Me llamo Alba, y en aquellos días tenía 22 años.
Cuando desperté, no sabía qué estaba pasando. No recordaba cuando me había dormido, ni dónde. No sabía dónde estaba.
Lo primero que recuerdo es esa sensación en la boca. La tenía rellena con algún objeto, y no podía ni abrirla ni cerrarla. Intenté gritar pero me resultaba imposible. Mi lengua no tenía espacio para moverse. Lo único que pude hacer fue gemir con dificultad.
Intenté mover mis brazos y piernas pero tampoco podía. Descubrí que estaba atada en cruz, con las piernas muy abiertas y los brazos atados encima de mi cabeza. Me habían tumbado en una cama antigua con el cabezal y el piecero de hierro. Tenía cuerdas atadas a mis tobillos y mis muñecas.
Descubrí horrorizada que había gente pasando a menos de medio metro de mis pies. Había una cristalera entre esas personas y yo. Una década ha pasado, pero recuerdo como si fuera hoy a esa pareja de jóvenes, cogidos de la mano, mirándome de arriba a abajo. Él señalaba algo que le había interesado y ella tenía la mano tapando la boca, con gesto de sorpresa y nerviosismo. Después de ellos pasaron cientos de personas más. Entraban por la puerta que había a la izquierda de los pies y salían por otra que había a la derecha.
Mis esfuerzos por soltarme de las ataduras fueron inútiles. Levantando un poco la cabeza pude ver que tenía puestas unas medias brillantes, rojas y muy ajustadas, que terminaban un poco más arriba de la mitad de mis muslos. Parecían de látex o un material similar. Tenía puestos unos zapatos de tacón negros, muy básicos, que me cubrían todo el pie excepto el empeine. Podía mover los pies pero las cuerdas no me dejaban nada de margen.
No paraba de pasar gente, de muchas edades distintas. Grupos de chicos, grupos de chicas y más parejas. Las chicas sonreían pero ellos estaban más serios, mirando y analizando todo mi cuerpo. Supongo que la situación les ponía cachondos.
Cubriendo mis brazos también tenía unos manguitos de látex, en rojo a juego con mis medias. Notaba algo atado al cuello, como una gargantilla ancha, pero no podía verlo ni tocarlo. Pensé si aquella vestimenta tenía algún sentido. Creo que básicamente me habían vestido de fulana o stripper.
No llevaba nada más puesto. Tenía los pechos desnudos, y mi coño también. Me sentí totalmente degradada al ver como me habían rasurado totalmente el coño. Unas personas desconocidas, estando yo dormida, me habían afeitado contra mi voluntad. No podía imaginar algo más humillante. Seguramente aquello era lo más bonito que me habían hecho estando yo sin sentido.
Tenía el cuerpo sudoroso de tanta fuerza que hice para intentar escapar. Veía como las gotas de sudor bajaban entre mis pechos en dirección a mi cuello. También notaba como las gotas recorrían mi frente hasta caer en las sábanas. No sé si era mi sensación o en aquella habitación hacía excesivo calor.
¿Era aquello una especie de museo? La gente paseando divertida, mirando el espectáculo, me hacía pensar que era algo así. Me estremecía pensar en lo que podía haber en otras habitaciones. Estoy segura de que todas aquellas personas sabían que yo estaba allí contra mi voluntad, y eso les daba más morbo.
Pasaron las horas hasta que alguien pasó y cerró las puertas de mi habitación. Las luces se bajaron y dos chicas entraron por la puerta que tenía a mi lado. Gemí lo que me permitió la mordaza, pero ellas no me hicieron ni caso. No se inmutaron y ni me miraron a la cara. Sacaron unos trapos y me secaron el cuerpo como quien limpia los muebles de la oficina. Me hicieron sentir como un puñetero objeto. Luego quitaron las ataduras de mis tobillos, y aproveché para intentar patearlas, pero no tenía fuerza suficiente. Estaba agotada y entumecida.
Las muchachas juntaron mis piernas con mucha fuerza. Una de ellas me agarró las piernas, mientras la otra cogía un rollo de cinta adhesiva y me la pasaba por los tobillos. Luego me levantaron un poco las piernas y me pasaron cinta justo por encima de las rodillas. Apretaron demasiado. Quitaron los zapatos bruscamente, y juntando los pies uno encima del otro, me los pegaron también con cinta.
Me dejaron las piernas totalmente inmovilizadas. Todavía tenía las muñecas atadas a la cama, cuando las mujeres cogieron una bolsa de plástico alargada y empezaron a meterme las piernas en ella. La subieron cubriendo mi cuerpo hasta taparme los pechos. Hice todo lo que pude para intentar evitarlo, sacudiéndome con la poca energía que me quedaba. Estaba aterrorizada pensando que aquella bolsa era lo último que vería en mi vida. Luego noté como me pusieron algo húmedo tapándome la cara y todo se nubló. No recuerdo nada más.
Cuando desperté estaba totalmente desnuda y en mi propia cama. Estaba tan desorientada y cansada que tenía dudas de si aquello había sido un sueño o realidad. Al intentar erguirme vi una nota en mi mesilla. Decía lo siguiente: "No indagues. No lo comentes con nadie. Olvídalo y no te pasará nada. Gracias por los servicios prestados."
Durante meses no pude evitar buscar en internet noticias o comentarios sobre el tema. Nunca encontré nada y tampoco tuve valor para contárselo a nadie.
Pasé auténtico terror aquél día, y muchísima vergüenza. Pero también llegué a un estado de excitación que me dejó marcada para siempre. Durante años busqué todo tipo de prácticas sexuales que me llevaran a ese estado, pero nunca lo conseguí. Está bien simular un secuestro, y es excitante, pero aquello fue real y nada podrá llegar a igualarlo.