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Isolda y yo, Cleo (Parte I)
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Tiempo de lectura: 13 minutos

Soy Cleo, una chica de 25 años. Soy bajita (mido más o menos 1,60), delgada, blanca de piel, tengo el cabello castaño con una corta melena casi por encima de los hombros, los labios carnosos, los ojos marrones y llevo gafas. Soy muy femenina. Soy una chica muy tímida, introvertida y sensible. Soy bisexual con bastante preferencia hacia las mujeres. No tengo ninguna experiencia en el amor ni en el terreno íntimo. He tenido oportunidades, pero me he negado. No soy capaz de llegar a un punto de intimidad sin estar enamorada ni sin que haya sentimientos de por medio. No puedo. Me parece un acto vacío. La primera persona de la que me enamoré fue una mujer, insana y obsesivamente, mejor no recordar, fue una experiencia nefasta que me generó un trastorno psicológico con el que casi me arruino la vida. Me di cuenta del gran cáncer que son las apps de ligar y hasta cierto punto (aunque obviamente no en general) las redes sociales. Nada más que un gran mercado de personas como si fuéramos objetos. Cometí grandes errores por mi incautela e inmadurez. Paulatinamente, fui recuperándome con mucha ayuda psicológica y volviendo a ser yo.

Y a la vez aparece Isolda en mi vida. Y me vuelvo a enamorar. Pero esta vez de una mujer real. Conociéndola de verdad. Más bien, me enamoro genuinamente por primera vez en mi vida.

Isolda es una hermosa mujer de 30 años. Es muy alta (mide entre 1,85 y 1,90), gordita con buen porte (buenas curvas y bien proporcionadas: abundante cintura, anchas caderas, pechos más bien pequeños aunque un trasero grande, caderas y muslos discretamente anchos y piernas fornidas y largas), una piel muy blanca como la luna llena iluminando la noche de su cabello, una hermosa melena larga lacia y con flequillo recto, de un negro azabache que quita el sentido. Tiene una hermosa mirada que transmite frialdad (pero si te adentras más en ella conociendo más la personalidad de Isolda, melancolía y paz) de unos grandes ojos turquesas como el inmenso océano y lleva gafas. Físicamente muy parecida a la primera mujer de la que me «enamoré», a diferencia del color del cabello y los ojos. No es por nada, sino porque siempre tuve mi prototipo concretísimo de mujer.

En mis largos paseos durante las tardes de domingo al lado de la playa, cada vez que miro el mar pienso en ella. Estoy enamorada de ella. Cada vez que la veo me tiemblan las piernas y mi cuerpo se estremece como nunca antes.

Isolda es mi médica de cabecera desde hace poco más de un año. Ya desde el primer momento que la vi, me sentí algo muy fuerte hacia ella. Son muchas las veces en las que mi cuerpo ha sentido ese dulce calor pensando en ella. Pensando en su cabello, su mirada, las abundantes y fornidas curvas de su hermoso cuerpo, sus anchas caderas, sus fornidas y largas piernas, esas botas altas de plataforma y tacón que siempre lleva, que aunque sea una mujer muy discreta y sencilla vistiéndose, resaltan su belleza y sensualidad y siento algo indescriptible viéndoselas puestas. Imaginando cómo sería besarla, acariciar su cabello y su piel. Cómo sería llegar a tener el máximo grado de intimidad con ella. La deseo muchísimo desde el primer instante que la vi.

Cuando más nos unimos fue justamente un año atrás (al poco tiempo de empezar a ser ella mi nueva médica de cabecera). Tuve un fuerte accidente que además se mezcló con mi estado de ansiedad y depresión y tuve que estar ingresada casi tres meses. Fue ella quien estuvo a mi lado en todo momento atendiéndome, cuidándome, escuchándome, apoyándome, curando mis heridas, tanto de la piel como del corazón.

