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De nuevo el amor (Coque) (capítulo quince)
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Tiempo de lectura: 21 minutos

A Julio y a Paco los vi como a los dos días, hablamos, me invitaron de nuevo aunque me dejaron claro que sólo querían que fuera yo sin William.

– ¡Mira, ven tú solito! – me dijo Paco, después agregó – es que a este no le va eso de que me lo singue.

– ¡Oye, que ya te dije que no soy maricón! – protestó Julio.

– ¡Sí, sí, ya lo vi! – dijo Paco con ironía viendo el malestar de Julio.

Quedamos que después del noticiero iría, les pareció bien esa hora. Estaba claro que aquella trastada de William había puesto a aquellos dos en conflicto y más siendo gente tan cerrada que seguramente terminarían comprendiéndose y aceptándose mutuamente, cada cual en su rol, en el más cómodo pero era demasiado temprano para que llegaran a ese punto. Estaban en el verdadero huracán del conflicto, lo supe después, porque Paco quería singarse a Julio cada vez y éste, pues no se dejaba porque lo que había pasado con William no era nada y le echaba la culpa al alcohol. Daba risa las réplicas de los dos, porque entonces Paco le proponía que bebiera para que así se dejara penetrar, en fin, una comedia y de las peores.

Paco me esperaba, me contó sobre todo aquella historia y me pidió que hablara con Julio para que lo convenciera. El plan era que singaríamos al principio y después él saldría a buscar a un amigo para que así nos quedáramos los dos y conversáramos.

– … bueno, he invitado a un socio, un negrón que tiene buena morronga, yo le conté que te había singado y me pidió que quería probar porque una vez quiso cogerle el culo a uno, pero le partió el culo…

Fue la explicación que me dio mientras íbamos por el camino hacia la casa. En la casa Julio nos esperaba sin camisa, estaba sensual y se le veía bien machote. Paco trajo de la cocina cervezas y mientras tomábamos en silencio, me percaté que a Paco se le estaba parando. Me le acerqué mientras le cogió el paquete por encima del pantalón.

– ¡Coño, parece que algo quiere salirse! – le dije con malicia.

– ¡Sí, salirse para que la meta en tu culo!

– ¿Quieres singarme ya? – le respondí mientras me bajaba los pantalones y me daba la vuelta quedando frente a Julio, mientras que echaba saliva en mi mano para untarme en el culo.

A Julio aquello le gustó, se le veía en la cara, en los ojos y en la pinga ya parada. Paco, se sacó la pinga, la escupió y quiso meterla de un golpe.

– ¡Oye, no, así no, eres el primero y mejor, suave! – le reprimí.

Me hizo caso muy a pesar de su alarde de macho, me fue metiendo su pinga poco a poco allí de pie frente a Julio.

– ¿Cómo te sientes así clava´o? – me preguntó cuando la metió toda.

– Ya sabes que bien…

– ¿Te gusta, mami?

– ¡Sí, papi, me gusta…!

Singamos así, de pie frente al sofá donde estaba sentado Julio, yo de vez en cuando bebía tragos de la botella de cerveza, pero siempre mirando a Julio.

– ¡Oye!, ¿no quieres que te la mame? – le pregunté a Julio.

En nada estaba yo recibiendo pinga por la boca y por el ojete. Paco al rato dijo que se venía y así lo hizo, Julio se puso a jugar un rato con su pinga antes de metérmela, me daba golpecitos y me preguntaba:

– ¿Qué…? ¿Quieres pinga?

– ¡Sí, sabes que me vuelve loco!

– Tienes ese culo lleno de leche de otro macho…

– ¡Papo, falta la tuya… – le respondía yo para animarlo.

– ¿Eres maricón?

– ¡Sí, papo, maricón rente al culo…

No me hizo esperar mucho, me singo con fuerza, como demostrando que era bien macho y más para que su amigo lo viera.

– ¿Ya ves? Esto es lo que me gusta a mí…singar a un maricón.

Paco sonrió, como diciendo que ya sabía él de aquel macho, porque al parecer hablaba con él y no conmigo. En fin, yo me desentendí de aquella comedia e intenté disfrutar del momento porque de verdad que los dos estaban buenos y singaban bien, aunque al parecer tenían tantos deseos que no pasó mucho tiempo para que se viniera Julio. Ambos había terminado en nada, pero eso no iba a ser problema para una segunda tanda al cabo del rato. Me puse el calzoncillo y me senté en el sofá.

– ¡Coño te has quedado con la leche de los dos en el culo! – exclamó Paco con orgullo.

Lo había hecho pensando en el resultado, William me lo había enseñado y hasta el momento había dado buen resultado. Paco se fue a buscar al otro, nos quedamos nosotros dos solos, Julio sentado en un extremo del sofá, también en calzoncillos como yo pero con la camiseta que no se había quitado.

– ¡Oye! ¿Qué les pasa a ustedes dos? – decidí ir directo al grano.

– Ja, hideputa, seguro que te contó ya…

– Bueno, sí, algo me dijo.

– ¡Mira, chico, yo no soy maricón! – me dijo poniéndose algo brusco. – y ese se cree que me puede manguear como le da la gana y no. Yo soy tan macho como él.

– ¡Mira, no grites! Eso lo sabemos nosotros, pero si el asunto es de pasar un buen rato… ¿no me digas que no lo pasaron bien aquel día?

