La policía y el ladronzuelo

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La oficial Agostina Álvarez disfrutaba las últimas pitadas de su cigarrillo del mediodía antes de reincorporarse a su patrulla cuando un grito, familiar y desconocido al mismo tiempo llamó su atención. Solo con escuchar el violento grito que venía del kiosco de Daniel sabía que lo estaban asaltando. Nunca dejaría de sorprenderla como después de tanto tiempo los rateros del barrio no sabían que ese kiosco era proveedor de todos los policías de la comisaría y que siempre había al menos un uniformado cerca que evitaría el robo.

Molesta por no haber podido terminar de manera adecuada su descanso se dirigió a toda prisa a la puerta del local. Dentro del mismo un joven) blandía un cuchillo amenazando al dueño para que le diera la recaudación del día. Resignada dio la voz de alto al asaltante. El joven delincuente al verse rodeado aumentó su nerviosismo y cambió su objetivo hacia la entrenada oficial, quien reconociendo en forma inmediata la situación supo que no le reportaba el menor peligro. Por más enajenado que estuviera su atacante no estaba en condiciones de siquiera acertarle una puñalada superficial.

Cuando se lanzó sobre ella simplemente lo esquivó y con el mismo impulso lo empujó al suelo, aprovechando la sorpresa para quitarle el arma y esposarlo.

Resuelta la situación se dedicó unos instantes a pensar como seguir. El protocolo indicaba que lo llevara a la estación. Eso traía aparejado un extenso papeleo que incluiría reiteradas citaciones a Daniel (con el consecuente cierre de su lugar de trabajo) y largas horas encerrada en la comisaría para que finamente el delincuente terminara libre en menos de un año y siendo improductivo para la sociedad. Por otro lado, podría llevarlo a su casa y reeducarlo adecuadamente. Hacía tiempo que no tenía un proyecto entre sus manos y este parecía prometedor. Aun reducido, esposado y con una rodilla sobre su espalda la miraba desafiante.

Una vez decidida noqueó al delincuente con su Tazer. Antes de abrazarlo a su cuello miró al kiosquero y le dijo que no era necesario hacer la denuncia. Se despidió guiñándole un ojo y cargó al asaltante hasta la patrulla. Para desgracia del malviviente su turno recién iba por la mitad y tuvo que dejarlo en el baúl hasta que pudiera llevarlo a su departamento.

Toda la tarde estuvo pensando en como disfrutaría con el joven que tenía atado en su coche. A pesar de algunos malos pasos que casi le cuestan la carrera estaba segura que su método debía reemplazar a la ineficiencia carcelaria a la hora de reformar delincuentes. La misma certeza tenía respecto a que si se aplicara por hombres a mujeres y no al revés ya hubiera sido declarado como el protocolo normal de actuación.

Al llegar a su auto corroboró que su prisionero ya estaba despierto y más furioso que al intentar robar el kiosco. Cuando la vio comenzó a insultarla, decirle que la violaría y que después la degollaría y se la daría de comer a los perros. La oficial se mostraba impasible externamente pero en su interior se encontraba exultante; le resultaría muy satisfactorio reformar a ese muchacho.

Lo dejó gritarle hasta que se cansó. El malhechor ya había comprobado que no era capaz de soltarse, con lo que solo así podía demostrar su enojo. Una vez que se calló la policía le sonrió y le dijo:

-Para hacerme todo eso primero vas a tener que soltarte, y no pudiste hacerlo en cerca de cuatro horas –el ladrón volvió a alterarse. Le gritaba que lo soltara y que ya iba a ver. Le decía que era una puta y que ya la iba a poner en su lugar -¿cómo cuando intentaste antes y en un solo movimiento terminaste desarmado y en el suelo?

-Me agarraste desprevenido, pero estando preparado no te me vas a escapar.

-Y yo que pensaba que el elemento sorpresa era parte de tu trabajo.

Antes que pudiera recibir una respuesta volvió a cerrar el baúl. La escena fue similar cuando llegaron al domicilio. Volvió a dejar inconsciente al delincuente para bajarlo del auto y acomodarlo. Una vez desnudo e inmovilizado en su cama se bañó y arregló. El volver a ponerse su traje de látex y su antifaz le dio un agradable cosquilleo.

