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Incesto entre una hermana y un hermano
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Eva María y Enrique eran hermanos. Fueron la comidilla de la aldea cuando se supo que mantenían una realación incestuosa. Ahora viven en Venezuela como marido y mujer.

Voy a contar su historia en primera persona.

Eva María tenia en 1990 diecinueve años, uno más que yo, media un metro cincuenta y seis, era pelirroja, delgada. Tenía ojos azules y tetas medianas, fina cintura, caderas generosas y su cara era bella, a pesar de tenerla llena de pecas y espinillas. Ese día de verano vestía un vestido de flores rojas y azules que le llegaba a unos quince centímetros de los tobillos, calzaba sandalias marrones y calcetines del mismo color.

Yo estaba bebiendo en un riachuelo que había en el monte cuando pasó ella con una cuerda, y un rastrillo en la mano derecha.

Al verla, cogí mi nueva escopeta de balines, que había dejado sobre la hierba, me levanté, y le dije:

-Te tocó, Eva María.

-La próxima te tocara a tí coger el pico.

-Pico y lo que vaya cogiendo el rastrillo. A ver si va a coger una culebra.

Se alarmó.

-¡No seas gafe!

Caminando a su lado, le dije:

-Era broma. Las culebras al oír ruido escapan.

Cambió de tema.

-¿Tienes buena puntería?

-Donde pongo el ojo pongo el balín.

La miré y puso mala cara.

-¿Me estás mirando para la espinilla gorda que me salió esta mañana?

-Te miro para la cara. ¿Preferirías que te mirara para las tetas?

-Pues sí, lo preferiría. Aunque entre hermanos…

-Sería volver a los orígenes

-¡Qué dices!

-Adán y Eva tuvieron treinta y tres hijos y veintitres hijas. Tuvieron que follar hermanas con hermanos, ¿o no? A no ser que algún hijo…

-¡Déjalo ya!

Le miré para las tetas.

-¡Serás…! ¿Cuanto tiempo llevas con ganas de follarme, Quique?

Tirara a dar. Había que escabullirse.

-Lo dejo. Yo, el año pasado, también tenía pecas y espinillas. ¿No te acuerdas?

-Te hice una pregunta.

-Y yo a ti otra.

-¿Cuánto tiempo?

-Nuestras habitaciones están pegadas. ¿Cuánto tiempo hace que empezastes a masturarte y a correrte?

Andábamos a quien se escaqueaba más.

-¡Es verdad! Se te fueron las pecas. ¿Qué le echaste?

-No te lo puedo decir.

Se puso mimosa.

-Anda, se bueno, dímelo.

-No puedo, mujer, no puedo, es algo muy fuerte. Lo único que te pudo decir es que en un mes me desaparecieron las pecas y nunca más tuve espinillas.

-No me importa lo fuerte que sea, cuéntamelo.

Lo quería saber y se lo iba a decir.

-Meo y leche.

-¡¿Mezclaste meo y leche y lo untaste en la cara?!

-Sí, y a los diez o quince minutos me lavaba la cara con agua.

-¿Lo hacías por las noches?

-Lo hacía cada vez que me tiraba una paja.

-Por eso te lo digo.

-¿Tú también me escuchas cuando la pelo? ¡¿No te masturbarás pensando en lo que estoy haciendo yo?!

No iba a contestar. Se masturbara pensando en mí.

-O sea que la leche era de tus corridas.

-Sí, y la mayoría salió pensando en ti.

Hizo como si no me oyera.

-¡Joder! Voy a tener espinillas durante años y pecas para toda la vida!

-Supongo que sí. Bueno, me voy a dar unos tiros por ahí.

-¿No te dan pena los pájaros?

-Yo no mato pájaros, me divierto con ellos.

-¿Y eso cómo se hace?

-Le tiro a la rama en la que están posados y se llevan un susto morrocotudo. Chao.

Eva María, quería eliminar las pecas.

-¿Quique?

-¿Qué?

-¿Sin besos?

-¿Sin besos, lo qué?

-Te haces un paja y te miro, pero sin besarnos.

-Me hago, no, nos hacemos unas pajas.

-¡De eso nada! Te enseño una teta y te haces la paja a mi salud y después me untas la cara con tu leche.

Había que aprovecharse.

-¿Si me la chupas ya me corro en tu cara?

.¡No digas barbaridades!

-Seguro que chupaste alguna y sin recompensa.

-No, no se chupar una picha.

-¿Qué le haces a un cucurucho de helado?

-Lamo y chupo. ¿Se hace así?