Se levantó enfadado, bufaba como un toro. Se sentó en una butaca.

– ¡A ti te gusta que te den por culo! ¡Coño, a mí no! – decía mientras manoteaba.

– ¿Sabes una cosa? A mí me gusta, me vuelve loco pero me costó trabajo aceptarlo…, pensaba que era menos macho que el bujarrón que me singaba, pero no, me equivocaba… El asunto es de dos machos que gozan, claro uno da pinga y otro recibe.

– ¡Qué no va conmigo más! Una vez probé y ya.

– Bueno, pero vimos que Paco también te dio el culo ¿no?

– ¡Sí, pero dice que yo soy más maricón! ¡Que lo tengo escondido!

– Él lo tiene también escondido…

– ¡Mira, yo hablo con él! Pero si quieren gozar pues tienen que querer los dos…porque yo no voy a estar aquí todas las veces para que me den pinga.

Estaba claro que las posiciones estaban bien definidas y la fiesta no tenía salida. Ellos se habían metido en un callejón sin salida y lo mejor era que no sabían cómo salir. Al rato llegó Paco con el invitado que presentó como El Coque, un negro fuerte que no había visto antes, bastante joven, con un bigote de camionero que volvía loco.

– ¡Mira, Coque, este es el brother que te dije! – nos presentó Paco.

– Pue, vamo a ver… – me dijo dándome la mano.

Julio fue a la cocina a traer cervezas.

– ¡Nos lo acabamos de singar hace un rato! – explicó Paco con orgullo. – Tiene tremendo culo y aguante.

– Yo una vez quise singarme a uno y de la primera clavá, lo raje…- contó Coque y todos rieron.

– ¡Pues hoy vas a coger un culo! ¡El mío, macho! – le dije provocativo.

– ¡Huy, pero valiente el chico! – replicó Coque.

– Es muy atrevido, no veas como traga pinga…, la semana pasada tres nos lo singamos por turno y él contento. – agregó Julio.

– ¡A ver! ¿Deja ver ese culazo? – pidió Coque.

Yo me quité los calzoncillos y abrí las piernas. Coque las sostuvo y miró mi ojete que por la posición dejaba escapar el semen de los otros dos. Era maña, sabía que eso le iba a gustar.

– ¡Cojones pero si lo tiene chorreando leche! ¡Aguánteme aquí las piernas que se la voy a meter ahora mismo.

Así fue, Julio y Paco sostuvieron mis piernas mientras Coque se sacaba la morronga ya parada y recogía el semen para untarse en la punta. Metió la mitad de un golpe, yo me doble sobre mi espalda porque lo sentí.

– ¡Oye, si te duele, dime y paro! – dijo Coque.

Yo le dije que siguiera, que metiera su pinga hasta los huevos cosa que aplaudieron los otros dos. Cuando Coque sintió y vio que la había metido toda empezó a resoplar y a moverse.

– ¡Ah, ah…cojones, es la primera vez, es mi primer culo…, esto es mejor que un chocho!

Me singaba a lo bestia, gozando de mi culo. Al rato le dije que quería cambiar de posición, que la sacara. Así lo hizo y me puse de rodillas sobre el sofá empinando el culo para que me lo singara de nuevo. Coque empezó a meter y a sacar la pinga de golpe diciendo que así se iba a venir.

– ¡Te voy a llenar de leche, maricón! ¡Te voy a preñar ahora mismo!

– No, papo, no, sigue, sigue dándome pinga… quiero que me goces el culo.

Julio y Paco estaban sorprendidos de aquella escena. Nos miraban sin dar crédito a lo que veían. Coque se vino al rato pero no sacó la pinga, siguió singando para lograr un segundo orgasmo. Al rato le dije que prefería acostarme y que me singara acostado. Coque era un animal, singaba con gusto y daba placer, y lo mejor era que besaba, me besaba la nuca, las orejas, la boca. Esta vez fue muy pasional. Cuando se vino y sacó la pinga, pude ver lo grande que la tenía.

– ¿Te gusta este pingón, nene? – me preguntó con cariño.

Yo en respuesta me agaché y empecé a mamarle la pinga medio erecta y goteando las últimas gotas de semen. Eso le gustó mucho, después cuando me levanté, me abrazó.

– ¡Oye, nene! ¿Quieres que sea tu marido? ¡Mira, que tú eres el primero que se singa esta pinga!

Paco y Julio estaban sentados en unas butacas viendo aquello, habían quedado como apartados de aquella escena. Yo contento con aquel tipo que no paraba de besarme y acariciarme mientras me proponía que fuera su gente. No pasó mucho rato mientras conversábamos cuando se le volvió a parar la pinga. Yo lo miré y mientras le sonreía, me senté sobre la pinga metiéndome de nuevo aquella morronga.

– ¡Cojones, este sí que es un maricón de verdad! – exclamó Paco.

– ¡No, no…a partir de hoy este culo es mío! Este es mi jeva pa´que lo sepan. – dejó claro Coque.

– ¡Contra que te invitamos para darle pinga los tres! – terció Julio.

– ¡Mira, pregúntale qué pinga le gusta más!

– ¡La tuya, la tuya, papi! – agregué con zalamería.

