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Dos para ella
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Pasamos mucho tiempo fantaseando con la idea. Cada vez que teníamos sexo, yo le relataba al oído, mientras la penetraba duro, como la cogíamos entre dos tipos. Le preguntaba: “¿Te gustaría?” y ella agitada, gimiendo decía: “Sí”.

Ambos nos calentábamos mucho… demasiado. Ella se imaginaba dos penes enormes dentro de su cuerpo y se estremecía. En secreto se relamía imaginando esa situación, aunque lo negara. Yo por mi parte, me volvía loco imaginándomela a ella, comportarse como una auténtica puta. Devorándose nuestros penes como loca, transformándose su rostro de tanto placer y lujuria. Juro que me la imaginaba así y la veía más bella de lo que ya es.

Hasta que un día decidí que esa fantasía debía convertirse en realidad.

Ella no se atrevía a dar ese paso en nuestra relación, y abrir la puerta de nuestra habitación a nuevas experiencias. Mi principal objetivo era que ella sintiera el máximo placer, que se sintiera deseada… adorada. Así que tuve que ingeniármelas para provocar la situación.

Un día le dije que vendría un amigo a cenar, que trataríamos temas de trabajo. Ella dijo que no me preocupara, que todo iba a salir genial. La casa, la cena, todo iba a estar perfecto.

A eso de las diez de la noche, mi supuesto amigo llegó. Era bien alto y de contextura física muy similar a la mía. Tez blanca y pelo castaño oscuro. Noté en los ojos de Paola un singular brillo. No podía ocultar que se sentía atraída por mi amigo.

Pasamos al living y nos pusimos a conversar. Pao se sentó al lado mío y puso su mano en mi pierna. Luego de un rato de charlas banales y unas copas de vino espumante, la conversación empezó a subir de tono.

– Chicos –interrumpió el tipo– ¿Alguna vez hicieron algo fuera de lo común en su vida sexual?

Paola se sorprendió por la pregunta, y se sonrojó. Yo sabía que es lo que estaba empezando a pasar. Respondí.

– No, nunca salimos de lo “normal”. Pero hemos fantaseado con muchas cosas. –dije, mientras Pao me miraba asombrada por la indiscreción.

La charla subía cada vez más de tono. Pao casi no opinaba, pero sonreía cómplice ante las cosas que mi amigo y yo hablábamos.

Disimuladamente empecé a acariciar el muslo desnudo de mi mujer, que se veía en todo su esplendor gracias a una pollera muy corta que había decidido ponerse aquella noche. Mi amigo aparentaba no notarlo. Ella se puso incómoda cuando mi mano se deslizó suavemente entre sus piernas. Pero cuando toqué su concha totalmente húmeda, me di cuenta que además de incómoda, estaba super excitada.

Mi amigo seguía disimulando y yo le di un acalorado beso a mi esposa. Noté que respiraba agitada. No daba más del deseo. Le dije al oído:

– Hoy vas a ser nuestra putita.

Levantó la vista, me miró fijamente y me sonrío.

Miré a mi amigo y le dije.

– ¿Te gusta? Vení… –Pao giró su cabeza hacia mi amigo y le sonrió.

Se sentó a su lado, quedando ella en el medio de los dos. Mientras yo le seguía tocando su concha mojada al mismo tiempo que la besaba, el hombre le acariciaba las tetas por sobre la tela de la blusa.

Dejé de besarla y mi amigo la tomó dulcemente del pelo y le metió su lengua en la boca. En ese preciso instante mis dedos entraron en su concha caliente y se retorció de placer mientras besaba a su nuevo amante.

Nos paramos los dos, mientras Pao quedó en el sillón, con la boca entreabierta, agitada. Pasando su lengua por su labio superior.

– Sacate la ropa. –le dije, mientras nosotros nos bajábamos los pantalones.

La verga de nuestro amigo era enorme. Larga y gruesa. Venosa y fuerte. Pao se sorprendió al verla y cuando nos acercamos a ella y pusimos nuestros miembros cerca de su cara, volvió a relamerse los labios y tomó una verga en cada mano.

