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Un chiringuito como origen de placer
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Hola a todos. Hacía tiempo que no escribía un relato, así que por fin he podido sacar algo de tiempo para ponerme. Algunos de vosotros que me habéis escrito correos para comentarme los relatos anteriores me preguntabais que cuál era la polla más grande que me ha follado, y sobre eso va este relato.

Cuando mi experiencia no era aún mucha, trabajaba en un chiringuito de playa en verano, para pagarme los caprichos y poco más. Era uno de esos que servían desde cafés hasta paellas, con un buen número de clientes habituales.

Una sofocante tarde, que ya me quedaba poco para acabar mi turno, hice un alto para ir al baño a echarme agua por la cara. Era poco más que un cuchitril, con un urinario, un lavabo y un wáter cerrado. Entré rápido pensando que estaría vacío al estar la puerta sin pestillo, pero resultó que había dentro un tío en el urinario meando.

– Perdón… -empecé a disculparme, pero no pude acabar la frase porque mis ojos se fueron directos a la enorme polla que tenía el tío entre sus manos. Estaba en reposo pero ya era un palmo de larga, recta y circuncidada, y estaba acabando su meada, por lo que estaba viendo. Mis ojos se abrieron por el asombro ante ese monstruo y me quedé unos instantes paralizado por la sorpresa. Y quizás algo de ganas.

Tardé unos segundos en poder apartar la mirada, y levantarla hacia la cara del dueño de ese portento. Era un cliente habitual que solía venir casi a diario a tomarse un café o algún helado, un tío de unos treinta y muchos, quizás cuarenta años. Él se giró hacia mí y con ese pedazo de herramienta entre sus manos me miró y se quedó ahí plantado.

Mis ojos volvían una y otra vez a esa polla tan hermosa y de nuevo intenté farfullar una disculpa:

– Perdona, solo quería usar el lavabo -notaba como me iba poniendo rojo, pero seguía sin poder evitar mirársela.

– Por mí no te preocupes, pasa y sírvete -me dijo él con una incipiente sonrisilla en su cara, pero sin hacer amago de guardarse la polla o de moverse para esconderla.

La timidez de mis 18 años y los nervios por estar en el trabajo me hicieron sordo a lo que luego entendí que era una invitación bien clara, así que continué unos segundos más ahí plantado mirando esa polla enorme y poniéndome como un tomate, mientras él se mostraba orgulloso. Al final, murmuré que ya volvería en otro momento y me salí avergonzado.

Retomé mi trabajo, o al menos lo intenté, porque no se me iba de la cabeza la tremenda herramienta que acababa de ver, mientras me daba cuenta que hacía más de una semana que solo me masturbaba y no había follado. La calentura me estaba mareando.

Unos minutos después vi al tío salir del baño y dirigirse a una mesa desde donde me hizo una seña para que fuera. Me acerqué a él, que me miró con esa media sonrisa suya, y me pidió un café y un agua. Mientras yo anotaba el pedido, vi por el rabillo del ojo que aprovechando que en esa postura no se le veía desde la barra o la playa, se echó mano al paquete y se colocó la polla hacia un lado. Llevaba un pantalón deportivo corto y ajustado, por lo que al levantar la vista de mi libreta pude ver ese monstruo de polla que estaba aún más crecida y dura marcándosele claramente en su ingle y parte del muslo. No debía llevar ropa interior, el cabrón.

De nuevo me quedé unos segundos hipnotizado por esa polla, mientras él comprobaba mi reacción. Y debió de gustarle porque su sonrisilla se ensanchó. Rojo como la grana, me fui a la barra a preparar el café.

Mi corazón latía desbocado y la excitación empezaba a equipararse con los nervios. Tomando aire para tranquilizarme, le eché un vistazo desde lejos. Era un tipo alto, con buenos hombros y parecía que estaba en forma, con una camiseta blanca ajustada. Aunque eso en realidad me daba igual, yo solo tenía pensamientos para esa enorme barra de carne, me imaginaba cómo sería totalmente erecta y me relamía de pensar en ella dándome golpazos en la cara conmigo a cuatro patas jadeando. Con esa edad no tiene freno un calentón. Y yo no es que sea conocido por tener mucho límite en estas cosas.