-Sí.

-¿Y tendré que chupar durante un mes?

-Mujer, también se menea. Podíamos echar un polvo…

-¡Olvídalo! Las pecas no me quedan tan mal.

-La verdad es que no, pero las espinillas…

Eva María, estaba en un mar de dudas.

-¿Vas a guardar el secreto de lo que hagamos?

-Por supuesto.

Eva María quería y no quería.

-No, mejor que no. No soy una puta.

Quise quitar de ella.

-¿Cuándo te masturbas pensando en una chica no eres una puta?

-Es diferente.

Sin darse cuenta había confesado que le gustaría comer un chochito y que se lo comieran.

-¿Quieres quitarte las espinillas y las pecas o no?

-Me va a pesar.

-Si follamos subes tú encima.

-¡No vamos a follar!

-Era una broma… Me va a pesar… ¿Lo pillas?

-¡Para bromas estoy yo!

-¿Estás caliente?

-¿Y tú?

-Mira para mi paquete y lo sabrás.

Eva María miró y le gustó lo que vio.

A unos diez metros de dónde nos encontrábamos había dos grandes rocas que formaban una especie de cueva. Eva María, miró pa ellas, y me dijo:

-Vamos para las piedras de Petra.

Nos metimos entre las piedras. Unos lagartos corrieron por ellas al vernos. El musgo seco, amarillento, se desprendió al apoyar mi espalda en una de ellas y también al posar la escopeta de balines. Eva María, me dijo:

-Venga, sáca la pichita y mea en mis manos.

Saqué la verga.

Abrió los ojos como platos, y tapó la boca con las dos manos, antes de decir:

-¡Jesús. María y José! ¡¡Qué grande es!! ¡¡Es un pichón!!

-Pues aún no está empalmada.

Oriné en sus manos y Eva María se lavó la cara con la orina. Después se arrodillo y comió mi verga empalmada como si fuese un cucurucho de helado. El olor de la orina de la cara y de las manos de Eva María, con el calor, desprendía un olor excitante, y este olor, junto a la mamada, me calentaron tanto que un para de minutos más tarde me corrí en su cara. Eva María se untó la leche en la cara y en el cuello. Se levantó, me miró y sin decir nada, me lo dijo todo.

Me agaché. Le bajé las bragas. Las tenía empapadas y le olían a polvos de talco. Le lamí las babas del chochito peludo. Le cogí las nalgas, la apreté contra mi lengua, lamí de abajo arriba, y poco después, Eva, muy dulcemente, decía:

-¡Aaay, me corro!

Sentí como babas aún más espesas y calentitas iban cayendo en mi boca mientra sus piernas temblaban. Tragué toda su deliciosa corrida.

Al acabar de correrse, mi verga comenzó a ponerse dura otra vez. Eva María, cerró los ojos y me besó. Al meterle la lengua en la boca se separó de mí. Me miró, como extrañada. Después fue ella la que me metió la lengua en la boca a mí. Sus labios eran suaves y sabían salados, era el sabor de mi orina, y me gustó, me agaché y le froté la verga contra sus labios vaginales y contra su clítoris. Al rato, Eva María, volvía a estar cachonda. Su vagina pedía verga. Se la puse en la entrada. Abrió las piernas de par en par, empujé hacia arriba pero no entraba. Allí sólo entraran dedos, y me temo que uno solo. Al ver que no le entraba, cogió ella la verga y frotó, frotó y frotó, hasta que volví a sentir:

-¡Aaaay, me corro otra vez!

Esta vez sus babas se mezclaron con mi leche.

Al acabar de correrse, me preguntó:

-¿Y ahora qué hacemos?

-Quítarte eso de la cara que yo te cojo el pico de los pinos.

Veinte minutos más tarde, Eva María, ya se había lavado en el riachuelo la cara y el chochito y yo ya le había cogido el pico y hecho un gran manojo con él.

Sentimos un par de tiros de escopeta de cartuchos. Le puse el gran manojo en la cabeza y nos fuimos para casa.

A la hora, hora y media, de estar en casa de mis abuelos, donde pasábamos unos días… Mi abuela iba a coger de la cocina de hierro una olla de aga hirviendo. Tropezó con el gato. El agua se derramó. Casi mata al gato y a ella le abrasó una pierna. Salí corriendo a buscar un médico. Mi abuela acabó en el hospital, en el mismo que estaba mi abuelo que había destrozado una rodilla al caerse de su bicicleta.. El caso es que Eva María y yo quedamos solos en casa con la única distracción de la radio, donde se oían viejas cancioes…

A esos de las diez de la noche, me preguntó:

-¿Hago una tortilla de patatas y cebolla?

