Carolina es una mujer sensual, tiene 32 años y hace tres que conoció a mi hijo en la oficina. Venía de un matrimonio largo y desgastado con un hombre de mi edad, 54 años, que se fue deteriorando en la medida en la que pasaban los años y los hijos no llegaban. Morena, con unas piernas esculturales y una cintura bien marcada que hace que sea imposible mirarle el culo cada vez que nos juntamos en los asados familiares de los domingos, en los cumpleaños y en las fiestas. De tetas redondas y pezones bien marcados, siempre se vestía con blusas escotadas. Las veces que la vi con tacos y minifalda la pija se me puso dura instantáneamente.
Era la mujer de mi hijo así que eso también me permitía ser muy cortés con ella, acariciarle los hombros por detrás o darle un abrazo para sentir el calor de sus tetas en mi pecho. Ella también siempre fue muy cariñosa conmigo. Era una hermosura por donde se la mirara y siempre tenía salidas pícaras para cualquier circunstancia. “Si tu hijo heredara algunas cosas tuyas que me han contado, mi matrimonio sería mucho más divertido y placentero”, me dijo una vez medio borracha después de un cumpleaños de mi esposa. Solía ocurrir que en la mayoría de las reuniones siempre terminábamos en el sillón tomando unos wiskis y escuchando música clásica, en la sala preferida de la casa, las que todos consideraban mi lugar en el mundo. “Vos te debés cansar de tocar conchas”, me disparó esa noche muy borracha. “Yo estoy medio cansada de que nadie me toque la mía”. Se notaba que el alcohol la había excitado al mango. Yo sentí el impacto de sus palabras porque no pude evitar una erección. “Miralo vos al doctorcito de mujeres”, me dijo con una sonrisa. Yo me quedé sin palabras. O preferí no decir nada. Me estaba calentando con la mujer de mi hijo y eso me ponía algo incómodo. Asentí su comentario con una sonrisa y una palmada en el hombro.
Por suerte mi hijo llegó y la situación se descomprimió. Yo crucé las piernas para evitar que se notara que Carolina me había calentado con apenas tres palabras. Por momentos sentí que me miraba la entrepierna mientras mi hijo comenzaba con la despedida. Algo había cambiado en mi relación con mi nuera. Y sólo restaba saber si había sido una calentura momentánea o este hembrón me había puesto en la mira para saciar sus deseos.
Los días fueron pasando y la cosa se fue enfriando. Al menos con ella porque yo había quedado con una calentura de novela. Me acordaba de esas piernas, de estas tetas y de esa provocación y la pija se me ponía tiesa. Alguna que otra vez tuve que hacerme una paja, pensando en lo durito que debería tener el culo y lo que le debía gustar que se lo rompieran. Tenía que ponerla urgente. Y sucedió eso que a veces nos pasa a los ginecólogos cuando estamos calientes: me llamó la paciente más puta y menos peligrosa: Lorena, la hija de mi mujer.
Tengo un departamento privado, con una camilla que disimula bien ser un consultorio. Atrás tengo un regio cuarto con una cama inmensa para enfiestarme con las pacientes que vienen por algo más que una consulta. La experiencia me enseñó a que nunca debo ser yo el que tome la iniciativa. Y para evitar problemas de otra índole, tengo instalado un sistema de cámaras donde ante la primera duda, nada mejor que la realidad.
He descubierto también en todos estos años de profesión, que aunque no lo confiesen, a la mayoría de las mujeres le da cierta intriga la mano del ginecólogo y que cuanto más confianza les generás, mejor se relajan cuando tenemos que meter dedos o instrumentos.
Después de las excelentes experiencias con la hija de mi esposa y con una sobrina, traté de no cerrarle más las puertas a potenciales pacientes “por códigos familiares”, todo lo contrario porque gracias a Dios ellas me hicieron buena prensa y crecieron sustancialmente en el último año las visitas de orden familiar o sus conocidos.
Con Lorena, desde aquella primera vez cuando llegó muy cachonda de Australia, tengo relaciones regularmente. Al menos una o dos veces por mes me pide un turno por whatsapp para que le haga un chequeo. No sé si es que le gusta mucho mi pija o que simplemente encontró la excusa perfecta para tener la libido al día sin hacerse problemas o bancarse relaciones que no llevan a nada.