Cuando terminé de prepararlo, tomé aire para relajarme y se lo llevé, acercándome lentamente a su mesa. Él al verme llegar, ya casi sin disimulo, empezó a masajearse la polla por encima del pantalón, y ante mi incredulidad seguía creciendo. Si seguía mucho más se le escaparía por la pata del pantalón, Dios mío! Decidí que aquello solo podía acabar de una manera, con esa polla dentro de mí, así que saqué sangre fría y sirviéndole lentamente el café y sin apartar la vista de su pollón le dije:

– ¿Desea alguna cosa más?

– Puede ser. Si la adivinas te llevarás una buena propina -me contestó él sin parar de tocársela.

Uf, el cabrón sabía lo que se hacía, y yo perdí el poquito autocontrol que me quedaba, así que me envalentoné:

– ¿Y dónde me darías esa propina?

Se quedó quieto un instante, como si le sorprendiera que le hubiera seguido el juego.

– Vivo a dos calles de aquí, seguro que algo encontramos que te guste.

– Me queda media hora para salir -le contesté yo mientras empezaba a jadear por la excitación-. Si quieres te acompaño.

– Vaya, eres lanzado. Ok, te espero, a ver qué se me ocurre mientras para darte.

– Tengo un par de cosas en mente -me lancé yo.

-¿Sí -respondió él-? A ver qué tal…

Y mientras decía eso tiró el paquete de tabaco al suelo a su lado esperando mi respuesta. Mi polla ya me daba latidos y estaba en una nube de morbo, por lo tras asegurarme que no había nadie cerca, me puse a su lado y me incliné sin doblar las piernas para cogerlo, dejándole mi culo en pompa junto a su mano. Yo llevaba un bañador amplio, de pata hasta medio muslo, por lo que sabía que se marcaba bien. Enseguida note su mano recorriendo mis nalgas e incluso mis muslos.

No me atreví a estar así mucho tiempo, por lo que me levanté y quedándome de espaldas a la gente me aparté la riñonera con el cambio que hasta ese momento había impedido que se viera la erección que llevaba mucho rato ya y que saltó como un resorte.

– Vaya, parece que lo pasaremos bien -me confirmó él con esa media sonrisa que me estaba poniendo frenético. Se giró un poco más para evitar las miradas y abrió del todo sus piernas, con esa polla enorme ya muy dura que había levantado una auténtica tienda de campaña en sus pantalones -. ¿Es esto lo que quieres, chico?

Con la mirada fija en ella, tan dura que se notaba la cabeza con detalle, solo pude asentir mientras jadeaba, cachondo perdido.

– Pues date prisa, cuanto antes acabes, antes la tendrás -y me dio un azote en el culo, que terminó por hundirme en un pozo de lujuria. Lo miré y con un hilillo de voz le dije:

– Espera aquí.

Me fui disparado a mi jefe y le dije que no me encontraba del todo bien y que si podía salir ya, que solo me quedaba media hora. Él interpretó mi cara roja y mis jadeos como un mal síntoma y me dijo que de acuerdo, que le avisara si mañana seguía mal y no iba a ir.

Dejé la riñonera y cogí la toalla que tenía para ducharme y la coloqué estratégicamente para que no se notara mi erección. Pasé por delante de tío de la pollaza y le dije que nos fuéramos ya. Él se acomodó la polla hacia el lado y sin ningún pudor, con una herramienta gigantesca como esa tan a la vista, empezó a andar hacia una de las calles.

Yo iba a su lado, en silencio, siguiendo sus pasos, en una nube donde solo podía mirar de vez en cuando esa polla que tan orgullosamente iba mostrando. Respiraba entrecortadamente y los nervios me atacaban por la situación.

Sin mediar palabra, paramos en un portal y él abrió. Era un edificio pequeño, de 4 o 5 plantas. Entramos después a un ascensor y marcó el 4. Se giró hacia mí mientras la compuerta se cerraba y yo ya no pude más y acerqué mi mano a esa polla que no se me iba de la cabeza. Él se dejó tocar y emitió un quedó suspiro. La notaba durísima, palpitante, y se me hacía gigantesca.

– Sí que tienes ganas…

Yo solo pude asentir sin apartar mi mirada de ella.

