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Memorias de África (VII)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

A raíz de aquella mañana, cuando azoté a Aifon y Samsung me folló como un semental, mi vida en el poblado cambió. Por lo pronto, preferí estar desnuda, ni siquiera con taparrabos. Me movía con total soltura por el poblado, incluso me atrevía a hacer pequeñas incursiones por el bosque acompañando a las mujeres a buscar comida. Tenía una extraña sensación de libertad. Respetaban mi intimidad y sólo entraban en la cabaña para lavarme todas las mañanas y llevarme la comida. Algunas veces venía sola Aifon a traerme la comida o a lavarme y después las dos follábamos o simplemente nos acostábamos juntas en el camastro. Tenía derecho a mi lavativa después de cada orgía. Incluso una tarde Aifon y yo disfrutamos del cuerpo de Lila haciendo un fantástico trío. Cuando paseaba por la aldea no me sentía una extraña, incluso en una ocasión una de las mujeres me regaló un taparrabo de cuero, desconozco el animal que usaron, pero lo acepté más que nada por el gesto. Era diferente al taparrabo normal de del resto de las mujeres. Era más parecido a la faldita que usamos para jugar al pádel o al tenis, pero de cuero basto y acartonado.

A veces me sentaba con las mujeres a machacar lo que me parecían cereales en un mortero de madera, a raspar con la concha de un marisco algo parecido a una patata, o a cepillar el pelo del resto de chicas con una especie de espinas de pescado… bueno, cepillar o algo parecido. Me gustaba ir con ellas a coger agua a un arroyo que estaba cerca del poblado con unas pequeñas cascadas que habían formado una especie de piscinas. Allí vi por fin de dónde sacaban el musgo que usaban a modo de esponjas. Usaban unos troncos huecos como si fueran cubos y cuando los llevaba aprovechaba para hacer algo de ejercicio. El llevar una vida más o menos activa me ayudó a conservar la forma física. La comida sin ser nada del otro mundo ni estar cocinada a nuestra manera, al menos era sana. Fruta, carne, algo de pescado y por supuesto algunos “manjares” que ni aun estando muerta de hambre me atreví a probar, como larvas o insectos que no había visto jamás. Las mujeres tenían su propio “centro social”. Era una cabaña tres o cuatro veces más grande que el resto, pero además en el río lo pasaban bien. Allí se desnudaban, jugaban, se estudiaban unas a otras y sin saber de qué hablaban, yo me las imaginaba hablando de lo que habían hecho con alguno de los hombres la noche anterior, o discutiendo sobre quién tenía los mejores y más bonitos pechos. Yo hacía lo mismo y me quitaba el taparrabo y me bañaba con ellas o simplemente me las quedaba mirando o pensando qué estarían haciendo en aquél momento mis amigos o mi familia. Algunas veces cuando las mujeres se iban y me apetecía follar, me iba sin vergüenza ninguna a la cabaña de Samsung. Él vivía en una choza parecida a la mía, pero algo separada del resto como ya dije. No era el único de los hombres, pero si me di cuenta que la mayoría de la gente no pasaba muy a menudo cerca de su choza. Hubiera gente cerca o no, lo cierto es que a medida que me acercaba, me quitaba el taparrabo o las bragas, depende de lo que llevara ese día si es que llevaba algo. Los días que por la razón que fuera no estaba en su cabaña, lo esperaba y al verme él también se iba quitando el taparrabo a medida que se acercaba a mí. Alguna vez me hubiera gustado poderle quitar ese trozo de cuero que escondía su hermosa polla, pero nunca me dio tiempo a hacerlo. Lo que sí parecía ponerle a cien era cuando yo se la cogía con mi mano y se la acariciaba junto con sus pesados y redondos testículos. Daba la sensación de que aquella polla negra tenía vida propia por la forma de moverse y de crecer cuando la cogía con mis manos o se la comía. Sujetar aquel miembro con mi mano mientras me lo metía en la boca me derretía de gusto, me excitaba de una forma increíble. Su glande era brillante y suave, casi no podía abarcarlo con mi lengua. Casi no podía chuparlo si estaba muy excitada y me dejaba llevar por el frenesí. Aprendí a rozar con la punta de mi lengua la pequeña grieta de la punta, esa por la que los hombres derraman el semen. Al rato de hacer esa maniobra, Samsung gruñía y se contraía. Notaba el latido de los capilares en la polla y se corría de forma estrepitosa. Nunca me gustó esa manía de algunos hombres de correrse sobre las mujeres (tampoco me sigue gustando), por eso cuando notaba que llegaba al orgasmo, me apartaba. Un día me distraje y se corrió justo cuando apartaba mi cara, por lo que parte de su leche me salpicó la cara, el cuello y las tetas. Al principio me dio asco sentir aquella leche viscosa y caliente, pero por otro lado me sentí orgullosa, como si hubiera sido capaz de conseguir que aquel semental disfrutara conmigo de una forma diferente a como lo pudiera hacer con otras mujeres. Otras veces sentía una impaciencia y una necesidad tan grande se sentirme llena y poseída, que no perdía mucho el tiempo en mamadas y caricias. Las justas para que mi dios negro estuviera dispuesto. Verle desnudo y erecto me provocaba ansia y necesidad y me hacía humedecer. Era una sensación extraña aquella, por eso lo de no perder el tiempo; en cuanto estaba dura me abría de piernas y me sujetaba a un árbol o a cualquier cosa que estuviera a mano. Su polla separaba los labios de mi vagina y me penetraba, con suavidad, pero enérgico. Sentía toda la longitud y todo el grosor de su verga dentro de mí. Llegábamos los dos al orgasmo casi al mismo tiempo, yo mojando mi sexo, y el inundando mi coño con su leche, y gritando al unísono. También me sacaba de mis casillas cuando me cogía en peso por los muslos. Rodeaba su cuello con mis brazos y nos mirábamos fijamente. En esa posición sus embestidas movían todo mi cuerpo, mis pechos rozaban su pecho, y su polla entraba dentro de mí de forma brutal. En aquella posición, sin más punto de apoyo que su cuello y sus brazos, perdía el control al sentirme un juguete a merced de Samsung. Pero un día mi amante negro decidió que la voz cantante la llevaría él.

