Yo llevaba una vida bastante aburrida viviendo como un empollón absurdo junto a mi madre viuda y a los dieciocho años, poco antes de entrar en la Universidad sucedió algo que cambió radicalmente mi existencia.
Yo soy un joven bastante extrovertido, aunque al tener tanta dificultad para ligar con las chicas, poco a poco se me fue avinagrando el carácter y hasta pensé en irme a Madrid, o a Barcelona, a un sitio en donde nadie me conociera para echarle "morro" a la vida y llevarme a la cama, a las primeras ingenuas que se me pusieran a tiro.
Me llamo Michel y soy bastante viril, por no decir que un tío muy bien dotado en lo que a miembro y testículos se refiere, aunque era virgen a mi edad y eso era como una losa que me ahogaba, amenazando con hundirme hasta el cuello en una gravísima depresión.
Cuando mi hermano Rafael, que era diez años mayor que yo, tuvo un accidente laboral y falleció, pensé que se me caía el mundo encima.
Mi madre me aconsejo que al encontrarme disfrutando de las vacaciones estivales, me fuera a vivir a casa de mi difunto hermano, haciéndole compañía a mi cuñada Raquel, que a sus veinticuatro años era una mujer que acababa de dar a luz a su primer hijo y que estaba muy buena, aunque para no ofender la memoria del pobra Rafa, siempre quise apartar de mi cabeza los malos pensamientos que me excitaban al soñar muchas veces con su joven viuda, con unas fantasías eróticas que me avergonzaban al recordarlas cuando amanecía y me daba cuenta de que era un gusano bastardo, un pobre estúpido que hubiera sido capaz de meterla en cualquier tubería para complacer los azotes crueles de mi libido.
No sé cómo sucedió, pero el caso es que acepte la propuesta de mi madre y como mi cuñada estaba de acuerdo, me cogí la maleta y en el tren llegue al pueblo ignorando que allí iba a perder esa virginidad que tanto me pesaba.
Cuando ella salió a recibirme, me quede helado aunque era el mes de julio y hacía mucho calor.
Raquel era muy hermosa y su cabello rubio corto contrastaba con el negro de su vestido de luto y la blancura de su rostro adorable.
La bese notando sus curvas femeninas, esos relieves que me hacían imaginar fantasías eróticas deliciosas pero impuras.
Estuve tentado de morrear a la bella, pero imaginando que ella me iba a dar una bofetada y a considerarme un cerdo miserable, opte por depositar unos besos castos en sus tersas mejillas y aspire ese perfume embriagador que desprendía su cuerpo, a perfume y a su piel limpia.
Cada vez que veo a una mujer me quedo como un imbécil contemplando sus pechos, especialmente si son como los de Raquel, mi cuñada, gordos y como una especie de sandías pequeñas y apetitosas.
Ella creo que se dio cuenta de que me quedaba con sus tetas e hizo un gesto de coquetería que casi me animo a seguir en mis intentos de seducir a esa cuñada, a la que desde que se casó con mi hermano, un par de años antes no había vuelto a ver, aunque a veces disfrutaba pensando al ver sus fotos de la boda, en que ella era mi amante, la esclava de mis deseos sexuales, sin que la protagonista de mis fantasías pudiera imaginarse que era sin proponérselo, el oscuro objeto de mi deseo.
Cuando ella me llevó en su coche hasta la casa grande y antigua, enorme a juzgar por el terreno que ocupaba y me invito a entrar, me sorprendió que fueran capaces Rafa y ella de vivir a varios kilómetros del pueblo, en un lugar idílico, con la montaña como testigo y con esos prados verdes, y el paisaje que deleitaba los sentidos, máxime si tenías la suerte de compartir ese hogar con un bombón como era Raquel.
Yo le pregunte que donde estaba mi habitación, para dejar mis cosas y las dos maletas que me pesaban mucho.
Raquel me invito a seguirla y me condujo hasta ¡su dormitorio!
Le dije tímidamente que no merecía el honor de acostarme en esa cama de matrimonio, que sin duda la traería tantos recuerdos.
