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Familia muy unida… demasiado (6)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Pasaban los días, de noche le hacía el amor a mamá una o dos veces, todas las noches, sin falta, hasta que ella impuso un poco de cordura.

– Mi cielo, ya hemos pasado de la novedad, tenemos que continuar con nuestras rutinas de vida, especialmente tú, para evitar ponernos en evidencia ante terceros, incluyendo a Juanita, que está en esta casa de lunes a viernes, de 7 a 5. Por lo tanto, de hoy en más, una noche sí y otra no, como hacemos con tu papá. Las demás noches son tuyas, para tus mujeres de costumbre, porque ellas también tienen derecho a su semental.

– Está bien, mami, tienes razón. Ya Ángeles me timbró, hoy me dijo que la tengo abandonada. Lo malo es que después de ti, no sé cómo me voy a sentir con ella. Ya veremos. Los colombianos dicen que quien va a comer sándwiches donde hay lomito – le comenté.

– Entiendo la parábola, gracias por lo que me corresponde, pero te digo que te mentalices de con quien estás, en cada ocasión, para que lo pases bien y especialmente no pronuncies nombres jamás. Se pueden cometer errores terribles.

– No hay problema, todo se arregla con un “mi amor” o un “mi cielo” o “mi vida”. Que hipocresía, ¿Verdad? – la tranquilicé.

– Si, mi amor, cosas de la vida, jajaja – me dijo con certidumbre.

Esa noche fui a casa de Ángeles, a cumplir con una de mis chicas, la más ardiente de todas y la que más me echaba en falta. Solo pude darle una sesión, un solo polvo que no fue gran cosa, porque realmente no me sentía inspirado con ella. Solo tenía cabeza para pensar en Anaís. Ya pasaría… – ella me cuestionó:

– Te noto frío conmigo, ¿Qué te pasa? ¿Ya no me quieres?

– Discúlpame, mi amor, es la ausencia de papá, que no me termino de acostumbrar. Mamá y mis hermanas lo echan en falta y yo también. Ya mejoraré y te prometo más pasión para la próxima. Dame tiempo – me excusé con ella.

– Claro, mi cielo, te entiendo. Yo también me sentí fría contigo hace dos meses, cuando Angelina se enteró de lo nuestro. Creí que me odiaría, pero gracias a Dios, ya lo superamos – me dijo.

– ¿En qué quedaron, por cierto? – le interrogué.

– Bueno, al final entendió que soy una mujer activa sexualmente hablando y cuando le hablé de lo maravilloso que es follar contigo, pues, me entendió. Le expliqué que no eras como para dejarte pasar solo porque a ella le gustabas, pero no se atrevía. Ya tenía claro que ella no se atrevía contigo, porque le daba miedo el tamaño de tu arma y eso que tú le habías prometido tratarla con paciencia y salivita. Así que entendió que si ella no, yo sí – me explicó, detalladamente.

– ¿Pero y sigue molesta conmigo? – le pregunté.

– No, me dijo que tú no tienes la culpa, que la culpable era yo por ser tan puta, aunque eso me lo dijo con una gran sonrisa, así que no me pude sentir ofendida. Yo creo que ella sigue pensándolo y que en cualquier momento se decide y se te ofrece. Yo no tendría ningún problema con eso. Sé que tú no eres para mí, pero podrías ser para ella y tal vez hasta me podría beneficiar, no sé… me imagino a ustedes casados, yo tu suegra, que rico… – me dijo con cara de vagabunda, de zorra.

– Si algún día me caso, será porque esté enamorado y entonces seré fiel, solo ella, nadie más… le dije, con una sonrisa.

– Si, como no, como dicen los ingleses “y los cerdos vuelan”.

Esa noche, al salir del apartamento de Ángeles, me tropecé con su hija, Angelina. Yo salía, ella regresaba y nos topamos. Nos quedamos viendo, un rato que pareció interminable y entonces sonrió, me dio un beso en el cachete y me preguntó:

– ¿Todo bien con mamá? ¿Quedó satisfecha, como siempre?

– Hoy no fue mi mejor noche. Pero pregúntale a ella, será mejor la información. Si necesitas que te aclare algo, me avisas… – le dije con sorna y me fui sin esperar respuesta.

