Ana, es la esposa de un compañero de trabajo, con la cual teníamos el trato de encontrarnos en alguna reunión social y no mucho más que eso. Mujer joven, buenas formas, siempre vestida con ropas que acentúan su opulentos y contundentes senos, que por cierto es lo primero que le miramos, luego recorremos el resto de sus cualidades, que no están nada mal, pero los atributos mamarios se llevan las palmas y toda la admiración masculina.
Ella jamás podría pasar desapercibida, por esa delantera tan rotunda y contundente, pero esa destacada cualidad va formando parte de una personalidad un tanto tímida pero sumamente cordial y destacada por su forma de socializar con los compañeros de su marido.
Ese viernes habíamos concurrido al after office por la despedida de una compañera de trabajo que se retiraba para casarse y viajar con el afortunado novio para un pos grado en otro país.
En las postrimerías de la tenida cervecera, se apareció Ana, para encontrarse con Eduardo, su esposo, pero como las rondas de tragos seguían se quedó acompañándolo hasta que terminara el festejo.
Nos encaminamos al estacionamiento del Parque Cervecero, y notamos que Eduardo no estaba en sus mejores condiciones, por cuando decidimos que sería prudente que fuera yo quien manejara, de tal manera que los llevé sanos y salvos a su casa. La cultura alcohólica de Eduardo no era de lo mejor, su resistencia tampoco por cuanto debí ayudarlo a bajar y hasta llevarlo al dormitorio.
Mientras esperaba el taxi que había pedido compartí un momento de café y amigable charla con Ana. Como suele pasar en estas ocasiones, la circunstancia o el momento o la causalidad o el momento a solas tan especial, hacen que las confidencias surjan con la naturalidad de dos viejos conocidos hablando de cosas en común.
Comentó que por fin consiguió estar embarazada, luego de una afanosa búsqueda, justamente venía de asistir al ginecólogo y por eso pasó a buscarlo para venirse juntos.
– Y cómo es que es que la noticia de haberlo conseguido no te veo tan contenta.
– Bueno es que… no todo es tan bueno como parece…
Esa frase terminó por empañar la mirada y sentí mucha ternura por haber cometido el pecado de hacer una pregunta que parecía haber dado justo sobre la herida de algo que la lastimaba.
– Perdón si dije algo impropio, o si removí algo que no debía…
– No, no tienes culpa alguna, además no es algo que se sepa, ni él lo sabe.
– Si necesitas una oreja amiga, acá estoy.
Otro café y suspender el pedido del taxi sirvió para permitirle aliviar la carga de sus cuitas que le complicaban la existencia. Comenzó pidiendo la reserva, que Eduardo nunca debe enterarse y comenzó a confesar que ambos, sobre todo él era el más interesado en que ella quedara embarazada, y ahora que lo habían conseguido se encontraba en una situación acuciante en razón de que no quería hacer nada que pudiera interferir o complicar el embarazo, que se abstendría de tener relaciones sexuales hasta que se produjera el nacimiento, y bla, bla…
Que esa tarde misma en la consulta ginecológica había planteado su problema al médico, solicitado consejo profesional para superar el estado de permanente excitación, que su libido estaba a tope y para colmo el marido se negaba sistemáticamente a tener relaciones, sobre todo que el médico recomendaba que tenerlas no afectaría, sino por el contrario sería beneficioso para ella.
– Perdón por esto, pero no tengo a quien contarlo, y es algo que me abruma
– Pero… digo… hay algunos “juguetes” que…
– Sí, entiendo, ya probé pero… no es lo mismo, hasta quedo más, más, no sé cómo decirlo.
– Creo comprender
En ese momento sonó el timbre, era el taxi, dejando inconclusa la última parte de su respuesta. En la despedida, me besó bien cerca de la comisura del labio, totalmente causal. Apunto de subir regresé para dejarle mi número de teléfono anotado.
Antes de llegar recibí el mensaje de Ana: “necesito tu “juguete” para solucionar mi problema, cuando puedas llámame”
Durante el viaje y en la quietud de mi casa, fue el momento de pensarlo mejor. Es cierto que también como muchos otros hombres en algún momento se nos ha despertado esa fantasía de hacerlo con una mujer embarazada, pero solo había quedad en esa etapa, ahora esa fantasía está llamando a mi puerta, bueno en el teléfono, saltó de la idea a una situación en tiempo real, ella exige yo estoy poniendo blanco sobre negro, evaluando.
Muchos hombres buscan tener sexo con mujeres embarazadas, el mito nos hace creer que el estado de gravidez les potencia el deseo haciéndolas diosas en la cama, sus hormonas alborotadas incentivan el interés por hacerlo y sobre todo podemos venirnos dentro sin preocupación por las consecuencias.
Este breve análisis disipó la más leve duda o prejuicio, más aún incentivó la curiosidad por experimentar en carne propia esas sensaciones.
La mujer ni me dio tiempo para sentir ansiedad, como si tuviera un gps mental, recién llegado recibí el llamado de Ana. Acordamos el encuentro podría ser mañana, le propuse que en mi casa, tenía urgencia por el encuentro pero por otro motivo no podría acercarse, que si yo podía, en el horario laboral del marido podríamos hacerlo. Su prisa y tantas ganas me hicieron desearlo también. Al día siguiente concurrí al trabajo, pero… el hombre propone y las circunstancias disponen que no era posible ausentarme por la urgencia de un trabajo pendiente, un par de horas como mucho, pero igualmente decidí bien valía la pena no hacerla esperar.
– Hoy solo tengo un par de horas para ausentarme, si te parece lo dejamos para otro día?