Amo su manera de ser conmigo, tan sensible, protectora y preocupada por mí. Lo segura que me hace sentir. Su tierna, hermosa y pura sonrisa. Su voz gruesa, fría hasta cierto punto, aunque cuando está conmigo tierna, que despierta en mi una sensación de sumisión pero a la vez un intenso sentimiento, una voz grave y suave a la vez. A primera impresión, es una persona bastante fría y que apenas sonríe, pero a medida que la he ido conociendo, me he percatado de que tiene un fondo muy bondadoso y tierno. Es una buena profesional y con todos los pacientes tiene un trato cordial y más bien frío. No obstante, ha llegado un momento que conmigo es diferente. A raíz de haber tenido largas conversaciones entre nosotras a solas, las dos nos hemos ido conociendo y también dado cuenta de que tenemos bastante en común en nuestro carácter, nuestras ideas políticas (lo que algunos dirían «rojipardismo»), nuestra manera de ver la vida, el mundo, los sentimientos… Conmigo es bastante más cercana. Conmigo ha llegado a tener un afecto especial. Creo ya sentir algo más allá de una simple atracción. Siento que estoy enamorada de ella. Es muy hermosa, tanto por fuera como por dentro y en el fondo eso es lo más importante. ¿Cómo no voy a estar enamorada de una mujer como ella?

Como he dicho, de puertas para fuera da la impresión de ser una mujer bastante fría y dura. Quizás da esta impresión porque es una persona introvertida, sonríe poco y obviamente como buena profesional. Seguramente también porque sumado a eso, al ser físicamente grande, impone e incluso «intimida» (algo que, sinceramente, tanto me atrae en una mujer) y también por su profunda y penetrante mirada azul turquesa. Aunque al poco tiempo de tratar con ella me di cuenta que no es lo que parece. Aunque le cueste mostrarse, enseguida me percaté de lo cariñosa, sensible y buena que es. Además de eso, conmigo ha llegado a tener la confianza suficiente para abrir más sus sentimientos. Me ha ofrecido la confianza de establecer un vínculo más personal con ella, ya más allá de doctora/paciente.

A juzgar por su estilo, no es muy femenina ni masculina, un punto medio. Tirando a femenina aunque con un aspecto un poco lo que se diría «agresivo», es decir, la típica mujer que suele vestir de negro, más bien sencilla, que raramente se la ve con vestido o falda, entre sus fotos más actuales me ha enseñado algunas llevando una falda escocesa, esas botas altas de cuero, plataforma y tacón y un jersey o un polo de manga corta negro, con un estilo como de colegiala de estilo alternativo, pero si lleva es muy ocasionalmente. Normalmente se la ve con sus pantalones tejanos, su sudadera, jersey o camisa normalmente negras (o si no de otros colores oscuros) y sus botas de cuero, plataforma y tacón. Tampoco se suele maquillar. Y para mí mejor, una mujer es mucho más hermosa por su belleza natural. Me ha enseñado fotos de cuando era más joven y la verdad es que tenía un estilo aún más rudo, con muchas camisas de grupos de heavy metal, punk, Oí!…, cadenas, collares y pulseras con pinchos, algún que otro piercing que entonces llevaba, haciendo sus tatuajes más visibles… Lleva un par tatuajes (que por razones obvias debe disimularlos lo máximo posible): uno de una telaraña en el codo del brazo izquierdo y otro bastante grande que lleva en la espalda de su nombre escrito en letras góticas. Isolda… Precioso nombre de origen germánico que significa «guerrera fuerte y dominante». La verdad es que su nombre va muy de la mano con su personalidad. Cuando me lo enseñó quedé fascinada, me encantó. Es mi tatuaje suyo favorito. Por lo que me ha contado entre lágrimas, no tuvo una infancia ni una adolescencia fáciles, llenas de abuso psicólogo por parte de sus compañeros de clase y además fue adoptada a los siete años de edad, ya que procedía de una familia biológica disfuncional y de la cual también sufrió abusos, físicos y psicológicos. Eso la hizo endurecerse, empezando por su apariencia y en transmitir una imagen fría. Aunque detrás de esa aparente dureza y frialdad hay una mujer realmente muy sensible que ha sufrido mucho y que siempre ha luchado día a día para llegar a ser la persona que es hoy. Obviamente, por su carrera y su trabajo, con los años ha tenido que modificar su aspecto para guardar las apariencias y mostrar toda la discreción posible, pero en el fondo es algo que sigue amando y llevando muy dentro.

