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Uno arriba, otro abajo. Yo llena de leche (Parte I)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Uno encima, otro debajo, y yo llena de leche.

Llevaba tiempo sin escribir, siempre condicionada por la falta de tiempo. Es difícil compaginar mi vida laboral (puta) y mi vida familiar (madre soltera). Ser puta no es una opción, sino una obligación que la sociedad me ha impuesto desde que nací. Cuando era pequeña, me dieron como juguetes un bebé de plástico, un juego de sartenes de cocina, y un vestido de princesa. No fue elección mía. Quizás detrás de todos esos regalos se encontraba el machismo que sigue castigando nuestra sociedad. O quizás no era más que una preparación para la vida que me esperaba. En esta ocasión os contaré una experiencia ocurrida recientemente, apenas una semana, y que me ha hecho reflexionar acerca de lo que ha sido mi vida hasta ahora. Siento repugnancia por aquellos que semana a semana me follan pensándose que soy de su propiedad, y sólo espero que algún día en vez de ser yo quien me ponga de rodillas a comerles la polla sean ellos quienes supliquen por comer mi coño. Digo esto para que ustedes mis lectores no piensen que ser puta por elección es un camino de rosas que “guarras como yo” eligen, sino que a mujeres sin futuro como yo se nos impone. Pensé en todo esto por la experiencia vivida que a continuación les relato y que hicieron recordar momentos de mi infancia.

Como de costumbre, llegadas altas horas de la noche, y habiéndome asegurado que mi hijo se encontraba completamente dormido, era la hora de salir a trabajar. Tras encargar a mi vecina su cuidado, algo que ya he contado en relatos previos, me dispuse a coger un taxi que me llevaría hasta una carretera en las afueras de la ciudad. Durante los últimos meses, y como ya saben, había tenido algo así como un alto caché, algo parecido a lo que puede considerarse una puta de lujo, que sólo folla con maduros en hoteles caros a cambio de un buen puñado de billetes, pero las circunstancias, y quizás el hecho de haber agotado los viejos de la zona, me obligaron a volver a las andadas en la carretera como puta barata. Quizás la falta de trabajo esté relacionada con que ya no soy la jovencita de 20 años que solía ser, y que ser madre y haber dado a luz a una criatura haya marcado mi cuerpo. No sé.

Durante el trayecto, comencé a sentir el machismo en mi cuerpo. El conductor no quitaba sus ojos de mí. Era un hombre, de unos 40 años, entiendo que no se puede luchar contra el hombre que se lleva dentro, y entiendo una erección espontánea al verme vestida de puta. Pero a las personas nos definen nuestras elecciones, y aquel cerdo no hacía otra cosa más que mirarme lascivamente el escote, y eso es algo que a pesar de entender me repugna.

Tras pagar correspondientemente al conductor, y bajarme en mitad de la carretea, había llegado la hora de esperar. Era una noche calurosa, e ir con tan poca ropa era para mí más un alivio que una humillación o cartel de puta barata. Fue una noche dura. Era una carretera poco transitada, pero era la adecuada para mi perfil profesional, lejos de polígonos industriales y de familias peligrosas, llamémosle así. Habían pasado 3 horas desde que llegué, y a pesar de mis continuos intentos de provocar en alguien un deseo animal irreprimible, como dejar mis tetas visibles subiendo mi camiseta, o masajear mi coño por encima de las mallas negras que vestía, no conseguí que nadie se detuviese. Era tal la situación que decidí marcharme y volver a casa. Había sido un fracaso, y el dinero que había gastado en el taxi, y el que ahora me costaría volver, supondría para mí una semana comiendo pollas de discoteca en discoteca. Sin embargo, algo ocurrió.

Un coche conducido a toda velocidad se paró delante de mí, apagando en ese momento sus luces, y bajando su ventana para hablar conmigo.

-Hola zorra, ¿Estás sola esta noche?

