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El jefe de su marido (segundo capítulo)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Después de un rato en el que solo deseaba estar con su hija abrazada la volvió a tumbar en la cuna.  Se dio cuenta de la humedad de sus bragas y se sintió sucia por lo que había ocurrido. Se fue al baño y se desnudó y echó su ropa interior a lavar. Estuvo un buen rato bajo el agua enjabonando su cuerpo, puso especial énfasis en frotar su sexo y sus piernas como intentando borrar cualquier huella donde ese señor había puesto su intrusa mano.

Recordó el orgasmo que aquel viejo le había provocado y se sintió avergonzada y culpable. Pensó en Mateo su marido y el tiempo que hacía que no la tocaba. Estaba segura que si su esposo le diera el sexo que tanto necesitaba a diario, ese viejo no la hubiera echo excitar con su caricia. No pudo evitar comparar las caricias de su marido con las del señor Gómez. Las de su marido eran tiernas, delicadas y en cambio las caricias de ese señor habían sido sucias, sin ninguna delicadeza, y sorprendida recordó que al contrario que con su marido, ese viejo prepotente la había hecho alcanzar el orgasmo en apenas unos breves minutos.

Se vistió y comprobó que en el salón no quedara ningún rastro de la visita del jefe de su marido. Encima de la mesa vio la tarjeta que ese hombre le había dejado y la escondió entre sus tarjetas de la cartera como quien guarda la prueba de un grave delito.

Bajó con su pequeña al parque y estuvo toda la tarde con esa sensación de culpabilidad. Intentaba consolarse pensando que todo lo que había sucedido lo había hecho por su hija y por su familia. Por la noche cuando Mateo regresó de trabajar lo sintió especialmente animado.

-Que tal ha ido el día cariño?

-Bien, estoy contento – su marido la abrazó mientras le hablaba – Hoy mi jefe me ha dicho que no era seguro pero que había muchas posibilidades de que me renovara el contrato.

-Te ha dicho eso? – las palabras de su marido la avergonzaron y pusieron contenta por igual.

-Si. A media tarde me llamó a la oficina para decírmelo.

Esa noche fue la primera vez que vio a su marido contento después de mucho tiempo. Mateo esa noche quiso hacer el amor pues estaba feliz y Silvia también deseaba hacer el amor con su marido pero para intentar olvidar lo sucedido con el señor Gómez. El intento de olvidarlo fue fallido porque cuando su marido le acarició el sexo no pudo evitar recordar la mano de ese viejo y volver a comparar las sensaciones.

De madrugada se despertó agitada, sudorosa.

Había tenido una pesadilla en la que se veía siendo desahuciada de su piso. Mateo salía de casa con unas maletas y ella con la niña, en el portal se encontraban con el jefe de su marido y este sonreía diciéndoles que él había podido solucionar su problema pero que ella no había querido.

Se levantó y fue hasta la cocina a beber un vaso de agua. Al regresar a su habitación pasó por el cuarto de su hija y vio que dormía plácidamente. Una vez de vuelta a la cama abrazó a su marido que dormía tranquilo ajeno a todo lo que le estaba pasando a su mujer.

Los llantos de su hija le despertaron y vio el reloj. Su marido ya había marchado a trabajar, le dio el biberón y enseguida se durmió de nuevo. Recordando la pesadilla se sintió intranquila. Sabía que la solución de sus problemas estaba en sus manos. Sus manos que temblaban cuando cogió la cartera y buscó la tarjeta de ese señor y cuyos dedos apenas acertaban al marcar su número de teléfono. Estaba a punto de cortar la llamada cuando la voz del jefe de su marido sonó intimidante al otro lado.

-Diga?

-S… Soy Silvia… – apenas podía dominar su voz por los nervios. – Ya lo he pensado.

-Y?

-Si renueva a mi marido el contrato… acepto.

-Ya te dije que eso depende de ti. Precisamente esta tu marido aquí al lado. Tranquila que no me escucha.

-Que no sepa nada de esto – Saber que su marido estaba allí al lado de su jefe mientras ella hablaba con él le hizo sentirse avergonzada.

-Tranquila, no sabrá nada. Mira te mando mi dirección, te espero allí en dos horas.

-Vale.

Aquellas dos horas se hicieron eternas. Deseaba que llegara ese momento y terminar todo cuanto antes. Se puso una falda discreta hasta las rodillas y un jersey sin escote. Antes de ir a aquella fatídica dirección pasó por casa de su cuñada para dejarle a la niña con el pretexto de tener que ir a hacer unos recados y así sería más rápida en terminarlos.

El jefe se su marido vivía en un lujoso edificio del centro de la ciudad y cuando aparcó sintió que estaba temblando. Enseguida le abrió el portal cuando llamó a su piso y subió como el condenado a muerte que se dirige al patíbulo de ejecución. Al llegar al piso vio que era sólo una vivienda por planta. Eso la tranquilizó ante la posibilidad de que alguien la pudiera ver entrar en aquella casa.