Mientras frotaba una chupaba la otra. Empezó por la mía y siguió por la de él. No paraba, y cada vez que se metía una en la boca, se la metía más adentro. Succionaba con desesperación un rato y otro rato las lamía con delicadeza. Suavemente me mordía el glande, sabía que a mí me gustaba mucho eso.

–Hacéselo a él –le dije. Y comenzó a mordisquearle la cabeza del pene.

El muchacho se sentó de nuevo en el sillón y Pao rápidamente, desesperada, volvió a agarrar su enorme verga y siguió chupándosela. Yo me quedé parado, admirándola… la veía hermosa. Era mi putita.

Mientras se metía con ganas la verga entera en su boca, Pao se recostó sobre las piernas de nuestro compañero, rozando con sus tetas los muslos de su ardiente amigo. Al mismo tiempo, levantó su trasero, dejando su piel tensa y a la vista su concha hinchada y mojada.

Esa escena hizo que me salieran unas cuantas gotas de semen. Me encantaba lo que estaba viendo y ella lo sabía.

Sin dejar de chuparle el pene a mi amigo, me miró y movió su hermoso culo, como invitándome a penetrarla.

Mi verga nunca estuvo tan dura como aquella vez. No dude un segundo. La penetré suavemente, como a ella le gustaba. Y cuando estaba toda mi pija dentro, comencé a hacerle presión, fuerte, como tratando de llegar a lo más profundo de su concha totalmente abierta para mí. Eso la volvía loca.

Era tal la humedad de la concha de mi mujer, que mi pene solo sentía ese placer y ese calorcito que tanto anhelo. Me movía rápido, fuerte, lento, con presión. Le tocaba el clítoris, agarraba su pelo, mientras ella no paraba de chuparle el pene a mi amigo.

Mi amigo se paró, dejando a Pao de rodillas en el sillón y las manos en el posa-brazos, mientras yo seguía cogiéndola. El tipo se paró de frente a ella, se agachó y le metió toda su lengua en la boca. Luego la agarró del pelo y con Pao indefensa, comenzó a cogerla por la boca. Mientras yo seguía cogiéndola y dilatándole el culo con mis dedos, sentí sus gemidos: había llegado un nuevo orgasmo. Ya había perdido la cuenta de las veces que había acabado. Y yo… también.

Cambiamos de roles y me senté para que mi putita me chupara ahora a mi. Cuando nuestro amigo apoyó la cabeza de su pene en la concha de Pao, ella dejó de chupármela y sin soltar su mano de mi pene, giró la cabeza y lo miró. Yo pude ver como le metía su enorme verga. Pao me miró con los ojos desorbitados… toda transpirada… sus tetas golpeando mis muslos… hermosa… más hermosa y puta que nunca.

– ¿Te gusta, putita? –le dije y le di un beso en la boca.

– Sí… sí… mucho…

– ¿Te gusta ser nuestra puta?

– Me encanta, mi amor… me encanta… quiero más… quiero seguir toda la noche.

Mi amigo se sentó, frotó su verga y la dejó bien erguida, imponente. Pao mientras se paraba del sillón lo miraba con deseo. Mientras se pasaba los dedos por el pelo, al levantar sus brazos, sus enormes tetas se podían apreciar en toda su belleza y su esplendor y se mordía los labios en señal de ansiedad. Ansiedad por volver a meterse ese enorme pene en su concha. Se sentó encima de mi amigo y suavemente iba introduciendo su pija, hasta que estuvo toda dentro.

Pao se arqueó hacia atrás llevando sus manos a su pelo, mientras movía sus caderas, provocándole el máximo placer a su amante. Yo, testigo privilegiado de esa escena de lujuria, me frotaba mi pene, mientras me lo lubricaba con aceites. Me acerqué a su hermoso culo y eché unos chorritos de aquel lubricante en medio de sus nalgas y con mi mano comencé a frotarla. Luego de meterle mis dedos suavemente, su culo quedo totalmente dilatado. Y mientras mi amigo seguía dándole duro por la concha, yo metí mi verga en su culo.