Cuando ya estaba excitado y su polla estaba de marrón brillante, me subió al montículo de hierba donde días atrás yo había azotado a Aifon. Me puse de rodillas apoyando las nalgas en los talones y flexioné los brazos hasta casi tocar el suelo con la cara. Tenía además las piernas juntas, de tal manera que, si Samsung quería follarme, tenía que hacer un esfuerzo por abrir mi coño con su polla. En lugar de penetrarme se entretuvo en acariciar los labios y la entrada de la vagina con el glande muy despacio, de abajo a arriba y de arriba a abajo, hasta conseguir mojarme y excitarme. En ese momento metió su enorme polla en mi ano, con fuerza. Me estaba sodomizando y su verga me había dilatado el ano. El dolor era agudo a medida que la iba metiendo y mi culo se iba adaptando a las medidas de su miembro. Cuando ya la tenía a medio meter, empujó con fuerza y no pude evitar gritar. Una vez que la tenía dentro, retrocedía hasta que los pliegues del glande llegaban de nuevo al agujero, y como si fuera un sumiller con una botella de buen vino, sacaba la cabeza de su polla de mí. Y de esa manera me penetró varias veces. Pero la sensación era más espantosa cuando intentaba sacarla que cuando me llenaba. Después de haberme desgarrado la primera vez, casi puedo decir que me sentía mejor con toda la polla dentro que cuando su glande llegaba a la entrada de mi ano, prefería tenerla dentro y manejarla lo mejor posible. En vez de estarme quieta y dejarle hacer, cuando notaba que su verga retrocedía para salir, con un movimiento de caderas acompañaba a su polla evitando que saliera lo máximo posible. Eché mi brazo hacia atrás y sujeté una de sus piernas para ralentizar sus bombeos y recé para que entendiera que lo que quería era moverme yo y que él lo hiciera más despacio. Conseguí que su glande llegara hasta la entrada del ano sin salir, y así lo distendí algo más. Justo al llegar ahí, yo retrocedía con un poco más de fuerza hasta sentir su polla por entera y el golpe de sus testículos en la boca de mi coño. En ese momento me estremecía de pies a cabeza, convulsionaba de placer y gritaba sin pudor. Y vuelta a empezar. Cuando el ano ya se hubo acomodado y la polla de Samsung ya no me producía un dolor agudo, el goce era mutuo. Los gritos de placer de Samsung parecían los de un animal y sus manos se aferraron a mis caderas como si quisiera evitar que me fuera de allí. Cuando se corrió lanzó un grito y yo le imité. Nuevamente su semen me inundó e hizo de lubricante, lo que agradecí porque Samsung era de esos hombres que acompañan sus orgasmos con embestidas. Noté con una claridad pasmosa el calor de su leche en mi culo, y como en la primera vez que follamos, nos tiramos al suelo y después de rodar, nos quedamos jadeando unos instantes. Su polla salió de mi estirándose como una goma y como yo, él quedó extenuado y jadeante a mi lado.

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