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Jugando al teto
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Caballito es mi patria chica, el barrio donde me crie, el arcón de mis recuerdos y afectos más entrañables cuya esencia persiste a despecho del tiempo y los cambios.

Donde está la plaza, Bogotá y Cálcena, había una vieja casona abandonada que todos conocíamos como “la casa de los fantasmas”, en el silencio de la noche se escuchaban ruidos extraños, creando un aura de misterio que duró hasta que llegó la topadora, borró con su pala el misterio y arrasó con esa parte de nuestra historia juvenil.

Esta es la de Susy y Beto (yo), entre los 14 y 15 años, cuando las hormonas están a pleno y los niños dejan de serlo para entrar en la adolescencia, buscando su identidad sexual. Esta búsqueda se produjo entre juegos, en la casona embrujada.

Explorando el solar abandonado, jugando a las escondidas, demorarnos en el escondite, muy apretados quedamos a la espera de ser descubiertos. Escondidos, muy juntitos, callados, el contacto corporal contra la espalda de Susy duraba demasiado, cada vez más, sin apuro. En una de esas “escondidas” con la excusa erótica del “juego del teto” donde el varón se lo propone a la chica y esta, inocente o no, pregunta: “y cómo es el juego del teto?” Y el varón responde: “vos te agachas y yo te la meto!”. Juego de palabras intencionadas que casi todos conocen, de ese modo fue nuestro debut y entrada al mundo de la sexualidad de verdad.

El tiempo, la dinámica de la vida, el crecimiento y las contingencias familiares pusieron distancia entre nosotros. Quince años después, por esas cosas del destino no encontramos asistiendo al funeral de un viejo compañero de colegio, ninguno de los dos vive en la ciudad, solo vinimos para expresar nuestro afecto y despedirnos de ese común amigo.

Cumplido el deber de acompañar a los deudos en la despedida nos encontramos para compartir un café y memorar lo buenos tiempos, cuando éramos tan jóvenes. Ella se estaba quedando en la casa de una prima, yo como no tengo parientes en un hotel.

Esos encuentros suelen tener el sabor de la nostalgia, de los dulces recuerdos, después de varios cafés y desgranando los recuerdos la invité a recorrer esos lugares de nuestros años adolescentes, desandar los caminos del tiempo, llegando a ese mismo lugar, falta la casona pero está la plaza tan poco iluminada como cuando jugábamos a las escondidas.

– Te acordás cuando jugando a las escondidas…

– Sí, como podría.

– Me preguntaste si conocía el juego del teto, como dije que no sabía…

– Y te enseñe…

– Claro “agachate que te la meto” Y te hice caso y escondidos me hiciste mujer.

– Y me gustó mucho, fuiste mi debut.

– También me gustó, siempre te recordé por eso.

– Y si te lo pregunto ahora?

– Hacelo, a ver qué pasa…

– Sabés jugar al teto?

– No, pero sé jugar al zorro.

– Ah, y cómo es el juego del zorro?

– Lo mismo que al teto pero sin forro (condón)

Nos reímos, luego el silencio, tomados de la mano, fuimos entrando en la plaza, anochecía, la calidez de la noche de verano hacía grato sentarse en el mismo lugar de hace años, ese banco de plaza que seguía en la zona donde el mismo arbusto cubría de sombras para ocultar el jugueteo de los enamorados, no hay gente, parece que solo nosotros habitamos en lugar robado a los sueños.

Estamos solos, como en el juego de las escondidas, los recuerdos entrañables surgen en tiempo real. El juego perdió el candor de la inocencia, dos adultos quieren rescatar ese momento del arcón de los recuerdos, sienten el fragor de los años idos, olvidados del mundo y de todo, solo es el acá y ahora, cerramos los ojos y vivimos nuestro momento.

Estamos escondidos, a la sombra del arbusto, pegado a su espalda, con todo el cuerpo fregando el de ella, abrazado tomando sus pechos en mis manos, mi boca sobre su cuello, jugando a la parejita de niños, deviene el macho y la hembra, el revival de nuestra primera vez.

Nos movemos, acomodando el miembro endurecido por el roce, entre los cantos de Susy. No se sale, menea las caderas para sentirme mejor, el roce vigoriza, la calentura agiganta el deseo, mi lengua recorre el cuello, se estremece, gemidos muy quedos, sacude como gata en celo.

Perdido en la calentura, exploré bajo la falda, osado toqueteo, entre las piernas, húmeda, arde, se abre para el manoseo audaz. Lánguida, se estira apoyándose en el respaldo del banco de plaza, saca las nalgas para atrás, espera la mano indiscreta, los dedos atrevidos hurgan entre los labios, los jugos emergen abundantes y fragantes como antes.

Audacia y deseo son la mezcla explosiva que detona cuando dos dedos húmedos se introducen entre os labios desde abajo, ida y vuelta jugando a penetrarla.