Tengo visita con ella en un piso personal de consultas que tiene compaginando sanidad privada con sanidad pública para así remediar el colapso de la pública (algo muy propio en este país, por suerte o por desgracia). Soy su última paciente, por lo tanto, ya no hay nadie más esperando. Es una fría tarde de un viernes de invierno. El cielo oscurece ya acaecido el ocaso. Miro el cielo mientras camino por la calle. Se avecina noche de luna llena. De una grande y hermosa luna llena. Miro la luna y pienso en ella. Camino lentamente por la calle. Tengo un sentimiento de felicidad, emoción y ansias por volver a verla. Ha pasado un poco de tiempo desde mi última visita con ella y la he echado tanto de menos… A pesar de ello, algunas veces durante este tiempo hemos hablado por e-mail sobre mi estado de salud (sin nada más allá de eso porque es una muy buena profesional). Aunque cuando me habla desde su correo o teléfono personales, ya fuera de su trabajo, me pregunta qué tal estoy en todos los aspectos, hablamos de nuestras cosas y nos decimos lo mucho que nos echamos de menos. Y que en nuestros mensajes ella siempre se despida con un «cuídate mucho» y un «te quiero», algo que tanto me enamora. Y de esa misma manera yo le correspondo. Aunque con ella está claro que no es lo mismo hablar por correo que cara a cara.

Subo las escaleras. Ya con el simple hecho de pensar en ella y en que nos veremos, me empiezo a sentir un poco excitada. Voy arreglada. Llevo puesto un vestido negro largo hasta las rodillas, unas medias negras y unos botines color marrón oscuro. Llamo al timbre. El corazón me late a mil por hora. Me abre. Casi me quedo sin aire al verla. Que hermosa es… Su largo y lacio cabello negro azabache, sus ojos turquesas, su sonrisa… Su manera de vestir… Lleva puesta su bata blanca, debajo de la cual intuyo una sudadera básica negra sin capucha, unos pantalones vaqueros ligeramente ajustados y unas de sus provocativas botas altas negras de cuero, plataforma y tacón, combinándolas con el negro azabache de su cabello. Que buen porte tiene. Que mujer. Que diosa.

Me recibe muy cariñosa con el inmenso y precioso verdor de sus ojos, su hermosa sonrisa y con un fuerte y cálido abrazo. Me encanta que nos abracemos, sentir la calidez de su cuerpo, la diferencia de altura entre las dos, ella mucho más alta y grande que yo físicamente, me hace sentir protegida, algo que tanto me gusta. Nos damos los dos besos en las mejillas. Sentir el roce de sus labios en mi rostro… Me dice que me ha echado mucho de menos. Me ruborizo y mis ojos se iluminan y se empañan. Contengo mis lágrimas de emoción.

