Una de las cosas que más disfruto es viajar. Sobre todo, en colectivo. Me gusta sentarme y disfrutar del paisaje, conversar con desconocidos e intercambiar experiencias. Mi nuevo destino era Mendoza. ¿Por qué? No tengo idea. Siempre quise ir, por lo que, al pensar en viajar por el fin de semana largo, ese destino fue el primero que vino a mi mente. Ariel, mi novio desde hace un par de meses, no podía acompañarme debido a una reunión familiar. Reunión a la que, debido a lo nuevo del vínculo, sentí que no estaba lista para afrontar. Además, recién estamos comenzando a acomodarnos, a entendernos. Desde el primer día él me planteo la idea de tener una relación abierta en cuanto a lo sexual. Cosa que jamás me llamó la atención, pero que, de alguna manera, me interesaba experimentar. Ariel me acompañó a la terminal y lo único que me dijo antes de subir al colectivo fue “disfruta”. Y vaya que lo hice.
No sé cuánto tiempo ni cuantas ciudades pasaron, lo que sé es que cuando desperté, el asiento de al lado ya no estaba vacío, sino que estaba ocupado por un cincuentón de gafas anchas, ataviado en ropa deportiva, que me miraba fijamente, pero no de manera incomoda. En su expresión había algo de tranquilidad que me generó paz desde el principio.
─Buenas noches, señorita ─dijo el hombre
─Hola… ¿qué hora es? ─pregunté mientras me incorporaba.
─Veintitrés y treinta. ¿Viaja a Mendoza?
─Sí, sí. Creo que dormí más de tres horas.
─Lo bueno es que está descansada, lo malo que no va a volver a dormirse… soy Máximo ─dijo y extendió su mano.
─Martina.
Soy pésima para saludar con la mano. No tengo fuerza, todo lo contrario, al hombre, que lo hizo con fuerza, aunque no de manera que me haga doler. Me consultó sobre el libro que tenía apoyado en el regazo y me dijo que no era muy lector, que prefería la música. Hablamos un rato de rock nacional y de algunos artistas de jazz que jamás había escuchado ni siquiera mencionar. Dijo que era común, por mi edad, que a pesar de no saberla, seguramente era muy joven. Al hacerle saber que tengo veintisiete, se sorprendió, argumentando de que parecía de mucho menos.
Me preguntó sobre mi profesión, mis gustos, y esas cosas. Me contó que desde hacía algunos años se dedicaba a la compra y venta de propiedades, pero que en sus “años mozos” había desempeñado una actividad un poco extraña, pero que le había servido para establecerse en la vida. Luego de utilizar las palabras “un poco extraña” varias veces, mi curiosidad fue más y tuve que preguntarle que era esa actividad.
─Aunque no me crea, fui actor porno.
No recuerdo que pasó por mi mente en ese instante, pero luego de mirarlo a los ojos con idea de descubrir si me estaba diciendo la verdad o haciendo un chiste, mis ojos se fueron directamente a su entrepierna, cosa que notó de inmediato. Sonrió, a lo que yo me sonrojé totalmente.
─Tranquila, suele pasar ─dijo relajado.
Después de eso, para quitarme la tensión, me contó que empezó de muy joven para ayudar a una amiga y que, debido al interesante tamaño de su miembro ─volví a sonrojarme─ comenzaron a lloverle ofertas para seguir participando de esa actividad.
─Es la primera vez que conozco a alguien que hace eso, además de mi prima.
─Supongo que si su prima es lo mitad de bella que usted, le debe de ir muy bien.
─Es más linda que yo, y mucho más cara dura. Así que le va increíble ─comenté.
─¿Más linda que usted? Entonces debe ser un ángel.
Noté como su mano se movía lentamente en la zona baja. Intenté mirar discretamente, pero la tremenda erección que trataba de esconder no me permitió disimular.
─Disculpe Martina, y sepa entender. Ese escote me hace sentir veinte años más joven.
Yo sin dejarlo terminar de hablar, llevé una mano hacia su pija y comencé a acariciarla con suavidad. Su rostro de sorpresa no hizo más que envalentonarme. A través del jogging, se notaba perfectamente la dureza, el grosor y el importante largo de su pija. Me acerqué a él lo más que pude, casi sentándome en su falda y pegando mi rostro al suyo. Su respiración agitada comenzó a mezclarse con la mía. Se le hacía imposible mantener su mirada en mí, ya que la desviaba intuitivamente hacia mis tetas.
─¿Te gustan? ─pregunté en un susurro.
─Mucho ─respondió con un jadeo.
Estiré mi blusa y dejé salir una de mis tetas. Con la mano libre, comencé a acariciarla y apretarla, mirándolo directamente a los ojos. Luego de un rato, comencé a acariciarle la cara, el pelo, la boca, para finalmente tomarlo por la nuca y arrastrarlo hacia mi pecho. Chupó despacio, con gran maestría. Estaba un poco incómodo debido a la altura y a la posición, por lo que decidí sentarme en su falda, con mis piernas cruzando sobre las suyas. Fue tan hermoso ese primer contacto de mi culo con su pija, ropa de por medio, que no noté cuando comenzó a levantarme la blusa con el objetivo de quitármela. Cuando me di cuenta, mis dos tetas desnudas estaban en su boca y una de sus manos acariciándome la concha. Estaba tan caliente que tenía miedo de comenzar a jadear, así que busqué su boca y nos besamos. El beso fue muy tierno, húmedo pero cariñoso. Sentía la presión de su pija contra mi culo y me encantaba, así que comencé a frotarme cada vez más rápido, cosa que lo encendió aún más. Sus manos ya no sabían a donde apretarme, y su boca, además de mis labios, se comían mis mejillas, mis ojos y mi cuello.