– No importa, lo que sea, puedes venir?
– Estoy saliendo de la oficina, espérame.
Llegué con la urgencia que amerita el deseo, debía estar viéndome por la ventana, tan pronto me acerqué para tocar el timbre, se abrió la puerta, detrás estaba Ana, solo con una bata, abierta para que no hubiera dudas ni pérdida de tiempo, el reloj del deseo comenzó la cuenta regresiva.
Sus besos más obscenos comieron mi boca, sin dejarme respirar, la bienvenida a un mundo de sensaciones totalmente nuevas, su excesiva calentura alimenta las fantasías que muchos hombres tenemos sobre el deseo sexual de las embarazadas, ella parecía confirmar ese mito.
Mujer decidida, sabía cómo hacer sentirme su amo, se hincó sobre la moqueta, desprendió el cinto y buscó el miembro, se agarró a él con firmeza, sin soltarlo da suaves besos y lame despacio, de abajo hacia arriba, sin abrir demasiado la boca para evitar el exceso de saliva escurriéndose, presiona con los labios sobre el pene, sin dejar de mirarme, juega al misterio que encierra el juego erótico de la mamada. Maneja los tiempos de la excitación, juega con el roce de los dientes, tan pronto siente que estoy acercándome al momento supremo, baja la intensidad, dibuja figuras con la lengua sobre el glande, aprieta con las manos la base del pene para yugular el avance de la excitación.
Cubre los dientes con los labios presiona sin lastimar, dibuja una gran O, abre y cierra la mandíbula, hacia debajo de modo natural, los altibajos van produciendo en mí ese estado de excitación, el cosquilleo de la proximidad se alterna con la decepción y caída de la tensión previa a venirme.
Es una experta en calentamiento, ponerme a punto y dejarme suspendido en su tiempo y en el espacio de deseo, conservado en latencia, dejándome en la puerta de salida, pero solo con las ganas…
Se sentó en el sofá, reclinándose, ofreciéndose al macho que late deseo por todos sus poros.
Es mi turno de hincarme entre sus piernas, quité la tanga, en mi cuello a modo de trofeo, voy atraído por el aroma que emana de la cueva donde se oculta lo profundo de la vida, abrí los labios, carnosos, hinchados y jugosos, los chupé, succioné, lamí, mientras froto el clítoris con mis dedos. El contacto robó sus primeros grititos de gusto, volví a lamer, penetrarla con mi lengua, en punta, jugando sin aflojar la intensidad de la mamada. Ella me tomaba de los cabellos, gemía y agitaba su pelvis, frotando los vellos sobre mi cara.
Pasé la lengua por toda la vagina, desde abajo hacia arriba, lamiendo como a un helado, saboreando ese aroma acre y ligeramente salado, sin dejar lugar por degustar. Con la mano frotaba sin darle tregua, cambio la posición para poder encerrar en mi boca el clítoris, introduciendo, despacio dos, tres y cuatro dedos, todos juntos simulaban el grosor de mi verga, entrando y saliendo sin cesar, con intensidad y fuerza como para incrementar los gemidos hasta convertirse en gritos, agitándose y vociferando groseras obscenidades. Se incrementan las sensaciones, se agigantan, comienza a correrse en un vertiginoso y convulsivo orgasmo, gritado en todos los tonos que la sinrazón de sus sentidos le permite.
Manejé a mi antojo la duración de este arrasador orgasmo que barrió de un plumazo la memoria de los anteriores, este había creado había elevado el record en la memoria erótica.
Tamaña exhibición de energía liberada necesitaba un momento de relax para retomar el ritmo cardíaco sobre todo, su corazón parecía un tropel de caballos salvajes.
El breve tiempo disponible acotaba la posibilidad de hacer mucho más. Al ponerme de pie quedó con la pija delante mismo de sus ojos, volvió a tomarla en sus manos, vuelve al punto de comienzo, la felatio de la bienvenida, ahora no tiene excusa, el tiempo apremia y mi calentura no admite demora.
Sabe excitarme, masturbando y chupando con fruición, mirando las expresiones sabe cómo y dónde accionar con más intensidad. Es tiempo de calentura no sabe de suavidad, las manos en su nuca atraen la cabeza hasta enterrarme en la boca, sus manos actúan como soporte para evitarle las arcadas. Aprieta sus labios y acciona la lengua, el balanceo de la verga entrando y saliendo intensifica las sensaciones, el cosquilleo interior hace subir la presión testicular, la inminencia del viaje sin retorno se activa. La inminencia del desahogo emocional estranguló mi voz, áspero rugido salió de mi garganta, en el mismo instante que la tenía ensartada hasta el fondo. El disparo de semen, potente, grueso y caliente salió con la fuerza de un misil, paso directo al tracto digestivo, los siguientes con menos profundidad extendieron su calor y sabor sobre la lengua.
Siguió con la mirada fija en la mía, me retiré de su boca, levantó la lengua para que pudiera apreciar el semen eyaculado, saboreado y deglutido, exagera el movimiento para que disfrute viéndolo pasar al tracto digestivo. La dejó súper limpia, hasta la última gota
Los tiempos no dieron para más, esto solo fue el inicio de la historia pasional con la esposa embarazada. El beso de la despedida tenía de sabor a mí, y la obligación de asistirla sexualmente.
Si el fin justifica los medios, esta relación disculpa saltarnos la barrera de la infidelidad por el noble propósito de suplir sus necesidades sexuales insatisfechas, o la forma amañada de escaparle por la tangente al conflicto ético.
Espero que me llame. Tu opinión me sirve mientras espero [email protected].
Nazareno Cruz