Ella me respondió que era el hermano de su marido y que en las viejas culturas yo hubiera ocupado al morir Rafa, su puesto en esa casa en la que iba a pasar mis vacaciones con ella y con Marcos mi sobrinito, de tan solo cuatro meses.
Por esa razón me convenció para que ella y yo nos acostásemos juntos.
Raquel era una mujer muy activa y me derretía de deseo al verla ir de aquí para allá moviendo su trasero y obnubilándome.
Yo para no ser un estorbo y colaborar con ella, la ayude a cocinar, a limpiar la casa, le di comida a las gallinas y barrí la planta segunda de esa casona.
Pese a que no estuve inactivo ni un minuto, el pensar en que iba a compartir la intimidad nocturna y a acostarme con una hembra tan hermosa, me volvió a excitar y la gran erección que sufrí, ella la advirtió, a juzgar por el gesto que hizo, y como consecuencia de ese hecho tan lamentable, yo me puse más colorado que un tomate y por mucho que intentó pensar en desgracias y tristezas, mi miembro vigoroso y hambriento de sexo, no perdió su gallardía haciendo que me sintiera ridículo y mezquino, a su lado.
Cuando al llegar la noche me desnude para acostarme, estuve tentado de quedarme como el día en que vine al mundo, pero temiendo la reacción de mi cuñada y que pudiera irle con el cuento de mi acción punible a mama, me resigne a colocarme tan solo el pantalón de pijama corto, que tenía una apertura delantera demasiado grande y como consecuencia de ello, al empalmarme lo más mínimo el "pajarito" saldría fuera de la tela tenue y el follón se armaría sin duda.
Medio dormido estaba cuando oí que se abría la puerta de la habitación y en el dintel, vi la figura hermosa y seductora de Raquel.
Me hice el dormido aunque al estar boca arriba y con los ojos semientornados la veía perfectamente cómo se desnudaba.
Raquel lo primero que hizo fue despojarse de la blusa.
Llevaba un sostén de los maternales y al desprenderse de él, vi sus tetas grandísimas, como hinchadas y con los pezones húmedos y de color rosa oscuro.
Con lentitud y con coquetería, ella se acarició sus senos y se arrancó unos pelitos que al parecer brotaban de sus areolas y que le hicieron proferir unos suaves quejidos de dolor.
Después se quitó los pantalones ajustados de color negro, que llevaba por casa y unos segundos más tarde se quitó las bragas.
Casi me eche a sus brazos, cuando se comenzó a frotar el vientre, y a peinarse con la mano los pelos que recubrían su vulva.
Le vi los gruesos labios rosáceos violetas, y la cresta que surgía en su sexo.
La abertura femenina, el coño de mi cuñada era un bastión hasta ese día inexpugnable, pero confiaba que pronto pudiera conquistarlo y al logro de ese objetivo iba a poner en juego toda mi astucia y sangre fría.
Se metió desnuda en la cama y al verme con el pantaloncito, me dijo que parecía un niño cursi, queriendo tapar ese rabo que ella no me iba a comer, entre otras cosas porque no necesitaba a ningún hombre, para sentirse realizada plenamente como mujer.
Me quite herido en mi amor propio mi pantalón y ese miembro enorme, grueso y largo salió provocativo, reivindicando el papel de semental, de hombre viril que no tolera a una dama, por muy cuñada que sea, que vilipendie a los hombres y al gran papel que realizamos en el maravilloso proceso de la reproducción humana.
—¿Sabes que tu hermano era impotente? ¿Nadie te ha contado que el hijo que he dado a luz, es fruto del semen de un donante anónimo, que compramos en un Banco de esperma?
—Tú eres frígida y no sabes lo que es hacer el amor con un hombre de verdad. Yo también lo haría con una muñeca hinchable, pero la verdad es que no me gustan los sucedáneos y cuando pierda mi virginidad, será con una hembra de verdad, a ser posible tan guapa y maciza como eres tú.
—¿Tu tendrías la poca vergüenza de follarme a mí, que soy tu cuñada?
