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Las fotos de mamá (Parte 3)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Iván se levantó de la mesa y se dirigió a la cocina, donde sus padres estaban haciendo café. Pero a medio camino se dio cuenta de que tenía que pasar por el cuarto de baño a librarse de la cerveza de la cena.

Era agradable estar de vuelta en casa con las personas a las que amaba, algunos como su caliente hermano de forma literal y otros, como su sexy madre, ya le hubiera gustado que fuera de esa forma. Esos pensamientos le llevaron a empezar a notar una erección que bien podría haber aprovechado en el cuarto de baño para hacerse una buena paja, pero prefirió guardarse las energías para la noche y terminar entonces con su hermano lo que no habían podido acabar debido a la interrupción de su madre.

Iván llegó entonces a la cocina. Su madre estaba llenando la cafetera y su padre sacaba las tazas y las cucharillas del armario de abajo. Llevaban ya un buen rato allí, el café debería estar ya hecho, pensó Iván, pero se imaginó que habrían estado hablando.

—¿Os ayudo en algo?

—No hace falta —le dijo su madre— ya me ayuda tu padre.

Iván notó que su madre tenía los pezones erectos bajo la ropa y una sonrisa de oreja a oreja. Enseguida le vinieron a la cabeza fantasías sobre lamer esos pezones y eyacular en esa sonrisa.

Mientras tanto, en el comedor, Marta y Sergio continuaban peleándose.

—¡Ese chico no es mi novio! —exclamaba Marta llena de indignación.

—Entonces ¿Por qué va siempre contigo en el instituto?

—Es un amigo, y nos compenetramos a la perfección con nuestro plan de estudios…

—¡Ah! Así que es eso, que te “compenetra” a la perfección.

—¡No seas idiota!

Nadie sacaba de sus casillas a Marta como su hermano Sergio. Se habían estado peleando desde que eran muy pequeños, era una guerra constante que no se acababa nunca, un largo historial de chicles en el pelo, apuntes pintarrajeados, juguetes rotos, insultos y acusaciones a mamá.

Pero no era precisamente su hermano lo que causaba desasosiego en Marta.

Al día siguiente era día laborable, así que todos se retiraron temprano a dormir.

Era el momento favorito de Marta porque tenía la libertad de hacer lo que quisiera.

Marta no era virgen, pero nunca había estado con un chico ni con una chica. Había roto su himen con un consolador que había comprado por Internet. Fue el primero de una buena colección de juguetes que usaba bastante a menudo. Al consolador con el que había perdido la virginidad le tenía mucho cariño, pero su juguete favorito eran unas bolas chinas que solía llevar puestas ya fuera en la vagina o el ano cuando iba al instituto o a estudiar a la biblioteca. También disfrutaba especialmente de un pene de silicona rosa con varias rugosidades que llevaba una ventosa y sobre el que se sentaba por las noches, o un descomunal falo de látex de más de un metro de longitud con el que jugaba a batir su propia marca introduciéndolo cada vez más adentro (ya fuera en su útero o en su esfínter). Pero lo que realmente más le gustaba de la noche era el momento casual en el que sus padres, creyendo que ella y Sergio dormían, se dedicaban a hacer el amor salvaje y ruidosamente. En esos momentos Marta escogía de su colección un vibrador de color verde que daba vueltas en su interior, se lo encajaba entre las piernas y se acercaba a la habitación de sus padres para oírles gemir y disfrutar. Se imaginaba a su padre montando a su madre y se derretía, le habría gustado estar en la habitación con ellos, contemplándolos y, por qué no, participando con ellos en el coito. Seguro que su padre la haría muy feliz penetrándola y que la entrepierna de su madre sabía deliciosa (ella no había probado el sabor de otra entrepierna que la suya propia, pues tenía la costumbre de lamer los consoladores que usaba una vez utilizados).

Marta había llevado puestas sus queridas bolas chinas durante la cena, pero ahora le apetecía algo más grande entre las piernas, algo que la penetrara al mismo tiempo por sus dos orificios, así que se fue al lavabo para sacárselas y limpiarlas.

Cuando llegó al cuarto de baño le sorprendieron un tipo de gemidos ahogados que conocía muy bien, pero no venían del cuarto de sus padres ¡Sino del que compartían sus hermanos!

Cuidadosamente y sin hacer ruido Marta colocó la oreja en la puerta de la habitación.