– ¡Así me gusta, mami, aquí tienes tu pinga pa´rato! – me confirmó orgulloso Coque.

Por mucho que insistieron Paco y Julio tuvieron que conformarse con ver cómo el conocido o amigo me acaparaba para sí y sin dejarles nada. Cuando se vino nos vestimos para irnos a pesar de las protestas de aquellos dos. Salimos a la calle, Coque iba contento.

– ¡No sabes, macho lo que me gustas! Mira, si te digo que eres al primero que singo de verdad, te puede parecer raro… pero eres el primero.

– Singas muy bien para ser primerizo.

– Je, je, je…, mira, no es que sea primerizo, eres el primero que singo sin esos problemas de que “me duele”, de que “es muy grande y solo la mitad”… y con las jevas no me gusta na. -concluyó. – Me gusta sentir un culito que apriete mi morronga y el tuyo hoy lo ha hecho genial. ¿Sabes una cosa?

– ¿Qué?

– Se me está parando de nuevo…

En efectivo, la erección era visible por encima del pantalón. Me gustaba el muy cabrón, era un tipo muy fogoso, aunque eso podía ser el principio.

– Si quieres nos metemos en ese matorral y te la mamo…

– No, mami, no quiero que me la mames… yo quiero darte pinga de nuevo por culo.

Sí, me gustaba, el muy hijo de puta sabía lo que quería y cómo pedir lo que quería. Aprovechando esa oscuridad que siempre había, nos metimos detrás de unos matorrales. Me bajé los pantalones y abrí mis nalgas. Coque se arrodillo y empezó a mamar mi culo.

– ¡Cojones, lo tienes lleno de mi leche! Espera que ahora te voy a dar más…

Fue lo que dijo antes de hacerme sentir aquella pinga gorda y grande que entró bien, sin trabajo alguno. Nos demoramos bastante pero gozando a tope por lo que no nos pareció mucho tiempo, se vino y se preocupó porque me viniera yo. No dejó de bombear mi ojete hasta que no me vine. Nos besamos largamente, miré su pinga que por la poca luz que había, tenía un aspecto de ensueño. Me agaché y besé su miembro, lo olí, lo lamí y terminé chupando su pinga.

– ¡Coño que se me va a parar de nuevo! – me dijo.

– ¡Papo, sólo estaba limpiándola para que no le quede ni una gota de leche!- en respuesta me besó.

– Eso es lo que me gusta de ti…, te gusta la pinga y que te den leche y pinga.

– Sí, me gustas mucho…

– Puedo no gustarte, me basta con que te guste la pinga que te voy a dar.

Desde ese momento me convertí en la pareja de Coque y aunque delante de algunos amigos o de los pocos familiares que sabían de mí, me sentía algo raro, me daba lo mismo. Coque era negro, macho y tenía un buen machete, y lo principal, nos gustábamos mutuamente. Aquella noche me fui a dormir a su casa, vivía en una casa pequeña, bueno, un cuarto que había construido detrás de la casa de los padres y que se entraba por un pasillo lateral directo al patio. Aquella noche la pasamos abrazados y acariciándonos, dándonos placer el uno al otro. Supe que era enfermero en el hospital y que por suerte no trabajaba al día siguiente, me contó que desde hacía tiempo se había hecho aquel cuarto porque aparte de querer independizarse algo, por su trabajo le era mejor porque a veces tenía que dormir de día cuando tenía guardias nocturnas. Su familia sabía lo de él y lo aceptaba sin problemas, aunque algunos de los hermanos eran demasiado cheo para compartir todo.

Yo le conté de mí algo, él me dijo que me había visto alguna que otra vez con William pero que no se había atrevido a invitarme porque yo ni lo había mirado. Yo ni me acordaba el haberlo visto con anterioridad. Al día siguiente nos levantamos tarde, casi al mediodía después de una noche tan ajetreada, la hermana entró y Coque nos presentó. La mujer muy simpática, me dijo:

– ¡Coño, a ver si nos sale bueno y me cuidas a mi herma!

– ¡No te imaginas lo bien que nos llevamos en la cama! – agregó él.

– Pues mejor, niño… mejor que todo comienza por una buena cama.

Era simpática la hermana, no conocía a nadie más porque todos se habían ido al trabajo pero me prometió presentarme a los demás. Abrió las persianas para que entrara un poco el sol, se le veía bello como un adonis de ébano, no era de esos cachas musculosos, pero tenía buen cuerpo y aquel calzoncillo blanco le resaltaba mucho con su piel negra. Vino hacia mí y me abrazó.

– Me gusta ver cómo me miras…

– Es que me gustas un montón…

– Y tú a mí blanquito… ¿entonces te van los negros?

– No, papo, me gustas tú qué sabes dar lo que me gusta…

– ¡Mi pinga y mi leche son tuyas!

Yo lo besé, me acosté a su lado desnudo abrazando la almohada.

– ¿Sabes lo que quisiera?

– No me cuesta adivinarlo… – respondió acariciando mis nalgas.

Yo suspiré al sentir como me acariciaba y saber que me miraba. El sol nos daba en la cama y yo quería ser de él. Se levantó a buscar vaselina, pero lo detuve.

– No, papo, no…  que me singues con saliva…

– Pero…

– ¡Papo, si voy a ser tu gente, mi culo tiene que abrirse solo cada vez que tu pinga lo roce! – le dije escupiendo en mi mano y untando la saliva en mi ojete.