Me quede mirándola con rabia y la abrace besándola a traición en esa boca de labios dulces y sensuales, que mordí excitadísimo y que me hizo subir a la gloria del placer, cuando nuestras lenguas se fundieron en un beso de fuego.
No sé cómo pude hacerlo, pero lo cierto es que logre tumbar a Raquel boca arriba.
Entonces me subí sobre ese cuerpo adorable y busque con avidez su agujero vaginal.
Ella me cogió mi enorme miembro con la mano y como por accidente me coloco el glande morado por la excitación en la entrada de su cuevita y abrió de par en par las piernas, colocándome viciosa poco después los pies tras la nuca en una postura circense que le agradecí entusiasmado.
Apreté con timidez un poco y luego dejándome llevar por los nervios le metí todo mi tronco de carne en su coño y se lo hundí hasta que nuestros pelos púbicos se juntaron.
¡Estaba totalmente dentro de ella!
Pensé en que Raquel iba a rechazar mi salvaje acometida, esa especie de violación que pronto me di cuenta que no podía conceptuarse así, ya que ella había colaborado activamente para que nuestro coito pudiera realizarse, sin problemas.
Cuando mi gran poste estuvo dentro de su sexo, me quede embobado sin saber que debía de hacer, pero fue ella la que tomo la iniciativa y comenzó a moverse, rotando el trasero, la cintura como un torbellino de pasión y yo, torpe pero buen alumno de tal maestra en el amor, me deje llevar por ese huracán de lujuria y le bombee meciéndome y saliendo varias veces a golpes rítmicos e intensos en ese pozo del goce increíble, que pronto estuvo encharcado por sus jugos.
No sé el tiempo que transcurrió entre el inicio y el final de ese gran polvazo que ambos disfrutamos, pero cuando me di cuenta de que sus pezones estaban erectos y se me ofrecían a mi boca, como golosinas no me hice esperar y chupe uno de esos fresones y entonces como ella era una madre que amamantaba a su hijito, mi sobrino, le vino la crecida de leche y comencé a beberme el lácteo alimento notando como se llenaba mi boca del líquido vital que brotaba de sus senos maternales.
Sin poder evitarlo sentí que me corría a borbotones en su conejito y ella no me dejo escapar de su vientre y seguimos haciendo el amor dos veces más, hasta que ahíto del placer me quede exhausto sobre su cuerpo sensual y hermoso y allí espere a que con sus trucos de mujer experta en las artes del sexo, consiguiera mi cuñada hacerme levantar mi pene con su boca juguetona y viciosa, y disfrute así gracias a Raquel de una felación satisfactoria que me devolvió la autoestima, convirtiéndome en el semental más feliz del mundo.
Su boca me recorrió todo mi pene desde el glande hasta la raíz y en el sentido inverso.
A veces poniendo la boca en forma de aro, con los morritos preparados como una colegiala viciosa me fue absorbiendo y expulsando el pito, a la vez que me acariciaba los testículos vacíos por ella y que fue capaz de llenarme otra vez con sus impúdicos sobeteos y caricias.
De repente sentí un frio enorme recorriéndome la espina dorsal y sin poder evitarlo me vacié en su boca y ella, igual que hice yo al amamantarle su teta, se bebió mi leche sin hacerle ascos, la muy puñetera.
Se veía claramente que no era la primera vez que se la mamaba a un hombre.
Acabaron las vacaciones y regresé a casa.
No obstante convencí a mama para que le alquilase un piso en nuestro mismo edificio y aunque ella vive a solas con su hijito que ya ha cumplido los tres años, cada tarde con la excusa de hablar un rato con ella, me voy a su casa y hacemos el amor sin tabúes, disfrutando a tope de nuestros cuerpos.
Ya tengo más de veinte años y sin embargo no me atrevo a buscarme novia, porque aunque lo intento ninguna de las jovencitas con las que salgo, le llega ni a la suela de sus zapatos a Raquel, que es mi amante irremplazable.
Mi cuñada amante quiere que cuando sea mayor me case con ella, pero yo no deseo atarme con un sacramento a ninguna mujer, sino sentirme el macho más afortunado gozando de un cuerpo tan increíble y lleno de encantos como es el de Raquel.