—Dame fuerte —oyó la voz de Sergio— dame tu polla…

Marta quedó desorientada un instante ¡Sus dos hermanos estaban haciendo el amor! Era algo impensable y perverso, tenía ganas de abrir la puerta de par en par y llamarles cerdos y degenerados, pero en lugar de eso pegó la oreja en la puerta de nuevo y metió la mano bajo el pantalón del pijama y las bragas para acariciar su clítoris. Ya estaba bastante mojada, se imaginaba a su hermano mayor sodomizando a su otro hermano y sentía una mezcla de repulsión y excitación.

Pronto no pudo soportarlo más y se fue de regreso a su habitación. Allí se quitó las bolas chinas sin haberlas lavado y luego el pijama y las bragas. Seleccionó de su colección un consolador especialmente grueso y lo encajó entre las piernas imaginando que era el miembro de uno de sus hermanos. En sus fantasías sus dos hermanitos la penetraban de forma salvaje por cada uno de sus orificios.

Marta tuvo que masturbarse furiosamente tres veces esa noche antes de poder calmar los nervios que le impedían dormir. Al final, agotada, cayó rendida.

A la mañana siguiente Mónica, conocedora de los gustos de sus hijos (aunque al parecer, no de todos) les recibió con un desayuno familiar. La mesa estaba llena de pastas recién compradas en la panadería de abajo y café con leche para todos.

Iván y Sergio se mostraban felices y relajados, pero Marta parecía cansada y de mal humor y apenas tomó un poco de café. El padre ya se había marchado al trabajo.

—¿Qué es esto? —dijo Sergio jocoso una vez más a su hermana— ¿no te hartas de pastas de crema? Mamá ha traído cinco de más pensando en ti…

Como toda respuesta Marta levantó la vista un instante con el ceño fruncido y la cara de enfado. Luego la volvió a bajar, como si ya hubiera dicho todo cuanto debía.

Sergio no continuó con sus bromas, aquella situación era nueva para él, normalmente su hermana saltaba como un resorte ante cualquier improperio que le lanzase, la lucha continuaba interminablemente, esas eran las reglas. Quedarse en silencio era una reacción desconocida y desconcertante.

—¿Qué vas a hacer hoy? —le preguntó Mónica a su hijo Iván.

—Debería buscar trabajo y luego un apartamento donde vivir…

—Te puedes quedar aquí todo lo que quieras —se apresuró a decir su hermano.

—Eso es lo que a ti te gustaría ¿verdad? —escupió Marta.

—No puedo quedarme aquí para siempre —contestó Iván— pero tranquilos, todavía no me voy a marchar.

—Marta —dijo entonces Mónica— ¿No se está haciendo un poco tarde para ti? Vas a llegar muy justo al instituto…

—No voy a ir mamá —dijo con voz queda— no me encuentro bien, he pasado muy mala noche.

—¿En serio? —quiso saber su madre poniéndole al mismo tiempo la mano sobre la frente— tu nunca te pones mala…

—Y si se pone lo último que hace este cerebrito es dejar de ir a estudiar —dijo otra vez bromeando Sergio, pero enseguida dejó de hablar, porque su hermana había vuelto a ignorarle.

Cada cual se fue a vestir a su cuarto. Mónica se marchó a trabajar e Iván le pidió que le acercara al centro en coche. Sergio no entraba a trabajar hasta el mediodía, así que tenía toda la mañana para pasársela frente al ordenador. Marta se metió en la cama a descansar.

Sergio aprovechaba estas mañanas para dedicarse a su nueva obsesión: masturbarse con las fotos recién adquiridas de su madre y fantasear con todas las cosas que le gustaría hacerle. La presencia de su hermana en la casa le hacía pensar en posponerlo, pero se imaginó que, si se encontraba tan mal como para no ir a clase, tampoco le molestaría lo más mínimo. De modo que se la sacó y se sentó frente al ordenador a ver las fotos. Al sentarse se dio cuenta de que tenía el culo dolorido por el sexo nocturno con su hermano, lo que le excitó aún más.

Entonces notó como alguien abría la puerta de su cuarto. Le dio tiempo a cerrar el archivo que estaba viendo, pero no a esconder su protuberante miembro erecto.

—¿Qué haces? —preguntó Marta con desdén— ¿masturbándote? ¿Nunca tienes suficiente?

—¿Y a ti que te importa? —contestó Sergio girándose y escondiendo su erección en los pantalones— ¿Qué haces en mi habitación?

