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La señora Martha
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Martha era una señora más bien delgada, de tetas todavía bastante firmes. Caderas un tanto anchas para el resto de su físico y apenas algo de panza. Había enviudado del señor Manuel, un empleado bancario y realmente quedó desbastada, según comentarios que escuchaba de pasada por parte de otras señoras mayores. Tampoco tenía hijos. Mi abuela era su mejor amiga y la que la contuvo y acompañó en esa etapa tan dura. Pasaron meses o acaso un año hasta que la señora Martha comenzó nuevamente a salir, a hacer algo de vida social. Abuela Julia la seguía acompañando y solía pasar horas en su casa.

Cierto día, la madre de mi madre me preguntó si estaría dispuesto a prestarle ayuda a Martha. Algo de la casa me dijo. Le respondí que sí y que solo me dijera cuando.

-Ya te avisaré. Solo tenemos que ultimar algunas cositas…

Días más tarde mi abuelita me llamó, me pidió que me diera una buena ducha y me pusiera ropa decente, que me acompañaría a casa de Martha. Así tal cual. Me extrañó pero le obedecí. Todavía no caía la noche cuando salimos.

Llegamos, abuela Julia tocó a la puerta y se oyó la voz de la señora invitándonos a pasar y que la puerta estaba abierta. Apenas me asomé pude sentir unos aromas y fragancias muy agradables que emanaban por la casa toda. La señora Martha estaba realmente muy elegantemente vestida y la encontré llamativa. Nos saludamos con besos y capte que la señora también llevaba un perfume exquisito. Nos invitó a que nos sentáramos y yo trataba de entender que cosa de la casa habría de hacerle así bien bañado y bien vestido. Además con ella tan elegante. Entonces mi abuela tomó la palabra.

-Gerónimo, sabrás disculpar que no te haya consultado, pero estoy hace mucho ayudando a Martha a recomponer un poco su vida. Tú sabes… El caso es que, más que nada, yo quise acompañarte a verla y voy a ser muy directa. Tras mucho insistirle, logré que mi amiga aceptara estar otra vez con un hombre. Por lo que formalmente te pido te quedes con ella y le hagas compañía. Somos muy íntimas y confidentes, por lo que ella sabe lo que hubo entre tú y yo. Así pues que confío en tu discreción de hombre y confío también en que no me harás quedar mal por cómo te enseñé, terminó risueñamente.

Se levantó para despedirse y dejarnos solos con Martha. Yo trataba de asimilar lo que pasaba y acomodarme a lo que vendría. Ganas de coger no me faltaban. La señora realmente no estaba tan mal y se veía “comestible”.

-Bueno Gerónimo… aquí estamos. Yo terminé aceptando las sugerencias de tu alocada abuela. Por mi no quiero que te sientas incómodo. Ella tomó la iniciativa y te trajo. Eres mayor y sabes lo que quieres. Más allá de todo, no has de sentirte obligado…

-No diga más, Martha. Me sorprendió la idea de la abuela, pero estoy para acompañarla y lo haré. Usted me gusta…

-Oh, eres muy gentil y déjame decirte que también buen mozo. Ven, te invito a mi habitación si lo deseas.

-Claro.

Entramos. La cama me pareció enorme. En la habitación estaba la fuente, el origen de los aromas en hierbas que se quemaban lentamente.

-Puedo tomar la iniciativa? preguntó Martha

-Si, por supuesto…

-Bueno. Hace ya mucho que no estoy con un hombre y tras las sugerencias de Julia, comencé a imaginarme como sería, como habría de hacerlo… Quiero ser yo quien te quite la ropa, Quiero descubrirte de a poco.

Se acercó y me acarició la cara. Juntó sus labios con los míos y me besó con extrema ternura. Me fue soltando los botones de la camisa para quitármela despacio, como con cautela y acariciándome. Desabrochó mis pantalones y los dejó caer. Ya en calzoncillos se me quedó mirando.

-Qué lindo cuerpo… Ven a la cama.

Hizo que me acostara en tanto ella se quitó el vestido para quedar en enagua. Una enagua negra que resaltaba la blancura de su piel. Se me acercó gateando por la cama. Acarició el bulto que mi verga iba haciendo en los calzoncillos. Me frotó con su nariz, su boca cerrada… se frotó la cara en el paquete. Lo disfrutaba. Enseguida me fue bajando el bóxer hasta que mi poronga asomó y saltó como un resorte.

-Hermosa, dijo y se la quedó acariciando. Primero con el reverso y luego con la palma de su mano. La tomó y me besó con una delicadeza que yo no conocía. Su lengua resbaló por el frenillo, haciéndome estremecer. Se la puso en la boca y entró a chuparla muy despacio. Los labios acariciaban y la lengua jugaba como queriendo enroscarse.

-Creo que si sigue así no podré aguantar mucho…

-No importa. Tenemos tiempo si es que tú puedes…

-Sí, claro… Si era por tiempo, disponía. Y de lefa también!

