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Tiempo de lectura: 2 minutos

Esmeralda. Sus amigos le dicen Esmer; yo le digo puta, perra o contenedor de semen.

La conocí en internet. Una chica de veinte años, chaparra con el rostro regordete. Tiene cara de niña buena pero casi ningún varón se fija en su cara, prefieren contemplar su culote: grande, redondo y firme.

Tiene novio, que la trata como una princesa, pobre pendejo cornudo. Yo la trato como la perra que es cuando vengo de visita. Ella vive del otro lado del país por eso no me la puedo chingar a diario. Procuro viajar una vez al mes para darle su ración de verga.

Al principio se hacia la difícil, pero poco a poco se fue entregando a mí, a contarme sus más oscuros deseos y de un día para otro ya era mi perra sumisa, mi putita personal.

La última vez que fui a verla ella me recibió en la parada de autobuses con un vestido corto de color azul. Sonrió tímidamente al verme, yo también sonreí, porque pensé en todo lo que le iba hacer y eso puso dura mi verga.

Ella me abrazo y me beso. Yo le respondí el beso mientras apretaba sus nalgas bajo el vestido a la vista de todos, comprobando que no llevaba ropa interior, tal como le dije. Ella se apartó con la cara sonrojada por la pena, que linda se veía pero prefiero verla cubierta de semen.

Fuimos a su coche. Lo primero que hice al sentarme en el asiento del copiloto fue desabrocharme el pantalón para dejar salir mi erecta verga.

—¿Qué haces? —me preguntó sin apartar la mirada de mi miembro.

—¿Extrañaste mi verga?

—Tu sabes que sí. —Rodeó mi pene con su gentil mano. Sus caricias son suaves como el algodón.

—Mi verga extrañó tu boca.

—Se van a rencontrar cuando lleguemos al hotel.

—No, puta, de una vez.

Sujeté su cabello, largo y sedoso, y a la fuerza llevé su cabeza sobre mi regazo. Chilló como la cerda que es pero enseguida se calló ella misma, metiendo mi verga en su boca. Era verdad que extrañaba su boca y su lengua que no deja de lamer desde la cabeza hasta la base.

—No te olvides de los huevos.

—No, papi.

Me encanta que me diga así. Lamió mis huevos peludos, se los metió a la boca al mismo tiempo y los succionó como hielos de sabores. La puta me arranco un profundo gemido. Se ha vuelto una experta mamando desde que me conoció. El pendejo de su novio tiene que estar agradecido conmigo por entrenar a su perra.

Descubrí su trasero para acariciar sus nalgas. Le daba azotes en cada nalga mientras continuaba mamando mi verga. Después jugué con sus agujeros de puta; un dedo en la humeante vagina y otro en el ano. Así estuvimos un buen rato, mis dedos en sus agujeros y mi verga en su boca, como debe de ser: mamándomela hasta hacerme correr. La perrita tuvo su primera ración de leche la cual tragó entera.

—Gracias papi, por darme leche. —Limpió bien mi verga antes de acomodarse en el asiento. Estaba despeinada, con el maquillaje recorrido y rastros de semen en sus carnosos labios y en la papada.

—Te ves hermosa, Esmer. No te limpies, quiero que lleves con orgullo tu cara de puta.

Ella afirmó feliz y preocupada a la vez. Me sonrió y aceleró el coche con camino al hotel.

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