– Si te duele me lo dices… – me dijo mientras ponía su pinga en mi culo.

Costó trabajo que entrara así, pero entró al final.

– ¡Ya la tienes clavá!

– Entonces escucha…, quiero que seas mi marido. – le dije con zalamería.- ¿serás mi marido? Mi macho.

Como respuesta sentí como empujó bien adentro su sexo haciéndome sentirlo.

– Ya lo soy…, soy tu macho, tu marido y tú mi jeva, mi maricón gozador…

Volví a tener por compromiso a un negro, de nuevo en el pueblo los rumores se levantaron que yo estaba con aquel negro y todo lo que se les ocurrió. Pero a mí me importaba poco lo que dijeran de mí, estaba feliz con él y él conmigo. Como a la semana fuimos al cumpleaños de un amigo, yo en calidad de pareja aunque no sabía que allí estaría la antigua pareja de Coque. No me gustó mucho aquello porque en resumida, él me había dicho otra cosa.

– Mira, papo, a ver, no te mentí ni nada de eso…, te dije la verdad. Tú has sido el primero que me singo así metiendo hasta el tronco y sin chistar. Claro que antes tuve mis cosas, como tú las tuyas. – me besó con pasión. – ¡Sí, ese fue mi gente! Pero eso pasó hace tiempo porque de verdad que él no podía con mi pinga y yo no estaba para esas cosas, lo dejé porque me enrolé con una jeva, con una mujer y bueno cuando te conocí a ti, yo estaba solo.

– Ya me imaginaba que eso de primerizo era un cuento…

– ¡No, mi vida! ¡Verdad, pura verdad! – me juró – Tú has sido el mejor y el único que he singado así, nadie, escucha, nadie se ha querido meter mi tranca completa y a mí me gusta singar.

– ¡Bueno, no pasa nada! Pero no creo que a tu ex le guste mucho que estemos aquí juntos.

– ¡Bah, me tiene sin cuidado! Ya hemos terminado hace tiempo.

Nosotros acaramelados allí muy a pesar de las miradas furiosas del ex, que por casualidad estaba solo y eso lo hacía rabiar más. Eso lo supe por el amigo que cumplía años que se sentó a mi lado.

– ¡Oye, cuida a Coque, no lo había visto tan feliz con nadie!

– Bueno, recién empezamos…

– ¡Mira, es muy buena gente, es un pan!

– Lo sé…, y me gusta mucho – dije mientras lo besaba.

– ¡Tú eres su segunda gente, así que lo estrenas! – me confesó sin preguntarle nada – ¡Oye y que lo que tiene es mucho! ¡Le decían El Bate…, ya sabes por qué!

Reímos, seguimos charlando de otras cosas hasta que Coque me dijo que era mejor irse y aunque el amigo propuso que nos quedáramos más tiempo, nos fuimos. Mientras caminábamos rumbo a la casa me dijo como si se franqueara.

– ¡Mira, mami, de verdad que me llenas! Me gustas un puñao…, no he encontrado gente así… y mira, con un blanquito me ha tocado enamorarme.

– Sí, papo, así es…, a mí me pasa lo mismo… ¿pero qué coño le importa a la gente lo que hagamos? Tú y yo estamos bien, nos gustamos y en la cama mejor…

– Eso es lo que vale…, mi vida. – me susurró al oído – ¿sabes lo que quiero?

– ¿Qué? – como respuesta me plantó un beso en la boca. – ¡Oye que nos llevan presos por esto!

– ¡Ven, vamos a sentarnos en el parque un rato! Allí, en la oscuridad…

Allí nos fuimos y nos sentamos en un banco al amparo de la oscuridad que imperaba en el parque y de los árboles. Él se sentó apoyando su espalda a la pared y yo entre sus piernas abiertas, él me abrazó con cariño mientras besaba mi nuca.

– Me estoy enamorando de verdad, mami…

– Y yo ya lo estoy…, me gustas….

Sus caricias me excitaban, él se excitaba más aún. Sentía su pinga ponerse dura. Estuvimos un rato sin decirnos nada porque nada nos hacía falta decir. Yo me volví, lo miré, me gustaba ver sus ojos bajo aquellas pestañas tan largas y su boca bajo el bigotico sensual que tenía.

– ¡Papi!, ¿me dejas que te mamé la pinga?

– Ya sabes que es tuya, toda tuya… todita para ti…

Me lo dijo con cariño, agarrando mi cara y besándome. Yo abrí la portañuela y saqué aquel pingón que tanto me gustaba. La besé, la roce con mis labios y mi bigote, empecé a chupar la cabeza de su pinga, él me miraba y yo lo miraba.

– ¡Si… si quieres vamos y singamos en la casa! – me dijo jadeando.

– No, papo, no…quiero mamarte la pinga aquí en el parque, en medio del pueblo…

– Eso me gusta de ti…, eres un loco a pinga…, es tuya… sácame la leche, mami… sácamela.

Seguí yo mamando su pinga, haciéndole sentir todo el goce del mundo, a veces se le escapaba algún gemido, me acariciaba la cabeza diciendo “así, mami, así”, “qué rico mamas”. Así estuvimos hasta que se vino en mi boca, yo aproveché para tragarme todo el semen y dejarle limpia, bien limpia la pinga. Sentí que eso le gustaba, que le llenaba de orgullo.