Al llegar a casa, me acosté a dormir en mi habitación, porque me parecía una falta de respeto regresar con aromas de otra mujer a la cama de mi madre-amante. Además, era necesario que Juana arreglara mi habitación al día siguiente, ropa incluida.

Pasaron unos días y papá tuvo su primer fin de semana largo (viernes, sábado y domingo) libre y regresó a casa. Fue un fin de semana muy emotivo, mamá estaba como loca con él, su amor y mis hermanas ni se diga, se lo disputaban con mamá. Yo, el que menos, observaba desde la distancia. El hombre estaba tostado de sol, ese sol de la montaña que quema más que el de la playa. Y estaba feliz de volver a ver a su familia.

Por la noche se dieron con todo, ya sin necesidad de escatimar gemidos y gritos. Mamá lo dejó hecho una ruina, tanto que el sábado se levantaron como a las 10 am y el aspecto de él dejaba mucho que desear. La fiera lo había destrozado y estaban felices…

Mis hermanas también tuvieron sus raticos de ternura con papá, tratando de acapararlo, pero mamá lo reclamaba y ellas se quedaban con los crespos hechos. Ella estaba realmente feliz, se le notaba en su bella sonrisa, la que no le abandonó durante todo el fin de semana, hasta que llegó la hora de la partida.

Esa noche me pidió que la dejara sola, que no quería compañía.

De esa manera pasaban los días, yo atendía a mamá y me ocupaba de mis hermanas, en lo posible. Eran días felices, solo faltaba papá para hacerlo perfecto, pero todo iba bien. Hasta que una tarde de un sábado, Bea entró a mi cuarto para hablar conmigo.

– Hola, hermanito, ¿Estás ocupado? necesito hablar contigo.

– Dime, soy todo oídos… – le respondí.

– Es algo delicado, muy personal, no sé cómo empezar… no quiero que te vayas a reír de mí o a escandalizar. Solo porque confío en ti me atrevo a decirte esto… – me decía muy nerviosa…

– Deja de dar vueltas y al grano, sabes que no me voy a reír de ti, tú me importas, te quiero y te respeto… adelante… – le dije, mirándola a los ojos, para facilitarle las cosas…

– Bueno… verás… yo soy virgen… a los 20 años todavía estoy sin estrenar y creo que ya es hora… siento que es así… mi cuerpo me lo pide… – me dijo, como tratando de encontrar el valor necesario para decirlo todo.

– ¿Eso significa que ya tienes un candidato, que hay alguien que te emociona? Me gustaría conocerlo, saber quién es… soy tu hermano, creo que es lo mínimo… – le dije, mostrando cierta ansiedad.

– Sí, claro que tengo un candidato, el mejor. Pero ya tú lo conoces bien, mejor que nadie – me dijo con mucha seguridad. Su sonrisa demostraba cierta inseguridad, pero era cálida.

– ¿Se trata de Daniel, mi querido amigo? No te creo…

– No, bobo, no…

– ¿Y entonces, como es eso que lo conozco mejor que nadie? ¿Pancho…?

– No, bobo, se trata… de… de… deee… ti… – me soltó con cierto temor, pero tratando de ser convincente.

– ¿Me estas jodiendo? ¿Cómo es eso que se trata de mí, que quieres decir? – le pregunté totalmente desconcertado.

– Que tú eres mi candidato, el hombre más adecuado para estrenarme, el hombre que más me quiere, por lo tanto… el tipo que me puede tratar con cariño, con ternura y además, con suficiente experiencia, según me puedo dar cuenta. Tus “chicas” dicen que eres un gran amante y si tienes a mamá tan feliz, pues no tengo nada que inventar. ¿Dónde voy a encontrar uno mejor? – expuso con total desparpajo.

– Tú tienes una tuerca suelta, chama, yo no puedo ser tu candidato, soy tu hermano – le dije sencillamente.

– Claro que sí, fuiste el candidato ideal para mamá, así que puedes ser el mío. Lo que es bueno para la pava mayor, puede ser bueno para la pava del medio. Eso lo tengo claro – ripostó ella, sin complejos.

– Lo de mamá no se puede comparar con tu petición. Lo de ella era un asunto de la mayor importancia para papá y para la familia, que ameritaba mí escogencia. Lo tuyo es solo un deseo de estrenarte y para eso deben sobrar personajes en este mundo, que no producirían ningún problema. Tú eres una mujer realmente hermosa y además, muy agradable de carácter. No se te hará difícil encontrar con quien. Pero conmigo, no tiene sentido, soy tu hermano. No creo que esté bien.