“Me hiciste adicta al culo, doctor papi”, me dijo la última vez, en cuatro en la camilla y abriéndose bien los cachetes con las dos manos para que entrara más profundo.
“No me ponés el instrumento de carne, necesito sentir esa pija caliente hasta el fondo de mi orto”, me imploraba mientras se retorcía como una perra esperando ser penetrada. “Haceme doler doctor papi, rompémelo para ver si está todo en orden”, me pedía mientras con una de las manos me acariciaba los huevos y con la otra se llevaba una de las tetas hasta la boca para morderse los pezones. “Llenámelo de leche, necesito sentir como me chorrea por las piernas esa lechita tan rica”.
No aguanté, le descargué todo me semen con la pija hasta el fondo y la saqué lentamente para que sintiera cómo se le llenaba el culo de leche tibia. Con una de sus manos se metió dos dedos y los sacó llenos de esperma. “Algo voy a probar, tan caliente y espesa”, me dijo y se metió los dos dedos en la boca hasta dejarlos limpios. Se la volví a clavar en el culo y la embestí un par de veces más hasta que sentí que mi miembro estaba lleno de leche. Cuando la volví a sacar la agarré de los pelos y la arrodillé adelante mío. “Ahora la vas a dejar limpia putita, no quiero que quede una sola gota”, y obedeció con maestría dándome una mamada que casi me hace acabar de nuevo.
Pasaron dos meses más y no había tenido ninguna novedad de Carolina, hasta que recibí una llamada de mi hijo.
“Hola viejo, yo sé que a vos te incomoda atender a mujeres de la familia, pero te quería pedir si por favor podías atender a Carolina. Yo se lo propuse, a ella no le pareció mal, pero que de ningún modo se animaría a pedir algo semejante”.
“Dejámelo pensar, no tengo ningún problema en atender a Caro, también le puedo pasar el teléfono de alguna colega, para que no se incomode”, dije fingiendo convicción, pero convencido de que iba a tener a esa potra abierta de gambas en mi consultorio. “En todo que me escriba un mensaje y la veo en el consultorio privado”.
“Gracias viejo, sabía que no me ibas a fallar”.
Carolina no tenía la cara de putona de mi hijastra pero escondía una sensualidad detrás de esa postura de mujer pendiente de mi hijo. Sabía, por comentarios de mi hijo, que estaban buscando hijos desde hacía unos cuantos meses y no pasaba nada. Y que por eso habían decidido hacerse estudios. Llegó puntual a mi consultorio. Yo había desordenado un poco el armario del instrumental para que diera la sensación de movimiento. La realidad era que en el último año sólo había atendido a dos mujeres en ese consultorio. A la hija de mi esposa y a una sobrina. Y ambas con resultados excitantes.
Hablamos un poco para poder llenar la historia clínica. Había venido con una calza diminuta y una blusa que le dejaba a la vista los lados internos de sus tetas, que parecían más grandes y redondas por la presión del corpiño. Se había atado el pelo y por primera vez pude ver un cuello delgado en sus hombros erguidos. Tenía la piel morena y humectada.
Mientras ella hablaba yo fingía tomar nota. Me contó que tenían la idea de buscar un hijo pero que se les estaba haciendo difícil. Fue la primera vez que sentí un poco de pena por ella en una situación que realmente la avergonzaba, a pesar de aquel comentario subido de tono en una borrachera. “A veces unos meses no es nada cuando uno está obsesionado con la búsqueda”, le dije para tranquilizarla. “Ojalá fuera eso, pero prefiero que se lo cuente su hijo”, me dijo con una voz que se fue apagando sensualmente como para no inhibirme. Sabía que si hacía bien las cosas me iba a coger a la mujer de mi hijo, en mi consultorio privado y con una visita pedida por él.
