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La japonesa
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Yo estudio filología y ella hace un curso de español en mi facultad. Akiko, que significa: brilla con luz propia, es japonesa, menudita, exótica y muy guapa. Se paseaba por el campus como si nunca hubiera roto un plato.

Como era muy tímida y respetuosa, supongo que producto típico de su cultura, parecía que así era. Todo era apariencia, yo me moría de ganas de descubrir sus secretos.

En la clase de literatura que compartíamos empecé a sentarme a su lado hasta que por fin pude entablar conversación con ella. Pronto intimamos lo suficiente como para tomar café juntas y contarnos algunas cosas. Lo típico, compartir detalles no muy íntimos de nuestras vidas.

Ella era de un suburbio acomodado de Nagasaki al sur del país. Incluso vivía en una casa y no en diminuto apartamento. Me llegó a confesar que era algo friki y que había dejado algunos cosplays colgados en el armario de su habitación. Luego terminaría admitiendo que eran muchos disfraces.

Aquí estaba de pensión con un matrimonio mayor que alquilaba un par de habitaciones y con quien no se divertía mucho. Así que la animé a salir conmigo. Aceptó de inmediato. Creo que Akiko también estaba interesada en un conocimiento más profundo de mi persona.

Le enseñé la ciudad y fuimos cogiendo mas confianza, salidas de compras y algunas nocturnas con mis amigos. No es que fuera el alma de la fiesta pues seguía con su respetuosa forma de comportarse, pero participaba de todas formas y a todos mis amigos les caía bien.

Con quien parecía estar mas a gusto era conmigo, lo que a mi me parecía genial. Pues ella me gustaba y mucho, me calentaba con ella. Su cuerpo menudo y fino sus tetitas pequeñas y duras, sus caderas estrechas, sus largas y torneadas piernas. Su precioso rostro con sus ojitos rasgados, la poca nariz, sus finos labios que me moría de ganas de besar, la melenita lisa del color del ala de un cuervo.

Yo le sacaba casi una cabeza, soy delegada, pero a su lado casi parecía voluptuosa. Mis caderas son más anchas y mis tetas mas grandes. Mi melena rubia llegaba a taparme los pezones si la ponía por delante de mí pecho. Llevo el vello del pubis completamente depilado.

Imaginarla desnuda, o vestida de Sailor Moon, o de cualquiera de los disfraces que me había descrito, conmigo en mi cama, me daba material para hacerme más de un dedo.

No sabia como entrarle hasta que ella solita se echo en mis brazos. Akiko había estado en mi casa e incluso le había presentado a mis padres. Así que era normal que ella me invitara a su habitación. Desde luego le había pedido permiso a sus caseros. Siempre tan respetuosa.

Estábamos en su habitación en casa de los simpáticos vejetes. Nos habían dejado solas. Su sonrisa enigmática, sus ojos trasgos. Quise decir rasgados, pero al revisar el texto y encontrarme con esa palabra que el traductor había puesto por mí descubrí que era incluso más adecuada. Los ojos de un trasgo, de un hada, de un duendecillo travieso, mirándome con dulzura.

Akiko llevaba solo el kimono que usaba en casa. Hacía calor en aquella habitación y yo estaba teniendo mucho más. Su escote delicado me llamaba. Solo uno de sus muslos, blanco como la nieve apoyado en la cama a mi lado. Yo la miraba a los ojos hipnotizada como por el poder de una serpiente sin poder moverme.

Fue ella la que puso su mano pequeñita sobre mi muslo cubierto con los vaqueros. Sentí una corriente eléctrica cuando me tocó. Sus largas uñas rascando los surcos de la tela, lo que repercutía en mi piel. La otra mano en mi hombro, retirando mi cabello largo y rubio de la cara hasta detrás de la oreja, en un tierno gesto.

Nuestras cabezas fueron acercándose despacio la una a la otra hasta que los labios hicieron contacto. Un leve roce como de una mariposa en mis nervios que ya estaban de punta.