– ¿Por qué? ¿Por qué sería incesto? ¿Y cómo se puede llamar lo que tienes con mamá? Si ya lo haces una vez, otra no sería mayor pecado, sin importar las razones. Igual ya eres un pecador. ¿Qué es una raya más pa’ un tigre? – expuso ella con pasión.

– No puedes comparar una cosa con la otra. Ya te dije que lo de mamá corresponde a una necesidad familiar muy grave. Lo tuyo no tiene urgencia, no representa un peligro para nadie.

– Claro, lo mío no importa, solo lo de mamá. No hay problema… yo pensé que tú, mi hermano mayor, mi héroe, el que me enseñó a bailar, a montar bicicleta, a patinar, a besar, a manejar, el que siempre me consiente en todo, podías ser “mi primera vez”, para hacerlo memorable. Pero ya veo que ahora solo importa Anaís. Olvídalo, no te preocupes – y salió corriendo de mi cuarto, con los ojos inundados de lágrimas. Yo me quedé paralizado, sin saber qué hacer. Solo al rato, decidí ir tras ella, para tranquilizarla y, como ella dijo, consentirla un poco. Así que salí hacia su cuarto.

Al tratar de entrar, Pepe me gruñó. No me quería dejar pasar, hasta que ella lo llamó. Entonces le pedí permiso para entrar a su cuarto, respetuosamente.

– Mi niña linda, no quiero que te sientas mal. No se trata solo de mamá. No confundas las cosas. Yo no me atrevo a hacerlo, porque podría no ser lo correcto. ¿Qué dirían papá y mamá de eso? Podrían molestarse conmigo. Cuando mamá descubrió que yo te estaba enseñando a besar, se arrechó conmigo. Tuve que explicarle que no era nada torcido, solo trataba de ayudarte, para que lo aprendieras bien, sin vicios. Ella no me creía y tuviste que explicárselo tú, para que me perdonara. Luego papá tuvo una conversación muy seria y agria conmigo, al respecto. Al final, entendieron, pero… siempre he sentido, desde entonces, que ellos me veían como un pervertido. La pobre Soli también me pidió que la enseñara, como a ti y salí corriendo. Se quedó sin mis enseñanzas… no iba a pasar por eso de nuevo – le expliqué, con mucha paciencia, porque quería, más bien necesitaba que me entendiera.

– Yo voy a hablar con mamá, ya verás. Si funciona para ella, debería funcionar para mí… y para Soli…

– ¿También ella? – pregunté sorprendido…

– No, es solo un decir mío, no te preocupes, que ella no sabe nada, pero también tendría derecho… ¿O no? – me aclaró.

Esa noche no pude dormir. No me tocaba con mamá, así que me acosté en mi cuarto, pero solo pensaba en Bea, en lo hermosa que era, lo delicada, lo dulce que se veía. Pero era mi hermana, por Dios santo…

Al día siguiente, domingo, mientras me servía el desayuno, bajaron las tres féminas objeto de mis desvelos. Anaís y Bea se notaban algo encompinchadas, mientras Soli estaba en total desconocimiento de lo que se cocía, esa fue mi primera impresión. Una vez que terminamos de desayunar, mamá me pidió que la acompañara a la terraza, que tenía que conversar conmigo. En dos platos, me comentó de la larga conversación que sostuvieron Bea y ella la noche anterior, sus diferentes puntos de vista, especialmente su oposición inicial al asunto, pero que al final, los argumentos de Bea se impusieron por su propio peso. Primero, si era bueno para mi mamá, porque no para mi hermana. Segundo, si se trataba de su primera vez y vista nuestra actual situación familiar, quien mejor que su adorado hermano para que la cuestión resultare de la mejor manera posible y, además, memorable. Tercero, lo que en casa se cuece, en casa queda. Y que me preparara, porque oportunamente Soli pediría y esperaría lo mismo, sin lugar a dudas. La suerte estaba echada y yo no debería sentirme mal por ello, al contario, debería estar orgulloso de poder iniciar a dos chicas tan especiales. Pero que obviamente, la decisión era solo mía, de nadie más.