Primero le di órdenes para análisis de rutina, sangre, orina, mamografías, ecografías, etc., como para justificar lo que tenía pensado hacer acto seguido. Y para que además me pagaran la visita. “Te voy a pedir que te saques la ropa y te sientes en la camilla”. Yo la había preparado con inclinación perfecta como para que su vagina me quedara a centímetros de la cara. “Puede ser que te incomode un poco, y lo entiendo, pero como me dijiste alguna vez “yo me canso de tocar conchas, ja ja”.
Mi comentario descomprimió una situación difícil y vi como instantáneamente sus pezones se pusieron duros y puntiagudos. Tenía unas tetas perfectas, naturales, ni grandes ni pequeñas, pero redondas y firmes y con unos pezones rosados y carnosos. Tenía las piernas largas y las nalgas firmes y los abdominales marcados. Una piel suave y recién bañada en crema.
Carolina se sentó en la camilla y abrió las piernas para colocarlas en cada uno de los soportes que los ginecólogos usamos. Tenía una vagina rosada, recién depilada y con labios finos de un rojo más intenso.
“Vas a sentir un poco de frío”, le advertí cuando con uno de mis dedos le pase suavemente un poco de gel para lubricarla bien. Con la mínima presión de mi dedo sus labios se humedecieron y pude notar como su clítoris se ponía duro. Se lo froté lentamente y coloqué el espéculo, que tiene forma de pinza y nos sirve a nosotros para poder ver bien en el interior de la vagina. Cuando lo tenía adentró, separé las manijas para que se abriera del todo y volví a frotarle el clítoris a la pasada. Por primera vez lanzó un gemido que me hizo efecto directo en el pene y se me puso tan tieso que sobresalía por el delantal.
Le dije que no se veía ningún problema a simple vista y que se quedara tranquila porque todo parecía normal, la viscosidad y el color de su flujo también era perfecto, le mostré separando dos dedos en su vagina para que viera cómo se pegaba en el guante. Cuando saqué el espéculo estaba chorreando y retorciéndose de la calentura.
Acomodé la camilla para que se acostara boca arriba. Le dije que le iba a tener que hacer tacto en la zona abdominal y en los pechos. Mi pene quedó a centímetros de una de sus manos y traté de que lo notara rozándola intencionalmente. Abrió instintivamente las piernas. Y yo estaba listo para hacerle un estudio profundo.
Le aclaré que para esto era mejor no usar los guantes de látex. “Nada mejor que unas buenas manos”, me alentó para que viera que estábamos en la misma sintonía. Faltaba solamente que uno diera el paso inevitable hacia el placer.
Comencé a tocarle las tetas suavemente, con todos los años de profesión encima. Toqué en los lugares habituales y se las apreté todo lo que pude. Cuando le tocaba los pezones soltaba gritos de placer. Fui bajando con una de las manos hasta llegar a la zona ovárica. Tenía la piel suave y se le ponía la piel de gallina y le explotaban los pezones.
“Con su hijo me cuesta calentarme. No se me humedece”.
“Pensá en algo que te la ponga húmeda”, le dije apretándole uno de sus pezones y ella deslizó su mano hasta mi pija y me la apretó con fuerza. “Esta me la está poniendo húmeda desde hace meses”, me dijo y me apretó el pene con más fuerza. Estaba dura y gruesa y ella lo había notado porque cuando le introduje dos dedos en la vagina mientras se frotaba el clítoris con la otra mano.
Sin dejarla de apretar me obligó a que me acercara cerca de donde estaba su cara con sus dos manos liberó mi miembro del pantalón y se lo metió en la boca. “Es rica, es gruesa, está hirviendo doctor”, me dijo y la hizo desaparecer en su boca hasta tocarme el pubis con su nariz. Le oprimí la cabeza cuando trató de soltarla la primera vez y pegó un grito que se escuchó en todo el consultorio. “Ahogame otra vez, ahogame otra vez con esa pija”, me imploró y de un empujón volví a meterle la pija hasta que se la tragó toda y la oprimí varios segundos. Con la otra mano ya le había metido tres dedos en la vagina y con un cuarto jugaba con su diminuto agujero del culo, que instintivamente se le dilató cuando con una de las yemas le acaricié el ano. Tuve que contenerme para no llenarle la boca de leche porque seguía prendida a mi pija y sin ninguna intención de soltarla. Le pellizqué los pezones y cuando la soltó para gritar aproveché para sacarla y volver a la posición inicial.