La deseaba con locura y por fin me atreví a moverme. Acariciar la desnuda piel de su muslo subiendo con cuidado por debajo de la tela en busca de su chochito. Estaba cubierto por unas braguitas finísimas atadas a los lados de su cadera con lazadas.

Luego descubrí que algunas de esas cosas eran peculiares de las japonesas. Su lencería era deliciosa y algo extraña para mí. Casi nunca usan tangas, muy pocas se depilan el pubis y ella se había afeitado las axilas en mi honor. Su forma de besar, lasciva y húmeda también era algo que yo nunca había hecho con nadie de por aquí.

Mis dedos se introdujeron en el interior de la prenda acariciando el monte de Venus cubierto por su vello negrísimo. Bajé un poco más, notando su humedad en la yema de mis dedos. Buscando un poco más encontré sus labios finos, suaves, calientes muy muy húmedos.

Sus otros labios habían buscado los míos y con ellos su lengua juguetona cruzándose con la mía. Notaba su saliva entrando en mi boca y yo sacaba la lengua para buscar la suya en un baile sin fin, cada vez mas húmedo.

Hilos de baba unían nuestras caras nuestras barbillas, resbalando hasta nuestros pechos que jadeaban. Ella chupaba mi lengua y yo notaba sus labios, envolviéndola, absorbiéndola, como si quisiera quedarse con ella. Cuando me dio la suya hice lo mismo y su sabor me pareció delicioso.

Se decidió a sacarme la camiseta, ya calada por nuestra saliva, lo que nos obligó un segundo a separar el beso. Inclinó la cabeza para lamer la piel de mi escote, más morena que la suya.

Separaba con la barbilla la tela del sujetador hasta conseguir hacerse con mis pezones entre sus dientes. Notaba mi piel mojada, su saliva resbalando por mi epidermis y me encantaba su forma húmeda de hacer el amor.

Mi otra mano consiguió separar un poco los dos lados de la prenda que la cubría y agarrar uno de sus durísimos pechos, pequeños y de un pezón tan oscuro que sorprendía en la bella palidez de su dermis.

Mi sujetador desapareció como por ensalmo en ese momento. Luego lo encontré en una silla a dos metros del colchón. Mientras ella se echaba sobre mí, suavemente, recostándome en su cama.

El kimono nos cubría a las dos, ella sobre mí, mientras ella empezaba a abrir mi vaquero. Su saliva volvía a mi boca, rebañando la mía con la serpiente juguetona que era su lengua.

Sus finos dedos se deslizaron bajo mi tanga por mi pubis depilado y sin un vello. Una de mis tetas encajada entre las dos suyas, juraría que sus pezones arañaban mí piel.

Sonrió, perversa, al comprobar que mi prenda estaba tan encharcada como la suya. Buscó el clítoris entre mis labios arrancándome los gemidos que esperaba y el primero de mis orgasmos de esa tarde. Gritando en su oído y lo más bajito que podía, mientras me corría. Chupando su orejita y metiendo la lengua en su oído.

Todavía no había conseguido verla desnuda del todo. La seda del kimono aún me la ocultaba, aunque tenía bien agarrada una de sus nalgas. Pero necesitaba descubrir su belleza del todo. Dejé resbalar la bata oriental por sus níveos y finos hombros hasta que cayó al al suelo.

Subiendo por el muslo que antes tenía oculto trepaba el tatuaje de un dragón oriental. Rodeaba su cadera y con la cabeza justo bajo uno de sus pechos como si fuera a morderle el pezón.

Cada escama del mítico animal parecía una esmeralda brillando. Los cuernos cruzaban la columna llegando al otro omóplato. El ojo era rojo como un rubí justo bajo la axila por donde yo la besaba y pasaba mi lengua. Lamiendo su sobaco sin vello. Y yo que pensaba que la nena nunca había roto un plato.

