La casa estaba completamente sola. Él llegó a hacerle ‘compañía’, con ese pesado bolso en la espalda y una chamarra que siempre le tapaba el torso. Ella se lo había imaginado tantas veces fuera de esas cotidianas indumentarias, tantas veces imaginó como arrancarle todo y dejarlo totalmente desnudo sobre su cama. Hoy era ese día donde él sería a totalidad propiedad de ella.
Con una dulce pero a la vez hambrienta sonrisa la joven recibió a su hombre. Este pretendía y presumía su inocencia, conocía lo que ocurriría más sin embargo estaba dispuesto a someterse a ello. No hubo barreras ni puntos de control y el viaje fue hasta el cuarto de la señorita. Ahí; recostado en el centro de la cama de encontraba un látigo de negro cuero enroscado, presentado de forma simbólicamente sugestiva, como si estuviese listo para usarse.
Ella le ordenó quedarse en ropa interior y esperar por ella. Se retiró al baño pero desde ahí no pudo evitar mirarle: Observar cómo se quitaba la camisa dándole la espalda al baño, descubriendo aquella amplia espalda ante los ojos de ella, recorría la vista por la cintura y la llevaba al trasero, cubierto por el bóxer de él.
Terminó de prepararse y salió a su encuentro, él se volteó para verla y se topó con esa sensual imagen de ella, en un corsé de cuero, el sostén del mismo material estaba unido al corsé con cierres, unas botas que llegaban a sus rodillas seguidas hasta el corsé por una maya negra que le daba un acabado dominante a esas grandes y hermosas piernas de tostado color y cubriendo su intimidad un brillante negro que dejaba al descubierto todo su trasero.
La hembra se mordió los sabios en excitación al ver el cuerpo que tanto deseaba.
—Ponte en cuatro —Le ordenó a él, este obedeció y desplegó la vista que ella esperaba.
Jadeó en su interior se acercó y por más que lo intentó no pudo disimular su deseo, desenredó el látigo y con un ágil movimiento de dio un moderado latigazo en la espalda. El muchacho arqueó la espalda para abajo y suspiro volteando a verla. Ella dijo. —¿Qué esperar esclavo? Bájate los pantalones —demandó dándole otro latigazo.
El despegó un pequeño gemido, sostuvo su cuerpo con la cabeza y las rodillas mientras se bajaba el bóxer frente al rostro de ella que detalló cada centímetro que se le revelaba como si quisiera comérselo entero.
Ella suspiró deliciosamente mientras acercaba sus manos a aquél trasero, ese par de redondos trozos de carne, duros y tensos; con la piel de gallina por esas manos que tocaban cada vez más cerca del centro, separando los glúteos de un lado al otro, observando directamente aquél agujero. Sentía la agitada respiración de su esclavo, quien esperaba lo que estaba a punto de suceder.
Lubricado con un líquido especial, el dedo medio de la excitada mujer ingresó en el hombre por detrás, él pretendió tragarse el gemido pero no pudo. Ella disimuló la molestia y dijo:
—¿Te quieres tragar los gemidos? —Le sacó el dedo que había introducido y camino al frente de él tomándolo de la barbilla de forma amenazante.
—¿Quieres esconder lo mucho que te gusta que te meta un dedo atrás? —Él murmuró pero ella quería que le respondiera con orgullo y verdadero disfrute, soltó el látigo y le dio una cachetada preguntando.— ¡¿No te gusta?!
—¡Sí! ¡Si me gusta! —Le respondió fuertemente el esclavo.
—Así me gusta. —Contestó ella con propiedad mientras lamia la mejilla donde había propinado la cachetada, luego volvió a tomar el látigo y le dijo.— Quiero que grites, que gimas, que entiendas que me perteneces y que voy a hacerte mío.
Mientras decía esto iba ajustando un consolador en su entrepierna con la ayuda de un arnés, luego lo comenzó a lubricar.
—Levanta bien ese culo y ábrelo para mi .—Le dijo ella, luego puso sus manos sobre sus nalgas y posando la punta del consolador en la entrada de su hombre sonrió y comenzó a penetrarlo lentamente.
Ella jamás había escuchado a un hombre gritar de semejante placer, y era ella quien lo estaba haciendo gritar así, cada nalgada, latigazo mientras el consolador se seguía hundiendo en el cuerpo de él era todo parte del poder que ella tenía sobre él, de las cosas que no todas las mujeres reciben, el cuerpo entero de un hombre.
Finalmente la pelvis de ella llegó al trasero de él, estaba lista para retroceder, ir y volver, cada vez más rápido. Ella lo estaba disfrutando tanto que tuvo que destaparse los senos por lo fuerte que se tersaron las puntas. No podía dejar de pasar la oportunidad de preguntarle quién estaba literalmente cogiéndolo, le encantaba escuchar entre gemidos y gritos que el respondía que era ella y luego seguía siendo montado.
Finalmente estaba sucediendo, finalmente ella lo poseía a él tanto como él a ella. Y por fin era capaz de hacer todo lo que ella sentía le gustaba. Ella lo volteó, él quedó bocarriba observándola mientras ella seguía penetrándolo y ahora masturbándolo con una mano. El con los ojos entrecerrados se dejaba tomar por ella, ella seguía dejando ir todas las cosas que se le ocurría porque esa mirada lo decía todo, todo ese poder era de ella, ese hombre era de ella y ella lo estaba haciendo suyo.
Un fuerte gemid ose escuchó y un fuerte disparo de éxtasis dejó al hombre exhausto y a ella contemplando al hombre que acababa de hacer suyo.