─Te la voy a chupar ─dije en un susurro a su oído.
Sin darle tiempo de responder, dejé mi ubicación y me arrodillé entre sus piernas. Le bajé el jogging y el bóxer hasta los tobillos y me encontré con esa hermosa y descomunal pija. Esa pija que ves en una peli porno y no podés creer que sea real. Pero si lo era, porque la tenía frente a mis ojos, y me pedía a gritos que la chupara. Y así lo hice. Pasé mi lengua por la cabeza haciendo círculos, luego recorrí ida y vuelta varias veces todo el largo. Unas inmensas venas rojas enmarcaban la superficie, dándole un aspecto monstruoso que hizo que mi conchita empiece a humedecer. Me la comí entera. La escupí varias veces mientras chupaba y pajeaba. Me animé a probar esas bolas y estaban riquísimas. Solo una ya me llenaba la boca entera. Él no dejaba de mirarme, cosa que me calentaba todavía más.
─Nena, voy a acabar ─dijo entre gemidos y en susurro.
─Sí papi, dámela toda ─respondí y lo pajeé con más intensidad.
Luego de un minuto su pija estalló en mi cara, bañando mi boca y mis tetas en un caudal de leche impresionante. Saboree cada gota, para luego volver a chupársela y dejarla seca y limpia como al principio. Como al principio, también, seguía totalmente dura. Me acerqué a su oído y le dije.
─Papi, quiero sentirla adentro mío. ¿Me coges?
Como respuesta, tiró el asiento hacia atrás lo más que pudo. Me senté sobre él, de frente. Una vez que tuve toda la pija adentro, me recosté sobre él y empecé a moverme despacio. Levanté su remera, para que pueda sentir el roce de mis tetas en su pecho. Él me tomaba de las piernas, ayudándome a cabalgar. La sensación de tener esa hermosa pija adentro mío era increíble. Tanto, que mi primer orgasmo llegó casi al instante. Al sentir como su pija era bañada por mis jugos, su calentura llegó a limites extremos. Me pidió que me levante y me hizo sentar sobre su pija, pero de espaldas a él. La sensación de ver desde atrás a todo el colectivo, mientras me cogía, fue tremenda. En cualquier momento cualquier pasajero podía pararse, mirar hacia atrás y vernos. Esto, en vez de atemorizarme, me calentó más, por lo que mis sentadas sobre su pija se hicieron más rápidas y violentas.
No sé cuánto tiempo pasó. Estaba como en otro mundo, cuando me tiró hacia atrás y, al oído, me dijo que iba a acabar de nuevo. Volví a la posición anterior y lo cabalgué con mucha más intensidad, mientras él me tomaba con fuerza por la cintura. A pesar de la tremenda acabada de unos minutos antes, la nueva fue igual o más potente. Nunca nadie me había dado tanta leche junta. Eso, sumado a mi nuevo orgasmo, hizo que mi concha se rebalsara inmediatamente. Totalmente agotada, me recliné hacia atrás y me acosté sobre él. Su respiración agitada cerca de mi oído me fascinaba, su pija todavía dura entre mis piernas era una delicia. Estuvimos así un rato, mientras él jugaba con mis tetas, como si en el mundo no existiésemos más que nosotros dos. Podría haberme quedado dormida tranquilamente, pero él me hizo volver a la realidad.
Me dijo que, si quería ir a asearme un poco, me pusiera su campera, la cual me cubría entera y me llegaba casi hasta las rodillas. La sensación de pasar entre los demás pasajeros, toda llena de leche, cubierta solo por la campera y con mi ropa en las manos, volvió a excitarme. Pero al mismo tiempo me sentía sucia, mojada, por lo que lo mejor era ir a lavarme. Al volver al asiento, él se había puesto un short y una remera.
En el tiempo en el que estuve sola mientras él fue al baño, me quedé con la cabeza pegada a la ventanilla, pensando en todo lo que acaba de suceder. Me parecía increíble, pero, al mismo tiempo, una de las cosas más lindas y reales que me habían pasado. Pensé en Ariel y un escalofrío helado me recorrió el cuerpo, para instalarse silencioso a un costado de mi corazón. El hecho de tener una pareja abierta no lograba quitarme culpas. Pensé en que quizás me sentía así porque era la primera vez que lo hacía, que con el tiempo y la experiencia todo sería más fácil. Deseaba de todo corazón que así sea.
Mis cavilaciones fueron interrumpidas por Máximo, que volvió del baño.
─¿Todo bien? ─preguntó, quizás al notar mi expresión preocupada.
─Todo perfecto ─respondí con una sonrisa.
Se sentó en su sitio y de inmediato apoyé mi cabeza en su hombro. Él me abrazo y comenzó a acariciarme la cabeza y la espalda. Me quedé dormida. Horas después, llegando a Mendoza, me despertó. A pesar de que por un instante me sentí confundida al despertar en los brazos de un desconocido, pude acomodarme rápidamente a mi nueva situación. Tanto fue así, que al llegar a la terminal, lo primero que hice, fue cancelar la reserva en mi hotel, decidida por completo a pasar el fin de semana entero con él. Lo que pasó durante esos tres días en su compañía, es algo que contaré en siguientes relatos.