El tatuaje, tan detallado y enorme, completamente inesperado en una chica tan dulce me tenía asombrada. Seguí su contorno con mis labios besando cada centímetro de la piel cubierta de tinta. Bajando por su costado y espalda siguiendo la línea de escamas del lomo de la bestia. Lamiendo y mordisqueando, saboreándola en definitiva.

Akiko también deleitaba mis oídos con sus gemidos. Incoherentes palabras en japonés o por lo menos esperaba estar consiguiendo que le faltara la coherencia. A mí hacía rato que eso me fallaba. Creo que le gustaba aquello que le hacía.

Mis manos tampoco estaban quietas soltando los lazos que sujetaban la delicada braguita, antes de llegar allí con mi boca. Un muslo situado entre los míos haciendo presión sobre mi vulva. Una de mís piernas entre las suyas donde mi piel se mojaba con sus jugos.

La empujé de sus durísimas nalgas deslizándola sobre mi hasta subirla sobre mi cabeza. Quería probar directamente de la fuente aquello que mi fino olfato ya llevaba un rato degustando. No me costó mucho, apenas pesaba nada.

Tuve que indagar entre los ensortijados pelos negrísimos que adornaban esa joya con la lengua hasta poder separar los labios de su vulva. Estaba recogiendo sus jugos hasta dar con el clítoris.

Sé que había conseguido que se corriera un rato antes con mis dedos por que se había tensado entre mis brazos. Pero ahora con la lengua fue algo completamente diferente, sísmico, como un terremoto de placer recorriendo su pequeño cuerpo. Siguió corriéndose mientras desplazaba mi lengua por el perineo y hasta el minúsculo ano. La clavé allí como si quisiera penetrarla con la sin hueso.

Por allí encima, más arriba de mis manos que sujetaban sus tetitas con fuerza, su garganta estirada al máximo seguía murmurando en japonés lo que yo esperaba fueran expresiones de placer y cariño. No la dejé en paz hasta que no se corrió un par de veces. Y solo para que se tumbara encima de mí relajada.

Aun así no me dejaba tranquila. Su mano seguía acariciándome con ternura. La cabeza encajada en el hueco de mi hombro con el cuello besaba mi piel y dejaba regueros de saliva sobre mi cuerpo. Era incansable.

Bajaba su mano con suavidad por mis pechos pellizcando los pezones entre sus dedos. Siguió por mi vientre, la yema del índice en mi ombligo y siguió hasta la depilada vulva. Le hacía cierta gracia que yo la llevara así.

Era muy hábil y yo me estaba derritiendo con sus caricias. No necesitaba más lubricación, sus deditos se deslizaban por mis labios humedeciéndose con mis jugos, llegando al clítoris y consiguiendo que me corriera en nada de tiempo.

Se animó y por dónde habían pasado sus dedos seguían sus labios y su lengua. Cada centímetro de mi piel humedecido por su saliva. No le importaba mi sudor.

Dejó mi coño a un lado y siguió por mi muslo. La corva, detrás de mi rodilla, la pantorrilla, el fino tobillo y cuando la lengua humedeció el talón ya me tenía.

Y no paró allí. Sus besos en el empeine y metiendo los dedos en su boquita, chupándolos y metiendo la lengua entre ellos. Casi me corría solo con eso, oleadas de placer subían desde ese pie ensalivado hasta la nuca.

Lo hizo también con el otro y desde ahí empezó a subir por mi pierna. Al llegar a la cara interna del muslo ya no paró. Clavó la lengua entre mis labios, penetrándome con ella y con la ventaja de no tener que buscar mi coño entre la maraña de vello que cubría el suyo. Mojé toda su bella carita con mi corrida y lo comprobé lamiéndonos los rostros la una a la otra un momento después.

Ya más relajadas, tumbadas lado a lado mis dedos seguían con ternura el dibujo del dragón, que me seguía fascinando. Quedaba de maravilla en su nívea piel.

Necesitaba vestirme y volver a casa, pero sabía que necesitaba seguir con ella al menos mientras se quedara en nuestro país. Viéndonos tanto como podíamos.

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