– Eres el mejor mamando…, uf, ¡qué mamada! Y te has tragado toda la leche sin decir nada…, glotón. – me besó – Me gusta ese olor a leche mía que tienes, me vas a volver loco, me has embrujado…

– Papo, tu leche no se debe desperdiciar más… ya sabes, o en mi culo o en mi boca.- sabía el efecto de mis palabras. Me besó con arrebato.

– ¡Es tuya, mami, es tuya toda!- y agregó después del beso- no sabes lo que me gusta que mi gente sea así, un poseso a mi pinga, a mi leche… ¿sabes? Me han dicho que tú has cogido mucha pinga y que tenías el culo descocido, pero son chismes, yo mismo te he singado y me encanta tu culito, pero conmigo vas a tener la pinga que te gusta.

Yo volví a lamer la cabeza de la pinga que había dejado asomar unas gotas de semen. Coque se sentía orgulloso, más macho que nadie.

– ¡Mami, vamos pa´la casa que quiero singarte ahora! – nos levantamos y me agarró las nalgas- ahora le toca a ese culito tener su lechita.

Llegamos a la casa, cuando caímos en la cama desnudos y abrazados éramos muy felices. Yo me puse boca abajo mientras él ponía un cojín debajo de mí para que mi culo quedara alto. Empezó a untar crema en mi culo, sentí el frío y el olor de una crema conocida.

– ¿Eso es lidocaína? – le pregunté con rareza.

– ¡Sí, mami… hoy quiero darte pinga bastante tiempo, primero que ya me vine y segundo que quiero gozar bien.

Sabía lo que aquello significaba porque lo había hecho con ese analgésico, no se sentía nada y se podía singar mucho.

– ¿La has usado antes?- me preguntó mientras ponía su pinga en mi culo.

– ¡Sí!

– ¡Ah, me han dicho que la gente la usa en los bailes de perchero para que al pasivo no le partan el culo!

– Papo, a mí me gusta sentir…

– Ya vas a sentir mañana cuando se te pase la crema… – metió la pinga despacio hasta atrás. La sentí a pesar de la crema y sus efectos, sentí que me metía algo duro y grande: la pinga de mi negro. Rápido empezó a moverse, a singarme, a embestir a lo macho. – ¿Mami rica, te gusta lo que te estoy haciendo?

– ¡Sí, macho, me gusta que me des pinga!

– ¿Mami, te gusta mi pinga?

– ¡Sí, sí!

– ¡Pues la tienes bien clavá la tienes en tu culo! ¡Goza, maricón!

– ¡Dame pinga, dame!

– ¿Tú eres maricón?

– ¡Soy tu maricón! Papi.

– ¡Te gusta la pinga! ¿Eh?

– ¿Y a ti mi culo?

– ¡Sí, mami, sí…, me vuelve loco ese culito rico y estrecho que tienes! Lo sabes bien, me estás volviendo loco…ya sólo pienso en singarte, maricón.

– ¡Vamos, vamos, dame pinga… dame, coño, dame…

Yo le animaba, él seguía dando pinga y ambos recibíamos placer, un placer mutuo, de dos. Estuvimos mucho rato y lo más interesante que sin cambiar de posición, creo que al cabo de una hora se vino dando mugidos. Se quedó dentro, me besó, me prometió el cielo y la tierra.

– ¡Ahora quiero sacarte la leche a ti! Ve y lávate el culo.

Lo obedecí, regresé y me puso con las piernas para arriba y empezó a mamarme el culo recién singado.

– ¡No te toques la pinga! Quiero sacarte la leche mamándote el culo…

Comprendí que quería hacerme algo que poca gente lograba, pero con lo caliente que estábamos pues quizá podría ser. Empezó a lamer mi culo, a decir que se salía su leche, a meter su lengua.

– ¡Papi, méteme le dedo aunque sea!

– ¡No, yo tengo que hacer venirse a mi jeva con la lengua!

Estaba convencido de que lo lograría y finalmente lo logró, me vine casi gritando de tanto placer que me provocó. Aquella noche dormimos abrazados, muy juntos y satisfechos de tenernos el uno al otro.

Efectivamente al día siguiente me sentía adolorido, además de molido por el no dormir. No era mucho pero me sentía incómodo, sobre todo cuando fui al baño. Coque se levantó como si nada, claro no iba a dolerle el rabo.

– ¡Mami, ven pa´cá que tu negro te tiene algo! – lo escuché decirme desde la cama, me imaginaba qué era. Cuando entré en el cuarto allí lo vi acostado blandiendo su pinga al aire. – ¡Ven, ven…que ya te toca tu lechita!

– No sé… – dudé yo – Me has dejado adolorido…

Me acerqué acostándome a su lado, nos abrazamos besándonos y acariciándonos. Me hizo volverme y abrió mis nalgas.

– ¡Se ve bien, todo rico como siempre! – Me besó el culo, las nalgas- Ese culito quiere su leche…

– No, me duele, de verdad…

– ¿Qué es lo que te duele si no te he metido nada? – dijo propinándome una nalgada sonora.

– Papo, me vas a joder si me singas ahora…

Se acostó sobre mi espalda haciéndome sentir su pinga entre mis piernas.