Yo escuchaba sin decir nada. Me sentía confundido. Mi situación familiar se estaba convirtiendo en algo inusitado, en algo que, a lo mejor podría ser el sueño de cualquiera, pero que a mí me parecía extraño, por no decir descabellado. Sin embargo, ya estaba montado en ese burro, así que debía arrear pa’ lante, nunca pa’ tras.

– Ok mamá, te entiendo todos tus planteamientos. Sé que sus argumentos son válidos dentro de lo que es nuestra actual situación familiar. Pero yo necesito sentirme bien con eso. Bea es una belleza de mujer y además, con una personalidad fantástica. Me debería sentir halagado de que ella me escogiera, pero no me siento cómodo con esto. Necesito meditarlo mucho y, además, como ella misma dijo que lo que es bueno para el pavo, es bueno para la pava, necesito que ella se lo plantee a papá, para obtener su aprobación y si eso se da, entonces a Soli, para que se entere de lo que hacemos en la familia, como acostumbramos. Solo así lo haré, pero tiene que ser ella la que hable. Y entonces, si lo hago con Bea y luego Soli solicita lo mismo, algo que puedes tener por seguro, pues me tocará hacerlo con ambas. Esta es mi posición y te ruego que no trates de hacerme cambiar de idea. Conozco bien tus habilidades y sé de lo que eres capaz. Sé que si quieres hacerme cambiar de parecer… bueno, por favor…

– ¿Qué? ¿Crees que lo lograría, mi amor? – me dijo con toda su picardía.

– Creo que… si, ni modo, para que mentirte. Tú, de mí, logras lo que quieras. Que conste que eres la única mujer en este mundo a quien le reconozco algo así. Solo a ti.

– No te preocupes, mi vida. Te respeto mucho, no voy a intentar manipularte – me dijo con una hermosa sonrisa en su cara.

Ella se encargó de hablar con Bea y poner las cosas en contexto. Habría que esperar la próxima visita de papá a casa para hablar con él. Con Soli conversaron las dos y me enteré porque ella misma, Soli, se metió a mi cuarto esa noche para conversar de ello. Con total desparpajo, como era habitual en ella.

– ¿Así, peluchito, que vas a estrenar a Bea? Qué lindo… y después será mi turno, ¿Verdad? Porque si se lo haces a ella, yo también quiero. Creo que contigo sería muy lindo, porque eres tierno y cariñoso, aunque… me da un poco de miedo… – me decía con cierta vergüenza.

– ¿Por qué te da miedo? ¿Acaso crees que sería capaz de lastimarte, de hacerte daño? – le interrogué.

– No, pero… es que… bueno, chico, directo y al grano. Esa cosa tuya es muy, pero muy grande. Me han contado que haces que las chicas vean las estrellas, pero no sé si siendo virgen, pueda recibir algo tan grande. A lo peor me desgarras y entonces…

– Jamás te haría daño, eso lo puedes tener por seguro. Nunca pienses eso de mí. ¿Y cómo sabes que lo tengo grande? ¿Me lo has visto?

– Peluchito, ¿Tú crees que soy ciega? En la playa y aquí en casa, cuando andas en bermuda, se nota que lo que tienes allí es algo grande, como un plátano. Además, yo he pasado por tu cuarto muchas veces, en la mañana, mientras estás dormido y te lo he visto, bien parado y fuera del interior. Y es enooorme. Por eso es que te dicen Tri, ¿Cierto? Es como el de papá…

– ¿También se lo has visto a él?

– Menos que a ti, pero si, varias veces. Aunque creo que el tuyo es más grande. ¿Será por eso que mamá está tan contenta, últimamente? – me dijo y salió corriendo, antes que yo pudiera agarrarla.

Esa era mi hermanita menor, una diablita, simpática, tremenda, preciosa. Una joven ya adulta, 18 años. Ya era hermosa, pero estimaba que en pocos años, sería irresistible. Tendrá un trasero más poderoso que los de Anaís y Bea, que ya son de película y unas tetas, que ya te digo. Y esa carita de niña tremenda que no puede ocultar. Una mezcla muy pero muy explosiva. Con unos 1.68 de estatura y 56 kg de peso, ojos color miel, como los de mamá y Bea en una carita de niña mala, melena castaña clara, bastante ondulada y una cinturita de los mil demonios que hacen que sus maravillosas caderas se potencien, unas piernas esculpidas… Todo un espectáculo, esa niña y aún sin terminar de explotar. Todo un peligro.

Continuará…

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