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El amor de los animales
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Durante los primeros meses de cuarentena, en mi soledad e incertidumbre, hubo momentos en los que estuve a punto de llamar a mi ex y aunque nuestra relación fue horrible, llena de desconfianza, dolor y remordimiento, cuando se trataba de sexo disfrutábamos como animales, esa fue la única razón por la que soportamos toda esa mierda entre nosotros. Así que hice lo que me pareció más saludable, me masturbe salvajemente recordándola.

"Julissa" es una mujer de menos de metro setenta, tiene el cabello de un castaño muy oscuro, largo y lleno de risos, tiene un rostro lindo, la nariz ligeramente puntiaguda, los dientes simétricos y un poco amarillos, usualmente con una gran sonrisa y unos ojos negros penetrantes. Tiene caderas anchas, un culo no muy grande pero bien formado, unos senos grandes tibios y salados, con pezones oscuros y anchos. Una hembra hermosa y sensual que hacía que mi sangre se aleje de mi cerebro.

A finales del 2019, durante los últimos meses de nuestra relación, hicimos un viaje de trabajo a una isla muy cerca de la costa. Viajamos varias horas en lancha bajo un sol intenso que nos quemaba y nos hacía sudar, ella iba dormida en mi hombro, olía delicioso y tuve muchas ganas de comerme su cuello, pero había muchos testigos. Me conforme con tocarla, tratando de sentir los huesos de su cadera a través de su piel y su vestido.

Esa misma noche después de nuestras labores, llegamos al hotel, compartimos habitación con tres compañeros más, con los que ocupamos dos grandes colchones acomodados en el piso. Julissa y yo nos acurrucamos antes de dormir, le manosee las tetas y nos rozamos a través de la ropa, pero sabía que no podía hacerle el amor sin exponerla ante los demás. Solo le baje las bragas y frote mi pene entre sus nalgas redondas y calientes hasta que eyacule y me quede dormido.

A la noche siguiente después del trabajo fuimos a una fiesta en el puerto, después de bailar, beber y lidiar con tipejos que querían tirarse a mi mujer, volvimos al hotel. Mientras caminábamos de regreso ella se chocaba torpemente contra mi brazo, como magnetizada hacia mí, con esa mirada de niña y esa sonrisa nerviosa, como si se le hubiera olvidado como coquetearme y seducirme. Tuve unas ganas locas de hacerle el amor y disfrutar de ella.

En lugar de ir a nuestra habitación, fuimos al tercer piso que aún estaba en construcción, las paredes estaban sin enlucir, no había vidrios en las ventanas, ni electricidad. Lo único que nos iluminaba eran las luces amarillas del alumbrado público.

Antes del sexo a ella le gustaba que la abrazara y la acariciara. De cierto modo era mi niña y para ella el sexo tenía un significado diferente, algo espiritual o metafísico que le importaba más que la diversión y el placer. Según ella "llegó a un punto en su vida en que no necesitaba sexo" pero si que lo disfrutaba y le ponía empeño.

Nos fuimos cerca de la ventana donde teníamos algo más de luz. Como siempre empecé comiéndole la boca, luego el cuello, en el que me enfocó de manera especial, sentía como palpita su cuerpo pegado al mío, mientras la agarraba del culo y trataba de introducir mis dedos entre sus nalgas. Me detuve un momento para mirarla a los ojos y acariciar su rostro con ternura, para volver a comerle la boca, acercando poco a poco mis besos a su oído y le dije "amor chúpamela un rato", ella soltó una carcajada y me dijo "yaaa" y de una forma juguetona y coqueta se puso de cuclillas, aflojó mi pantaloneta y libero mi pene erecto, caliente, duro y lleno de sangre, con mi mano me masajee un poco antes de que se lo metiera a la boca. Entonces ella me comió lento y con cuidado, pero con determinación, se movía con cierta destreza, apoyando sus manos en mis muslos.

Después de un rato de darme ese increíble placer y dejar mi miembro cubierto de saliva, ella me miró con esa expresión de "ya estoy cansada de esto", entonces la tomé de los hombros para que se pusiera de pie, se volteó y apoyo sus manos en el borde de la ventana y arqueo su espalda de forma que exponía su vagina y sus nalgas para mi, le subí su largo vestido negro sobre la mitad de su espalda, donde tenía un tatuaje del gato sonriente. Le bajé rápido esas bragas color carne y con mi mano busque la entrada de su vagina caliente y húmeda.

Pase mi glande por alrededor y entre sus labios, para luego introducirme poco a poco hasta el fondo, ella expulsó fuertemente el aire por su nariz acompañado de un pequeño gemido, la penetre despacio, como haciendo que su carne se amoldara a mi. A medida que aceleraba el ritmo de mi pelvis, ella gemía más rápido y más fuerte. Ver sus nalgas redondas y firmes chocando contra mi cuerpo me hizo sentir afortunado.

Mientras la penetraba el sudor caía por mi frente, el calor de esa ciudad costera se sumaba al de mi cuerpo ardiente de lujuria y placer. Ella respiraba con fuerza, gimiendo duro eventualmente y estirando su espalda y envistiéndome, para obtener una penetración más profunda. Durante algunos momentos del encuentro sentía que estaba apuntó de terminar, entonces apretaba las nalgas y disminuía el ritmo, mientras me inclinaba para abrazarla, estrujarle las tetas y besar su espalda y cuello.

Cuando estaba a punto de eyacular le di con todas mis fuerzas y sentí como sus piernas y sus caderas se tensaban para sincronizar nuestros orgasmos. Pensé muy rápidamente en sacar mi pene y eyacular en su espalda y culo, pero un instinto ancestral o paternal, no estoy seguro, me obligaba a terminar siempre adentro. Sentía como mi esperma subía desde mis testículos y salía disparado por mi glande, dentro de su vagina caliente, chorreante y deliciosa. Al final solo gemí con la voz entrecortada, mientras me temblaba todo el cuerpo.

Después de todo, cuando estuve relajado y mi testosterona había bajado, nos miramos por un momento. Recuerdo sus ojos llenos de dulzura y cariño.

Si nuestra relación se hubiera basado sólo en el sexo habría funcionado, pero así es la vida y hay que seguir adelante.

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