En el interior del vehículo iban dos jóvenes, quizás de apenas unos 21 años, ambos de muy mal ver. Uno de ellos vestía una camiseta roja y un pantalón vaquero, y con un collar de oro alrededor del cuello, vestía unas gafas en la cabeza, rapada, y con tan sólo un mecho rubio de pelo en la parte trasera. Su acompañante, también de la misma edad, pero igual de degenerado (visual y mentalmente) era gordo, y vestía una camiseta de tirantes y pantalones cortos, acompañados de un juego de sandalias de verano. A partir de este momentos, el flaco y el gordo en esta historia.

-Entra dentro y nos la chupas un poco ¿no, perra?

Me dijo el flaco, el cual era el conductor del vehículo.

-Lo siento pero me voy ya y no puedo ir con vosotros

-En ese momento me dispuse a irme, pero uno de ellos, el conductor, bajó del coche y se acercó a mí por detrás. Me percaté y di la vuelta, viendo como el sacaba de su cartera del pantalón y un billete de 50 euros, el cual me ofreció.

-¿Cuánto cobras por una hora con los dos puta?

-Dos como esos.

Contesté. En ese momento, el metió forzadamente el billete en mi escote, y cogió de mi mano, abriendo la puerta trasera del coche, y ayudándome a entrar en el interior.

-El otro te lo doy al acabar zorra.

Tras ello, su compañero, el gordo, bajó del asiento trasero y se situó a mi lado. Sentados todos, su compañero comenzó a conducir, a toda velocidad, y mientras ambos no paraban de fumar, algo que hacía muy difícil poder respirar en el interior de aquel vehículo. La música se encontraba a todo volumen, y yo había pasado de ser la puta de carretera a la puta de aquellos niñatos.

El gordo, sentado a mi lado, comenzó a acariciar mi rodilla, con su mano más cercana a mí, mientras que con la otra bajó levemente hasta poder hacer que saliese su polla erecta al exterior. Era pequeño de no mucha longitud, pero tenía un gran grosor.

-Chúpamela.

Me agarró del pelo por detrás, y poniendo su mano sobre mí nunca, hizo fuerza hasta conseguir llevarme hasta el lugar donde quería

Diez minutos más tarde, llegamos hasta una pequeña parcela en mitad del campo. Aún tenía el sabor de su sudorosa polla en la boca, y el cielo del paladar manchado de su semen. Era una pequeña casa de construcción, no excesivamente grande, con apenas un par de habitaciones, y un pequeño salón.

Entramos en la casa, mientras que ellos no paraban de manosearme, tocando mi culo, y pegándome en él.

-Te voy a romper el culo puta

Dijo el flaco mientras que con fuerza agarraba mi teta. Cerraron la puerta, y ambos me llevaron hasta el centro del salón. Uno de ellos agarró una botella de ginebra, y comenzó a llevar u vaso y el de su compañero. El gordo me abrazó por detrás, y rodeándome con sus brazos comenzó a manosearme. Agarraba mis tetas, y pellizcaba mis pezones. Metió una mano por dentro de mis mallas, y agarrando mi tanga por detrás, comenzó a tirar con fuerza de el hacia arriba.

-¿Te gusta sentir el tanga metido por el culo?

El flaco, que se encontraba mirando, bajó su pantalón hasta el suelo quitándoselo, sacando su gran polla, mucho más larga que la de su compañero, y comenzó a pajearse mientras miraba.

-Ponte en el suelo cariño, de rodillas como una perrita.

Dijo el gordo mientras agarrándome de la cintura me forzaba a ponerme de rodillas en el suelo. Me deje llevar, y el flaco comenzó a acercarse hasta encontrarme con ambos delante mí, y con sus dos pollas delante de mi cara. El flaco agarró mi cabeza, y acercando su pene a mi boca me obligó a tragármela. Comencé a mamársela.

Ellos miraban sonriendo, con cada vez más ganas de gritarme que era una puta, para resaltar su hombría mediante mi humillación. Yo continuaba con mi trabajo, agarrando con cada mano una de las pollas, y turnándome de una a otra para chuparlas.

-Qué bien la chupar perra, se nota que me matas a chupar pollas.

Pasaron 15 minutos. Uno se corrió en mi boca, otro prefirió hacerlo sobre mi cabeza.

(CONTINUARÁ)

Para cualquier consulta, no duden en escribirme, será un placer contestar sus dudas.

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