– ¿No la sientes?

– ¡Sí, papo, sí, la siento y me gusta! Lo sabes bien.

– Pues esto es carne para ese hueco…

No iba a detenerse en sus intenciones, iba a singarme porque lo deseaba. Me acordé de William cuando me decía que yo era maricón para complacer a los machos, me dejé llevar.

– ¡Mira, mi vida, quédate quieto y verás cómo gozas!

Me puso algo frío, pero no era la crema analgésica sino un lubricante, me puso la pinga en el ojete y empezó a penetrarme. Me dijo que si me dolía que le dijera, que pararíamos entonces. Cuando se dejó caer sobre mi espalda y habiendo metido toda su pinga en mi maltratado culo, me dijo.

– Mami, ¿ya sientes mi pingón dentro?

– Sí…, sí…

– ¿Tú eres mi jeva?

– ¡Sí, papi, sí lo soy!

– Ya ves, si eres mi jeva pues te voy a singar, las jebas complaces a sus maridos…

– Y lo hago…, pero ayer me singaste duro…, me siento algo raro…

– ¿Pero ahora cómo sientes el culito?

– Rico, papi, rico… pero síngame con cuidado…

– A ver, mami, a ver… mira nos ponemos de lado y tú mismo serás quien se mueva y así controlas todo.

Eso hicimos, de costado yo empecé a moverme, a mover mi cintura para sentir como me singaba mi negro que no paraba de besarme y acariciarme.

– ¿Sabes una cosa? Cuando nos empezaron a ver juntos, mucho vinieron con chismes diciéndome que eras un enfermo a la pinga y que habías cogido más pinga que nadie. – me besó – que hasta puta fuiste pero me gustaste desde el primer momento y si te quiero hacer mi jeva, es para que estés contenta siempre, bien servida y singada.

Ni protesté porque no tenía sentido.

– Mami… ahora eres mi jeva, mi gente y sabes complacer a tu macho. Ya ves cómo te estoy dando pinga, despacio, suave porque me lo has pedido. Yo sé que tengo un buen tronco pero eso es lo que te gusta a ti…

Al rato le que no podía más, que mejor se lavaba la pinga y yo se la mamaba. Le entusiasmó la idea, regresó para que yo me ocupara de chupar hasta que se viniera en mi boca. Yo mamaba y lo miraba.

– ¿Sabes? Alguien me dijo que tú eras el “Tragaleche”…

– ¿Qué hijdeputa te dijo eso? – protesté yo.

– Sigue, sigue, mami… mira, no te pongas bravo, fue un chisme, ya sabes que el mundo es pequeño…, yo conozco a ese tipo, es un mierda.

Seguía hablando mientras en mí hervía la sangre de esos chismosos, al parecer no tenía ni que contarle mi pasado porque ya se lo habían contado con lujos de detalles.

– ¡Cuándo me venga, no te tragues la leche, quiero que me la des en la boca!

Me pidió, al rato se vino llenando mi boca de leche. Después nos besamos y le di toda su leche en un beso. No me sorprendió lo que hizo pero me gustó, me hizo acostarme y abriendo mis nalgas con un beso en mi culo echó su leche. Después se acostó abrazado a mí.

– ¡Te quiero, papi, me has hecho algo lindo!

– Ya te dije que eras mi gente, ese culito estará bien alimentado siempre…

Claro que lo iba a estar con lo que después empezó para volverse un huracán. Empezó cuando fuimos a casa de un hermano de Coque que vivía en Marianao, un tipo gracioso y bien plantado como diría mucha gente. Fuimos a llevarle unos tenis que no sé quién había vendido y él los quería.

– ¿Esta es tu jeva, mi herma? – fue el saludo mientras abrazaba a Coque mirándome.

– No empieces a joder. – fue la réplica de Coque.

– Me imagino que tendrá buen culazo para estar contigo. – bromeó mientras me daba la mano, me atraía hacia él para abrazarme. – Yo soy el hermano mayor y lo sé todo, Lucas.

– ¡Ya, lo sabes todo y lo has visto todo!, así que no nos jodas con tus cosas. -protestó Coque.

– Oye, si te hubiera visto por la calle no habría pensado que fueras maricón! – se confesó conmigo.

– Bueno, no voy gritando por la calle… – le dije.

Cuando el hermano salió a no sé qué, Coque me contó que Lucas vivía solo, que había estado casado. Me contó que el hermano era un loco pero muy buena gente. Aprovechando que estábamos en la casa solos, yo me senté sobre mi macho, abrazándolo y besándolo. Me gustaba, nos gustábamos mutuamente. Así nos vio Lucas cuando entró.

– ¡Ya empezaron con la mariconería! ¿Eh? – dijo riéndose.

Yo quise levantarme pero Coque me abrazó y no me dejó.

– ¡No le hagas caso que él sabe lo que hay! – me calmó Coque.

Lucas había ido por una botella de ron y unos refrescos tropicolas, trajo vasos y se sentó frente a nosotros en otro sofá. Empezamos a beber tragos, a charlar de cosas diferentes. Cuando Lucas le soltó a su hermano.

– ¡Mi herma, te veo feliz con este blanquito!