Efectivamente su juego me llevó al orgasmo en unos minutos. Una acabada larga a la que Martha no hizo más que saborear. No desperdició nada y se bebió todo. Siguió chupando y lamiendo hasta dejar mi verga limpia.

-Aunque tú no lo creas, es la primera vez que lo hago. Te confieso que con mi esposo el sexo era muy tradicional, muy limitado. Fue mi primer y único hombre. Nunca me pidió que se la mamara… nunca me chupó la concha. Ay! …es que me siento rara usando este lenguaje. No es que sea pacata pero tampoco acostumbro. Solo quiero ser categórica y que entiendas lo que me pasa!

-No se haga problema, Martha… la entiendo. Por mi poca edad, tampoco soy experimentado. Pero haré lo posible para satisfacerla.

-Te agradezco… tu abuela me cedió un tesoro. Dijo y se entretuvo otra vez en mi verga.

-Me gustaría que se acueste y deje que me ocupe de su sexo. Quiero chupar su concha!

-Claro… además me excita que lo digas y pidas de esa forma. Las palabritas “sucias” hacen efecto.

Se acostó aún con la enagua. Se la levanté y encontré sus calzones, también negros, clásicos. Se los bajé lentamente y asomó un matorral de pendejos apenas recortados. Ella estaba expectante. Increíblemente, para su edad, sería la primera vez de sexo oral. Le acaricié los pendejos, deslicé un dedo por su raja y se estremeció. Pero más lo hizo cuando le di la primera lamida… otra y muchas más. Se retorció en la cama.

-Mmmm, si, si… así. Me gusta, me gusta.

Me sentí importante, me sentí hombre. Le bajé los breteles para ver sus tetas de pezones erizados. Estaban buenas todavía, mejores que las de mi abuela. Se las fui mamando y sobando hasta hacerla gemir fuerte. Mi verga, a todo esto, ya se recuperaba y tomaba erección. Volví a besar su sexo para trabajarlo con la lengua cual experto en esas lides. Hasta que acabó en un orgasmo increíblemente intenso.

-Ay Señor mío… valió la pena! Qué locura, gracias Gero. Ahora me doy cuenta que nunca había tenido un orgasmo de verdad… Qué placer!!!

No la dejé enfriar. Me le puse encima para enseguida buscar su hueco con mi estaca dura. No anduve con vueltas y en cuanto la orienté fue para penetrarla. Se quejó.

-Despacito por favor. No ha sido usada en mucho tiempo y es como que tiene que ser desvirgada otra vez.

Eso me puso como loco. La verdad es que sí se la sentía cerrada. Poco a poco la penetré toda. Suspiraba y me clavaba los dedos en la espalda. Se fue habituando. Tomé coraje y aumenté el meneo.

-Aaah, si… cógeme, cógeme fuerte, asiiiii

De pronto me detuve

-Qué pasa? Hay algo mal?

-No… la quiero coger de otra forma. Póngase de rodillas y apoye sus codos en la cama.

Se levantó y lo hizo. No me demoré nada en volver a entrar. La agarré por las caderas para empujar y ensartarla de un solo envión.

-Ay, ay… que adentro se siente!!!

-Le gusta?

-Mucho… me encanta. Eres un gran macho. Tantos años de coger poco y sin sentido! No me creas una puta… solo que disfruto lo que no tuve antes! Cógeme fuerte!

Sin compasión, mi cogida fue feroz, ansiosa y furiosa. Tanto como furioso fue su nuevo orgasmo y el lechazo que tiré en su interior.

-Ay, Dios mío. Que caliente tu lechita, me quema adentro. Me has hecho muy bien, muy feliz! He vuelto a vivir!

Nos quedamos descansando hasta que mi verga revivió y sin preguntarle me le puse encima para propinarle una nueva y furibunda cogida. Quedó extenuada y yo también.

-Te irás a casa?

-Tal vez no. Llame a mi abuela y dígale que no se preocupe. Y que invente algo para tranquilizar a mi madre! Ja!

Me invitó a comer algunas frutas, algo liviano ya que después seguiría una noche intensa. Dormimos por intervalos, despertábamos y cogíamos. Hasta que se volvió a hacer de día. Ya la cama era un revoltijo, con sábanas llenas de lefa y flujos. Nos levantamos. Ella cambió las sábanas y nos fuimos a duchar. Después desayunamos y dormimos hasta el mediodía. Entonces fue ella la que me buscó. Se me montó para orientar mi verga y penetrarse ella misma. Me cogió a buen ritmo mientras desde abajo le chupaba las tetas. Acabó en un ya más tranquilo orgasmo y después se dedicó a sacarme la leche que me quedaba a chupones y lengüetazos.

Me invitó a almorzar para después acordar que me fuera a casa o aquello terminaba en escándalo!

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