La policía y el ladronzuelo (2)

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Pasaron cerca de dos semanas hasta que la oficial volvió a ver al ratero. En ese tiempo hizo su trabajo sin pensar demasiado en él. Sabía que le tomaría tiempo analizar y aceptar la situación. También sabía que por su orgullo y machismo no le contaría a nadie lo que había sucedido. Lo que nunca pensó es que fuera tan tonto como para intentar sorprenderla sin ayuda en su departamento y forzarla a liberarlo y hacerle todas esas cosas que le había gritado que le haría. Creyó que iría, sí, pero acompañado.

Por eso se asombró cuando al darse vuelta en la entrada del edificio cuando sintió el aire a su espalda de que no tuviera apoyo. Por tercera vez lo derrotó sin mayor esfuerzo. Ya reducido lo maniató y subió a su piso. Esta vez quería escucharlo gritar y el delincuente le dio el gusto.

Ya dentro del departamento volvió a esposarlo a la cama. Antes de colocarse su traje le dio una bofetada que lo hizo callar y después le dijo “Te dije que volvieras cuando estuvieses dispuesto a disculparte. Cuando vayas a hacerlo avísame”.

Teniéndolo atado pensó que no sería tan idiota la próxima vez, con lo cual ya no podría dejarlo ir hasta que lo hubiera reformado. De todas formas, no creía que nadie se preocupara demasiado por él. Seguramente lo creyeran preso o muerto al notar su ausencia, si es que en algún momento la notaban.

Pasaron algunas horas en las que el ratero no emitió sonido. Estaba resultando muy orgulloso, lo cual agradaba a la oficial. Sería un reto, pero terminaría dócil como un cachorro.

Cuando estaba pensando en sacarse el traje para irse a dormir escuchó que la llamaban desde la habitación. Para su decepción el malviviente no estaba dispuesto aún a disculparse, aunque sus gritos y su mirada ya no eran tan desafiantes. Después de escucharlo repetir las amenazas e insultos se acercó a paso firme. Su andar seguro y su sexi atuendo (con la llave colgando entre sus apretados pechos) intimidaron al ladrón, que hizo silencio ante la policía.

Se puso a su lado, lo tomó de la barbilla y mirándolo fijo a los ojos le dijo “Ya que decidiste seguir jugando al machito vas a pasar atado toda la noche. Voy a estar en una habitación insonorizada, así que ni te esfuerces en gritarme. Espero que duermas bien y que mañana te despiertes con otra actitud”.

La oficial vio al joven ratero tragar saliva y dudar si decir algo, pero su orgullo todavía pudo más. Aun así, pudo notar que no dejó de mirarle el culo mientras se alejaba y decidió adelantar un poco sus juegos. Se acercó de nuevo y jugueteando con la llave hasta que el malhechor no le quitaba el ojo abrió la cerradura. El pene del prisionero se irguió inmediatamente. Agostina sonrió y dio un beso en la punta y se retiró del cuarto meneando sus caderas y con el ladrón otra vez insultándola a su espalda.

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El otro yo
Hay un yo que es reservado, callado, tímido. Y está el otro yo. El que nadie conoce e invito a que conozcan a través de mis escritos Soy un escritor de relatos eróticos. Intento que mis escritos sean realistas y me gusta dar un marco a lo que creo. Mis historias suelen ser largas, con una primera parte de introducción y presentación de los personajes.

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