Entramos, ella me lleva hacia la habitación. Mientras vamos para allí, me coge de la cintura con su brazo. Ese gesto me hace sentir muy segura. Una vez allí, hablamos de cómo me encuentro y de mis revisiones y consultas. Amo oír su tierna y cálida voz, gruesa pero a la vez suave. Me transmite mucha paz. Su mirada. Sus ojos, turquesas como el océano. Su cabello, negro como la oscura noche. Su piel, blanca como la hermosa luna llena. Su hermosa sonrisa llena de vida, que la puedo imaginar mientras contemplo la luna en sus fases de cuarto creciente o menguante. Es tan perfecta… Me sonrojo mucho. Me pide que me tumbe de espaldas y que me debo quitar el vestido y desabrochar el sujetador. Me tiene que masajear y mirar bien la espalda, los hombros y las costillas para ver cómo estoy. Me tumbo y me quedo con las medias de cintura para abajo y el sujetador desabrochado para arriba. Me masajea la espalda, los hombros y las costillas, va escribiendo los resultados y me pregunta si me duele o no.

En un momento dado, debe ir a buscar varios utensilios porque al terminar tiene que administrarme una dosis de un medicamento vía intramuscular. Verla caminando de espaldas, su cabello, sus discretamente anchas caderas, sus fornidas piernas, sus botas… hace que me sonroje, mis latidos se aceleren y sienta ese dulce calor en mi cuerpo. Ella vuelve con los botes y tubos con el medicamento, la jeringa, el algodón… Le da una imagen imponente que me atrae de un modo inexplicable, aunque paradójicamente lo pase mal con las inyecciones. Cuando está casi terminando, me pide que me siente en la camilla, ya que me tiene que inyectar un medicamento. Sabe que a veces lo paso mal con las inyecciones y es muy cuidadosa conmigo. Amaina mi temor muy cariñosamente. Me dice que si juntas vencimos la fuerte enfermedad que tuve causada por mi accidente y mi depresión, esto aún podrá menos con nosotras. Me guiña un ojo con una sincera y confiable sonrisa.

Una vez me pone la inyección, me pone un algodón en el brazo que me aguanto con la mano y empiezo a sentirme mareada. Mi cabeza da vueltas, siento escalofríos y temblores que se acaban convirtiendo en sofocos y mi rostro palidece.

—Ufff… Me encuentro mal…

Empiezo a suspirar de dolor físico. Me silban los oídos y tengo una sensación de hormigueo en las manos y en los pies. Isolda me dice inmediatamente que me vuelva a tumbar en la cama. Acto seguido, pone una mano en mi frente y otra en mi pecho para tomarme el pulso y va rápidamente a por una pequeña toalla que moja con agua fría y me la pone en la frente, mientras me la sujeta con una mano, a la vez que me da la otra como una manera de tomarme el pulso. Empiezo a temblar y a ponerme nerviosa.

—Tranquila, tranquila… —me dice, con un tono de voz suave.

Acto seguido, Isolda empieza a acariciarme con cuidado el cabello y las mejillas, a la vez que sujeta la toalla en mi frente con su otra mano, que por algunos instantes me la pone en el pecho para tomarme el pulso.

—Ya está… Tranquila… Respira fondo… Inspira… Espira… Inspira… Espira… —me dice unas cuantas veces con cariño.

—Gracias… Gracias… Gracias… —le digo.

—Te doy un vaso con agua y una Biodramina —me dice en un momento dado. Acto seguido, se dirige hacia una máquina de agua con vasos de plástico y me lo da, juntamente con la pastilla que coge de un bote.

Intento levantar la mitad de mi cuerpo para sentarme en la camilla. Nada más hacerlo, todo me da vueltas, vuelvo a percibir mi vista algo borrosa y a sentir que me silban los oídos y empiezo a sentir una sensación de adormecimiento y hormigueo en mis extremidades.

—Muchas gracias… —me da el vaso e intento beber. Me vuelvo a sentir mareada y por un momento casi derramo el vaso, solo me ha alcanzado tiempo para tomarme la pastilla.

—Uy, te veo mal, te veo mal aún. Túmbate, túmbate, tranquila. Tú estate tranquila sobre todo.

—Ufffff… Aún no puedo levantar mi cuerpo… No puedo sentarme… A la mínima me mareo… —le digo, entre sollozos de malestar físico.

—De acuerdo, Cleo. Cuando te vayas encontrado mejor ya sabes.