Se sentó en su living a esperar y relajarse. A los pocos minutos oyó una ya conocida voz que gritaba “¿Dónde estoy? Dejame ir loca. Te voy a matar” cuando pudo contener su risa se acercó al cuarto. El joven bandido detuvo sus gritos unos instantes al verla. Todo su cuerpo envuelto en látex, destacando cada una de sus curvas. Tenía que reconocer que estaba muy buena. Enseguida se deshizo de esos pensamientos para volver a exigir que lo liberara.

-¿Sabés? –dijo la oficial acercándosele– estuve pensando en lo que dijiste y creo que tenés razón –al escucharla el ladrón dejó de gritar, aunque seguía viéndola furioso– así que te voy a dar la oportunidad de que me ataques cuando estés preparado y si me derrotás vas a poder hacerme lo que quieras y después irte.

-¿Cuál es el truco?

-Sin trucos. Solo estoy segura que no vas a poder vencerme.

Dicho esto se acercó y desató una mano. Salió del cuarto dejando unas esposas sobre la cama. El ladrón se terminó de desatar y comprobó el funcionamiento de las esposas, así como su dureza. Con estas agarradas en ambas manos salió del cuarto buscando a la puta que lo había atado.

-¿Estás listo? –preguntó la oficial Álvarez al verlo y pensando que eso sería aún más fácil de lo que había imaginado. Un movimiento de cabeza le confirmó que así era.

El ladrón se acercó con las esposas levantadas. La cadena que las unía estaba tensa entre ellas. Buscó torpemente el cuello de Agostina quien lo esquivó con sencillez y le dio un rodillazo en la boca del estómago. El malviviente se dobló por el dolor y la falta de aire, soltando las esposas. La oficial aprovechó para tomarlas y en un rápido movimiento esposarlo a una mesa.

Cuando el asaltante se recuperó tenía a Agostina parada a su lado. Un pie jugueteaba con el pene del derrotado joven que, a pesar de la situación empezaba a levantarse. La imagen de la oficial enfundada en su traje, sus pechos subir y bajar apretados y su mirada triunfadora eran tan intimidantes como excitantes.

-¿Ya te rendís? –preguntó sin dejar de ver el pene crecer ante el roce de su pie.

-Ganaste esta batalla, pero nunca voy a rendirme

-Ya veremos –sonrió.

Después de esto se agachó y para sorpresa del encadenado muchacho empezó a chuparle el pene. Lo hacía despacio y con delicadeza. En pocos minutos estaba completamente duro y su dueño jadeante. Entonces se detuvo.

-Seguí perra –le gritó. El tono todavía era rudo, pero ya no era el mismo que cuando se despertó.

-Te tengo atado e indefenso. Voy a seguir si quiero –le contestó.

Después se levantó y buscó algo en un cajón. El ladrón no alcanzó a ver qué era. Lo supo cuando sintió como algo metálico presionaba su miembro hasta que se achicó lo suficiente y pudo escuchar un click. Acto seguido la policía se paró a ambos lados de su cuerpo y se agachó mostrándole una llave que colgaba de su cuello.

-Con esta llave se abre el cinturón que le puse a tu pija –el ladrón iba a gritarle pero le tapó la boca con una mano– yo ahora te voy a desatar. Podés irte si querés, pero vas a tener que explicarle al cerrajero de tu pandillita de machitos como es que terminaste con eso entre las piernas –por primera vez Agostina vio duda en los ojos del ladrón– también podrías denunciarme, pero mi palabra y la del kiosquero imagino que serán más creíbles –el ratero la miró sin decir nada– O podés irte calladito y cuando no aguantes más tu encierro volver y disculparte adecuadamente.

El joven sopesó unos instante sus opciones. Como la puta que lo había encerrado dijo ir con su pandilla a que se lo saquen no era una opción. Denunciarla por acoso tampoco. Solo le quedaba esperar su oportunidad de librarse de esa loca.

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El otro yo
Hay un yo que es reservado, callado, tímido. Y está el otro yo. El que nadie conoce e invito a que conozcan a través de mis escritos Soy un escritor de relatos eróticos. Intento que mis escritos sean realistas y me gusta dar un marco a lo que creo. Mis historias suelen ser largas, con una primera parte de introducción y presentación de los personajes.

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