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Alba (Parte 2)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Ya casi no lo recuerdo, después de estos 2 años de abstinencia, precedidos de otros tantos de sexo irregular y distanciado en el tiempo; pero no siempre estuvimos así, Alba. ¿Tú también piensas en nuestros buenos tiempos alguna vez? ¿Recuerdas con nostalgia cómo nos lo hacíamos al empezar nuestra relación, cuando aún ni siquiera queríamos ponerle etiquetas? ¿Soy sólo yo quien siente como agujas clavadas en los ojos todas las cosas que nos quedaron por probar? ¿El único que se tortura al mirarnos ahora pensando en que ya tendríamos todo el tiempo del mundo de experimentarlas más adelante?

Aún recuerdo la primera vez que nos dimos una ducha juntos. La forma en que enjabonaste mi cuerpo entero en el neblinoso submundo que provocaba la temperatura ardiente del agua. Recuerdo cómo te deleitabas entonces con cada centímetro de mi piel, repasándolo con tu esponja con la delicadeza y fascinación con que lo haría una arqueóloga con su pincel a la estatua que acaba de encontrar enterrada y que desea descubrir lo antes posible, pero al mismo tiempo se obliga a contener el ansia para que cada movimiento sea preciso a fin de no dañarla. O la forma pícara en que prescindiste de la esponja al bajar de la línea de mi cintura y comenzaste a manipular mi polla con tus propias manos desnudas, dejando que resbalasen entre la espuma y parecías tan extasiada como tocases un tótem sagrado de bronce, recreándote notándolo latir de excitación.

Te pusiste entonces en cuclillas ante mí y mi mente se fue a otra parte; pero lo que hiciste fue seguir con tu esponja repasando mis piernas, mis pies. Como una diosa bíblica que se postra humilde para lavar los pies de los pobres mortales. Me pediste que me diera la vuelta y entonces volviste a subir y comenzaste a frotar con fuerza mis nalgas y mi espalda. Y entonces me ofreciste tu esponja y te giraste y yo tuve que contener la pasión y la lujuria inflamada que sentía para seguir el juego y estar a tu altura. Empecé por tu cuello y fui bajando por la espalda y, al bajar, separé los dos gloriosos carrillos carnosos y respingones para llegar mejor a su cara interior y me junté mucho a ti, encajando mi miembro a lo largo de la raja de tu culo y soltándolas luego para que tus nalgas, al volver a su estado de reposo, la acogiesen como en un abrazo húmedo y resbaloso. Y estando así, me centré en tus pechos, primero recorriéndolos con la parte suave de tu esponja, y luego masajeándolos con mis manos de forma delicada, sintiendo que podría pasar así las horas y los días sin cansarme.

De hecho, al final fuiste tú quien guio mi mano hacia abajo para indicarme que prosiguiera el camino y tras frotar tu vientre jugoso me detuve otro largo tiempo en tu pubis, en el vello largo que te nacía de él y que frotaba con mis yemas como si lavase una cabeza y después, me eche tu gel íntimo en la mano y te sujete el coño desde atrás, arrimando aún más mi miembro contra tu culo mientras lo hacía. Mi dedo corazón empezó a recorrer los pliegues de tus labios, pero sin dejar en ningún momento de aferrarme mi mano fuerte sobre tu coño. Quería retenerlo por siempre, sintiendo que no podía permitir que ese coñito delicioso y caliente se me escapase nunca. Y entonces te lo introduje dentro y empecé a recorrer el interior de tu vagina con mucha suavidad, como si quisiera solo rozarlo. Te hubiera empotrado en ese mismo momento, pero en lugar de eso nos aclaramos y nos salimos de la ducha con una sensación de satisfacción extraña a pesar de todo, de haber compartido un momento muy especial.

¿Quién eres tú y qué hiciste con aquella Alba que, cada vez que yo le pedía hacer la cucharita porque me apetecía tener un momento tierno, no podía evitar restregar su culazo morboso contra mi polla, aunque no hiciese siquiera diez minutos que habíamos acabado de echar un polvo? ¿La que le apetecía probar posturas nuevas? ¿La que me pedía que la atase y la vendase los ojos? ¿La que me tuvo que pedir que la azotase el culo teniéndolo en pompa ante mí porque, de otro modo, yo nunca me hubiese atrevido? ¿O la que deseaba con impaciencia que llegase mi autobús para tener una de esas maratones de todo un fin de semana donde llegábamos incluso a perder la noción del tiempo a base de follar, hablar un rato abrazados desnudos, volver a follar, volver a hablar, volver a follar, pedir pizza y devorarla en la cama recuperando fuerzas y casi no haber terminado aún el último pedazo, limpiarse los dedos de grasa con prisa metiéndolos chupándolos dentro de la boca antes de abalanzarse a comernos la boca y terminar volviendo a follar hasta caer dormidos sudados y exhaustos y despertarte tú con ganas de ir al baño y al volver, despertarme a mí “ronroneando” como una gatita en celo necesitada para volver a follar, y volver a dormirnos y así una y otra vez hasta despuntar el alba y estar tan agotados pero, a pesar de todo seguir teniéndonos tantas ganas, que nos tocábamos y acariciábamos el sexo hasta que el sol entraba por la ventana?