Sigue sosteniendo la pequeña toalla de agua fría en mi frente y acariciándome. Que segura me hace sentir esta mujer… Poco a poco, mi angustia y malestar se van disipando y mi rostro recuperando el color. A medida que me voy encontrando mejor, me concentro más en ella. Sus dulces caricias… Sus ojos turquesas… Su voz hablándome con ternura… La misma sensación que contemplar el mar en calma, escuchando el sonido del pacífico oleaje y sintiendo una suave brisa acariciando mi rostro. Su cabellera negra azabache… Su rostro, de intensa palidez… La misma sensación que contemplar la luna llena iluminándome en una noche oscura.

—Te encuentras mejor, ¿verdad? —me pregunta, con una tierna sonrisa mientras me acaricia las mejillas y el cabello.

—Sí, me encuentro mejor. Muchas gracias por todo lo que has hecho y haces por mí, de verdad. Por todo y por tanto —le respondo.

Voy levantando mi cuerpo y bebiendo lentamente el agua que me había dado, poco a poco, mientras ella me mira con afecto.

—¡Eres una campeona! —me dice. Acto seguido, me da un beso en la frente. Yo sonrío y me sonrojo. Siento mariposas en el estómago.

Entonces, Isolda va recogiendo las cosas, mientras yo me visto. Voy fijándome en ella. Es tan hermosa… La miro disimuladamente y sonrojada, no sabiendo que cara poner, sin sonreír, apretando mis labios hacia dentro. Me fijo especialmente en su larga cabellera negra azabache y lacia, en sus fornidas piernas por debajo de sus pantalones tejanos, en sus botas altas negras de cuero, plataforma y tacón grueso, combinando con el color de su cabello. «Que mujer, que diosa» pienso dentro de mí. Me sonrojo aún más. Mi corazón vuelve a acelerarse. Mi respiración vuelve a agitarse lentamente. Mi cuerpo vuelve a estremecerse, En pocas palabras, vuelvo a sentir calor. Por un instante, nuestras miradas se encuentran y ella se sonroja, entrecierra sus ojos y me lanza una sonrisa que no sabría cómo descifrar, entre tímida y seductora, de sentirse deseada. La verdad es que en varias ocasiones me ha sorprendido mirándola de esa manera. Tengo la sensación de que ya se percata de mi atracción hacia ella. Sabe de sobras que me atraen las mujeres, ya que obviamente le expliqué el detonante principal de mi depresión y todo por lo que había pasado con la primera mujer de la que me enamoré, a lo que ella me escuchó atentamente y terminé llorando desconsoladamente entre sus brazos. Ella, en cambio, en una de nuestras conversaciones cuando estuve ingresada me dijo que había tenido dos relaciones largas con hombres, por lo tanto, no lo es. Debo decir que dejándonos llevar por estereotipos y por nuestro aspecto, cualquiera diría que la lesbiana o bisexual es ella y no yo, aunque debemos empezar a superar ya esas cosas. Se puede no ser el colmo de la feminidad y ser hetero, igual que se puede ser muy femenina y ser lesbiana o bisexual. Eso me derrumbó un poco, pensé que era una lástima que no tuviéramos posibilidades… Aunque paradójicamente, reconozco que me atraía cuando me hablaba de los dos novios que ha tenido, pensaba que vaya suerte la suya de tener a una mujer como ella a su lado.

A pesar de ello, a medida que nos hemos ido conociendo más, cada vez se ha mostrado más cercana, cariñosa y protectora conmigo. Además, cuando nos vemos a solas, sus muestras físicas de cariño hacia mí son cada vez más frecuentes (abrazos, caricias, besos…). Eso quizás despertaba en mí un atisbo de esperanza. Quizás sí que se daba cuenta de mis miradas, mi atracción y mis sentimientos hacia ella… Aunque claro, si a ella no le interesara se mostraría más distante conmigo, cosa que no pasa, sino lo contrario. Aunque a la vez, sé que ella jamás jugaría conmigo por el simple hecho de sentirse deseada. Empezaba a sospechar que había algo más… Y eso hacía mantener mi esperanza.