El gemido fue casi un grito. Tenía dentro de ella, dos enormes vergas que no paraban de moverse. Sus tetas danzaban y golpeaban el rostro de su amigo que la miraba con ojos salvajes y eso la excitaba aún más.

Arqueaba su espalda hacia atrás y me tomaba de la nuca, tratando de darme un beso.

– ¿Viste mi amor, que puta que soy?

– Si bebé –le dije– la putita más hermosa del mundo.

Tuvo dos orgasmos más, y finalmente acabamos nosotros. Mi amigo le llenó la concha y yo su culo.

Los dos nos incorporamos y ella se sentó en el sillón, con las piernas abiertas, tocándose la concha, mientras de sus orificios brotaba nuestro semen. Metió sus dedos en su concha y en su culo y toda embarrada en semen se los metió en su boca y lo saboreó.

Me agarró de la mano mientras se paraba y me dijo:

– Quiero más…

Fuimos los dos de la mano, del living a la habitación. Detrás nuestro venía nuestro compañero.

Nos tiramos los tres en la cama y comenzamos a acariciarla y besarla. La besamos en la boca, le acariciábamos el pelo. Chupábamos sus tetas, su concha, su culo. Lamimos su espalda. Era nuestra reina, nosotros sus esclavos.

Tendidos en la cama, puestos de costado, con Pao en el medio… ella mirándome a mí y rosando sus nalgas en el pingo de nuestro amigo. Levantó una pierna y la cruzó por encima de la mía, dejando su concha caliente y mojada (de su placer y de nuestro semen) y comencé a penetrarla suavemente. Lo mismo hizo el tipo por detrás. Metió su venosa pija en el culo abierto de mi putita Pao.

Así, apretada entre los dos, penetrada por “dos hermosas vergas” (según sus palabras), se sintió adorada. Se sintió una diosa. Y su rostro lo dejaba ver. Dejaba ver que el placer era absoluto.

Luego, nuestro cómplice en aquella aventura, se acostó boca arriba y Pao se sentó encima de él para cogerlo con desesperación. Mientras se movía encima de él, giro y me dijo:

– Los quiero a los dos en mi concha… rómpanme toda…

Se echó sobre el pecho de mi amigo, dejando a la vista su concha con la verga de él dentro. Y yo le metí la mía. Sentí como se abría toda, al mismo tiempo que gritaba de placer y clavaba sus dedos en el pecho de mi amigo. Yo sentí la dureza del pene de mi colega cuando la penetré y como se movía dentro de ella y con cada movimiento de él, Pao gemía… y con cada movimiento mío, volvía a gemir. Acabamos dentro de ella otra vez, y a ella le encantaba sentir el semen caliente llenar su interior.

Nos tiramos los dos, boca arriba y ella nos lamió las vergas haciéndonos excitar de nuevo. Pero esta vez, nos la chupó hasta hacernos acabar en su boca. Nunca le había gustado mucho esa práctica, lo hacía para complacerme a mí. Pero aquella noche era ella la que deseaba todo… absolutamente todo… hasta beberse nuestros placeres.

Nuestro amigo cayó rendido y Pao, a pesar del agotamiento me miró y me pidió…

– ¿Más?

– Bueno…

Cogimos una vez más, hasta que caímos rendidos los dos.

Como a las cinco de la madrugada, nuestro amigo nos despertó.

– Chicos, tengo que irme –dijo sentado en la cama.

– ¿Ya? –le dijo Pao, al mismo tiempo que con su mano acarició su pene.

El muchacho la besó dulcemente y se levantó.

Lo despedimos, luego de prometernos repetir la experiencia y volvimos a la cama. Nos acostamos y Pao se acurrucó en mi pecho y me dijo…

– Gordo, te amo… gracias por esta noche. La pasé genial

– Yo también te amo.

– Ojo… que quede claro… te amo, pero la verga de tu amigo me encanta…

– Lo sé… se notaba cuando se la chupabas.

– ¿Cómo? ¿Así?

– Mmmm… sí…

– Me encanta ser tu puta, ¿sabías? Bien puta

– Y a mí que lo seas.

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