– Ponte de rodillas -me ordenó.

– ¿Aquí?

– Solo estoy yo en toda la planta.

No pude aguantar más, lo necesitaba y me la sudaba si nos pillaba un vecino o no. Me arrodillé de golpe y él por fin la liberó. Era aún más grande de lo que temía, y más desde esa postura. Casi completamente recta con una ligera inclinación hacia arriba que me encantó. No hubo nada que decir, me lancé a chuparla, a lamerla de la base a la punta y finalmente, por fin, me la metí en la boca tanto como pude. Imposible meterla entera, pero el hecho de tenerla dentro fue sublime. Jugueteaba lo poco que podía con mi lengua y rápidamente noté como él movía sus caderas adelante y atrás, suavemente, aunque con tamaño miembro era como empalarme la boca. Lo disfrute como una perra, acariciando su culo para que me la metiera más.

– Qué bien lo haces… ¿Tienes mucha experiencia siendo tan joven? -me pregunto.

Sin sacármela de la boca, intenté asentir, pero no sé si él lo notó. Después de unos minutos así, notaba la boca casi desencajada y él me hizo detenerme y levantarme. Yo lo hice, pero mi mano se quedó rodeando su polla. Me tenía enganchado como una droga. Al darse cuenta, se rio pero lo dejó estar y me guio hacia la única puerta del rellano.

Sin parar de acariciársela, lo seguí y entramos a un piso de buen tamaño. Conforme entré a lo que debía ser su comedor, me volví a arrodillar y a metérmela en la boca. Su sabor era maravilloso, a limpio y a sexo, y se dejó hacer mientras yo le quitaba los pantalones. Efectivamente iba sin ropa interior.

Sus caderas iban aumentando el ritmo, y yo le acompañaba empujando con mis manos en su culo para que me la metiera más y más. Me golpeaba en el paladar y me daba arcadas a menudo, pero me encantaba. Mi saliva goteaba por el trozo de polla que no me cabía y le caía por sus huevos hasta el suelo, formando un charco, que se iba mezclando con la que a mí mismo me goteaba por las comisuras de la boca.

Entre lágrimas que me caían, él me acariciaba la cabeza y me la mantenía cuando me daba una embestida profunda, dejándome sin escapatoria y llevándome cerca de la asfixia, pero siempre la sacaba a tiempo para frotármela por la cara y golpearme con ella. Estaba yo en la puta gloria.

Con el culo apoyado en el suelo y mis piernas dobladas debajo de mí, me sentía como un fiel rezándole a su ídolo, una imponente polla que me estaba dando un enorme placer, que con cada golpe que me daba con ella cogiéndosela con la mano me provocaba un escalofrío de gusto que me hacía disfrutar de esa gran barra de carne.

– Si sigues tragando así harás que me corra pronto.

– Hazlo -y saqué mi lengua a modo de respuesta.

Me cruzó la cara con un nuevo pollazo y cogiéndome la cabeza con sus dos manos, me abrió la boca y me la metió hasta que hizo tope. Sujetándome la cabeza así, empezó a follarme a saco, mientras yo solo podía tragar y tragar esa pollaza y acariciarle sus piernas y su culo. Cada vez iba más rápido y yo apenas podía respirar por la nariz, con las lágrimas ya a raudales y la saliva que lo impregnaba a todo. Entre sus gemidos le oí murmurar:

– ¿A que no quieres que pare?

Yo negué con la cabeza, mirando como el ansia lo dominaba. Estaba loco por darme su corrida y yo la deseaba.

– Era esto lo que querías desde el principio, ¿verdad? ¡Pues toma tu propina!

Y sin más, empezó a correrse entre gritos, como una fuente que me inundó la boca haciéndome que casi me ahogara. La sacó y aún le quedaba para llenarme la cara con varios chorros, que paso a restregarme con la misma polla. Yo me esperé a que sus espasmos pasaran y cuando dejó de manar semen, me la volví a meter para exprimirla bien.

Con un terrible jadeo, se dejó caer en el sofá que tenía detrás, mirándome mientras que su respiración se iba relajando y su media sonrisa volvía a aflorar. Yo lo miraba a su vez desde el suelo, con su corrida en mi cara, mezclada con saliva y lágrimas, sintiéndome el puto rey del mundo y asombrado de ver que su polla apenas perdía la erección.