—He venido a hablar contigo.

—¿A hablar de qué? Yo no tengo nada que hablar contigo —Sergio ya había conseguido guardar su erección bajo la ropa y podía encararse a su hermana con algo de dignidad.

—Pero yo sí que tengo algo que decirte.

—¿Si? ¿Y qué es? ¿Qué te has engordado otro kilo?

—No, que os oí a ti y a Iván anoche, oí lo que estabais haciendo en esta habitación.

Sergio enmudeció de pronto y se puso pálido como una estatua. Tragó saliva antes de hablar, su hermano estaba muy seria, muy enfadada. La conducta del desayuno se le antojó menos misteriosa en ese momento.

—No es lo que te piensas…

—¿No? ¿No estabais follando los dos anoche aquí mismo? ¿No te la metió Iván por el culo anoche?

—Mira, Marta —Sergio se sentó en la cama, incapaz de mirar a su hermana a los ojos— Iván y yo llevamos muchos años haciendo esto, no es nada malo es… es algo que nos salió muy natural…

—Sí, ya —Marta empezó a llorar— Iván y tú siempre habéis estado muy unidos. No sabía hasta qué punto era así…

—No llores, no es algo malo, de verdad…

—¿Sois gays?

Sergio se quedó pensativo un momento. Marta conocía a Yolanda, la novia de Iván antes de que cortaran y se marchara a viajar por Europa para poder superarlo, conocía las muchas chicas con las que él mismo había salido…

—No, no lo somos, a los dos nos gustan tanto los hombres como las mujeres.

—Te gustan las mujeres.

—Sí, me gustan las mujeres.

—Pero yo no te gusto.

Sergio no supo que decir. Nunca había pensado en su hermana de esa forma. Había cometido incesto con su hermano y sentía fuertes deseos de cometerlo con su madre, pero jamás había pensado en la posibilidad de materializar algo así con su querida hermana.

—Es que tú eres mi hermana…

—¿Y que es Iván? —dijo airada y molesta— ¿Con él puedes follar aunque sea tu hermano pero conmigo no porque soy tu hermana?

—No lo sé…

—Te doy asco ¿verdad?

—¡No! —toda la crueldad con la que normalmente trataba a su hermana se convirtió de repente en algo abominable, nunca pensó realmente que pudiera estar haciéndole daño.

—Siempre dices que estoy gorda…

—Eso lo digo para hacerte rabiar, pero tú eres muy guapa…

—¡Mentiroso!

Sergio se esforzó por mirar a su hermana de una forma diferente. Tenía buenas tetas y unas caderas interesantes. Se fijó que sus labios eran los mismos que los de su madre, haría estupendas mamadas.

Sergio se acercó a su hermana y la abrazó para consolarla. Tenía el cuerpo cálido y acogedor. Le dio un beso en la mejilla y otro un poco más cerca de los labios.

—No tenía ni idea de que te sentías así…

Sergio alargó una mano para acariciar el trasero de su hermana por encima de la ropa. Ésta no se revolvió, sólo lanzó un suspiro y cerró los ojos.

—No quiero que me folles por compasión —Dijo Marta de pronto apartando a su hermano.

—¡No sabes ni lo que quieres! —se quejó Sergio.

—Si me follas que sea porque me deseas, igual que con Iván…

—Oye, ya estoy harto —exclamó Sergio enfadado— ¿quieres que te desee? Pues pon de tu parte, insinúate, vístete de otra manera, quítate esas gafas que apenas necesitas, suéltate el pelo…

—Es que yo no soy atractiva… —Marta parecía que iba a volver a llorar.

—Tonterías —dijo Sergio levantándole la camisa del pijama a su hermana— ¡mira que tetas!

—Son demasiado grandes —contestó Marta apesadumbrada.

—Nunca son demasiado grandes hermana…

Sergio terminó de quitarle la camisa del pijama a su hermana y luego continuó con el sujetador, dejando libres dos pechos verdaderamente generosos, firmes y de rosados pezones. Los cogió con ambas manos y los apretujó con lascivia.

—Vamos a la cama, hermanita, que te voy a follar.

Marta tan solo asintió con la cabeza a la vez que se dibujaba una sonrisa en su rostro.

Una vez en la cama los dos hermanos todo eran manos muy rápidas por parte de ambos.

—Enséñame la polla —dijo Marta a la vez que le sobaba la entrepierna a su querido hermano.