Una vez estoy vestida, se vuelve hacia mí, que sigo sentada en la camilla.

—Si ves que te encuentras mal, tómate la Biodramina, como siempre te recomiendo… Ahora vuelves a casa, tranquila, sin prisas… O… Si quieres te acompaño yo, que es ya de noche y hace mucho frío… En fin, como lo veas mejor —me dice, mirándome con afecto y acariciándome el cabello y la mejilla. Me encanta lo protectora que es conmigo. Yo me sonrojo, siento que mi corazón da un vuelco y que mi estómago se encoge aún más.

—Vale, como quieras, te lo agradezco—le digo.

—Como te vaya mejor —me dice, afectuosamente.

Entonces, sigue acariciando mi cabello y mis mejillas. Me sonrojo aún más. Sonrío. La miro tímidamente. Mi corazón late con fuerza. Mi cuerpo se estremece aún más ante ella. Es imposible que no se dé cuenta de mi lenguaje corporal.

—Eres muy hermosa —me dice, sonriendo, con un tono afectuoso, una mirada seductora y las mejillas sonrojadas.

—Tú lo eres más… Mucho más… —le digo, sonriendo y con un brillo en los ojos. Mi corazón late muy fuerte, mi estómago se encoge cada vez más y mi respiración se vuelve entrecortada.

Yo sigo sentada en la camilla e Isolda de pie delante de mí. Acto seguido, acaricia sensualmente mi corta melena casi por encima de los hombros, mis mejillas, mi cuello y mis oídos… Acerca aún más su rostro al mío… Hasta que me besa en los labios de una manera lenta y sensual. Mi corazón late con mucha fuerza. Le correspondo. Jamás había besado a nadie antes. Es mi primer beso. Es indescriptible lo que siento al besarla por primera vez.

Después de nuestro primer beso, ella me mira nerviosa, muy sonrojada y con un intenso brillo en los ojos. Ambas estamos nerviosas, sin articular palabra, sin saber qué decir. Entonces, siento que su cuerpo empieza a temblar y veo que sus hermosos ojos empiezan a derramar lágrimas.

—Uy, no, no, no, no… ¿Qué estoy haciendo? ¡Joder, joder, joder…! ¡Perdóname, perdóname, perdóname…! —me dice en un tono muy preocupado y algo desesperado y con sus ojos empezando a derramar lágrimas.

—¡No! ¡Que no pasa nada…! Tranquila, tranquila… —le digo, en un tono apacible y poniendo mi mano en su hombro.

—Yo… ¡Perdóname, de verdad…! ¡En ningún momento quería hacerte daño, jamás se me pasaría por la cabeza…! Joder, lo siento… —me dice llorando.

—No pasa nada, no pasa nada… —le digo. Y acto seguido la abrazo por el cuello, le acaricio el cabello y le doy un beso en la mejilla.

Acto seguido, ella se retira y me dice, llorando:

—Es que no sé qué me está pasando… Hace tiempo que siento cosas por ti, Cleo… Nunca antes me había pasado eso con una mujer, nunca… Me he sentido confundida… Me gustas, mucho. Aunque jamás se me pasaría por la cabeza hacerte daño ni aprovecharme de ti, jamás… Ha sido… ¡Joder! No volverá a pasar, te lo prometo… —y yo me levanto y la abrazo mientras llora. Siento como su cuerpo tiembla y que su corazón late fuerte y rápido. La abrazo con fuerza y ella poco a poco me corresponde, le acaricio el cabello y la espalda y le doy besos en las mejillas.

—¡Es que yo te quiero, joder…! —me dice.

