Al cumplir los 50 años le regalé a mi padre un viaje en crucero, lo cual se tuvo que ausentar de su casa una semana entera, él vivía solo, en aquel entonces yo estaba estudiando, vivía en una pensión estudiantil y lo visitaba seguido, él insistió que yo me quedara en casa e incluso avisó a Roque y Amanda que vivían en frente para que cualquier cosa estuvieran a disposición. La pensión quedaba cerca y yo ya tenía 22 años.
El tiempo que se ausentó mi padre él cruzaba diariamente a preguntar si precisaba algo, o a ofrecerse para llevarme en el auto al supermercado.
El miércoles, tres días después, llovía en el barrio y Amanda había ido a visitar a su hija. Roque se ofreció a llevarme a hacer las compras, y como no quería mojarme acepté. En el auto conversamos sobre cosas triviales hasta que de pronto hizo la pregunta que me sorprendió
– ¿Vos tenés novio?
– No sé responder eso, si bien salgo con alguien no somos novios y vivimos muy lejos ahora que él se mudó– dije cómodamente.
La verdad, con esa pregunta y los comentarios que hacía cada vez que podía me di cuenta que sus intenciones eran otras, no solo acompañarme.
Volviendo a la casa él hace una parada para responder el teléfono, Amanda lo llamaba para avisarle que esa noche se quedaría en casa de su hija.
–Vos sabés, Amanda y yo estamos casados hace más de treinta años. Nos queremos, pero hace más de seis años que ya no dormimos en la misma cama.
Yo soy un hombre de 55 años y vos sos muy hermosa, la verdad es que me haces sentir cosas, tu carita preciosa, el perfume de tu pelo lacio, tu piel color canela y tus caderas me matan con tu caminar y esos vestidos te quedan hermosos. – Dijo después de cortar la llamada, y volvió a arrancar el auto sin decir más nada.
Observé sus manos grandes y fuertes, para tener 55 años estaba muy bien físicamente, era alto y su pelo ya era gris, tenía músculos bien marcados en sus brazos y un bulto prominente en la entrepierna. Se notaba que se había excitado en el viaje.
Efectivamente yo llevaba un vestido corto, mis piernas estaban suaves y mis pechos se notaban bastante con el escote. Mi cola era la envidia de mis amigas y la codiciada entre mis amantes.
– La verdad es que estás bueno, pero sos el amigo de mi padre, y yo tomo café con tu mujer. No podemos simplemente empezar algo.
– Y ¿qué te parece si hacemos algo al respecto? Nadie tiene porqué saber.
Llegamos a la casa, estacionó el auto en su garaje y cerró la puerta electrónica. Eran las cuatro de la tarde, sus manos recorrieron mis piernas y mi cuerpo se estremeció, empezó a acariciar mi entrepierna por encima de mi tanga fina, no traía sostén así que solo empezó a besarme los pezones, de pronto mis gemidos se hicieron escuchar, me quité la tanga y separé más mis piernas, me tocaba el clítoris de una forma magistral y metió dos dedos en mi vagina, eran gruesos y me gustaban.
Para ese momento yo estaba empapada en mis jugos y tenía ganas de ver su pene, con mi mano fui acariciando el bulto y no me quiso dejar. Acabé en un orgasmo extendido llena de placer y gusto.
Besó mi frente, y sin decir una palabra me quedó mirando.
Cuando me repuse de ese éxtasis, me bajé del auto y volví a mi casa.
Más tarde recordé esa escena y me masturbé en el sillón de la sala, con una mano frotaba mi clítoris, mientras la otra pellizcaba mis pezones.
Cuando estaba a punto de acabar sonó el teléfono, era mi padre, mi atención dispersa y mi excitación hicieron que no le prestara mucha atención a la conversación.
A eso de las siete de la tarde golpearon la puerta, yo salía de la ducha y envuelta en la toalla me fijé quién podría ser, era Roque, con mi tanga en la mano, le abrí la puerta y lo invité a pasar.
– Perdón nena, se te olvidó esto en el auto. No quería incomodarte. – dijo en un tono apenado.
– Está bien, perdón por olvidarme, gracias por devolverla. – le dije mientras me acercaba a él, dejé caer mi toalla y él atinó a besarme, besaba muy bien, su lengua jugaba con la mía mientras volvía su mano a mi sexo, me sentó suavemente en el sillón y él se arrodilló en el piso, empezó a morder mis pezones alternadamente, y fue bajando por mi vientre hasta besarme los muslos, morder suavemente y pasar la punta de la lengua hasta llegar a mi clítoris, succionaba, mientras me tocaba los pechos con sus manos grandes y hermosas.
– Sos un vicio– me dijo mientras olía mi piel.
Estuvo entre lamidas, mordidas, dedos y succión, unos veinte minutos jugando con mis genitales, y más de una vez quiso tocar mi ano pero no se animó.
Ya había acabado más de una vez y tenía ganas de ver su pene, así que se lo pedí, le pedí que me deje meterlo en mi boca, y así hizo, se bajó su ropa interior y me metió su miembro en la boca, mientras pasé mi lengua por el tronco y sus huevos, por la punta del pene, lo metí hasta mi garganta saboreando cada parte de ese maravilloso, grueso y marcado miembro erecto como un tronco, sus movimientos eran gentiles y a su vez me ahogaba y eso me excitaba más, hasta que se acabó en mi boca.
Generalmente yo no era así, pero ese hombre me gustaba, no sé si es morbo, pero jamás había estado con un hombre más grande, y los muchachos de mi edad eran brutos, y no tenían ni idea de cómo hacerme llegar a un orgasmo. En ese momento me decidí, me arrodillé en el sillón con mis manos en el respaldo y fue una señal clara de lo que quería, así que sus manos acariciaron mis nalgas y de pronto me dio una cachetada estruendosa, lejos de asustarme me gustó, y lo volvió a hacer varias veces, con sus manos pesadas mis nalgas habían quedado rojas, después empezó a besarlas con suavidad, a separarlas y metió su cara entre ellas lamiendo desde mi vagina hasta el ano, yo volví a estar excitada, y en unos minutos su erección se hacía sentir…
– Pedimelo – dijo suavemente y agitado mientras rozaba su miembro entre mis nalgas – Pedimelo y te lo doy.
–Haceme la cola, papi – dije excitada y acto seguido su pene invadió mi cuerpo, se sentía un poco doloroso, era la primera vez que lo hacía pero lo quería experimentar.
– ¿Te gusta nena? – me dijo mientras embestía mi cuerpo y mis manos se aferraban al respaldo de aquel sillón.
Entre gemidos respondí que sí, y después de unos minutos mi cuerpo se estremeció y en un orgasmo se fue mi alma, él acabó unos segundos después dejando su semen dentro.
Nos tomamos una ducha y repetimos la acción, me encantó que mi cola haya sido su premio por tan buena experiencia.
Terminamos a las tres de la madrugada, y él se volvió a su casa y yo dormí plácidamente.
Mi padre volvía el sábado y hasta ese día aprovechamos cada momento que se podía, incluso las veces que Amanda me invitó a su casa él me tocaba mientras ella hacía algo en otra habitación.
Al volver mi padre paramos aquellas deliciosas aventuras, y ya nunca más volvimos a vernos como amantes, pero cruzábamos miradas en los asados y fiestas del barrio.