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La esposa de mi amigo (2): Conflicto
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Tiempo de lectura: 2 minutos

Ya había pasado un año y medio desde que pasaba un fin de semana al mes en la casa de mi amigo en el sur de la provincia y un año desde aquella maravillosa noche donde cogimos los 3 de manera frenética. Yo me había puesto en pareja y hace dos meses empezábamos a vivir juntos en ciudad, estábamos bien aunque no le gustaban mucho mis asuntos en el sur, la relación con David desde hace unos meses se había distanciado, al igual que con su esposa, ya no nos quedamos hasta tarde charlando ni nos reíamos mucho en las últimas semanas. En contraparte, empecé a charlar más con Mariana, la hija de ambos que ya tenía 17 años.

El día que cumplía un año y medio de mi rutina de los primeros fines de semana del mes, mi transporte sufrió una avería con lo cual tuvimos que pasar la noche en un refugio al costado del camino y llegué a la casa de mi amigo casi al amanecer encontrándome con Mariana con cara de haber estado llorando toda la noche, cuando me contó lo que pasaba, comprendí que efectivamente había estado llorando.

David se había fugado con una clienta del taller con rumbo desconocido, llevándose todos los ahorros familiares, dejando muchas deudas y muchos trabajos sin terminar. Fue un fin de semana muy duro, pero juntos, Susana, Mariana y un servidor buscamos qué hacer. Tres meses después la familia ya estaba en proceso de estabilizarse financieramente, pero emocionalmente aún estaban muy mal.

Al cuarto mes llegué como siempre a eso de las 22 horas, las mujeres de esa casa me esperaban para comer, comimos los tres juntos como si nada pasara, Mariana se fue a acostar como a eso de las doce de la noche y con Susana nos quedamos tomando una botella de vino, de la cual solo probé muy poco, conté una anécdota que no me dejaba muy bien parado y ella rio muy fuerte cuando lo hizo pude ver toda la extensión de sus pierna, aún eran grandes y formadas, se notaba que trabajaba en ellas, pero además note que su estómago ahora estaba bastante más plano y sus brazos delgados con algo de músculos. Ella me pescó en el acto en el que recorría mi mirada por sus muslos, me sonrío, estire mi mano acariciando sus muslos, su respiración se aceleró, lentamente subí hasta su ropa interior, una tanga amarilla con pedazo de encaje del mismo color a los costados. Ninguno se movió de su asiento, solo mi mano acariciando sus piernas y rozando sus partes íntimas mientras nos mirábamos a los ojos. Un ruido nos sobresaltó con lo cual rápidamente tomé mi copa y bebí un sorbo de vino.

Mariana entró en el comedor rumbo a la cocina con una botella de agua vacía, me saludó y me dio un beso en la mejilla deseándome buenas noches, que se había olvidado dijo. Me giré y Susana ya se había marchado, yo me quedé un rato charlando con la adolecente mientras esperaba que mi erección pasara. Esa noche al volver a mi cuarto me masturbe pensando en Susana, recordando como esa mujer de apariencia amable y adorable era una verdadera sumisa que le gustaba el sexo duro, me acorde como una noche me pidió, no, que me suplico con una mirada perversa entre gemidos “Dale, seguí así acábame adentro, dale, la tenes más grande que tu amigo”, eso me hizo acabar muy fuerte. Me dije a mi mismo “Bien, hoy es viernes, veremos que pasa el sábado”.

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