– Pues sí, es lo mejor que me ha pasado. – dijo mientras me daba un beso en la boca. – me he enchochado con él…

– ¡Querrás decir enculado! – bromeó Lucas con malicia, después me dijo.- no te pongas bravo, no lo hago para ofenderte, es que se ve que mi hermano está feliz contigo. Ya me lo había dicho Merche, pero ahora lo compruebo.

– Pues sí, brother… como lo ves, estoy bien, feliz porque hasta que no nos conocimos, yo no había singado de verdad…

– Entonces, es lo que se dice un buen culazo… – después a mí me dijo – ¿darás buena cintura?

– Bueno, cuando tu hermano me deja, doy cintura pero él es una máquina dando… – besé a Coque sin terminar la frase.

– ¡Ya dando pinga! – agregó Lucas – ¡Oye, que sé que mi herma tiene buen morrongón! ¡Qué yo lo he visto en acción!

– ¡Oye, oye… para! – le recriminó Coque.

– ¡Bah, no te hagas el santo que tú y yo hemos estado dando pinga en el mismo cuarto! – me aclaró – yo con una jeva y él tratando de singarse a un maricón que gritaba más que mi jeva… je, je, je.

– ¿Y eso, no me habías contado? – le pregunté a Coque.

– ¡Na del otro mundo!- se excusó Coque. – estábamos aquí, y na´empezamos a singar. – Lucas con una putica del barrio y yo con un amiguito de la putica…

– Ja, ja, ja, me acuerdo… me parto de risa de recordarlo… – grito Lucas – ese pajarito chillaba por cualquier cosa y lo más cómico, no podía meterse la morronga de mi herma porque no le cabía, no podía mamársela porque era muy grande… je, je, je.

– ¿Y cómo terminó la singueta? – le pregunté yo.

– Ja, ja, ja…, mira mi herma ya cabrón de tanta mariconería, fue a la cocina y trajo una lata de leche condensada y puso al pajarito a lamer la pinga como si fuera un helado… uf… estuvo dando lengua…, qué te digo, la putica y yo nos vinimos y estos dos seguían…

– No se dejó singar… – dijo riéndose Coque.

– ¡Bah, comemierda, no sabe lo que se perdió! – agregué yo.

– ¡Mami, tú eres la mejor jeva! Yo contigo lo que sea…, mira cómo me tienes de caliente.

Efectivamente, la pinga estaba dura y se le marcaba por encima del pantalón. Al frente estaba Lucas mirando sin perderse nada.

– Si quieres vamos pa´l cuarto y te bajo eso. – le dije yo bajito.

– ¡Mami, no, mejor aquí! – me susurró al oído. – yo me volví como indicando que allí estaba el hermano. – ¡Mami, no te preocupes, a él le gusta mirar!

Había dado luz verde con aquella frase. Estaba claro que el hermano pues le interesaba bastante el asunto. Nosotros empezamos a lo nuestro como de costumbre y pronto la sensación de que alguien nos miraba despareció. Al rato de haber estado mamando la pinga de mi negro, éste me puso de pie y abriendo mis nalgas empezó a lamer mi culo. Yo gozando, mirando al hermano que parecía excitarse a mil con el espectáculo.

– ¡Ven pa´cá, mi herma, pa´que veas cómo le entra solita!

El otro se acercó, me agarró por los hombros como queriendo decirme que aguantara pero terminó sorprendido cuando vio como Coque ponía su morronga en mi culo y la metía sin detenerse, arrancando de mí solo suspiros de placer.

– ¡Cojones, brother! ¡Eso sí que es un maricón de ley! – dejó escapar Lucas.

– ¡Ya ves…, es mejor que una jeva! ¡Mira, mira cómo traga pinga y sin chistar, solo goza! – le corrigió mi negro.

– ¡Oye y con lo machito que se ve, se abre to! – comentó mientras pasaba su mano por mis nalgas hasta llegar al culo lleno por la pinga de Coque, su hermano. – ¡Qué no me creo que se la hayas metido toda así de golpe y con saliva na´má!

– ¡Mi herma, tuve que darle mucha pinga para llegar a esto! Pero ya ves, ahora ese culo se abre solito… – dijo con orgullo de macho Coque.

– ¡Oye, Lucas, es que a mí me gusta la pinga y que me den pinga! – le dije yo a modo de calentarlo más, después le dije a mi negro. – dame pinga, macho, dame para que este vea lo que es singar rico…

Coque me singaba duro, provocando chasquidos al golpear sus huevos con mis nalgas. Yo de pie gozando y más porque Lucas me había pegado su pinga en el brazo. La tenía dura. Al rato le escuché murmurar algo al hermano, y aunque no alcancé a escuchar todo claro, supe de qué se trataba.

– ¡Mi herma, esta es mi jeva y hace lo que quiera su macho que soy yo! – a mí me dijo dándome una nalgada. – ¡Mami, saca la pinga de mi herma y ya sabes, trátalo como se merece!

Lucas se puso delante de mí, yo desabroché el pantalón y saque su pinga gorda, pero no tan grande como la de Coque. Comenzó a singarme la boca agarrando mi cabeza.

– ¡Mi herma!, ¿quieres darle pinga tú ahora por culo? – le propuso Coque, yo propuse irnos a la cama porque ya de pie, estaba algo cansado pero mi marido se impuso. – ¡No, mejor mami te sientas en su pinga y le das cintura un rato!

