—¡Hola, familia! Mirad a quién os traigo.
Por un momento creí que mamá caía redonda allí mismo. Papá irrumpía eufórico en la casa arrastrando una maleta, y unos pasos más atrás… Bea, la novia del tío Edu.
—Le han dado a Bea el alta médica en el hospital, y como iba a estar sola en el apartamento que comparte con mi hermano, he pensado que es mejor que pase la convalecencia con nosotros —añadió lleno de razón mi padre—. Aquí la cuidaremos debidamente.
Efectivamente, Bea ya estaba prácticamente curada, solo mostraba un ligero vendaje en un brazo. Lo de las lagunas mentales, aún estaba por ver, pero todo indicaba que ya no era necesario su permanencia en el hospital. Allí quedaba solito en tío Edu. "Bueno, -pensé para mis adentros- mamá lo va a tener más fáciles en sus visitas. De las pajas y mamadas pronto pasará a cabalgar como una yegua encima de él. Confiemos que no le pongan un compañero de habitación, sino lo va a tener más complicado".
Mamá abroncó privadamente durante un buen rato a mi padre por traer a aquella mujer a casa.
—¿Y dónde va a dormir? —terció como remate de la discusión.
—Muy fácil: en el cuarto de la niña. Esta que duerma contigo y yo seguiré durmiendo con Álex, como vengo haciendo desde que te colocaste el puto piercing.
—¡Ya estás restregándome lo del piercing! Ya verás qué placer vamos a tener ambos con este artilugio maravilloso.
—Serás tú la que disfrutes de él —respondió mi padre—. Porque a mí ya dirás qué voy a mejorar en mis polvos.
—¡Qué ordinario eres! —añadió airada—. Ya te he dicho mil veces que nosotros no follamos ni echamos polvos; hacemos el amor.
El calzonazos de mi padre se retiró resignado; era imposible discutir con mamá cuando se ponía digna. Pero el problema aún estaba por venir. Mi hermanita, caprichosa y consentida, se negó a abandonar su cuarto. Allí tenía sus cosas, sus peluches… y además su cama olía ligeramente a orines, pues la nena, por un problema de incontinencia emocional que estaba tratando con un sicólogo, de vez en cuando se meaba en la cama cuando soñaba con el coco. Y no era cuestión que la invitada se diera cuenta de esa circunstancia, que aún podía traumatizar más a la adolescente.
Aquella noche papá dio mil vueltas en la cama. Estaba inquieto y no buscaba la paja o la felación que habitualmente me demandaba indirectamente. Pese a que ya refrescaba, los días que quería que lo aliviara, se acostaba a mi lado simulando dormir solo con el calzón puesto, bien erecto para que yo percibiese la señal, bien con la polla afuera o ya con el botoncito del bóxer desabrochado para que fuese más fácil todo.
Aquella experiencia para mí era excitante y no sé quién de los dos disfrutaba más de la situación. Unas veces se corría en mi mano otras en la boca, pero algo me indicaba que él quería llegar más lejos (¿quizás penetrarme?). Como decía, aquella noche papi estaba muy nervioso y este desasosiego me lo estaba contagiando a mí. De repente, se levantó sigilosamente en la oscuridad.
Los gemidos que salían de la habitación matrimonial que compartían mamá y Bea se percibían con nitidez. Asomó la oreja a la puerta y con cuidado la entreabrió. La lámpara de una de las mesitas de noche estaba encendida con un paño rojo de seda amortiguando la luminosidad. Lo que vio papá lo dejó petrificado, como me contaría más tarde. Mamá le introducía el dildo "mandingo" en la concha de Bea, que alcanzaba la gloria con las embestidas. ¿Cómo aquel mega consolador podía entrar y salir con tanta facilidad de aquel coñito apretado, casi infantil, de una presunta anoréxica? Mamá le chupaba con delectación los pezones.
—¿Sientes sensibilidad en estas tetas siliconadas, gran zorra? —le susurraba mamá al oído.
—Son senos auténticos, envidiosa. Sigue succionando, que ni tu cuñado me hizo sentir tanto placer. Y prepárate, que voy a por ti. Vas a gozar como una perra, tanto como él con la mamada que le hiciste el otro día.
No tardó en "ir a por mamá". Después de correrse varias meces con el artilugio mecánico, Bea hundió su cabeza entre los muslos de mi madre y empezó a mamarle la panocha hinchada y jugosa. Reparó en el piercing cuya herida ya estaba casi cicatrizada y empezó a succionar el clítoris.
—¡Más, más, más! —gritaba mi madre mientras papá desde su escondite ya babeaba semen por su pija erecta.
Las dos mujeres —desatadas e insaciables —acabaron haciendo la tijereta y comprobaron cómo en el roce el piercing clitoriano proporcionaba el mismo placer a ambas. En medio de una mezcla se jugos vaginales las dos furcias se corrieron convulsionando de placer mientras se lamían los dedos de los pies, haciendo que el chirrido de los muelles de la cama se escuchasen en toda la casa. No puedo aguardar más. Me levanto y voy al encuentro de mi padre.
—Espera a que tu madre caiga dormida, Álex —me dice mientras aprieta fuertemente su polla.
Al poco entramos en la habitación. Mamá duerme profundamente acurrucada hacia un lado. El placer extremo de la experiencia lésbica y los somníferos la han dejado extenuada. Bea, todavía desnuda, sentada en la cama a la luz de la lamparita, limpia cuidadosamente el dildo. Papá entra y, sin mediar palabra, la coge en brazos y la lleva a nuestro cuarto. Yo los sigo en silencio.
(Continuará)