Sergio le hizo caso bajándose los pantalones y arrojando lejos sus calzoncillos. La tenía muy dura y tiesa ya. Marta no perdió un instante y enseguida la sujetó con su mano.

—Qué bonita es…

—¿No quieres mamármela?

Marta cumplió una fantasía muy importante desde que tenía uso de razón, siempre se había imaginado a si misma mamando enormes vergas. Lamía los consoladores untados en sus propios jugos, pero no era para nada lo mismo. Ahora saboreaba el pene de su hermano y se daba cuenta de lo delicioso que era.

—¡Qué bien! Iván nunca me la chupa, me he estado follando al hermano equivocado…

—Yo te la chuparé siempre que quieras, Sergio…

Cuando Sergio hablaba del hermano equivocado lo hacía en serio. Le encantaba follar con su hermano Iván, pero nunca había disfrutado de la posición que, como hermano mayor, le había colocado éste. Con Marta podría ser muy diferente, porque era la pequeña y porque era una mujer: ella se la chuparía y podría darle por el culo y por delante siempre que quisiera.

Sergio manoseaba los pechos de su hermana mientras esta le hacía el trabajo con la boca. Empezó a pensar que, a pesar de los kilos, su hermana estaba bien buena, tenía unos pechos fenomenales y un culo delicioso ¿Por qué no había pensado antes en llevársela a la cama?

—Marta, bonita ¿puedo metértela por el culo?

—Me la puedes meter por donde quieras, hermanito.

Cambiaron de posición. Marta se quitó el pantalón del pijama y las bragas, que estaban muy mojadas. Sergio le separó los muslos y le acarició la vagina manchándose la mano. Luego introdujo un par de dedos por el ano, sorprendiéndose de encontrarlo tan dilatado.

—¿Seguro que eres virgen?

—Ese será mi secreto…

—Así que mi hermanita es mucho más marrana de lo que pensaba ¿he?

—Soy mucho más marrana de lo que nadie piensa —contestó Marta orgullosa.

—Pues como premio —le dijo Sergio a la vez que la levantaba para penetrarla por el ano— tu hermanito te va a follar el culo.

El miembro de Sergio no era pequeño. No alcanzaba las gigantescas dimensiones del de su padre pero tenía un buen tamaño. Aun así entró en el ano de su hermana sin ninguna dificultad. Marta se había dedicado a dilatárselo a base de introducirse todo tipo de juguetes eróticos sin importar el tamaño de estos. Pero esta vez sentía algo distinto. No sólo tenía algo duro y enorme en sus entrañas moviéndose como el pistón de un motor, ese apéndice de carne que la perforaba era cálido y palpitaba, y estaba acompañado de caricias lascivas de nada menos que su hermano: le acariciaba los pechos, los muslos, le hurgaba en la vagina y le lamía la boca. Se sentía sucia y satisfecha, como nunca se había sentido.

—Sergio, me voy a correr…

—No te cortes, a mi también me falta poco…

Marta tuvo el orgasmo primero. Un orgasmo escandaloso acompañado de gritos que tal vez los vecinos escucharan sin problemas. Sergio tardó algo más, estuvo penetrando a su hermana algunos minutos después de que ésta hubiera llegado al éxtasis, entonces le hizo una pregunta.

—Marta, dirás que soy un pervertido pero ¿Puedo correrme en tu cara?

—Pero que preguntas haces Sergio —dijo Marta todavía excitada— ¡Pues claro que si! ¡Ni se te ocurra hacerlo en otro sitio!

Sergio desincrustó el pene del interior de su hermana y se colocó encima de ella apuntándole el rostro con la verga mientras la masajeaba arriba y abajo. Marta la miraba con ansia y abría bien la boca para facilitar que se la llenasen. Por fin eyaculó. Muchas gotas de semen cayeron en su rostro manchándole las gafas, aunque la mayor parte lo hicieron en su boca tal y como ella esperaba.

Estaba perdida de semen, pero aun así Sergio la besó en la boca llevándose buena parte de su propio esperma.

—Me has hecho muy feliz, hermano —dijo Marta satisfecha, con cariño en la voz.

—Todavía me queda un poco para ir a trabajar —contestó— ¿Qué te parece si ahora te la meto por el coño?

Para sugerencias, consejos, preguntas, o demás intereses, les dejo mi correo: [email protected].

Nos estamos leyendo.

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