-Haz, yo voy a por el vino a la bodega.

-Deja el vino que si se enteran los abuelos…

-Para un día que podemos…

-Yo no voy a beber.

-Hablaba de follar.

Cambió de tema.

-¿La tortilla te gusta con mucha cebolla?

-Íbamos a follar, fijo.

-Sí. ¿Voy por el vino?

-Vete.

-¿Blanco o tinto?

-Blanco.

Cenamos, hablamos y nos tomamos unos vinos. En la radio seguían con canciones antiguas. Al acabar, llevó los platos al fregadero. Me levanté. Fui a su lado. Arrimé mi verga a su culo. La agarré por la cintura, giró la cabeza y nos besamos con lengua. Mis manos se posaron en sus tetras. Las suyas en el fregadero, después le bajé la cremallera y le quité el sujetador y la parte da arriba del vestido. Le besé y le lamí la espalda. Le quite el vestido y le bajé las bragas. Se quedó en sandalias y calcetines. Le lamí el culo, abrió las piernas y ya empezó a gemir. Le lamí el chochito mojado. Me levanté. Se dio la vueta. Tenía unas tetas preciosas, duras, con areolas marrones, eran como pequeñas pirámides y tenían los pezones mirando hacia arriba. Se las comí largo rato, sabireándolas. Mi hermana acariciaba mi cabello. De las tetas bajé besando y lamiendo hasta el chochito. El jugo ya le bajaba por los muslos. Le comí el chochito hasta que su pelvis se movió hacia todos los lados buscando el orgasmo. Me levanté, le volví a comer el culo y después jugue con la punta de mi verga en su ojete. Me dijo:

-Me gusta.

La alacena con el aceite estaba al lado del fregadero. Eva María, echó una mano. Abrió la puerta. Cogió una botella de aceite de girasol. Echó un poco en su mano, untó mi polla, y me dijo:

-Métemela.

Le pregunté:

-¿Dónde?

-Donde quieras.

Se la metí en el chochito. Entró tan ajustada que nada más meter la cabeza tuve que quitarla y correme en sus nalgas.

Eva María, sonrió. Me besó mientras le embadurnaba las nalgas de leche. No se untó la cara con ella. Ahora sabía que le entraba y quería follar hasta quedar rendida.

Cantaba Antonio Machín en la radio: "Angelitos Negros", cuando me cogió de la mano y me llevó a su habitación. Al lado de la cama, se limpió la leche del culo con una sábana. Me desnudó, besándome sin lengua. Al tenerme en pelotas, se quitó las sandalias y los calcetines. Se arrodilló. Cogió mi polla, que estaba flácida, colgando, y me hizo la mamada del cucurucho de helado hasta que la puso dura. Al tenerla preparada, me empujó sobre la cama. Mi hermana me puso el chochito en la boca, un chochito que estaba goteando flujo. Después de pasarle la lengua por él quince o veinte veces, repitió la misma cantinela:

-¡Aaaaay, me corro!

No hacía falta que lo dijera. Sus mulos apretando mi cara, sus temblores y su flujo cayendo en mi cara y en mi boca hablaban por si mismos.

Me encantaba beber de mi hermana.

Al acabar de correrse, reptando, bajó empapando mi vientre con su jugo y frotando sus tetas contra mi cuerpo. Me besó con lengua, largamente y con una dulzura desconocida para mí. Cogió mi verga, la acercó al ojete y metió la cabeza. Entró ajustada como en el coño. La acabó metiendo toda. No la sentía gemir, sólo me besaba. y besaba, y besaba. El que comenzó a gemir fui yo. Al sentirme, despacito, la quitó del ano, la puso en la entrada del chochito y la fue metiendoi hasta el fondo, ahora ya gemía. No pude evitalo. Me corrí dentro de mi hermana. Lejos de apartarme, me apretó el culo contra ella con las dos manos y me siguió follando. Al ratitó me volví a correr dentro. Ella estaba obcecada, quería correse con mi verga dentro. Casi media hora más tarde, exclamó:

-¡Sií, si, sí, sí! ¡¡¡Me corro!!!

Me corrí con ella. Su boca volvió a buscar mi boca. Vi sus ojos en blanco. Cuando la besé estaba ausente, viajaba por el mundo del placer

Fue un polvo de los que hacen histiria, ¡Un polvazo!

Afortunadamente no quedó preñada.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.

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