La puerta estaba abierta y escuchó la voz de ese hombre diciéndole que pasara y que cerrara la puerta. Ella obedeció y caminó por un corto pasillo que la llevó a un salón enorme en donde estaba ese hombre esperándola sentado en un sofá.

-Hola señor Gómez – Silvia no sabía ni que decir al verlo allí sentado. Estaba solo con una toalla enrollada en su cintura y tenía una copa de whisky o algo parecido en su mano.

-Hola Silvia. Me alegra que hayas aceptado mi oferta – ese hombre la miraba de arriba a abajo como estudiando su cuerpo oculto por sus ropas tan discretas-Pasa, siéntete como en tu casa. Siéntate aquí.

Ella se sentó donde él le indicó, que era a su lado y sintió como la mano de ese hombre se apoyaba sobre su rodilla.

-Quiero que me digas una cosa y que seas sincera – la forma de hablar de aquel hombre la volvía a intimidar mucho – Ayer te gustó como te acaricié el coño?

Ella recordó la mano de aquel hombre sobre su sexo y se avergonzó de pensar que realmente le había gustado pero no se atrevió a contestarle.

-Si te gustó solo tienes que decírmelo y así lo haré de nuevo y si no te gustó pues lo haré diferente. – ese señor mientras hablaba le subió la falda y puso su mano sobre sus bragas – Dime te gustó?

-Me da vergüenza señor Gómez – su voz se entrecortó cuando sintió que ese señor comenzó a mover su mano de la manera que la tarde anterior.

-Tranquila Silvia, se que te gusta. Mira… – ese hombre le estaba mostrando sus dedos totalmente mojados por los flujos que habían traspasado la tela de sus bragas – Estas empapada.

-No se que decir – Silvia solo pudo taparse la cara al ver los dedos de ese hombre mojados –

-No digas nada Silvia – ese señor metió las manos por dentro de sus bragas entrando en contacto la mano con su coño – Tienes un coño muy suave y sensible.

Le manoseó de nuevo el coño como nadie lo había hecho en su vida y ella solo podía gemir con la cara tapada. En menos de un minuto sintió como un orgasmo atravesaba su cuerpo dejándola temblorosa.

-Ponte de pie y desnúdate

Ella obedeciendo lo que ese hombre le decía se puso de pie y ruborizada se quitó el suéter y se bajó la falda.

-Desnuda de todo

-Pero… -Silvia intentó protestar ante aquella humillación.

-Recuerda que está en tus manos si renuevo el contrato de tu marido – ese hombre era odioso y ella lo miró con rabia – Si quieres puedes vestirte y marcharte. Tu decides.

Pensó en su hija y en su marido. Recordó la pesadilla que había tenido. Con lentitud llevó las manos al cierre del sujetador y se lo sacó y se bajó las bragas quedando desnuda delante de ese odioso hombre.

-Eres realmente preciosa Silvia -diciendo esto se levantó del sofá y la abrazó. – Vamos a mi cuarto.

Ella lo siguió en silencio y al llegar a la habitación la mandó tumbarse en la cama. Ella obedeció y se tumbó sin hacer ningún gesto de reproche. Cuando ese señor le pidió que abriera sus piernas ella lo hizo mirando al techo y dejando la mente en blanco.

Sintió como ese señor se ponía entre sus piernas y apenas escuchó frases sueltas diciéndole que su coño era precioso, que tenía unas tetas deliciosas. La boca de ese hombre le besaba los muslos y con sus manos mantenía sus piernas bien abiertas a pesar de que ella intentaba por momentos cerrarlas. Era un ser repugnante que se estaba aprovechando de ella.

La vergüenza que estaba sintiendo se multiplicó cuando sintió que ese señor le dio un beso en el coño y no pudo reprimir un pequeño gemido. Tuvo que taparse la boca cuando sintió que esa boca se apoderaba de su coño y comenzaba a hacerle una mamada como nunca le habían hecho. Aquella boca, aquella lengua, la barba que se restregaba por todos sus puntos más sensibles. Las manos de ese señor le acariciaban las tetas y sus pezones que estaban como piedras y se dio cuenta que era ella misma la que estaba manteniendo las piernas bien abiertas para que ese hombre le siguiera haciendo aquello que tanto placer inexplicable le estaba provocando. Un nuevo orgasmo atravesó su cuerpo como un relámpago que cae sobre un árbol y lo deja hecho pedazos. Ese señor separó la boca de su coño y tenía la barba mojada porque había eyaculado sobre su cara. Ella lo miró y se quedó sorprendida y sus mejillas se encendieron.

-Lo siento. Yo… – no sabía ni que decir al ver lo que había pasado. Miró asombrada entre sus piernas y vio la colcha toda mojada. – tengo que irme. Lo siento…

Se levantó asustada y se fue al salón. Se vistió deprisa y recogiendo sus cosas salió de esa casa.

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