Lucas se sentó en el sofá con la piernas bien abiertas y la pinga parada, yo fui a sentarme sobre él pero Coque me atajó.

– ¡No, mami, de frente a mí, quiero que mires a tu macho mientras te singan!

Así empecé yo a moverme mirando a mi negro, a mi macho, a mi marido que desnudo me miraba mientras se manoseaba la pinga, la pinga que tanto me gustaba. Lucas no resistió mucho tiempo mis movimientos y se vino casi aullando.

– ¡Maricón, coge leche! – gritó.

Cuando me la sacó sentí un gran alivio, me arrastré de rodillas hasta mi negro para mamarle la pinga y sacarle la leche.

– ¡Mi herma, mira, mira y aprende!

Yo le mamé la pinga hasta que se vino llenando mi garganta de semen caliente. Me la tomé toda, dejándole la pinga limpia y reluciente.

– ¿Se la ha tragado toda? – preguntó con asombro Lucas.

– Je, je, je, pues mira, este tiene dos huecos pa´recibir leche: la boca y el culo, así que ya desde que estamos juntos, no he desperdiciado ni una gota. – agregó Coque con jocosidad.

– ¡Quédate así! ¡Uf…, cómo me pone ver ese culo chorreando mi leche!

Me pidió Lucas y me quedé allí de rodillas frente a Coque, mejor dicho en cuatro y empinando mis nalgas hacia arriba para que Lucas viera, de vez en cuando dejaba escapar el semen para arrancarle alguna que otra exclamación.

– ¡Oye, mi brother, tremendo maricón que te has echado! ¡Cómo hace pucheros con el culo recién singado!

– ¡Pues, lo soy, soy maricón y me gusta que me den pinga! – le dije yo volviendo la cabeza.

– ¡Mi herma, si quieres, métesela de nuevo, no ves que te la está pidiendo! – le dijo Coque.

– ¡Oye!, ¿no le partiré el culo de tanto singar?

– ¡Dale que a él le gusta! ¿Verdad, mami?

– ¡Sí, papo, sí!- me levanté y fui hasta Lucas. – ¡Dame pinga, macho! ¡Dame que eso es lo que me gusta! – le dije con vicio.

– ¡Ya ves, mi herma, ya ves! ¡Dale tú primero que después le doy yo! -concluyó mi negro.

Me singaron los dos por turnos, la sala se llenó de olor a leche. Yo estaba bien, a pesar de la singada que me había propinado y que ambos tenían buenos pingones. Terminamos acostándonos a dormir los tres en la cama bajo el ventilador de techo. Dormimos algo, bueno, al menos Lucas y yo, Coque desconectó rápido y yo me hubiera dormido si no fuera porque al rato o no sé a qué tiempo sentí la pinga de Lucas en mi culo de nuevo.

– Psh, estate quietecito que mi brother duerme. – me susurró al oído.

– ¡No! – le dije en voz baja.

– Déjame, no seas mala, anda mami…mira, te la meto y ya…

Mientras me decía aquello, trataba de meter su pinga en mi ojete, que ya dilatado, ofrecía poca resistencia.

– Mami, ábrete un poco…, así, así… deja que te entre solita…, ya, coge pinga, maricón.

Cuando me la metió se quedó quieto, abrazado a mí.

– Era esto lo que yo quería…, tenerte así clavá.

Coque se movió algo y nos dijo con molestia.

– ¡Coño, dejen dormir y váyanse a singar a otro lado!

Nos levantamos y nos fuimos a la cocina. Allí Lucas empezó a singarme de pie, era una máquina moviéndose, dando pinga. Al rato sentí como que algo caliente me llenaba y a medias se me salía. El muy cabrón se estaba meando en mi culo. Vencido la sorpresa inicial, me entregué a gozar lo que me propinaba Lucas.

– ¿Te gustó, mami?

– Mmmm.

– ¿Pero te gustó o no? – volvió a insistir.

– ¡Claro que le gustó! No ves que es maricón del culo. – dijo Coque desde la puerta del dormitorio.

Me fui al baño a expulsar el meado y lavarme, cuando regresé escuché como discutían. Coque le echaba en cara que yo era su gente y que me respetara.

– ¡Oye, esa es mi jeva, mi mujer! Así que punto final a esas singuetas…

– Mi brother, pero no te das cuenta que es tremenda puta…, le gusta la pinga, la leche…

– Yo le doy caña a tope…

– … y ya ves…, se vino conmigo a singar dejándote en la cama…, abre los ojos.

Salí del baño, me vestí y le dije a Lucas.

– Mira, negro, soy maricón y me gusta la pinga y que me den pinga y leche, no lo voy a negar, tampoco voy a negar que me gusten los negros y por eso me pudiste singar, pero hay una cosa, aquí estoy en tu casa, en tu cama y con mi gente al lado que quiso que singáramos. Por lo demás, me voy, arréglense los dos como les dé la gana.

– ¡Oye, mami, espera, no te pongas así! – fue lo que se le ocurrió a Coque decirme.

– ¡Mira, ese es tu hermano!

– Pero si tú me gustas así, bien puta… ¡ven acá!

– ¡Bah, deja a esa putica blanca que seguro en la parada liga a algún bugarrón! – gritó Lucas con desprecio.

Salí como una bala para tratar de que Coque ni me siguiera.

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