– Me llamó Edu, por cierto -a estas alturas…

– Yo Remy -le contesté.

– Sigues teniéndola dura, Remy.

Efectivamente yo estaba aún a mil, y eso se notaba.

– Vamos la ducha y lo arreglamos.

Se levantó y me hizo ponerme en pie, y esta vez fue él el que cogiéndome de mi polla que estaba como un hierro, lo que me hizo estremecer de placer, me guio hasta un baño con una ducha, donde entramos. En un parpadeo me desnudó a la vez que se quitaba la ropa que le quedaba y abrió el grifo. Con sus propias manos empezó a enjabonarme todo el cuerpo, limpiándome los restos de la mamada y posterior corrida. Mis jadeos iban creciendo al notar sus manos por todo mi cuerpo, pero subieron de intensidad cuando comenzó a masturbarme suavemente.

Paralelamente, empecé a notar su otra mano agarrando mi culo, estrujándolo con fuerza, cosa que me encanta, y unos instantes después uno de sus dedos se acercó a mi agujerito y lo acarició, introduciéndolo levemente. Yo, con los ojos cerrados, notaba un infinito placer con la combinación de agua caliente cayéndome por todo el cuerpo y sus caricias que me ponían a mil.

Podía sentir su aliento junto a mi cara, con aroma a café y una respiración que me derretía de deseo. Aún en mi nube, una imagen me seguía viniendo a la cabeza: esa polla tan grande que estaba a mi lado, así que solo pude extender de nuevo mi mano y comenzar a pajearla, recorriendo toda su longitud que se mantenía prácticamente igual de firme que antes de correrse en mi cara. Su respiración empezó a agitarse y pronto me empezó a besar en el cuello, a morderme suavemente. Me enloquecía.

– Voy a correrme -jadeé.

Con un movimiento fluido, se arrodilló ante mí y se metió toda mi polla en su boca, convirtiéndose la paja en una mamada mientras seguía jugueteando con mi esfínter. No pude aguantar más. Empecé a gritar y a correrme entre escalofríos mientras él no se sacó la polla de su boca y arreciaba la mamada, cuya corrida deposité enteramente en su garganta. Fueron varios espasmos, pero él los aceptó todos, mientras yo tuve que apoyar la espalda en la pared de la ducha para no caerme de lo intenso que había sido.

Cuando dejó de manar, él se levantó y me plantó un besazo a través del cual compartimos mi semen con nuestras lenguas durante varios minutos. No lo solía hacer, pero reconozco que fue tan morboso que no solo me gustó, sino que colaboró a que mi excitación se mantuviera.

Al parar de besarnos, usamos la misma agua para enjuagarnos y limpiarnos algo. Con esa sonrisa suya me preguntó si estaba cansado, lo que yo negué categóricamente. De hecho, esa gigantesca polla suya me golpeaba el abdomen y yo no podía dejar de pensar en ella, así que me arrodillé de nuevo y comencé a masturbarla con las dos manos.

Él me acariciaba la cabeza y me animaba a seguir. Yo, hipnotizado por ella, comencé a restregármela por la cara, a golpearme con ella, a sentir ese tamaño en mis manos que me quitaba el aliento y me hacía perder el control. No podía más, le lancé un escupitajo y jugueteé con mi saliva a lo largo de su tronco y en sus huevos. Sus gemidos arreciaron.

– ¡Cómetela de una vez, coño! -me soltó entre dientes.

Sin dudarlo me la metí tanto como pude y comencé a saborearla mientras mis manos aún tenían suficiente extensión de polla como para continuar masturbándola. Él me la metía hasta el tope y a veces la sacaba para darme fuertes pollazos en la cara que me dejaban pidiendo más. Incluso acompaña a los golpes con un salivazo que me restregaba con su polla por mi cara mientras yo jadeaba. Sentir ese nabo en mi cara y dentro de mi boca era una de las mejores experiencias de mi corta vida, y el ansía me enloqueció hasta pedirle lo que no me había atrevido hasta ese momento:

– Fóllame… -fue realmente un susurro anhelante, pero me oyó claramente.

