo eso sin que yo se lo pidiera.
Mientras me besaba el cuello y apretaba el escote de mis chichis con fuerza yo sentía como la vagina se me iba humedeciendo. No soporté más y comencé a abrir mis piernas, quería que él metiera su mano y me metiera los dedos, pero el maldito solo se dedicó a llenarme el cuello de saliva y apretarse una chichi.
Finalmente me agarró del cabello y me dio una cachetada que sonó fuerte. Sin decirme nada, abrió la puerta, rodeó el frente del auto y abrió mi portezuela para bajarme. Me llevó a la parte trasera y me hizo meterme.
—Quiero saber qué tan mojada estás, vamos, abre las piernas.
Me bajó la tanga de un tirón y subió mi vestido. Cuando uno de sus dedos entró en mí, salió empapado. Lo vi quitarse el cinturón y desabotonarse los pantalones. Su verga estaba durísima, se le remarcaban las venas y la punta ya tenía gotitas blancas.
Se masturbó y dijo:
—Quieres que te llene el bollo de leche, ¿verdad? Eso te gusta, pinche puta.
Se puso encima de mí y mientras me agarraba con fuerza del cabello, me la metió duro. Grité y me quejé mientras me la metía y me la sacaba, una y otra vez mientras el roce mojado de nuestros flujos sonaba.
Abrí las piernas lo más que pude, atoré uno de mis tobillos en el asiento de enfrente y le pedí más. Le pedí que me pegara y que me siguiera llamando puta. Incluso, en el momento en el que escribo esto siento cómo me humedezco.
Saqué la lengua y él me sonrió.
—Pinche puta, te encanta que te meta la verga —me dijo y aquello me erizó la piel.
Comenzó a darme más duró, apoyó su peso sobre el asiento, con sus brazos a los costados de mi cabeza y entró y salió con una fuerza y una rapidez que me hizo gritar.
Cuando se corrió, todo su semen me llenó y entre gemidos su cuerpo cayó sobre el mío.
—¿Estás bien? —me preguntó, y mientras me abrazaba, supe que su ternura normal había regresado. Sabía que después de vestirnos nos iríamos a casa y él prepararía la cena.