—No pasa nada, no me has hecho ningún daño, sé que jamás me lo harías —le digo. Mis ojos se empañan y también empiezan a derramar lágrimas.

Entonces, las dos nos retiramos ligeramente y le miro a los ojos. Le digo:

—Yo también siento lo mismo por ti. Siempre me has gustado, muchísimo. Desde el primer momento que te vi me encandilé de ti. De tus hermosos ojos, de tu sonrisa, de tu cabello… Eres hermosa, Isolda, eres la mujer más hermosa que he visto nunca, en todos los sentidos. Deseo y adoro todo de ti. Tiempo al tiempo de conocernos, he ido descubriendo que igual de hermosa que eres por fuera, también lo eres por dentro y me he ido enamorando de ti. Eres la mujer de mis sueños. Yo sí que quiero estar contigo, de verdad —le digo, entre lágrimas de emoción, mientras ella me abraza por la cintura

Ella también se emociona. Entonces me responde:

—Lo sé, Cleo. Siempre lo he sabido. Siempre lo he notado. Eso también ha impulsado mi deseo de besarte, aunque después me hayan asaltado las dudas y el remordimiento —me dice, emocionada.

—Entonces, nos abrazamos, yo sentada en la camilla y ella de pie delante mío, acomodando mis piernas entre su cintura. Nuestros cuerpos se van acercando lentamente, a la par que nuestros rostros.

—No sé lo que soy ni nada de eso, pero sí que sé y tengo clara una cosa, y es que solo tengo ojos y corazón para ti. Te amo, Cleo —me dice, sonrojada y con un brillo en los ojos.

—Te amo, Isolda —le digo, con la misma expresión.

Y nos besamos. Nos seguimos besando una y otra vez… Cada vez con más intensidad. Nuestros cuerpos se van acercando. Ella sigue acariciando mi cuello y mis oídos… Yo su hermosa cabellera. Pongo mis piernas entre su cintura. La camilla está lo suficientemente alzada para que las dos nos podamos alcanzar, ya que Isolda es bastante más alta que yo. Cada beso que nos damos, es más largo e intenso. En un momento dado, en medio de nuestros apasionados besos, nos abrazamos, siguiendo yo sentada y ella de pie. Acaricio su abundante cintura con avidez, a la vez que ella también acaricia la mía y nos abrazamos fuertemente. Que mujer… Besar a una mujer como ella… Es que vaya suerte la mía… Como la deseo… Que manera de acariciarme y besarme… Me siento en el séptimo cielo… Entonces, voy sintiendo ese dulce calor recorriendo todo mi cuerpo. Por momentos, mientras hacemos pausas para coger aire entre nuestros besos, voy bajando la mirada disimuladamente para fijarme en sus piernas y en sus botas negras de cuero y plataforma, cosa que hace que el calor de mi cuerpo aumente y la bese con aún más avidez. No puedo despegar mis labios de los suyos ni mi cuerpo del suyo. La deseo a más no poder.

—Eres hermosa, Isolda… Que buena estás… —le digo en cierto momento, cogiendo aire entre fuertes suspiros y entre beso y beso.

—No más que tú, Cleo… Te deseo, mucho, mucho…

Y seguimos besándonos apasionadamente, abrazándonos cada vez con más fuerza, acercando más nuestros cuerpos. Me estremezco de deseo hacia ella. Ella también se siente igual. Sentimos mucho ese dulce calor dentro de nosotras, hasta el punto que no querer despegarnos la una de la otra. A medida que nos abrazamos y nos besamos, cada vez más y más fuerte, me siento aún más hambrienta de ella. Me muero cada vez más por compartir ese grado de intimidad que tanto deseo con ella… Aunque prefiero ir poco a poco, por ahora me conformo con esos abrazos y besos.

Cuánto tiempo llevaba soñando con ese momento… Y por fin se hace realidad.

La amo y la deseo más que nunca.

Continuará.

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