Me miró un instante como asegurándose y me hizo poner de pie para girarme contra la pared. Sentí sus manos acariciando mi espalda y llegar a mis nalgas, que entreabrió agachándose. Noté a continuación su lengua que comenzó a invadir mi culo mientras yo apoyado en la pared con mis manos, lo ponía en pompa para facilitarle el acceso y sentirla lo más profundamente posible.

Me vuelve loco que me coman el culo, me hace gemir a gritos, estremecerme y ponerme muy verraco. Él lo notaba además por cómo me movía retorciéndome de placer e intentando apretar aún más mi culo contra su lengua, así que lo hizo cada vez más intenso.

Cuando consideró que estaba suficientemente dilatado, se irguió y apretando su pecho contra mi espalda pude sentir ese enorme monstruo entrar en mí. El inevitable dolor inicial me paralizó al principio, pero la excitación me podía, por lo que empecé a culear en círculos para sentirla más y más y poco a poco el placer se intensificó. Ignoro cuanta longitud de carne me pudo meter, todo era imposible. Yo me sentía lleno, empalado por un tío mayor que me aplastaba contra la pared y cuyo aliento sentía en mi cuello, pudiendo percibir sus gruñidos de placer.

Cogiéndome las caderas fue incrementando el ritmo, acompasado por mis jadeos y mis murmullos animándolo:

– ¡Así, así… Más, no pares…!

No había sentido nunca una polla tan enorme dentro de mí, el control que ese tío podía ejercer sobre mí solo por la tremenda follada que me estaba dando. Hubiera hecho cualquier cosa porque no parara de metérmela, de hacerme sentir pleno, de estimular mi placer hasta muy cerca del umbral del dolor, haciéndome estar en éxtasis, con los ojos firmemente apretados y concentrado en mi culo.

Cuando creí que no podría disfrutar más, paró, me giró de golpe y con sus brazos me subió en volandas para empezar a besarme en el cuello y morderme con relativa fuerzas. Colocó mis piernas en torno a su cintura, manejándome como un muñeco y yo jodidamente encantado de estar así de subyugado. Él era un tío mayor y fuerte, y yo su juguete sexual, estaba para darle placer y obtenerlo.

En esa postura, conmigo abrazado a él con brazos y piernas, comenzó a metérmela de nuevo. Su impulso, mi sumisión ante el placer que estaba dando y la gravedad hicieron que esta vez me penetrara más profundamente, aunque tampoco conseguí metérmela entera.

No puedo ni calcular el tiempo que me estuvo follando así. Mantuve los ojos cerrados y él llevó toda la iniciativa, silenciosamente, solo con gruñidos y jadeos, y conmigo concentrado en sentir esa pollaza en mis entrañas, matándome placer. En algún momento, la fricción de mi polla contra su cuerpo combinada con el placer de mi culo, provocaron que me empezara a correr entre gritos brutales de “¡SÍÍÍ!” Que debieron escandalizar a todo el vecindario y me hicieron apretar aún más mi esfínter que rodeaba su miembro.

En breve sus arremetidas se intensificaron y con jadeos y bufidos, comencé a notar los chorrazos de su corrida en mi interior, tan profundamente que nunca había experimentado esa sensación. Yo me apretaba contra él mientras seguía descargándose en mí. Cuando por fin acabó, después de un buen rato, apoyó mi espalda contra la pared y estuvimos besándonos un rato, con su polla aún dentro de mí, aunque iba perdiendo dureza, lo que permitía que lentamente fluyera su semen fuera de mi culo.

Al bajar mis piernas, apenas me sostenían, estaba agotado, satisfecho, pero el culo me latía y sabía que dolería próximamente.

– No me suelen dejar que les folle el culo -me comentó sonriente mientras nos enjabonaba lentamente a ambos.

– No me extraña – respondí yo con conocimiento de causa.

Después de arreglarnos, estuvimos un rato hablando, nos intercambiamos los teléfonos y quedamos en vernos al día siguiente en el chiringuito.

Quedamos varias veces ese verano, llegando a incluir a alguna persona más en nuestros encuentros, pero esta historia ya ha resultado bastante larga. ¡Para la próxima quizás!

Ya sabéis que cualquier comentario, propuesta u opinión a [email protected].

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