– Susy querés jugar al teto? – Como para decir algo, espero…?

– Cómo es?

– Te agachás y yo te la meto!

– Así? Mejor al zorro. Vamos?

No hizo falta más, corrí la bombacha y se la mandé, un ahogado quejido indicó que llegué a tope, empujé, ahoga los gemidos para llamar la atención de alguien que pudiera estar cerca. La estoy bombeando, mi aliento humedece su cuello, en un susurro le digo que no se queja como esa primera vez.

– Claro ahora la siento un poco más gorda, pero ya no soy virgen, en esa ocasión me rompiste.

Nos entregamos con la misma ansiedad y nervios de nuestro debut, ahora somos dos adultos adúlteros entregados al coito impetuoso y urgente, con la torpeza propia de la incomodidad, suplida por el vigor impuesto por el deseo acumulado renacido. Sus gemidos preanuncian la llegad emocionada de ese momento de magia que está gestándose, el orgasmo que corona ese momento de glorificación amatoria, es el momento de dedicarle tiempo y esfuerzo en buscar el mío.

La intensa presión de mis dedos sobre sus hombros y empuje de mi pelvis contra sus nalgas son el claro indicio que el proceso de la eyaculación está llegando a la cima. Abundante y caliente, dijo que sentía el obligado baño de mi leche. No quería salirme pero el riesgo de ser vistos era mucho, al salirme de ella, quedó latiendo sin perder casi nada de la rigidez. Volteó para mirarla.

– Todo esto me metiste. Qué bruto!

– Te dolió mucho? No tanto como esa vez

– Qué te pareció?

– Me gustó, pero voy a querer más…

– Ahora, ya?

– Sí, pero no será acá, necesito lavarme, mira cuanta leche me largaste dentro.

Mi pañuelo sirvió para recoger casi toda la enlechada, su pañuelito quedo dentro de su bombacha para retener el resto que sigue fluyendo.

– Pasamos la noche juntos? –asiente

Un taxi nos llevó a un hotel, nos higienizamos, y salimos a comer como dos novios luego del perdón por alguna pequeña culpa, los mimos y juegos, luego el hotel y el sexo. Pregunta:

– Beto jugamos al teto?

Fue la señal, besos y abrazos, en el baño la senté sobre el lavatorio, abierta de piernas, conchita totalmente depilada, comencé a lamer y sorber esa humedad tan especial, piernas al hombro, tomada de las nalgas, ahogándome con el aroma de su sexo.

La tomé en brazos y la deposité sobre el lecho, abierta como estaba me recibió dentro de su sexo, entrando con la potencia de un titán, abriendo y empujando, estremeciéndola en cada penetración. Tamaño despliegue de poder, más el juego erótico previo, bastaron para que su orgasmo brotara irradiando su efecto como flor en primavera. El mix de sensaciones se transmite en código de latidos y contracciones vaginales sobre el pene que persiste en horadar sus entrañas.

Cuando llegué a la cúspide de mi excitación, fue tiempo de eyacular, la vorágine de esperma pugnaba por irradiarla con mis ganas de hacerla mía. Salido de su cueva, permanecí arrodillado a sus pies viendo como el primer vestigio seminal asoma entre los labios vaginales, retiene el espeso fluido entre las yemas de sus dedos. Una toalla justo a tiempo evita que tengamos que dormir sobre el resto de la esperma rebosante.

Hubo un segundo acto sexual antes de entregarnos abrazados al reparado sueño.

En la maña hubo un último acto de sexo y reconciliación con los recuerdos amatorios de nuestro despertar sexual. La despedida fue un “hasta la próxima” que no entendíamos bien que significaba.

Por esas cosas del azar y otro poco ayudado por alguna trampita, dos meses después se nos dio de “coincidir” estando en la ciudad de Buenos Aires, esta vez con nuestras respectivas familias, pero nos hicimos un tiempo para vernos, a solas.

Cuando nos encontramos, fue igual de emocionante, ella lucía un incipiente embarazo.

– Qué bien mis felicitaciones al padre. –acariciándoselo.

– No me preguntas cómo fue?

– Fue jugando al teto? Supongo.

– No, jugando al zorro. Como el teto, pero sin forro!

La sonrisa tierna y el beso significaban algo más que eso, pero no me animé a preguntar más.

Nos despedimos, antes de regresar con mi familia decidí caminar por los senderos de la plaza, detenerme junto a ese banco, testigo mudo del despertar sexual, y hacerme hombre con Susy. Volver con a cargar la baterías del alama, guardar esos sentimientos más puros y jamás compartidos con nadie.

Esta tarde me sentía muy sentimental y en un rapto de emoción me pareció que aprovechando la impunidad del ciber espacio soltar al vuelo este recuerdo juvenil y compartirlo con esa Susy que pueda estarme leyendo. Esto es para ti lectora amiga de parte de [email protected].

Lobo Feroz

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