Le volví a colocar las piernas en los soportes para que quedaran abiertas y le hundí la lengua hasta el fondo. Con sus uñas me arañaba el cuero cabelludo y me tiraba levemente del pelo para que mi nariz también se hundiera en esa rajita húmeda y perfumada. Ella misma ahora se pellizcaba los pezones y pude notar cómo acababa cuando le enterré el dedo índice hasta después del nudillo. Temblaba como una hoja y chorreaba un flujo tibio y dulce.
“El culo es mi debilidad doctor. Estaría bien que también me lo revises”. Y con una de sus manos hundió hasta el fondo mi dedo y presionaba con las caderas para metérselo más y más. No pude resistir su pedido. Y cuando ella pensaba que la iba a penetrar por adelante, corrí un poco hacia abajo mi pija para que se deslizara por su culo. Era estrecho y se dilataba mientras mi cabeza se hundía y desaparecía adentro de su culo. Con la otra mano no dejé de acariciarle el clítoris hasta que en un par de embestidas mi pija de metió hasta el fondo. La tenía ancha y venosa. Me quedé quieto unos segundos para que se dilatara un poco más, pero ella misma empezó a menearse contra mi miembro que estaba rígido y a punto de eyacular.
“Llenamelo de leche” me suplicó y empezó a moverse más y más fuerte, sentándose sobre mi pija que a la cuarta embestida le descargó toda la leche. Por la posición en la que estábamos, mi miembro enseguida quedó prácticamente blanco y allí noté lo mucho que le gustaba el esperma a esta hermosura. De un saltito se arrodilló en el piso y me la empezó a mamar con maestría. “Cuanta leche tenías, siento el culo lleno”, me decía mientras iba y venía con su lengua desde la base a la cabeza y se la metía en la boca para succionar y succionar. “Te la voy a dejar seca”, me dijo y logró que siguiera dura a pesar de haberle descargado todo en el culo.
“Ahora quiero el último chequeo”, me dijo apoyando la cara en la camilla y abriéndose las nalgas se acomodó la cabeza de mi miembro en los labios de su vagina, que seguía empapada y chorreando jugos. “Cogeme, te lo suplico, necesito sentirla toda adentro” Me dijo y se la metí de un empujón. Tenía la cueva caliente y empezó gemir como una loca mientras con ambas manos me apretaba los cachetes del culo para que mi pija se le metiera un poco más. “No pares, seguí así, me está volviendo loca esa pija”, gritó y noté como se le aflojaron las piernas cuando llegó al orgasmo y se apretó contra mi pija. Tenía un culo perfecto. De pronto sentí ganas de cogérselo así de parado y lo hice. Saqué la pija y sin que dejara de tener contacto con su cuerpo se la enterré otra vez en el culo, que esta vez no ofreció la más mínima resistencia.
La empujé contra la pared para que sus tetas quedaran apretadas mientras bombeaba con fuerza y es lo abría con ambas manos.
“La quiero en la boca”, me dijo y se agachó para quedar a la altura de mi miembro. La agarré de la nuca y seguí bombeando como cuando la tenía en su culo. “Damela doctor, la quiero toda”, me dijo mientras con una mano me pajeaba y con la otra se hundía los dedos en su vagina acariciándose el clítoris. Cuando sintió mi lechazo en su lengua, ella acabo también y empezó a chupármela suavemente, hasta que sintió que por fin aflojaba la erección.
No hizo falta hacer ninguna aclaración ni decir ninguna estupidez después de tremendo polvo. Los dos estábamos satisfechos. Le había echado dos polvazos a la mujer de mi hijo y no sentía ninguna culpa. Al parecer ella tampoco porque sabía muy bien a qué había venido a mi consultorio.
“Me hago los estudios y te vuelvo a ver”, me dijo con un chupón y metiéndome la lengua hasta la garganta. “Creo que tengo ginecólogo para rato”, bromeó mientras se ponía la calza diminuta y me paraba el culo para que se lo volviera a mirar.
Esta hembra podía hacer lo que quisiera conmigo. Y yo estoy dispuesto a satisfacerla.