¿Dónde está la Alba que tenía HAMBRE de sexo? ¿La que sentía apetito por sentir un buena polla? ¿Qué fue de aquella Alba de actitud lasciva que puso una bombilla roja en la lámpara de su mesita y se calzó un body sexy que descubrió tras una bata mientras me atraía hacia su cuarto, caminando hacia atrás sin poder dejar de morderse el labio, con ESA MIRADA de putita sucia y caliente pidiendo guerra? ¿O la que rompía a llorar de emoción nada más me sentía entrar en su interior cuando, en vez de follar como animales en celo, hacíamos el amor con delicadeza y mirándonos a los ojos en silencio, diciéndonos con el alma (a través del cuerpo) todo aquello que sentíamos el uno por el otro y que tan pronto nos sentimos capaces de pronunciar en voz alta? Apenas unas semanas después de habernos conocido, ¿te das cuenta? ¿Ya nada de todo eso significa nada?

Yo quería más, mi amor. De ti. De nosotros. Esperaba mucho más. Deseaba que algún día duchándonos juntos, yo me arrodillase ante ti para que tú me orinases sobre mi cara y mi cuerpo mientras manejabas mi cabeza expuesta tirándome del pelo. Extasiado y bendecido de recibir el maná de tu lluvia dorada.

Deseaba que algún día pudiera llegar a excitarte la idea de regalarme la visión deliciosa de tu carita tierna untada entera de mi corrida después de una mamada intensa mirándome a los ojos; pero no como en el porno, sino como diciéndome con tu mirada que estabas disfrutando con los cinco sentidos de estar así mamando de rodillas porque para ti hacérmelo a mí no era una humillación ni algo degradante, sino algo tierno que parte de saber que ese instante y el recuerdo de mi novia, mi amada, haciendo aquello podríais vivir en mi memoria el resto de mi vida y pasase lo que pasase. Chupármela sabiendo que ese desenlace te hará inmortal, que sería como una forma de tatuarme tu nombre con tinta invisible en la piel de mi glande: La primera mujer que me hizo gozar de ese modo y muy posiblemente también la única. Para ser justos también deseaba que algún día pudieses vencer tus reparos absurdos y te pusieras de horcajadas sobre mi pecho, sumergiendo mi cara entre tus muslos, condenándome a comer y chupar tu coño hasta dejarme sin aire y sólo entonces separarte para dejarme respirar y volver a embestir mi boca una y otra vez, convertido en tu esclavo durante horas. Deseaba que algún día quisieses entregarme la virginidad de ese culo con el que fantaseo desde que te conocí, cuando nunca antes me había llamado la atención la idea de experimentar el anal.

Pero sobretodo y más que ninguna otra cosa, deseaba que algún día deseases follar conmigo sin condón, ya fuera porque hubieras decidido tomar otras medidas y poder así disfrutarnos sin barreras, o bien… porque en un arrebato de pasión me mirases a los ojos y dijeses: “a la mierda, que pase lo que tenga que pasar” y al ver la conformidad en mi mirada te metieses mi polla estando tú encima de mí, besándome y moviéndote como otras veces, pero esta vez de una forma tan diferente debido a la complicidad de saber ambos lo que podía significar: Hacernos el amor con la consciencia de que podrías quedarte embarazada y que no nos importase a ninguno porque, en el fondo, incluso nos conmoviese la profunda intimidad y conexión emocional que provendría de compartir el deseo de no ser únicamente una posibilidad, sino la sublimación de un deseo que ambos queríamos. Tenerlo presente durante todo el acto y recordarlo con mayor intensidad justo el instante antes de corrernos y saber, en ese sublime y delicioso momento, mi semilla va a fluir libre por tu cuerpo buscando que seas la mama de mis hijos y hacerte mía de forma definitiva y a mí hacerme parte inseparable de tu cuerpo.

Todo esto y muchas más cosas son las que deseaba para nosotros, Alba. Hacerte feliz, satisfacerte en la cama. Ser yo tu abrigo y tu refugio en los días de mierda y tú para mí lo único importante una vez termina mi jornada y salgo a la calle. ¿Por qué en vez de seguir profundizando en nuestra relación nos fuimos alejando? ¿Por qué no me has dejado si ya no te hago feliz ni te satisfago en la cama ni soy tu refugio en los días de mierda? ¿Por qué no te he dejado yo sí estoy deseando empezar mi jornada para salir de casa y no pensar en nosotros y nuestros problemas sin resolver y sin visos de poder hacerlo?

Alba, querida. Te extraño. Vuelve. No puedo dejar de pensar en ti mientras escrito todos estos relatos para pajearme como un loco sufriendo por lo que tengo y no puedo tener al mismo tiempo. Cuando la cuarentena del coronavirus termine y tú puedas volver a casa algo tiene que cambiar.

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